viernes, 1 de mayo de 2020

P2iKK (Viajero en cuarentena)




P2iKK 
Viajero en cuarentena

            [Acorde  arpegiado agudo, dos veces.]      
  
Apareció de repente, pues, aunque procedía de una galaxia al otro extremo del universo, como allí dominaban mucho eso de la teleportación cuántica, podían plantarse en cualquier lugar, por lejos que estuviera, en un santiamén. Y como también conocían al dedillo el rollo ese del entrelazamiento cuántico, se podían comunicar al instante aunque estuvieran a tropecientos años luz unos de otros, como si estuvieran hablándose de ventana a ventana. Una pasada, que para ellos era el pan de cada día.

Llegó a la Tierra para investigar si valía la pena organizar viajes del Imserso Intergaláctico para conocernos, y debía informar debidamente a sus superiores. De momento, habían pensado en España, porque les llegó lo del jamón ibérico, y para colmo, la máquina teleportadora, que captó por las ondas gravitatorias una canción de Bustamante y quedó prendada, pues tuvo la gran idea de plantarlo en aquel pueblo apartado de la mano de Dios que se llamaba San Vicente. Cuando lo vio, la primera impresión fue de teleportarse a otro sitio con más marcha, pero luego pensó que, al fin y al cabo, todos serían parecidos y que, para su informe, ya valía éste.

            Tras una exhaustiva inspección, contactó con la base, en su planeta, al otro lado del universo, como ya ha quedado dicho. Su lenguaje era muy difícil para nosotros, pues era musical en lugar de verbal.

[Otro acorde arpegiado agudo, dos veces. El primero, invertido.] –Es decir: “¿Me copias? Soy P2iKK”.

[Otro acorde arpegiado agudo, dos veces. El segundo, invertido.] – Es decir: “Alto y claro. ¿Qué tal por ahí?”

Y así transcurría la conversación, que sigo relatando en su versión traducida, pues resultaría prolijo transcribirla en su versión original, dada vuestra ignorancia de ese idioma –yo soy el único terrícola que lo conoce, porque soy el autor.

Mientras paseaba por el pueblo, fue transmitiendo su informe:

Sinceramente, colegas, me parece que este planeta no tiene futuro. Son muy tontos, mucho más que nosotros, a dónde vas a parar. Tienen unas carreteras impresionantes y no sé para qué, porque están vacías. Podían haberse ahorrado tanto trabajo. Tienen un montón de aviones –sí, aún tienen aviones, son así de retrasados, los pobres– y están parados. Y coches a porrillo… ¿Cómo dices? Repit, please, repit. Ah, sí, sí, has oído bien: he dicho coches. ¡Jajaja, qué prehistóricos!, pero qué quieres que te diga, aún están en esa fase. Bueno, pues aquí, todo el mundo tiene coche, pero también los tienen parados. Yo no sé qué mosca terrícola les habrá picado, que les gusta tener de todo pero no usan nada de lo que tienen. Son muy solitarios. Les gusta estar a todos encerrados en sus casas, a cal y canto. Son muy poco sociables; unos muermos, vaya.

Y además, con lo civilizados que somos nosotros, ellos son unos clasistas asquerosos; de verdad, ¡qué gente! Están los privilegiados, los amos, que van con unos aires que no hay quien los aguante. Y luego están los esclavos, que, para más inri, los hay de primera y de segunda. Estos últimos son los parias, los más tirados. Los amos salen cada día a pasear, siempre acompañados de un esclavo de primera, que les recoge la mierda –perdón por usar esta expresión grosera, pero es que si digo “caca” me haréis un chiste fácil con mi nombre, que ya os conozco, canallas–. Tanto los amos como los esclavos tienen cuatro patas, pero sólo los amos las utilizan todas para caminar; los esclavos, como son más tontos –por eso son esclavos– sólo usan dos para caminar, con lo que el peso les queda mucho peor repartido y tienen problemas de espalda. Los esclavos de primera se dan de tortas entre ellos para salir a limpiarle la mierda al amo, pues éste no les permite salir solos. Y los amos, cuando se cruzan con otros amos, se enseñan los dientes y se lanzan unos gritos horrorosos, seguramente porque temen que les puedan robar el esclavo.

Como decía, esos son los esclavos de primera clase, que son muy orgullosos y miran por encima del hombro a los de segunda clase, los parias. Éstos llevan una vida muy diferente, pues son los únicos que salen a currar para mantener a los amos y a los esclavos de primera, que, después de sus paseos, se tumban a mirar unas pantallas parecidas a las que nosotros teníamos hace doscientos años, y a beber una cosa que, eso sí, tienen buenísima y que hace una espuma blanca, y algunos, no muchos porque son muy vagos, copulan como conejos (que es un bicho autóctono que copula mucho).

Los esclavos de primera tienen la costumbre de salir a los balcones y ventanas todos los días, a la misma hora, y aplauden desenfrenadamente a los esclavos de segunda para hacerles la pelota y que sigan dándole al curro, no vaya a ser que les toque también a ellos ir a trabajar y se les acabe el chollo. ¡Menudos son estos terrícolas!

Y tienen hembras, claro, como nosotros, pero están todas mal hechas. A ver, si tienen todos cuatro patas, aunque los esclavos sólo usen dos para caminar, que me cuenten por qué las hembras sólo tienen dos tetas y no cuatro, para tener todas las patas ocupadas. Pues no: dos y van que arden. ¡Qué diseño más malo! Y eso no tiene arreglo.

Bueno, pues lo que yo os diga: que no, que este planeta no vale para nada y mejor buscamos otro. Tengo entendido que allá por la constelación de El Cangrejo hay un planeta que promete más.

–[Otro acorde arpegiado agudo, dos veces.]   
   
–¿Cómo dices? Repit, please, repit.

–[Se repite.]

–Ah, sí, claro: me piro. Además, hay aquí un tío con un uniforme fosforescente y una gorra que me dice que me va a multar por pasear sin mi amo. Aquí no hay futuro, hombre. ¡Voy pa allá!

[Otro acorde arpegiado agudo, una vez, seguido de la tónica en staccato.]

José-Pedro Cladera Fontenla©

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