Una vez tuve quince años… Y de
repente me acordé de una libretita, pequeña y roja, guardada como reliquia
colegial; plena época de los años sesenta, en el internado. La busco y, cuando
la encuentro y abro sus pequeñas páginas, alucino en colores de lo que pude
escribir con letra pequeña (y tan pequeña…). Primero, las señas de todas mis
amigas, algunas de pueblos de la provincia. Sigue con dos versos: El arroyuelo y Tus lindos ojuelos; por lo visto, anónimos.
Una
poesía…
Marcharse
es morir un poco,
Pero
es tan dulce volver
Que
dan ganas de marcharse
Para
volver otra vez…
Una
oración a la Virgen María.
Una
canción de folklore colegial.
Cinco proverbios: No hay virtud más
eminente que hacer, sencillamente, lo que tenemos que hacer…
Un montón de tan-tanes.
Dos versos de Lope de
Vega: Montañas heladas y El campo en mayo.
Un verso de José
Zorrilla: La luna.
La
letra de tres canciones: Que te deje de
querer, de Los Sirex; Quisiera,
de Raphael, y Muñeca de cera, de
Sandie Show.
Cincuenta
títulos de discos: Los Brincos, Dúo Dinámico, Miguel Ríos, Los Beatles…
Y vuelves a verte en aquella época
de colegiala. Buenos y a veces no tan buenos recuerdos. ¡No entendía lo de los
castigos colectivos!
Pero llegaron las vacaciones. Venía
la moda Op Art. Mi madre, muy moderna ella, en un viaje a Oviedo compró una
tela muy original, azul, blanca, y cuadritos azules y blancos. Me hicieron el
consabido vestido, que estrené en mi cumpleaños, del que tengo testimonio
fotográfico. La primera vez que me vestí de mujercita, bolso blanco y zapatitos
de medio tacón.
Habíamos
formado una pandilla. Éramos ocho amigas del colegio y otros ocho o más chicos.
Algunos estudiaban fuera y los demás, aquí. Total, que quedábamos por las
tardes en un banco del bulevar, y paseo viene y paseo va, contándonos nuestras
cuitas. Los domingos, todos al cine en pelotón. Cuando había alguna romería por
los contornos, dábamos caminatas y, en las Fiestas de la Patrona, bailábamos en
las verbenas con la Orquesta Cubanacán –era muy buena y se estaba haciendo muy
famosa–. Los padres quedaban, mientras, en las terrazas de alguna cafetería y
raro era que nos dejasen algo más que hasta las doce. La orquesta tocaba en
Pista Río, que era donde estaban las piscinas, y alguna que otra tarde aterricé
con amigas para darnos “un cole”.
Había que aprovechar el verano. A la
playa con los papis si hacía bueno. En septiembre, otra vez al colegio hasta
Navidad, pero esas fiestas son más familiares y hace frío, con lo que no era
igual; y las de Semana Santa, muy cortitas y de procesiones.
¡Hasta
el siguiente verano, en que cumpliría los dieciséis!
Mª Eulalia
Delgado González©

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