miércoles, 25 de marzo de 2020

EL PAPEL




Llevaba tiempo sospechando de sus hijos.  De su suegra, no.  Luisa apenas salía  casa; sus hobbies eran laborar la huerta y ver películas en blanco y negro. Fina, su mujer, por su carácter bipolar, a menudo, o yacía en la cama o se dejaba llevar por actos incontrolados. Miguel empezó a llevar la contabilidad de su cartera: en el debe, el dinero gastado en pequeñas compras, y en el haber, las pesetas que le quedaban. El golpe propinado a sus hijos adolescentes –cras, cras, cabeza contra cabeza–, haciéndoles perder el conocimiento, le hizo reflexionar su acto bestial. (Desde que empezó a llevar la contabilidad, no faltó  un duro. Los sábados, les proporcionaba la paga que Iban y Haritza le pagaban con sonrisas angelicales; les debía de parecer un tesoro ya que ni fumaban, ni bebían...)

            El segundo sábado del mes, Miguel acudía al mercado del pueblo. Se acercó a la Caja Rural y sacó suficiente dinero para pagar todo tipo de gastos que conllevaría el mes de octubre. Según se acercaba a la salida, echó un vistazo a la libreta. Se paró en seco para entender lo que le decían sus ojos, giró, se trastrabilló, hijo de mala madre, vociferó y le estampó dos libretazos al dueño de la caja. Éste acudió a los comprobantes.  Allí, estaba: Serafina Egurrola Alonso: el jueves 20 de septiembre había cobrado un millón de pesetas.

            Nada más salir de la entidad, medio hipnotizado, se dirigió al transportista a pagarle el último camión de paja, y encargar otro camión –esta vez, de alfalfa–. Se acercó al puesto de herramientas y compró una hoz de mango rojo y con el filo ávido, capaz de  hendir en el aire un papel volador.  Algo aliviado, se hizo con los encargos de Benita.

            Aprovechando que Fina dormía, acordaron  contratar  un detective para que la vigilara los jueves, día de mercado, que era cuando Fina bajaba al pueblo.

            4  de octubre: Hoy, Fina ha comprado un par de zapatillas grises, silenciosas en la zapatería J.J. Después, se ha hecho con una hermosa merluza del Cántabrico, que, envuelta en papel  de periódico, ha guardado en su bolso negro. Ha usado billetes de cien pesetas. En el bar Tate, ha degustado un pastel cocotte y un café con leche. Al salir, se ha dirigido directamente al taxista Cariñoso, que, haciendo honor a su apodo, no habrá pronunciado más que hola y adiós.

11 de octubre: Fina no ha acudido al mercado, ya que el sábado Miguel hará los encargos.

18 de octubre: Fina se ha acercado al mercado y en el stand chic se  ha regalado una blusa blanco-roto y, como es habitual en ella, ha comprado pescado: un precioso besugo. Lo ha pagado con otro billete de cien. Un cocotte y un café con leche en la cafetería Tate. Ni qué decir tiene que le gusta el silencio, pues se ha acomodado en el coche de Cariñoso.

25 de octubre: Fina ha salido de la peluquería: la melena, más corta y favorecedora. Viste un abrigo rojo y, bajo él, la blusa blanco-roto. No ha faltado a su tarea de comprar pescado: hoy, un hermoso mero que le ha costado un potosí. Sin cargo de conciencia, ha entrado en el restaurante Toldope, donde ha pedido un vermut Martini Bianco con unas olivas y ha ojeado el periódico. Se le ha acercado Kurutzebarri, el casamentero; ella le ha saludado con un frío hola. Mientras él se frotaba las manos, ella, consciente de su atractivo, erguida como una damisela, le ha dejado descompuesto.

            Tal como convenimos, son ciento cincuenta pesetas por el trabajo. Pienso que Fina es de fiar. Nos vemos el  día de la feria.  

            Miguel se ha propuesto acondicionar el camarote. Con la escoba en la mano izquierda y la hoz en la derecha, intenta adelantar la paja, los rastrojos y los fardos anteriores.

            La  punta de la hoz sujeta un sobre marrón, sucio, raído. Miguel llama a Benita y a Fina; ésta llega bostezando.

Mirad lo que he encontrado: las efigies, de color azulado, del rey emérito, roídas; las esquinas rosas de la Casa de América, mordidas...

            Yo no me acordaba dónde había escondido el sobre... Tenía miedo de que fueras a quedarte con nuestro dinero...  Era cuando estaba insana.  Lo  siento, Miguel. 

Las lágrimas hidrataban las mejillas. Benita se hizo con la  hoz de mango carmesí y diciendo “Oh, milana bonita”, cercenó el dedo índice de Fina.  El río rojo fluía entre la lividez de los cuerpos.

                                                            Isabel Bascaran©
                                                            San Vicente de la Barquera, a 3 de marzo de 2020
                                                           

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