sábado, 16 de febrero de 2019

MASAJITOS




Es invierno. Hace un día tremendo y Lourdes decide pasar la mañana haciendo algo útil; se pondrá a revisar armarios. En un cajón se topa con una bolsa de tela. “¿Qué tengo yo aquí?” No se acordaba. Sacó dos jerséis muy bonitos, de colores. Uno se lo había confeccionado hacía bastantes años en rojo blanco y negro con unos ciervos, que le había costado mucho hacer; el otro era obra de su madre para que lo llevase a esquiar, todo de dibujos en tres colores. Se lo vio hacer durante tiempo, y eso que parecía una máquina. “¡Qué bonito mamá!”, le decía. Así que un día decidió guardar su jersey con el de ella, como reliquia familiar.

            Se acordó del día que lo tenía que estrenar. ¡Qué tiempos aquellos! Dieciocho años, ¡quién los pillara! Trabajaba en una oficina, pero los domingos de invierno apuraba hasta no quedar un copo blanco en la estación de esquí. Iba con mis amigas en el autobús de la Deportiva, que era socia. Me eché a reír recordando los primeros tiempos de culadas y arrastradas y maravillándome de cómo subían y bajaban los pequeños que pululaban alrededor.

            Aquel iba a ser un día especial, estrenaría por fin el jersey. El domingo anterior había nevado tanto que el autobús tuvo que quedarse en el pueblo cerca de la estación y nos tuvimos que conformar tomando calditos calientes por los bares y haciendo guerras de bolas. Fue divertido.

            Pensaba disfrutar del día; además, ya había dado alguna clase. Sabía dar la vuelta María, el paso del patinador y hasta hacer cuña.

            Lo tenía todo preparado en mi habitación. Los esquíes atados y limpios, las botas engrasadas y el pantalón con su maravilloso jersey bien colocado. “¡Que no se olvide nada!”, pensé. “Anorak, guantes y gorro. ¡Bien!” ¡El billete! Lo tenía, lo tenía… desde el martes anterior, para no quedarme sin ir.

            Puse el despertador y a dormir. De pronto me desperté y me levante de la cama para salir huyendo de algo que había soñado, pero tenía una pierna dormida y se torció un tobillo. “No es nada”, pensé. Miré el reloj. “¡Todavía no es hora!” Y me volví a dormir.

            Sonó el despertador y, cuando puse los pies fuera de la cama, vi con desconsuelo que tenía el tobillo hinchado y amoratado. ¡Imposible ir! Me fui hasta el baño como pude. En el botiquín, solo había alcohol de romero para tal fin, y allí me quedé, llorando en silencio para no despertar a nadie, dándome “masajitos”.

                                                                Mª Eulalia Delgado González©

No hay comentarios: