El
viejo profesor salió a dar su paseo. Esta vez la tarde era soportable de calor,
con una brisa suave, y decidió ir más allá de los confines de su pueblo
castellano, donde ya la tierra había quedado yerma después de la recogida del
trigo. Y vio el campo enorme y vacío, tan vacío como había quedado su alma
desde que su esposa muriese y desde que le dieron la jubilación y sintió el vacío
del aula cuando se despidió por última vez de sus alumnos. Tenía calor, todavía
los días seguían siendo largos.
Distinguió
un árbol; no estaba demasiado lejos, pero sí inexplicablemente en medio del
terreno. Nunca se había fijado en él, pero decidió ir hasta allí y poder
tumbarse a su sombra. Llegó fatigado, se caminaba mal entre las trochas que
quedaban después de la siega, pero llegó y vio con asombro que era un manzano.
–¿Y
qué haces aquí tan solo? Estás como yo, y sentirás el vacío en tus ramas y en
tus hojas. ¿Pero, sabes? Das sombra, cobijas a los pequeños animales que se
arriman a tu tronco; además, das de comer tus sabrosas manzanas que tienes
derramadas por doquier. Aquí creciste solo, con el rumor de las espigas verdes
cuando parecen olas mecidas al viento, y gracias al dueño, que no quiso
cortarte.
Y
el viejo profesor se comió una sabrosa manzana y se tumbó a su sombra, y se
sintió feliz y arropado como nuestro planeta nos cobija y alimenta dentro del cosmos
en el que estamos inmersos y que, si pensamos en ello, no comprendemos por más
que queramos. Nunca le ven fin los astrónomos…
Galaxias
y más galaxias…, con unas distancias abismales entre ellas. ¡Da vértigo pensar
en ello! Y sin embargo, estamos en una de ellas, ¡en el vacío del cosmos!
Y
de repente, se sintió como el árbol, alzó los brazos relativamente fuertes, y
pensó: ¡Tenía conocimiento y experiencia! Todavía podía ayudar... Todavía podía
cobijar… Todavía podía dar gracias al Ser Supremo que creó el Universo, en el
que todo está relacionado.
Mª
Eulalia Delgado González©
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