Necesitaba relacionarse. Llevaba un
par de meses viviendo en el pueblo sin apenas vida social y se aburría. Pero ocurrió
que dos parejas, a quienes apenas conocía, le invitaron a una cerveza en la
terraza de un bar. Contaban chistes, reían, y bajaban la voz cuando intercambiaban
dimes y diretes de sus convecinos. Cuando tuvo la oportunidad, aprovechó para
indagar sobre un asunto que venía interesándole por aquellos días:
–He
oído rumores de que hay en el pueblo un taller de escritura. ¿Sabéis algo de
eso?
Le
sorprendió que el grupo enmudeciera y se miraran unos a otros de una forma que
se le antojó enigmática.
–¿Qué
pasa? ¿He dicho algo malo?
–¿Tú no ehtará buhcando problema, no? –se
apresuró a contestar una de las dos mujeres, que tenía la piel arrugada y los
ojos saltones y le recordaba a una iguana.
–¿Problemas?
¡Qué va! Yo sólo pregunto si existe ese taller, porque igual me gustaría
apuntarme. Me va el rollo ese de escribir.
–Ni se tocurra, colega –intervino el compañero
de la iguana, que se parecía a El Pescaílla–. Cuanto má lejo, mejó. Ahí ehtán tóo majara, ¿no te lan disho?
–Pues
no, yo creía que un taller de escritura…, ya sabéis, cosa intelectual.
–¿Intelestual? Ahí lo cay eh gente mu rara,
eso lo sabe tóo er pueblo –se explicó El Pescaílla.
–Cuéntale, cuéntale lo de la Ana esa
–terció la iguana, con la inquina consustancial a su especie.
–Uy, uy, cuidaíto, ¿eh?, quesa no eh trigo
limpio. Cómo ehtará de la cabesa que pa desí carguien ehtá bocabajo te dise quehtá
“decúbito prono”, ¡no te joe!
–Y pa desí questá de cohtao, te dise quehtá
“decúbito supino”, que tiene cohone –apostilló la otra mujer, una morenaza
con espléndidos parachoques.
El
compañero de la de los parachoques, con un piercing
en la nariz que parecía un moco y que hasta entonces no había abierto la boca
más que para beber, creyó dar con la clave:
–Como eh vac.ca, se le ehcaparía en euhkera.
La
de los parachoques echó más leña al fuego:
–Y hay también una pelirroja que ni te
cuento…
–¿Qué
es, extranjera? –se interesó el forastero.
–¡Qué va! Mucho peó: catalana.
–¡Ahí
va la hostia! ¿Y la han dejado entrar?
–Ahí entra tóo er mundo. Pero esa ehtá zumbá
de verdá. Tóo er día que si er Mediterráneo parriba, que si er Mediterráneo
pabajo. Como si no tuviéramo nosotro pese aquí en Chipiona como pa tenel.lo que
traé der Mediterráneo ese, coño.
Cuanto
más le contaban del taller de escritura, más crecía en él un enfermizo interés.
Como vieran que aún dudaba, la de los parachoques volvió a la carga:
–Cariño, cuéntale lo de loh do tío y la tía esa
can venío de Madrí.
–¿De
la capital? –casi se le atragantó una aceituna al forastero– ¡Joder, qué nivel!
Supongo que estarán enchufados en el Gobierno, ¿no?
–Enshufao no sé, pero pirao, lo que yo te
diga. Ehtán tóo er día en remojo, como la rana, pero subío en una tabla. Y
asín, claro, er serebro se dehcompensa, no falla.
–¿Y
la tía también?
–¡Bueno! Como un senserro, lo que yo te diga.
Empezó
a sentir la comezón de la duda. ¿Y si tenían razón y mejor no se acercaba por el
taller? La iguana, aparentemente, fue demasiado lejos:
–Cuéntale, cuéntale lo de la tal Nieve.
–¡¡¡PSSST…!!! Calla, coño, quesa ehtá casá
con un guardia siví. A vé si noh va a buhcá la ruina –la reprendió El
Pescaílla, mirando a su alrededor para asegurarse de que nadie en las otras
mesas les hubiera oído.
El del piercing
moquero eructó y apostilló:
–¡Y eh que mira que llega tú a sé bocasa!
A la
iguana no le gustó nada que la insultara:
–¿Bocasa yo? ¡Será cabrón er tío! Fíjate si
soy bocasa que ni siquiera le he disho a nadie que tu madre eh puta…
–Bueno, mujé, tampoco eh jeso; a vé si se va
a quedá sin cliente, la pobre, que la vida ehtá mu ashushá.
–Eso, eso, que ya se sabe que toa la monea
tienen doh cara –filosofó la de los parachoques.
El Pescaílla
miró con detenimiento una moneda de euro:
–Pué la mía será farsa, porque tiene una crú…
–Ya me entiende: eh una mestáfora. Un poné, coño.
–Vaya,
pues estoy empezando a preocuparme –les confesó el forastero–. Igual tendré que
pensármelo dos veces.
–Y eso no eh na –continuó El Pescaílla–: ahí no hay nadie normá. Hay un tío que tase
un ensayo sobre lo aseite esensiale, er seso de la mohca, o la jarmorrana de
Mao Tse Tung; una feminit.ta que dise que Dios ha de sé muhé, y no le lleve la
contraria, que tarma un pollo que te caga; otra y otro que no pasa un día que
no tagan un romanse de una niña que baila por er bohque, o un soneto dun
pajarito enamorao, o lo que le sarga der shishi o lo cohone, según correhponda
ar sujeto; una que ya le puede poné er tema que te sarga der níhpero, que te va
a ehcribí de hohpitale; otra que si tú ere catalana, yo comillana, que es mejó;
y una rubia que, como se le siente un tío a su lao, se levanta y sale cagando
leshe como si hubiera visto ar diablo. Camisa de fuersa pa tóo, lo que yo te
diga.
–Oye, ¿y todo eso quién lo controla?
La
iguana habló ahora con un tono quedo, confidencial:
–Corre er rumó de que eh un siquiatra camuflao,
contratao por el ayuntamiento pa ve si le jarregla un poco la cabesa y no hay
que enserral.lo a tóo en er frenopático.
–Por
cierto, ¿qué hora es? –preguntó súbitamente el forastero.
–La ocho meno dié –le contestó la de los
parachoques.
–Uy,
he de irme, que si entro después de las ocho me dan un electroshock.
–Ni caso –le quiso tranquilizar el del
moco–. Sólo son rumore pa que no llegueh
tarde.
José-Pedro Cladera Fontenla©
2 comentarios:
Genial el relato.
Lo que me he reído, durante un rato.
Me he quedado con las ganas de saber los rumores sobre la tal Nieves, seguro serían de gran interés.
Gracias, Pedro.
NRN
Gracias, NRN. Me hubiera gustado reírnos juntos en el taller. Otra vez.
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