viernes, 17 de enero de 2020

¿IMPOSIBLE?




Me encantan las frases que incluyen la palabra imposible, como esa que hay en algunos negocios que dice: "Hacemos lo posible rápidamente; lo imposible, tardamos un poco más". Adornando mi escritorio, tengo un cuadro que pone: "Como no sabían que era imposible, lo hicieron". El concepto de imposible, aunque nos parezca increíble, no es objetivo, ni siquiera para la ciencia, que, aunque continuamente reduce su territorio, aún no ha sido capaz de desentrañar cientos de misterios, problemas y retos. Cada época, cada civilización, amplía el conocimiento humano, haciendo que decir que algo es imposible resulte cada vez más difícil. Pero hoy quiero hablaros de algo que aún no ha sido sacado del territorio de lo imposible y actúa de hilo conductor de la imposibilidad entre nuestra especie a lo largo de los tiempos: la muerte.

Nadie de entre nosotros ha conseguido resucitar a un muerto. La ciencia sólo ha podido certificar cuándo alguien ha muerto, pero no revertir ese estado, por lo que podemos decir que sobrevivir a la muerte es imposible. Pero luego está lo ocurrido en las tenebrosas fronteras que separan la vida y la muerte; me explico: lo ocurrido en los casos en que es mucho más sencillo dar por muerto a alguien que explicar cómo es posible que siga vivo. La historia nos ha dado cientos de casos, pero a mí me gustan estos tres que os voy a relatar, uno por el contexto histórico, otro por tratarse de una imposible supervivencia colectiva y, el más reciente, por la tremenda casualidad que hizo posible que la supervivencia tuviera sentido.

La defensa por parte de los Tercios de Castelnuovo, actualmente Montenegro, está perfectamente documentada. Es un hecho de guerra en el que una suerte de euroejército de 4000 hombres, liderado por un comandante español, defendió durante tres semanas este emplazamiento, clave en el camino de las tropas de Barbarroja hacia el objetivo de su rey Soleman el Magnífico: Viena, la joya del Imperio. Os resumo: murieron todos, menos cien, que fueron hechos prisioneros y enviados a Estambul. Pero antes de morir, diezmaron al poderoso ejército jenízaro, la élite militar otomana. Este hecho supuso que los planes de Soleimán para invadir el Imperio Austrohúngaro no se cumplieran jamás. Pero no me quiero desviar, y quiero señalar la historia de esos prisioneros enviados al corazón del imperio. Resulta que, viendo como morían poco a poco de hambre y enfermedades en los calabozos reales del Bósforo, se fugaron veinticinco, robaron un barco en el puerto, se hicieron a la mar sorteando a la flota otomana en los Dardanelos y consiguieron llegar al puerto cristiano de Mesina seis años después de la caída de Castelnuovo. Para entonces, todo el imperio los daba por muertos. Dos cabos de los tercios, que se fugaron del cerco, relataron el horror; los cronistas jenízaros dejaron escrito que se había tratado con saña a los supervivientes para contentar a la tropa sitiadora, que había visto reducido su número a la mitad y quería la sangre de todos los soldados y las cabezas de mandos y clérigos. Los cien prisioneros se llevaron para su tortura en interrogatorios y prueba de victoria. Fueron numerosas las canciones y poemas que recorrieron el imperio narrando la hazaña, resistencia y muerte de los Tercios de Castelnuovo, así que, cuando despertaron al capitán del puerto de Mesina una noche de verano de 1545 para decirle que unos cristianos a bordo de una nao turca habían arribado al puerto diciendo que eran supervivientes, lo único que dijo fue: "imposible".

Por mucho que pienso sobre ello, intentando recrear sus habilidades y conocimientos, me parece imposible que la tripulación del Endurance, capitaneada por Ernest Shackelton, sobreviviera completa, sin una sola baja, a dos inviernos antárticos, a una travesía de 1300 kilómetros durante dos semanas  en un bote a vela abierto de 6 metros a través del mar más peligroso del mundo y a una ruta glaciar a pie por una isla para terminar llegando a un puerto, donde estoy seguro de que lo primero que dijeron los rudos marineros balleneros que lo poblaban fue: "imposible".

La otra historia sobre como lo imposible y lo posible pelean a veces en una frontera estrecha sucedió no hace muchos años en los Andes. Dos amigos descendían una alejada montaña después de unas agotadoras jornadas de escalada cuando uno de ellos se rompió una pierna. Su compañero ideó un sistema para descenderlo en medio de una ventisca que acabó mal, muy mal, con el herido en el fondo de una grieta. La cuerda que los unía aguantó la caída de Joe Simpson, pero su compañero quedó en una postura imposible en medio de una ventisca, sin visibilidad y cayendo la noche. Simon Yates, antes de ser arrastrado y después de un par de horas luchando por remontar a su compañero, decidió cortar la cuerda que los unía. Después y a duras penas, consiguió llegar al campamento, recuperar fuerzas y volver, una vez pasada la tormenta, a buscar a su compañero. Lo llamó por todas las grietas que fue capaz de recorrer y, sin poder descenderlas todas, por lo profundas, dio por muerto a su compañero. Pero Joe Simpson sobrevivió y fue capaz de, con una pierna rota, con el cuerpo magullado, sin comida ni apenas agua, arrastrarse durante días por la grieta donde había caído, por el glaciar que llevaba al campamento y llegar tan sólo tres horas antes de que su compañero lo abandonara para regresar a la población más cercana, distante un par de días. No me cabe duda de que Simon Yates, cuando escucho los gritos de un moribundo en medio del glaciar, mientras recogía los últimos bártulos, no dijo otra cosa que no fuera: “imposible”.

Santos Gutiérrez©

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