jueves, 12 de diciembre de 2019

VACÍO




Nacieron con unos corazones imperfectos; pero se puede decir que sanos, pues  jamás tuvieron que acudir al cardiólogo. A la edad de diez años la mayor y ocho la segunda, la mano derecha, urbanita, quiso arañar la costra negra de la aurícula superior derecha de la nietas con un padrenuestro por el alma del abuelito, asesinado, y otro para que la vida les pagara con la misma moneda a sus  verdugos. Las infantiles almas rezaron, mas sin entender el porqué.

            De regreso al hogar, la infancia recobró su seguridad, y el corazón siguió cantando su pum, pum, pum... usual.

            En las veladas nocturnas, mientras el padre partía, cris cras, con sus manos hercúleas, las nueces y las saboreaban con queso casero, Gregor les narraba la vida de políticos de la Segunda República Española, como Manuel Azaña,  Alcalá Zamora, Juan Negrín… También, aunque con un sesgo negativo, mencionaba a La Pasionaria y a Carrillo.

Hombre culto, aficionado a la política, adicto al periódico, jamás expuso toda la verdad que guardaba en su fuero interno: lo sepultó en un vacío total. Hasta la juventud, los corazones de sus nietos latieron suavemente: pum pum, pum...

            Supo, sin embargo, disfrutar, en parte, de su familia;  animar a los hijos a valorar la cultura, a amar los idiomas, a sentirse miembros del mundo multicolor.

            La víspera de las elecciones autonómicas llegó la tía urbanita a aleccionar a Gregor: “Tienes el deber de votar al ala derecha “, “Es la hora de la revancha.”

            Se presentó en la cocina con las facciones tirantes, los ojos y puños semicerrados... “Nadie esparcirá el odio en esta casa.”

Y  los adolescentes comprendieron el vacío en el que habían sido inmersos.

            Hace veintiséis años... murió Gregor. Aquella pincelada tenue, breve, de la niñez se fue irisando en la adolescencia.

            En la madurez, el destino se ha empecinado en cateterizar el corazón con globos de aire. El vacío va,  poco a poco, llenándose de hematíes –como perlas que se  han  formando en la  chamuscada ostra–. El fluido  rojo, expandido por su hija y por los diecinueve nietos, está a punto de acercar los huesos del abuelo, alejados durante ochenta años, a un lugar más cercano, a la vera de los queridos seres inertes: los de sus cuatro hijos, su nieto y su nieta.

                                          Isabel Bascaran© 
                 San Vicente de la Barquera, a siete de diciembre de 2019

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