jueves, 16 de mayo de 2019

MI TÍA FERNANDA




—Cierra los ojos —me dijo—. Imagínate que estamos en el mes de agosto y ábrelos. ¿Qué ves? ¿Qué crees que está pasando?

Sonreí, cerré los ojos, imaginé las riadas de gente yendo y viniendo un día cualquiera del mes de agosto, los abrí siguiendo el juego y me encontré con la playa totalmente desierta. No había ni un  alma.

—¿El fin del mundo? ¿Una guerra? ¡Qué vértigo! —me reí.

Eran las tres de la tarde de un martes del mes de abril. La playa estaba desierta, como es habitual a esas horas un día cualquiera entre semana. Estaba dándome un paseo con mi tía Fernanda. Me encanta hablar con ella, es muy culta; apenas ha salido de su pueblo pero siempre está leyendo, viendo la televisión –programas culturales, claro– o ¡viajando!

Hoy es sábado. Me ha llamado para que la acompañe al médico, a la ciudad –es la excusa para pasar la mañana juntas–. Hemos aparcado y va escuchando atentamente mis aventuras del último viaje cuando, de repente, me pega un tirón de la mochila, se la coloca, me quita la gorra y sale despavorida, cruza la calle con el semáforo todavía en rojo y se para al otro lado, justo delante de un grupo de turistas japonesas que están esperando para cruzar.

—¡Hazme una foto! — grita —. Que no salgan los edificios, sólo las chinas.

Rápidamente saco el teléfono y, justo cuando el semáforo se pone en verde y la avalancha de orientales, con mi tía en medio, avanza hacia mí, disparo.

—Fotón —le grito.

—Luego me la pasas —me contesta, muerta de risa mientras se acerca y me devuelve la mochila y la gorra.

Fernanda tiene miles de seguidores en Instagram. En todas y cada una de sus fotos, sale ella, la abuela viajera, en un país distinto y con su pie de foto correspondiente: Japón, Rusia, Tanzania, y un sinfín de países más que consigue con y sin mi ayuda.

El mes pasado fue su cumpleaños. Cumplía los 90 y le preparamos una fiesta muy especial. Nos disfrazamos todos sus sobrinos de azafatas y pilotos y nos hicimos cientos de fotos. Se le saltaban las lágrimas.

—Ay, hijos, qué buena idea; esta foto me faltaba.

En ese momento sonó el teléfono y me acerqué yo a cogerlo.

—Tíaaaaaa —grité—, no te lo vas a creer: llaman de Vascos por el mundo, ¿qué les digo?

Almudena Pascual@

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