jueves, 13 de junio de 2019

LOS MIVIS




—Mi vida, ¿estás lista? Que llegamos tarde.

—Ya voy, mi vida.

Como casi cada dos viernes. Amparo y Joaquín (en adelante, MIVIDA1 y MIVIDA2) iban a casa de María y Beltrán a cenar. Esta vez, sus amigos —más mundanos y experimentales— les sorprendieron con sus recetas a base de harinas de algarroba. Apenas quisieron probarlo; para ellos, la algarroba era un producto para cerdos y punto. Después de aquello, tardaron algún tiempo en recuperar las cenas de “casi cada dos viernes”.

            Como la mayoría de los sábados, MIVIDA1 y MIVIDA2 se uniformaban con prendas de Decathlon e iban al Carrefour a hacer la compra.

Como todos los domingos —y esto sí que era sagrado—, iban a comer a casa de los padres de MIVIDA1.

—Qué bien cocina tu madre, mi vida —decía MIVIDA2.

Como todos los lunes, salían de sus zonas residenciales de la periferia y se dirigían a sus trabajos y, a la primera oportunidad, lanzaban su frase preferida: “¿Qué, de lunes?” 52 lunes al año no existían para ellos.

Como cada noche, veían su talent show preferido mientras enviaban mensajes con sus terminales móviles.

            Como cada vez que intuían la posibilidad de un triunfo deportivo, se ponían las camisetas, se pintaban con los colores del equipo y se apropiaban del resultado en primera persona. Daba igual que fuese futbol, tenis o petanca; lo importante era sentirse parte del colectivo.

Como cada día, aunque odiasen sus trabajos, intentaban sonreír para subir puestos en el escalafón de los siervos.

Como cada vez que había elecciones, MIVIDA1 y MIVIDA2 cambiaban el rumbo de las instituciones y no eran conscientes de ello.

Pasó el tiempo y todo seguía igual: los odiados y amargos lunes, las periódicas comidas en casa de la suegra, las compras compulsivas en la gran superficie, las frases manidas que copiaban de la televisión, las canciones abrasivas, los bailes grupales coreografiados y las series de moda… Hasta que, pasados cuatro años, un colectivo de especialistas en investigación de mercado, contratados por una multinacional productora de alimentos funcionales, tomaron como referencia a otros personajes similares a Amparo y Joaquín para su estudio. Los extrapolaron, buscaron clones y detectaron al segmento más amplio de la población para dirigir sus productos. Al final, concluyeron denominar a este grupo con la etiqueta de MIVIS, acrónimo de los “mi vidas”.

Meses después del estudio, mientras MIVIDA1 y MIVIDA2 disfrutaban de su talent show preferido, el presentador resaltó las bondades de los alimentos elaborados a partir de la algarroba. MIVIDA1 y MIVIDA2 se miraron y, resignados, se quedaron en silencio. Dos días después, aparecieron los campeones de la copa de balonmano con camisetas de “algorrobator, que te pone como un tornator”; otro día cualquiera, una bloguera estupenda vendía que su exuberancia y vitalidad la conseguía gracias a los extractos de algarroba, mientras que los influencers no hacían más que subir suculentos y visuales platos de algarrobas en las redes sociales; y hasta en el trabajo, el jefe de MIVIDA1 le contó que tomaba complejos vitamínicos a base de algarroba, lo que le ayudaba a afrontar “los lunes lleno de fuerza y de energía”, como rezaba el anuncio de la televisión.

Uno de casi todos los sábados, mientras MIVIDA2 recorría los pasillos de su gran superficie, se encontró con los lineales repletos de productos con extracto de algarroba. Miró a ambos lados, para cerciorarse de que nadie la observaba. Y cuando estuvo segura, arrampló con todo lo que pudo y se dirigió, con la cabeza bien alta, hacia la caja. Ya en el coche, una sensación de euforia la acompañó, se sentía parte de algo. Llegó a casa y descubrió que MIVIDA2 la estaba engañado: encontró un bote de complejos vitamínicos de algarroba en su mesilla de noche. No se lo recriminó, se sentían seguros siendo partícipes de la nueva moda establecida.

Como casi cada dos viernes, volvieron a casa de María y Beltrán, coincidiendo con la final de futbol. Esta vez llevaron camisetas para todos con el logo de Algarrobator, el nuevo patrocinador, y pidieron pizzas de piña con extracto de algarroba. Cuando su equipo marco el primer gol, gritaron, se abrazaron, se besaron y se intercambiaron un mutuo “¡mi vida, te quiero!”

Corrieron a por más cervezas a la cocina y descubrieron que éstas, ya no sólo es que las comprasen a granel en envases reutilizables, sino que estaban formuladas con agua de mar y algas. Se quedaron en silencio y extrañados, pero al rato les dio igual. Sabían que los complejos de algarroba que tomaban eran el antídoto ideal para afrontar las depresiones, las decepciones y la envidia. Y lo más importante, dejaron de jodernos los lunes al resto de los mortales.

Óscar Nuño©

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