jueves, 13 de junio de 2019

ALGARROBAS




Después de las tres noches que durmió en “decúbito prono”, es decir, boca abajo y la cabeza de lado, debido a sus “inquietudes” sin resolver, se prometió no volver a la playa a contemplar mozas en ropa interior de colores.

            Los cuatro días restantes de sus vacaciones, se dedicó a conocer el entonces pueblo marinero y a las “benidormeras”.

Cambió el traje negro por una camisa de grandes flores naranjas y verdes, pantalón verde hasta la rodilla, calcetines blancos, chanclas azules de playa y gorra a juego. Ese cuarto día paseó por las concurridas calles, viendo mozas en pantalón corto y camiseta ceñida, lo que no le ayudó a calmar sus “inquietudes”. Cansado, con sed y los ojos como un camaleón, se animó a entrar a una cafetería, ¡él, que nunca entró en la taberna de su pueblo! Pidió una caña de cerveza fresquita. No solía beber, pero tenía tanto calor que la ingirió de un trago. Y luego siguió otra y otra… y otra. Todo le daba vueltas, no atinaba a poner el codo en la barra. Como pudo, se sentó en un taburete, que comenzó a girar sin parar, y salió despedido, cayendo estrepitosamente al suelo. Las chanclas, también; la gorra no, la llevaba bien enroscada.

            Cuando abrió los ojos, la señora de la limpieza, con moño apretado, le daba cachetitos en la cara intentando reanimarlo.

            –¿Está “usté” bien?

            –Fsi, fsi –decía Sindulfo, con risita tonta.

            Ya sentado en una silla y con un café bien cargado, ella se presentó: Altagracia, onomástica: 21 de enero. Alta sí era, le sacaba dos cabezas, y seca, alargada y cetrina como una algarroba.

            Soltera como él, Altagracia le acompañó hasta la pensión, agarrada, melosona, a su brazo. Y pensaba: ¡Soltero!, tierras, animales, tractor y… ¡virgen! ¿Dos hermanas? Bah, ya se verá, si son como él… ¡Este no se me escapa!

            –Sindulfo, mañana es mi día libre. Vendré a visitarle por la tarde, para quedarme tranquila.

            Esa noche, él estaba como en éxtasis y durmió decúbito supino, pensando… guapa no es, pero las feas duran más, ¡no te las quita “naide”! Y es soltera, y virgen, de pueblo, como yo. ¡Esta no se me escapa! La impresionaré. Iremos a ese restaurante fino que he visto hoy, “La Fondue”. Suena a extranjero. Y, con sonrisita tontorrona, se entregó a los brazos de Morfeo.

            Altagracia llegó enfundada en un vestido gris, abotonado hasta el moño y cubriéndole las rótulas. Encontró a Sindulfo frente al televisor, con su traje negro y camisa blanca, repeinado como si le hubiese lamido su vaca Margarita. Se saludaron tímidamente y él le dijo que se encontraba ya muy bien.

            –Altagracia, “soy agradecío” por lo de ayer. La invito a cenar a un restaurante “desos de postín”.

Ella se hizo la remolona, lo justo, diciendo que no la confundiera con una fresca, ya que era “mu honrá”. Sindulfo, colorado como una amapola, respondió;

            –Usté perdone, si no pué ser…

            Altagracia, al ver que él daba marcha atrás…

            –Haré “unaparte por ser usté”. Iré.

            Caminaron, sin apenas hablar, hasta el restaurante. Un camarero, que hablaba extranjero, les condujo hasta una coqueta mesita con mantel rosa y una velita encendida, en un balconcito lleno de plantas. El garçon les dejó dos grandes cartas. No entendían nada de lo que estaba escrito. Sindulfo, para impresionar a su dama, leyó lo primero: “FONDUE BOURGUIGNONNE DE VIANDE DE BOEUF, FRITE A L´HUILE”. Silbó al garçon, que, anonadado, acudió:

–¿Monsieur?

            –Queremos dos de “FONDO BORGINO DE VIEN DE BUF FRITO”, “mufrito pamí y vien de buf y pa ésta tambien”.

            –¿Et pour boire?

A Sindulfo se le cambió “la color”, se puso blanco. El camarero, al verle desorientado, les hizo entender, por mímica, que qué deseaban beber. Miró a Altagracia y ésta pidió agua. El garçon dijo:

            –¿De l´eau?

       Y Sindulfo:

            –De lo… de la que quiera. Del grifo mismamente, una jarra bien grande.

            Les sirvieron la fondue: calentador de alcohol, recipiente con aceite, tenedores de mango largo, varias salsas y la carne cruda en daditos para freírla en el aceite. Miraban sin saber qué hacer. Sindulfo, una vez más, tomó la iniciativa: pinchó y pinchó la carne, dos, tres, cuatro trozos, los untó en las diferentes salsas y, por último, en aceite. Ella le imitó: la comieron cruda. Al rato, llegó el garçon pidiendo perdón –eso sí, en extranjero– por no haber encendido el infiernillo. Lo prendió y, con gestos, les hizo saber que la carne se fríe. Minutos más tarde, el aceite comenzó a humear, chisporrotear… Sindulfo, de pie, asustado, vertió sobre el recipiente la jarra de agua. Altagracia huyó despavorida, hasta se salió del vestido gris abotonado hasta el moño.       De lo que allí ocurrió, aún se comenta hoy en día por la enorme bola de fuego que se formó.

            Continuará…
                                                                          
Ana Pérez Urquiza©

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