domingo, 13 de octubre de 2019

RUMORES




Hay rumores que son sentencias de muerte, que corren como la pólvora para terminar convirtiéndose en ella, como los que condenaron a muerte a Patricio Hernando hace unos días. Rumores que hablaban de su encuentro en una discoteca con la novia del capo del cártel de Juárez.

Al joven le descerrajaron veinte tiros y le desmembraron sus genitales, una muerte anunciada y ejecutada con la intolerable crueldad de la que hacen gala los sicarios de Juan Pablo Ledezma, a la sazón jefe del temido cártel de la droga que campa a sus anchas por la ciudad fronteriza mexicana.

De nada le sirvió a Patricio Hernando su recién conseguida tarjeta verde de residente en Estados Unidos y su conocida pronta vuelta al país vecino, de nada sirvieron sus gritos de súplica a los sicarios aclarando lo que realmente había sucedido entre él y la novia de su jefe: las órdenes de un narco poderoso son como su novia, nadie las pone en duda. Los sicarios no querían desconocer su parte en esta historia como Patricio parecía haber traspasado la suya.

Esos rumores con olor a pólvora escupían veneno sobre Elena Guzmán, una miss de impresionantes piernas que había enloquecido a Juan Pablo un par de años antes, cuando la vio entre bambalinas en uno de los sórdidos concursos de belleza que ambientan los sábados por la tarde las discos que jalonan las calles adyacentes a la Plaza de las Misiones. Una vez que había estado en el lugar equivocado en el momento más inoportuno, la suerte de Elena estaba echada: sólo la muerte del jefe del cártel la liberaría de su lado, y no siempre...

Como buenos rumores, no había manera de comprobar la veracidad de las palabras que habían llegado a oídos del jefe y que hablaban de unos abrazos y miradas cómplices de Elena y Patricio junto a un reservado de Evolution, la discoteca de la narcojetset de Juárez. Ciudad Juárez es una ciudad sin alma ni escrúpulos, un oscuro lugar del planeta donde han desaparecido más de 700 mujeres en los últimos años, mujeres como Elena, habitualmente jóvenes y de las que, en ocasiones, ni siquiera aparecen sus cuerpos, gracias, entre otros, a la eficacia de los pozoleros locales, hábiles alquimistas dispuestos a disolver en ácido para baterías cualquier cuerpo traído por los sicarios al mando de Juan Pablo.

Esos rumores, a saber por qué, querían hacer daño a una mujer guapa y enloquecer a un despiadado narco, sin tener en cuenta que Patricio era un buen chico, que jamás habría pisado esa maldita discoteca de no ser porque Elena supo que andaba por la ciudad y quiso verlo después de casi diez años separados por una valla. En cualquier caso, ser bueno es algo que no cotiza mucho en una sociedad corrompida hasta los huesos que los pozoleros deshacen con mimo en los barriles de 35 galones.

La información que el temido jefe del Cártel de Sinaloa recibió era cierta pero no certera, y lo que más irritó al tan cruel como feo jefe de los sicarios de la frontera, un hombre inseguro ante la belleza de Elena y paranoico hasta extremos insospechados, fue que los rumores del encuentro entre su novia y el antiguo amigo de esta hacían mención a la amistad que la bella Elena y el fornido y guapo Patricio habían tenido hacía diez años, los transcurridos desde que Patricio cruzó la frontera a probar suerte con el capitalismo y Elena se quedó para apostar por su belleza.

Fue en esos años atrás cuando dos jóvenes de barrio se hicieron novios para enmascarar sus encuentros, un tiempo en el que se hicieron confidentes mutuos llevados por la necesidad, un tiempo en el que apostaron por estar juntos y así poder hablar, con cariño, ternura y discreción, bajo el paraguas de un falso noviazgo, de lo que nadie quería hablar en una sociedad rabiosamente machista y enloquecidamente feminicida: que eran un hombre al que le gustaban los hombres y una mujer a la que le gustaban las mujeres.

Santos Gutiérrez ©

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