Tienes miedo, mucho miedo.
Todo está lleno, la calle está llena; los bares están llenos y las aceras están
llenas de mierda. ¡Qué hastío!
Seis, siete, ocho, nueve,
diez, te atragantas, once, escupes y doce: ¡por fin! un año más ha terminado
este estúpido ritual. Te has convertido en un huraño cascarrabias o, como dicen
ahora, un “hater”. Deberías aceptar
que Luna se fue y no volverá jamás. Ya sé que tú no lo elegiste, pero tendrás
que asumirlo, la soledad no es tan mala. Sal a la calle y mézclate con el
barullo, transfórmate, conecta. Te gustaría ir a Plutón, pero estará lleno de
chusma y tendrás que transpirar con el rebaño.
Has optado por quedarte en
casa aislado, tú verás. Los demonios acechan y Luna no va a volver. Ha
amanecido y el resplandor del alba te martillea los ojos. Te han despertado los
pasos y la borrosa visión de una silueta saliendo del salón. Los ceniceros
están llenos de colillas, las copas medio llenas, hay preservativos en el suelo.
¿Qué ha pasado? La mesa está llena de cajas de Trankimazin, billetes enrollados
y tiznas de coca salpicando la mesa.
Te asomas a la ventana y
las calles están vacías. Te reconfortas. Ahora sí. Ahora sí que irás a Plutón,
suponiendo que esté abierto. Hace frío, pero la avenida está vacía. Tomas el
atajo para el Plutón y cuatro siluetas avanzando hacia ti perturban tu momento único
y especial. Son sharperos. Al
cruzarte con ellos, te das cuenta de que sus ojos están vacíos y seguramente ni
te han visto, son muertos vivientes. La ráfaga a su paso desprende un hedor
entre pis, nicotina y pólvora. ¡Es repugnante!
El Plutón está abierto, al
menos la puerta. Entras y compruebas que está todo vacío. Sólo Sol está detrás
de la barra, recogiendo los despojos de la noche. Pides un whisky con hielo. Ni siquiera os felicitáis el año, ¿para qué? Sol
te contesta que tendrá que ser sin hielo. Asientes. Coge la botella y no sale
nada, está vacía. Te quedas mirando el vaso y no hay sustancia, solo un frío
cristal envolviendo la nada.
Regresas a casa por las
avenidas vacías. El ascensor siempre está vacío. Pulsas el doce. Al abrir la
puerta, sientes el gélido aislamiento. La casa está más vacía que la calle y hace
mucho más frío. Estás convencido de que estarás mejor fuera. Sales a la
terraza. Te apoyas en la mesa, te fumas un cigarro…, lo apagas y te incorporas subiendo
los pies sobre el tablero. Tocas el techo con las manos y apoyas un pie sobre
la barandilla, luego el otro. Y te quedas haciendo presión arriba y abajo
contemplando el horizonte. Empiezas a llenarte de adrenalina y tus manos progresivamente
dejan de presionar el techo; flexionas las rodillas, sonríes, te impulsas hacia
delante y te zambulles atraído por el magnetismo de una órbita desconocida.
Sientes la caída y cómo el estómago se sale de tu cuerpo; las lágrimas te
peinan la orejas y la resistencia con el aire es brutal, cálida y excitante.
Poco a poco empiezas a controlar el viaje y todo se vuelve más ligero. Avanzas
entre infinitas líneas multicolor y una sensación de felicidad que no habías
experimentado nunca te envuelve. Ahora planeas por el firmamento y sientes la
vida mientras observas que la luna cada vez está más cerca.
Óscar Nuño©
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