viernes, 1 de mayo de 2020

LA CUARENTENA




Cuando escribo estas letras, llevo confinado, en virtud de un estado de alarma, 44 días, lo que vienen a ser 1055 horas o 63 300 minutos. No sé colocar en perspectiva este dato, no sé cuánto más voy a vivir y, lo que es más importante, cómo será todo cuando esto acabe.

“He sobrepasado la cuarentena” tiene un doble significado hoy en mi vida: tengo 44 años y llevo más de cuarenta días confinado por una pandemia. ¿Y ahora qué?, me pregunto, ¿qué va a ocurrir?, ¿cómo se verá el mundo por el parabrisas?, ¿se verá igual que por el retrovisor?, es decir, como reza esa pegatina en los retrovisores anglosajones: "objects in mirror are closer than they appear", ¿veré todo igual pero más cerca de lo que parece? No tengo miedo, pero sí una extraña inquietud; no tengo curiosidad y tampoco hago ejercicios de adivinación, no me quiero preocupar en si pasada la cuarentena el mundo cambia o en cuánto y cómo lo haga.

Pero no es lo que me va a pasar a mí, sino la reflexión que se me pasa por la cabeza para abordar esta incertidumbre lo que os quiero compartir. Pienso en situaciones históricas en las que el mundo cambió en apenas 40 días. Fabulo con ser un soldado a las órdenes de Blas de Lezo el 13 de marzo de 1741, tal fecha como el inicio de nuestro confinamiento 278 años atrás, un soldado que, víctima de la fiebre amarilla, no combata para una muerte segura contra los ingleses. 3000 soldados españoles combatieron contra 30 000 de la armada inglesa, que tan segura estaba de vencer que mandó un barco emisario a Londres y se llegaron a acuñar monedas con la victoria. Pues ese soldado enfermo cayó febril en un sueño narcótico, con la muerte segura rondando, y cuando se despertó cuarenta días después, el 20 de mayo, no sólo no había muerto sino que formaba parte de la historia y del más laureado batallón de la marina española. No siempre después de una cuarentena viene algo malo: se puede tener esperanza.

Al igual que los hombres y mujeres que se enfrentaron a la crisis de los misiles, ellos sí que pudieron ver el mayor cambio en 40 días de la historia de la humanidad. Por suerte, quedó en nada, pero ahí está esa posibilidad.

A día de hoy, la naturaleza ha dado duras muestras de que el mundo puede cambiar muy rápidamente, y bastan los 40 segundos que tarda un meteorito en atravesar la atmósfera para acabar con los dinosaurios; bastan no cuarenta días, sino los cuarenta minutos del terremoto y posterior tsunami en el Índico, para llevarse por delante la vida de más de 200 000 mil personas; bastan no cuarenta días, sino las 40 horas de la erupción del Vesubio o la explosión del volcán de Santorini, para acabar con una ciudad como Pompeya o una civilización como la minoica.

Así que, enfrentado a la perspectiva histórica de los desastres naturales, asedios, pestes, el riesgo de una guerra nuclear o el impacto de un meteorito, mi mente se calma y pienso que desciendo de los que sobrevivieron a todo aquello y que desde luego esto no va a ser peor.

Santos Gutiérrez©

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