jueves, 13 de junio de 2019

LOS HIJOS DE LA MANCHA




Llegué de amanecida a una aldea, cuando el sol iluminaba el paisaje y las caras de pánico de sus vecinos. Las gentes me lanzaban miradas de incredulidad y desconfianza. Les saludaba con la mano, pero sus semblantes eran de rechazo absoluto.

Observé, a larga distancia, un cercado de madera lleno de niños que jugaban con piedras y palos. Cuando me acerqué, vi, estupefacta, que todos tenían una mancha en la frente en forma de uva y de color vino tinto.

Alguien desde una casa me hizo señas para que me acercara y lo hice a toda prisa, asustada por lo que acababa de contemplar. Me rogó que pasara al interior para poder hablar tranquilamente y no ser vistas ni oídas.

–He visto unos niños…

–Calla, calla –me dijo la mujer–, nos pueden oír, y las consecuencias…

–¿Por qué tienes tanto miedo a hablar?

–Bebe un poco de agua y descansa. Te explicaré lo que sucede en la aldea.

Se escucharon trotes de caballos y mucho griterío. La mujer cerró las ventanas y me ordenó, con un gesto, silencio.

Me quedé dormida, estaba exhausta y desperté llegada la noche. Solo se escuchaban los cantos de unos grillos y el croar de las ranas de un riachuelo cercano.

Jimena, que así se llamaba la mujer, me había preparado unos huevos con pan y frutos del bosque, que engullí con celeridad, y un vaso de leche de cabra.

Le costaba verbalizar los hechos, dudaba cómo comenzar. Hablaba muy bajito, como si temiera ser escuchada por alguien detrás de la puerta.

–¿Te fijaste en la mancha de los niños de la cerca? ¿Viste a la caballería del marqués entrar avasallando a las gentes?

–Sí, por eso quería preguntarte, ¿quiénes son?, ¿por qué están cercados? ¿Y esas manchas en la frente?

–Son los hijos del Marqués de la Pernada, fruto de las violaciones. Cada semana, coincidiendo con el mercado, sus soldados hacen una redada por la comarca y secuestran a una joven. Las llevan al castillo, donde el marqués las viola y, cuando quedan embarazadas, las devuelve a sus familias. Si nacen niñas, quedan al cuidado de sus familias; si son niños, los entregan a las amas de crías, que los cuidarán hasta que tengan cuatro años. Después son trasladados y encerrados en las cercas, como si de animales se tratara. Son atendidos por el personal del castillo, reciben buenos alimentos, pero los tratan a latigazos. Cuando cumplen dieciséis años, son trasladados a un campo de entrenamiento, donde los preparan para ser soldados del marqués.

Yo asentía, incrédula y aterrada. No preguntaba nada, no quería interrumpir su minuciosa narración de tan siniestros hechos.

Nos fuimos a dormir, evitando así mis preguntas. Cuando amanecía, escuchamos el galopar de caballos. Nos levantamos de golpe y atisbamos detrás de los cristales. Los soldados se habían concentrado en la plaza y solicitaban una curandera para arreglar los problemas de impotencia del señor marqués. En un plazo de veinticuatro horas debería personarse en el castillo.

–Jimena, escucha con atención –le dije yo–. Soy curandera y tengo la solución al problema del marqués. Esta tarde iré hasta el castillo para ofrecer mis servicios.

–No, no puedes ir, puede costarte la vida en caso de no poder curar al maldito violador.

–Tranquila, sé cuidarme sola. Quiero y puedo ayudaros. He de intentarlo. Su impotencia intensificará su violencia hacia vosotros y las consecuencias serán terribles. Tengo un licor de algarrobas secas, que he tenido en maceración un año, y es la solución para su impotencia.

Me despedí, cogí mis bártulos y emprendí el camino del castillo, donde fui conducida a los aposentos del tirano. El marqués estaba tendido en un camastro y bebía vino, con tanta ansiedad que se derramaba por las comisuras de sus labios. La imagen me produjo náuseas y estuve a punto de vomitar.

–¿Tienes la solución a mi problema? Sabes que, si no logras curarme, tendrás consecuencias poco agradables. Tienes una semana para que los resultados sean visibles. En caso contrario, serás entregada a los soldados de las montañas y ellos se encargarán de darte tu merecido.

–Sí, la tengo. Antes de una semana estará curado, señor marqués. Pero tiene que seguir las instrucciones al pie de la letra. Se trata de una enfermedad muy contagiosa, y los siguientes serán todos los hombres que están a su servicio. Todos deben ponerse en tratamiento hoy mismo. Reúna a todos sus soldados, beban todos el vino que yo les prepare con las gotas medicinales y, en cuarenta y ocho horas, usted recuperará un vigor inimaginable.

La noticia de la muerte del marqués y sus soldados corrió como la pólvora. Las gentes lo celebraban, el terror se había acabado.

Jimena me agarró la mano:

–¿Tienes algo que contarme?

–Se ha hecho justicia… naturalmente.

Nieves Reigadas©

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