jueves, 12 de diciembre de 2019

VACÍO




            Teodoro García Molano fue ejecutado el 13 de abril de 1944, día de San Hermenegildo. Desde el momento de su detención, no pronunció una sola palabra, ni en su propia defensa, hasta unos segundos antes de su muerte.

            Tras veinte años de profesión como dinamitero, una explosión mal controlada  le arrancó la pierna derecha por debajo de la rodilla. Sin haber cumplido aún los cuarenta, se trasladó a cuidar la granja de sus padres, que ya iban para mayores y andaban mal de salud –de hecho, ambos fallecieron pocos años después–. Su mujer, Ernesta, aunque era de ciudad, se mostró conforme, pues vivía atormentada por los celos –a veces justificados; otras, no–, que le provocaba ver a cualquier mujer hablando, riendo o coqueteando con el apuesto y faldero Teodoro. Pensó Ernesta que, en la granja, sin más vida social que la que ofrecía la taberna del pueblo y sin más ausencias de Teodoro que sus ocasionales idas y venidas a la ciudad para comprar utensilios o provisiones y un par de cenas al año, a las que él nunca faltó, con sus antiguos compañeros dinamiteros, no tendría motivos para seguir sufriendo los celos que la carcomían.

            Teodoro, aunque ciertamente gustaba de galantear con cualquier mujer que se le pusiera delante, nunca fue visto yendo más allá, y sólo su mujer parecía apreciar en ello motivos de alarma.

            Pronto, otro asunto aumentó las tribulaciones de Ernesta. Teodoro compró una caja fuerte, grande, sólidamente blindada y con cerradura de combinación mecánica. Él mismo la empotró, oculta, en una pared de la pocilga, donde más porquería se acumulaba, pues argumentaba que a nadie se le ocurriría buscar en semejante lugar. Pero, por más que ella insistió, jamás le dejó conocer la combinación de la caja ni ver su interior. Le decía que guardaba allí los ahorros para el día que fueran viejos, porque no tenían hijos que los fueran a cuidar y había que ser previsores. Pero no le dejaba verla.

            Ernesta estaba convencida de que allí, aparte de dinero, se escondía algo más. Y no dejaba de darle vueltas. Cuando él se ausentaba, ella intentaba una y otra vez dar con la combinación tan celosamente custodiada en la mente de su marido. Giraba en un sentido y otro el dial, prestando el oído en un afán por percibir algún golpecillo que le indicara que había acertado con un número. Pero todo era en vano. Y se desesperaba. Y gritaba a Teodoro, y le insultaba, y le amenazaba. Pero éste se mostraba inflexible.

            Los celos fueron en aumento cuando llegó al pueblo una nueva familia con dos hijas de veintipocos años, solteras y de muy buen ver. Enseguida entablaron amistad con Teodoro, que las hacía reír con sus chistes y sus galanterías. Las discusiones, incluso peleas, entre Ernesta y Teodoro llegaron al punto en que la vida se hizo insoportable para los dos, pero ninguno de ellos tenía otro sitio a donde marcharse. Se aguantaban y se soportaban, pero, donde un día hubo amor, Ernesta ya sólo sentía odio, y él, un enorme vacío.

            Volvía Ernesta desde el pueblo a la granja atajando a través de los maizales, cuando vio el cuerpo de una de las hermanas veinteañeras en el suelo, desnuda de cintura para abajo, las piernas abiertas y el cráneo partido. Una piedra de grandes dimensiones, ensangrentada, yacía junto a ella. Unas bragas, rotas de mala manera, estaban como a un metro del cadáver. Se quedó horrorizada, sin saber qué hacer. Luego se recompuso, cogió las bragas, se las metió en el bolsillo del delantal que llevaba puesto y se fue a casa. No dijo nada a nadie.
            Teodoro fue detenido dos semanas después, tras encontrar la Guardia Civil las bragas, que la hermana reconoció como de la víctima, ocultas en el fondo de una caja de herramientas. El juicio se celebró a los pocos meses y, dado el silencio del acusado y la prueba encontrada en su taller, fue condenado a morir por garrote vil ante la incredulidad de todo el pueblo.

               Las únicas palabras que Teodoro pronunció antes de morir fueron “Al fin”. Tras ellas, el verdugo, experto y compasivo, aplicó un rápido giro al torniquete, se oyó un chasquido seco cuando la bola en el extremo del tornillo partía el cuello de Teodoro y éste dejó de existir.

            Sus últimas voluntades fueron leídas por el notario en presencia de Ernesta y dos parientes que acudieron con ella. Todos sus bienes y posesiones los dejaba, íntegramente y sin excepción alguna, a su mujer. Asimismo, el finado dejaba escrita en el testamento la combinación para abrir la caja fuerte que, decía, estaba oculta en la granja, en una pared de la pocilga. Ernesta lanzó un largo suspiro y todo su cuerpo sintió el júbilo que la invadió.

            No podía esperar. Corrió a su casa, se dirigió a la pocilga y marcó la combinación de giros a derecha e izquierda hasta que el mecanismo chasqueó y la caja se entreabrió. Su corazón palpitaba por la ansiedad acumulada durante años. Vaciló unos instantes y tiró de la puerta con decisión.

            La onda expansiva de la explosión del montón de cartuchos de dinamita fue tan brutal que arrancó la puerta de la caja fuerte, destrozó el cuerpo de Ernesta y de los tres cerdos, haciéndolos añicos, y derrumbó las paredes, dejando un amasijo informe de piedras, sangre, trozos de carne y excrementos animales.

            Ante la imposibilidad de identificar si muchos de los restos eran de carne humana o animal, fueron enterrados juntos en el cementerio del pueblo, oficialmente declarados como pertenecientes a Ernesta.

            Desde entonces, es  popular una copla en el pueblo:

            Una mujer de fuera
            a un buen hombre desposó.
            Tan mala vida le diera
            que al garrote lo llevó.             
            Mas el hombre, desde el cielo,
            la venganza le mandó
            y mezclada con los cerdos
            el pueblo entero la enterró.
            Una mujer de fuera
            a un buen hombre desposó.
            Mala fortuna le diera.
            Mala mujer le tocó.

José-Pedro Cladera Fontenla©

No hay comentarios: