Nacieron con unos corazones imperfectos; pero se puede decir que
sanos, pues jamás tuvieron que acudir al
cardiólogo. A la edad de diez años la mayor y ocho la segunda, la mano derecha,
urbanita, quiso arañar la costra negra de la aurícula superior derecha de la
nietas con un padrenuestro por
el alma del abuelito, asesinado, y otro para que la vida les pagara con
la misma moneda a sus verdugos. Las
infantiles almas rezaron, mas sin entender el porqué.
De regreso al hogar, la infancia
recobró su seguridad, y el corazón siguió cantando su pum, pum, pum... usual.
En las veladas nocturnas, mientras
el padre partía, cris cras, con sus manos hercúleas, las nueces y las
saboreaban con queso casero, Gregor les narraba la vida de políticos de la
Segunda República Española, como Manuel Azaña,
Alcalá Zamora, Juan Negrín… También, aunque con un sesgo negativo,
mencionaba a La Pasionaria y a Carrillo.
Hombre culto, aficionado a la política, adicto al periódico,
jamás expuso toda la verdad que guardaba en su fuero interno: lo sepultó en un
vacío total. Hasta la juventud, los corazones de sus nietos latieron
suavemente: pum pum, pum...
Supo, sin embargo, disfrutar, en
parte, de su familia; animar a los hijos
a valorar la cultura, a amar los idiomas, a sentirse miembros del mundo
multicolor.
La víspera
de las elecciones autonómicas llegó la tía urbanita a aleccionar a Gregor:
“Tienes el deber de votar al ala derecha “, “Es la hora de la revancha.”
Se
presentó en la cocina con las facciones tirantes, los ojos y puños
semicerrados... “Nadie esparcirá el odio en esta casa.”
Y
los
adolescentes comprendieron el vacío
en el que habían sido inmersos.
Hace veintiséis
años... murió Gregor. Aquella pincelada tenue, breve, de la niñez se fue
irisando en la adolescencia.
En la madurez, el destino se ha
empecinado en cateterizar el corazón con globos de aire. El vacío va, poco a poco, llenándose de hematíes –como
perlas que se han formando en la chamuscada ostra–. El fluido rojo, expandido por su hija y por los diecinueve
nietos, está a
punto de acercar los huesos del abuelo, alejados durante ochenta años, a un
lugar más cercano, a la vera de los queridos seres inertes: los de sus cuatro hijos, su nieto
y su nieta.
Isabel Bascaran©
San Vicente de la Barquera, a siete de diciembre de 2019
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