jueves, 12 de diciembre de 2019

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Tienes miedo, mucho miedo. Todo está lleno, la calle está llena; los bares están llenos y las aceras están llenas de mierda. ¡Qué hastío!

Seis, siete, ocho, nueve, diez, te atragantas, once, escupes y doce: ¡por fin! un año más ha terminado este estúpido ritual. Te has convertido en un huraño cascarrabias o, como dicen ahora, un “hater”. Deberías aceptar que Luna se fue y no volverá jamás. Ya sé que tú no lo elegiste, pero tendrás que asumirlo, la soledad no es tan mala. Sal a la calle y mézclate con el barullo, transfórmate, conecta. Te gustaría ir a Plutón, pero estará lleno de chusma y tendrás que transpirar con el rebaño.

Has optado por quedarte en casa aislado, tú verás. Los demonios acechan y Luna no va a volver. Ha amanecido y el resplandor del alba te martillea los ojos. Te han despertado los pasos y la borrosa visión de una silueta saliendo del salón. Los ceniceros están llenos de colillas, las copas medio llenas, hay preservativos en el suelo. ¿Qué ha pasado? La mesa está llena de cajas de Trankimazin, billetes enrollados y tiznas de coca salpicando la mesa.

Te asomas a la ventana y las calles están vacías. Te reconfortas. Ahora sí. Ahora sí que irás a Plutón, suponiendo que esté abierto. Hace frío, pero la avenida está vacía. Tomas el atajo para el Plutón y cuatro siluetas avanzando hacia ti perturban tu momento único y especial. Son sharperos. Al cruzarte con ellos, te das cuenta de que sus ojos están vacíos y seguramente ni te han visto, son muertos vivientes. La ráfaga a su paso desprende un hedor entre pis, nicotina y pólvora. ¡Es repugnante!

El Plutón está abierto, al menos la puerta. Entras y compruebas que está todo vacío. Sólo Sol está detrás de la barra, recogiendo los despojos de la noche. Pides un whisky con hielo. Ni siquiera os felicitáis el año, ¿para qué? Sol te contesta que tendrá que ser sin hielo. Asientes. Coge la botella y no sale nada, está vacía. Te quedas mirando el vaso y no hay sustancia, solo un frío cristal envolviendo la nada.

Regresas a casa por las avenidas vacías. El ascensor siempre está vacío. Pulsas el doce. Al abrir la puerta, sientes el gélido aislamiento. La casa está más vacía que la calle y hace mucho más frío. Estás convencido de que estarás mejor fuera. Sales a la terraza. Te apoyas en la mesa, te fumas un cigarro…, lo apagas y te incorporas subiendo los pies sobre el tablero. Tocas el techo con las manos y apoyas un pie sobre la barandilla, luego el otro. Y te quedas haciendo presión arriba y abajo contemplando el horizonte. Empiezas a llenarte de adrenalina y tus manos progresivamente dejan de presionar el techo; flexionas las rodillas, sonríes, te impulsas hacia delante y te zambulles atraído por el magnetismo de una órbita desconocida. Sientes la caída y cómo el estómago se sale de tu cuerpo; las lágrimas te peinan la orejas y la resistencia con el aire es brutal, cálida y excitante. Poco a poco empiezas a controlar el viaje y todo se vuelve más ligero. Avanzas entre infinitas líneas multicolor y una sensación de felicidad que no habías experimentado nunca te envuelve. Ahora planeas por el firmamento y sientes la vida mientras observas que la luna cada vez está más cerca.

Óscar Nuño©

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