—Mi
vida, ¿estás lista? Que llegamos tarde.
—Ya
voy, mi vida.
Como casi cada dos viernes.
Amparo y Joaquín (en adelante, MIVIDA1 y MIVIDA2) iban a casa de María y
Beltrán a cenar. Esta vez, sus amigos —más mundanos y experimentales— les
sorprendieron con sus recetas a base de harinas de algarroba. Apenas quisieron
probarlo; para ellos, la algarroba era un producto para cerdos y punto. Después
de aquello, tardaron algún tiempo en recuperar las cenas de “casi cada dos
viernes”.
Como la
mayoría de los sábados, MIVIDA1 y MIVIDA2 se uniformaban con prendas de
Decathlon e iban al Carrefour a hacer la compra.
Como todos los domingos —y
esto sí que era sagrado—, iban a comer a casa de los padres de MIVIDA1.
—Qué bien cocina tu madre,
mi vida —decía MIVIDA2.
Como todos los lunes,
salían de sus zonas residenciales de la periferia y se dirigían a sus trabajos
y, a la primera oportunidad, lanzaban su frase preferida: “¿Qué, de lunes?” 52
lunes al año no existían para ellos.
Como cada noche, veían su talent show preferido mientras enviaban
mensajes con sus terminales móviles.
Como cada
vez que intuían la posibilidad de un triunfo deportivo, se ponían las
camisetas, se pintaban con los colores del equipo y se apropiaban del resultado
en primera persona. Daba igual que fuese futbol, tenis o petanca; lo importante
era sentirse parte del colectivo.
Como cada día, aunque
odiasen sus trabajos, intentaban sonreír para subir puestos en el escalafón de
los siervos.
Como cada vez que había
elecciones, MIVIDA1 y MIVIDA2 cambiaban el rumbo de las instituciones y no eran
conscientes de ello.
Pasó el tiempo y todo
seguía igual: los odiados y amargos lunes, las periódicas comidas en casa de la
suegra, las compras compulsivas en la gran superficie, las frases manidas que
copiaban de la televisión, las canciones abrasivas, los bailes grupales
coreografiados y las series de moda… Hasta que, pasados cuatro años, un colectivo
de especialistas en investigación de mercado, contratados por una multinacional
productora de alimentos funcionales, tomaron como referencia a otros personajes
similares a Amparo y Joaquín para su estudio. Los extrapolaron, buscaron clones
y detectaron al segmento más amplio de la población para dirigir sus productos.
Al final, concluyeron denominar a este grupo con la etiqueta de MIVIS, acrónimo
de los “mi vidas”.
Meses después del estudio,
mientras MIVIDA1 y MIVIDA2 disfrutaban de su talent show preferido, el presentador resaltó las bondades de los
alimentos elaborados a partir de la algarroba. MIVIDA1 y MIVIDA2 se miraron y, resignados,
se quedaron en silencio. Dos días después, aparecieron los campeones de la copa
de balonmano con camisetas de “algorrobator, que te pone como un tornator”;
otro día cualquiera, una bloguera estupenda vendía que su exuberancia y
vitalidad la conseguía gracias a los extractos de algarroba, mientras que los influencers no hacían más que subir
suculentos y visuales platos de algarrobas en las redes sociales; y hasta en el
trabajo, el jefe de MIVIDA1 le contó que tomaba complejos vitamínicos a base de
algarroba, lo que le ayudaba a afrontar “los lunes lleno de fuerza y de energía”,
como rezaba el anuncio de la televisión.
Uno de casi todos los
sábados, mientras MIVIDA2 recorría los pasillos de su gran superficie, se
encontró con los lineales repletos de productos con extracto de algarroba. Miró
a ambos lados, para cerciorarse de que nadie la observaba. Y cuando estuvo
segura, arrampló con todo lo que pudo y se dirigió, con la cabeza bien alta,
hacia la caja. Ya en el coche, una sensación de euforia la acompañó, se sentía
parte de algo. Llegó a casa y descubrió que MIVIDA2 la estaba engañado:
encontró un bote de complejos vitamínicos de algarroba en su mesilla de noche.
No se lo recriminó, se sentían seguros siendo partícipes de la nueva moda
establecida.
Como casi cada dos viernes,
volvieron a casa de María y Beltrán, coincidiendo con la final de futbol. Esta
vez llevaron camisetas para todos con el logo de Algarrobator, el nuevo
patrocinador, y pidieron pizzas de piña con extracto de algarroba. Cuando su
equipo marco el primer gol, gritaron, se abrazaron, se besaron y se intercambiaron
un mutuo “¡mi vida, te quiero!”
Corrieron a por más
cervezas a la cocina y descubrieron que éstas, ya no sólo es que las comprasen
a granel en envases reutilizables, sino que estaban formuladas con agua de mar
y algas. Se quedaron en silencio y extrañados, pero al rato les dio igual. Sabían
que los complejos de algarroba que tomaban eran el antídoto ideal para afrontar
las depresiones, las decepciones y la envidia. Y lo más importante, dejaron de
jodernos los lunes al resto de los mortales.
Óscar
Nuño©
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