viernes, 5 de abril de 2019

QUINCE AÑOS




            Una vez tuve quince años… Y de repente me acordé de una libretita, pequeña y roja, guardada como reliquia colegial; plena época de los años sesenta, en el internado. La busco y, cuando la encuentro y abro sus pequeñas páginas, alucino en colores de lo que pude escribir con letra pequeña (y tan pequeña…). Primero, las señas de todas mis amigas, algunas de pueblos de la provincia. Sigue con dos versos: El arroyuelo y Tus lindos ojuelos; por lo visto, anónimos.

            Una poesía…

                        Marcharse es morir un poco,
                        Pero es tan dulce volver
                        Que dan ganas de marcharse
                        Para volver otra vez…

            Una oración a la Virgen María.

            Una canción de folklore colegial.

            Cinco proverbios: No hay virtud más eminente que hacer, sencillamente, lo que tenemos que hacer…

Un montón de tan-tanes.

Dos versos de Lope de Vega: Montañas heladas y El campo en mayo.

Un verso de José Zorrilla: La luna.

La letra de tres canciones: Que te deje de querer, de Los Sirex; Quisiera, de Raphael, y Muñeca de cera, de Sandie Show.

Cincuenta títulos de discos: Los Brincos, Dúo Dinámico, Miguel Ríos, Los Beatles…

            Y vuelves a verte en aquella época de colegiala. Buenos y a veces no tan buenos recuerdos. ¡No entendía lo de los castigos colectivos!

            Pero llegaron las vacaciones. Venía la moda Op Art. Mi madre, muy moderna ella, en un viaje a Oviedo compró una tela muy original, azul, blanca, y cuadritos azules y blancos. Me hicieron el consabido vestido, que estrené en mi cumpleaños, del que tengo testimonio fotográfico. La primera vez que me vestí de mujercita, bolso blanco y zapatitos de medio tacón.

            Habíamos formado una pandilla. Éramos ocho amigas del colegio y otros ocho o más chicos. Algunos estudiaban fuera y los demás, aquí. Total, que quedábamos por las tardes en un banco del bulevar, y paseo viene y paseo va, contándonos nuestras cuitas. Los domingos, todos al cine en pelotón. Cuando había alguna romería por los contornos, dábamos caminatas y, en las Fiestas de la Patrona, bailábamos en las verbenas con la Orquesta Cubanacán –era muy buena y se estaba haciendo muy famosa–. Los padres quedaban, mientras, en las terrazas de alguna cafetería y raro era que nos dejasen algo más que hasta las doce. La orquesta tocaba en Pista Río, que era donde estaban las piscinas, y alguna que otra tarde aterricé con amigas para darnos “un cole”.

            Había que aprovechar el verano. A la playa con los papis si hacía bueno. En septiembre, otra vez al colegio hasta Navidad, pero esas fiestas son más familiares y hace frío, con lo que no era igual; y las de Semana Santa, muy cortitas y de procesiones.

            ¡Hasta el siguiente verano, en que cumpliría los dieciséis!

Mª Eulalia Delgado González©

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