Tengo que reconocer que, sobre
algarrobas, nunca he sabido nada. Cuando vivía en Madrid, dando un paseo por la
urbanización, en una hondonada, vi unos árboles frondosos de los que colgaban
como unas judías enormes que me llamaron la atención. Pregunté y me dijeron que
eran algarrobas. Sentí curiosidad, pero la verdad es que, en el sitio donde
estaban, era complicado satisfacerla y desistí.
La segunda vez que me topé con otras
algarrobas fue el año pasado en el Puerto de la Cruz (Tenerife). Cerca del
hotel, caminando por la acera, otras algarrobas que sobresalían de un jardín
pendían sobre nuestras cabezas, pero ni se me ocurrió tocarlas.
Dado que tenemos que escribir sobre
ellas, he mirado en Internet y me he llevado una grata sorpresa al ver el valor
de esta planta, lo olvidada que está y el hambre que quitó en los tiempos de
guerra.
Alimento muy completo, y España,
productor principal mundial. En Argentina usan su harina para hacer un pan
especial llamado patay. Desecadas,
tostadas y pulverizadas, se usan como espesante. Tienen un sabor dulce; el
cincuenta por ciento, azúcares naturales. Gran cantidad de minerales –calcio, seis
veces más que el cacao y equiparable al queso–. Ácidos grasos, oleico y
linoleico. No posee gluten –una maravilla para celiacos–. Hasta sus flores son
comestibles, con un gusto agradable, picante, usadas en ensaladas y hasta para
hacer buñuelos. ¡TODO UN DESCUBRIMIENTO!
Mª EULALIA
DELGADO GONZÁLEZ©
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