Al día
siguiente de La MASCLETÁ que originó Sindulfo involuntariamente aquella noche
fatídica en el restaurante La FONDUE para impresionar a Altagracia y que provocó
que ésta huyera despavorida, él no se atrevió a volverla a ver. Deambuló por Benidorm
como un alma en pena, cabizbajo, abatido, absorto; ni las mozas en shorts que pasaban a su lado le
despertaban las “inquietudes”.
Entró
en un local que le pareció pintoresco, en la playa. Le atrajo una música
diferente a la de María Jesús y su acordeón,
a la que tan acostumbrado estaba. En el letrero se podía leer: REGGAE, y pasó.
El bar era pequeño, cubierto por un techo de paja con banderitas de colores; la
barra, decorada con redes de pesca; cinco taburetes de madera; tras las
botellas, un gran poster con hojas grandes y verdes sobre fondo amarillo y, en
letras rojas: “REGGAE MUSIC JAMAICA”. La atmósfera olía… diferente. Le recordó
al heno de sus campos, pero más dulzón. Detrás de la barra, un tipo con
trencitas de color negro, moviéndose al son de aquella música pegadiza “One
Love”, de Bob Marley, le preguntó:
–¿Qué
te pongo, hermano?
Sindulfo
miró a su alrededor, pero allí no estaba nada más que él y el moreno. Pensó: ¿Qué
hermano?
–¡Paz, amor, unión e igualdad,
hermano!
Sidulfo,
respondió:
–¡Mu
buenas!
El
camarero feliz, al verle indeciso, le sugirió:
–Te
voy a poner “AGUA DE JAMAICA”. Ya tú verás, hermano.
–Sindulfo
aceptó la sugerencia. Le dio un primer sorbo al cóctel: le gustó. Otro sorbito:
le gustó aún más. El Bob Marley rastafari, al ver que lo terminó al tercer
trago, le dijo:
–¿Otra
“AGÜITA DE JAMAICA, hermano?
–Sí,
esta agua está mu güena, pero que mu güena, hermano, más mejor que la de mi
pueblo.
–Sobre
la barra, había un gran bizcocho, doradito y esponjoso, y le pidió al rastafari
un trozo. Sindulfo se lo comió con avidez. Sabía diferente al que preparaban sus
hermanas, pero le gustó mucho; tanto que le pidió al trencitas que le pusiera
otro para llevárselo a la pensión. Al pagarle, el rasta le advirtió que lo comiera
despacito:
–¡Le
he puesto MARÍA, eh!
Sindulfo
respondió:
–MARÍA…
¡Bonito nombre pa un pastel!
Ya en
la habitación de la pensión, le entró hambre y atacó al bizcocho, se acostó y
durmió. Al cabo de unas horas, despertó muy malo, las piernas se movían solas,
temblaba, el corazón latía en su pecho como un potro desbocado… Asustado,
acertó a abrir la puerta de su habitación y pedir socorro. La dueña de la
pensión le llevó al hospital. Allí, tendido en una cama en un box, le hicieron
las pruebas correspondientes. Pasadas unas horas, el médico de urgencias llegó
con los resultados, acompañado de una enfermera. Sindulfo, con ojos de cachorro
abandonado, preguntó:
–¿Qué
ma pasao, dortó?
–Ha
dado positivo toxicológico. ¿Qué ha tomado usted?
–Yo…, yo…,
dos aguas…, pero de Jamaica, ¿eh?, y dos trozacos ansí de grandes de bizcocho MARÍA.
El
médico y la enfermera se miraron, conteniendo las carcajadas. Son rumores, pero
se dice que aún se comenta en el hospital de Benidorm lo del bizcocho MARÍA.
Ana Pérez
Urquiza©
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