Llevaba
tiempo sospechando de sus hijos. De su
suegra, no. Luisa apenas salía casa; sus hobbies
eran laborar la huerta y ver películas en blanco y negro. Fina, su mujer, por
su carácter bipolar, a menudo, o yacía en la cama o se dejaba llevar por actos
incontrolados. Miguel empezó a llevar la contabilidad de su cartera: en el debe, el dinero gastado en pequeñas
compras, y en el haber, las pesetas que le quedaban. El golpe propinado a sus
hijos adolescentes –cras, cras, cabeza contra cabeza–, haciéndoles perder el
conocimiento, le hizo reflexionar su acto bestial. (Desde que empezó a llevar
la contabilidad, no faltó un duro. Los
sábados, les proporcionaba la paga que Iban y Haritza le pagaban con sonrisas
angelicales; les debía de parecer un tesoro ya que ni fumaban, ni bebían...)
El segundo sábado del mes, Miguel
acudía al mercado del pueblo. Se acercó a la Caja Rural y sacó suficiente
dinero para pagar todo tipo de gastos que conllevaría el mes de octubre. Según
se acercaba a la salida, echó un vistazo a la libreta. Se paró en seco para
entender lo que le decían sus ojos, giró, se trastrabilló, hijo de mala
madre, vociferó y le estampó dos libretazos al dueño de la caja.
Éste acudió a los comprobantes. Allí,
estaba: Serafina Egurrola Alonso: el jueves 20 de septiembre había cobrado un
millón de pesetas.
Nada más salir de la entidad, medio
hipnotizado, se dirigió al transportista a pagarle el último camión de paja, y
encargar otro camión –esta vez, de alfalfa–. Se acercó al puesto de
herramientas y compró una hoz de mango rojo y con el filo ávido, capaz de hendir en el aire un papel volador. Algo aliviado, se hizo con los encargos de
Benita.
Aprovechando que Fina dormía,
acordaron contratar un detective para que la vigilara los jueves,
día de mercado, que era cuando Fina bajaba al pueblo.
4
de octubre: Hoy, Fina ha comprado un par de zapatillas grises,
silenciosas en la zapatería J.J. Después, se ha hecho con una hermosa
merluza del Cántabrico, que, envuelta en papel
de periódico, ha guardado en su bolso negro. Ha usado billetes de cien
pesetas. En el bar Tate, ha degustado un pastel cocotte y un
café con leche. Al salir, se ha dirigido directamente al taxista Cariñoso, que,
haciendo honor a su apodo, no habrá pronunciado más que hola y adiós.
18 de
octubre: Fina se ha acercado al mercado y en el stand
chic se ha regalado una blusa
blanco-roto y, como es habitual en ella, ha comprado pescado: un precioso
besugo. Lo ha pagado con otro billete de cien. Un cocotte
y un café con leche en la cafetería Tate. Ni qué decir tiene que le gusta el
silencio, pues se ha acomodado en el coche de Cariñoso.
25 de
octubre: Fina ha salido de la peluquería: la melena, más corta y favorecedora.
Viste un abrigo rojo y, bajo él, la blusa blanco-roto. No ha faltado a su tarea
de comprar pescado: hoy, un hermoso mero que le ha costado un potosí. Sin cargo
de conciencia, ha entrado en el restaurante Toldope, donde ha pedido un vermut
Martini Bianco con unas olivas y ha ojeado el periódico. Se le ha acercado
Kurutzebarri, el casamentero; ella le ha saludado con un frío hola. Mientras él
se frotaba las manos, ella, consciente de su atractivo, erguida como una
damisela, le ha dejado descompuesto.
Tal
como convenimos, son ciento cincuenta pesetas por el trabajo. Pienso que Fina
es de fiar. Nos vemos el día de la
feria.
Miguel se ha propuesto acondicionar
el camarote. Con la escoba en la mano izquierda y la hoz en la derecha, intenta
adelantar la paja, los rastrojos y los fardos anteriores.
La
punta de la hoz sujeta un sobre marrón, sucio, raído. Miguel llama a
Benita y a Fina; ésta llega bostezando.
–Mirad lo que he encontrado: las
efigies, de color azulado, del rey emérito, roídas; las esquinas rosas de la Casa
de América, mordidas...
–Yo no me acordaba dónde había escondido el sobre... Tenía miedo de que
fueras a quedarte con nuestro dinero...
Era cuando estaba insana. Lo siento, Miguel.
Las
lágrimas hidrataban las mejillas. Benita se hizo con la hoz de mango carmesí y diciendo “Oh, milana bonita”, cercenó el dedo
índice de Fina. El río rojo fluía entre
la lividez de los cuerpos.
Isabel
Bascaran©
San Vicente de la Barquera, a 3 de marzo de 2020
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