—Cierra
los ojos —me dijo—. Imagínate que estamos en el mes de agosto y ábrelos. ¿Qué
ves? ¿Qué crees que está pasando?
Sonreí,
cerré los ojos, imaginé las riadas de gente yendo y viniendo un día cualquiera
del mes de agosto, los abrí siguiendo el juego y me encontré con la playa
totalmente desierta. No había ni un
alma.
—¿El
fin del mundo? ¿Una guerra? ¡Qué vértigo! —me reí.
Eran
las tres de la tarde de un martes del mes de abril. La playa estaba desierta,
como es habitual a esas horas un día cualquiera entre semana. Estaba dándome un
paseo con mi tía Fernanda. Me encanta hablar con ella, es muy culta; apenas ha
salido de su pueblo pero siempre está leyendo, viendo la televisión –programas
culturales, claro– o ¡viajando!
Hoy
es sábado. Me ha llamado para que la acompañe al médico, a la ciudad –es la
excusa para pasar la mañana juntas–. Hemos aparcado y va escuchando atentamente
mis aventuras del último viaje cuando, de repente, me pega un tirón de la
mochila, se la coloca, me quita la gorra y sale despavorida, cruza la calle con
el semáforo todavía en rojo y se para al otro lado, justo delante de un grupo
de turistas japonesas que están esperando para cruzar.
—¡Hazme
una foto! — grita —. Que no salgan los edificios, sólo las chinas.
Rápidamente
saco el teléfono y, justo cuando el semáforo se pone en verde y la avalancha de
orientales, con mi tía en medio, avanza hacia mí, disparo.
—Fotón
—le grito.
—Luego
me la pasas —me contesta, muerta de risa mientras se acerca y me devuelve la
mochila y la gorra.
Fernanda
tiene miles de seguidores en Instagram. En todas y cada una de sus fotos, sale
ella, la abuela viajera, en un país distinto y con su pie de foto
correspondiente: Japón, Rusia, Tanzania, y un sinfín de países más que consigue
con y sin mi ayuda.
El
mes pasado fue su cumpleaños. Cumplía los 90 y le preparamos una fiesta muy
especial. Nos disfrazamos todos sus sobrinos de azafatas y pilotos y nos
hicimos cientos de fotos. Se le saltaban las lágrimas.
—Ay,
hijos, qué buena idea; esta foto me faltaba.
En
ese momento sonó el teléfono y me acerqué yo a cogerlo.
—Tíaaaaaa
—grité—, no te lo vas a creer: llaman de Vascos
por el mundo, ¿qué les digo?
Almudena Pascual@

No hay comentarios:
Publicar un comentario