sábado, 16 de febrero de 2019

MEDIO SIGLO




La playa era kilométrica y la marea baja la hacía parecer un desierto. El cielo gris plomizo estaba a punto de estallar junto con los flashes producidos por los rayos. Muy a lo lejos venía una silueta… Y cada vez estaba más cerca, ¿cómo podía ser? Estaba a punto de cruzarse conmigo. Era un payaso: cara pintada, peluca roja rizada y zapatones. Curiosamente, nada más; sus partes nobles iban al descubierto con dos orejas de elefante dibujadas a ambos lados de sus genitales, desde las ingles hasta la caderas. Me miró y yo a él y, justo cuando nos cruzamos, él se paró en seco. Seguí andando y, observándome, giró la cabeza casi 180°. Anduve más rápido, y allí seguía plantado. Eché a correr, y vino tras de mí. Me resbalaba por la arena, avanzando a cámara lenta, y me iba a alcanzar, ¡qué acojone!

—¡Aramis! ¡Aramis! –desperté gritando —¿Qué me pasa?

—Has tenido una pesadilla —dijo mi mujer.

Me quedé más tranquilo, aunque me aseguré de que el payaso no estuviese cerca y que aquello hubiese sido sólo un sueño. Putas fiestas sorpresa, pensé. Qué manía con hacer fiestas para tener que guardar la compostura, responder a las mismas preguntas y sonreír mientras te dan regalos que ni quieres ni necesitas.


Se acercaba el día de mi cincuenta aniversario y, por si acaso quedaba la menor duda, dejé bien claro que ni se les ocurriese improvisar la fiesta. La última vez que me prepararon una de ésas fue a los veinticinco. Llegué del trabajo a casa, abrí la puerta y recuerdo ver un montón de caras conocidas sonrientes como si fuese aquello “La semilla del diablo”. Sinceramente, lo pasé muy bien y el evento fue legendario, sobre todo por el episodio ocurrido con Aramis. Había venido un grupo de conocidos de un amigo, de la banda de los franceses, que andaban un poco pasados. Estaban mezclando cristal, mescalina y farlopa con una pizca de caballo y yo andaba tan liado con unos y con otros que no tenía tiempo para estar fiscalizando en plan policía. También estaba Aramis, que era el hijo de mi vecino. Tenías doce años y apareciste disfrazado de payaso. Los franceses te dieron el cóctel de drogas mezclado con vodka. Nos llamó la policía para declarar al día siguiente. Te encontraron moribundo en un descampado, al igual que en el sueño: desnudo, sólo con la peluca y las botas rojas.

Otra alternativa que se planteaba era ir a un balneario con sesiones de masajes. He de decir que no está mal, pero no es mi mejor opción para celebrar un cumpleaños. Qué manía con sobarte y además hacerte daño. El último masaje que recibí fue en Indonesia. Nos habían vendido de tal forma las bondades de aquel lugar que, con tal de no estar dos horas esperando afuera, accedí a probar el masaje en pareja. Aquello era ridículo desde el momento en que te dan una braga de plástico para que te la pongas, y cuando vienen ambos masajistas, compruebo que el que me toca a mí es un hombre con una exagerada orientación sexual muy distante a la mía.

Luego estaban los amigotes con eso de que a los cincuenta tienes que hacer un fiestón legendario, ¡qué pesados! Que se lo hagan ellos. Algunos planteaban masajes de esos que llaman con final feliz, aunque yo más bien diría que con final trágico, después de ver la factura de aquellas bacanales. Buscaban cualquier excusa para celebrar lo que fuese y así justificar su desgracia en aquellos lupanares de lujo con piscinas, cascadas y modelos ucranianas a su entera disposición.  

Realmente lo que yo quería era a mi payaso de fiesta de cumpleaños y así lo dejé claro. Localizasteis a Aramis, ahora tenía 37 años. Me dijisteis que iba ser complicado, estaba en condicional y no podía estar en zonas con menores a menos de quinientos metros. La solución sería ir a la finca: allí no había menores, sólo ovejas, pero éstas no corrían peligro con Aramis.

Por fin llegaste, nos abrazamos, lloramos y nos reímos. Comimos ganchitos, sándwiches de nocilla y san jacobos, ¡qué asco de san jacobos! Jugamos al parchís. Giramos el hula hoop. Bailamos “Mueve tu cucu”, “Aserejé” y “La barbacoa”. Exhaustos, tras los jitazos veraniegos, enganchamos una botella de vodka y nos dirigimos al garaje y me ayudaste a colocarme la capa; cogimos un hacha y un bate de beisbol. Montamos en el coche y, con el “Pavo real” de José Luis Rodríguez, El Puma, partimos hacia nuestro destino.

En las noticias del día siguiente dijeron: «Payaso y acompañante disfrazado de Batman atracan y destrozan seis gasolineras. No ha habido muertos ni heridos. “En cierta manera, eran bastante educados”, comentó una de las victimas.»

—¡Feliz cumpleaños! –me digo.

Óscar Nuño©

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