jueves, 16 de mayo de 2019

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El espía americano, Donald Archer, fue capturado cuando recopilaba información desde un edificio cercano a la sede del Servicio de Inteligencia e Investigación del Ministerio de Seguridad del Estado (MSE), en Pekín. En el piso, su base de operaciones, encontraron micrófonos y cámaras espías, microfilms, documentos y el control, exhaustivo, sobre las entradas y salidas de los miembros de la MSE y de los altos cargos del ministerio de exteriores chino. Los agentes asiáticos le habían localizado unos días antes; lograron identificarle por medio del contraespionaje chino en la CIA.

Una vez detenido, fue sometido a un interrogatorio con torturas refinadas y sicológicas. Inyectándole el suero de la verdad, lograron averiguar en qué consistían los propósitos de espionaje de la CIA. Intentaban desentrañar los posibles contactos con otros países, las armas nucleares y de alta tecnología que fabricaban y la formación de militares para manejarlas. En aquel interrogatorio consiguieron las claves para comunicarse con la central americana, con el fin de seguir enviando informes y evitar que se descubriera su detención. Para ello, remitieron datos ficticios y de poca relevancia, mientras preparaban la forma de introducirse en la Agencia Central de Inteligencia americana suplantando a Archer, uno de los planes más audaces que habían acometido hasta ese momento.

Entre los integrantes del MSE estaba el hombre adecuado para ese proyecto, Chu-Lo-King, hijo de irlandés y china, y que dominaba, casi a la perfección, el idioma anglosajón. Su aspecto era similar al de Archer: edad, altura y complexión, cabello y barba cobrizos, pero con ojos achinados. Chu-Lo-King fue sometido a una operación facial, cambiaron la forma de sus ojos y le trasplantaron las huellas digitales de Donald Archer para conseguir acceder a los departamentos de la CIA, y mantuvieron vivo al americano hasta comprobar el resultado de las intervenciones quirúrgicas.

Durante la recuperación le instruyeron para que se comportara con el carácter, autosuficiente y orgulloso, de los norteamericanos, y cambiar el saludo tradicional de reverencia, sin contacto físico, por un apretón de manos.

Un mes y medio después, Chu-Lo-King era el doble perfecto de Donald Archer. Enviaron un mensaje a la CIA, donde comunicaba que había sido descubierto por los agentes chinos y que debía regresar lo antes posible, para poner a salvo su vida y toda la información recopilada hasta entonces… El doble de Donald Archer tomó un vuelo con destino a Estados Unidos, aeropuerto Internacional John F. Kennedy, y desde la misma terminal cogería otro avión hasta Virginia, donde se encontraba la sede de la Agencia Central de Inteligencia.

Durante el viaje, Chu-Lo conversó con sus dos compañeros de viaje, americanos, y lo hizo con desenvoltura. Hablaron de sus diferentes destinos en América. Uno de ellos volaría en el mismo enlace hasta Virginia. Conversaron sobre Richmond, su universidad, de los lugares emblemáticos de la ciudad… Incluida en esa charla, la admiración de ambos por el pecho prominente de la azafata que los atendía. El pasajero de la derecha, un ganadero fuerte, alto y de tez morena, que no se desprendió de su sombrero tejano en todo el viaje, bebía constantemente, dormía la borrachera durante horas, y despertaba para volver a beber; tan solo una vez habló para decir que Texas era el mejor estado para vivir, que su rancho se extendía hasta México y que, tanto ellos dos como todos los que vestían traje y corbata, eran unos blandos.

Chu-Lo voló hasta Virginia en un asiento individual de primera clase. Durante el trayecto repasó, mentalmente, el plano del edificio OHB de la CIA, en Langley, y de los departamentos de investigación sobre China. Tras el aterrizaje, tomó un taxi para llegar a su destino. Una vez allí, mostró la tarjeta de identificación a los guardias de seguridad de la entrada al recinto, logró acceder al edificio sin problemas y con las huellas digitales, trasplantadas de Archer, que le abrieron paso hasta el departamento donde le esperaban.

Nadie desconfió de él, excepto el director, que no cesaba de mirarle… Expuso, durante dos horas, los secretos que, supuestamente, había recopilado en sus investigaciones: las cifras del armamento nuclear y tácticas de defensa, las posibles alianzas con otros países, y varios nombres de miembros activos del contraespionaje chino en Norteamérica.

El director le felicitó, aunque Chu-Lo-King percibía su desconfianza. Ordenó que trajeran licores para celebrar el éxito de la operación. Ofreció un whisky con soda al espía. Chu-Lo aceptó la bebida y dijo:

–Muy amable– y agachó la cabeza en el gesto de reverencia chino.

Lo último que vio fue el cañón de un 9 mm. cerca de su frente. Y lo último que escuchó fue la detonación del disparo.

Tanto Chu-Lo-King como Donald Archer fueron enterrados bajo tierra extranjera, pero en el mismo cementerio: el nuevo acuerdo, comercial y de armas nucleares, chino-americano.

Ángeles Sánchez Gandarillas©

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