P2iKK
Viajero en
cuarentena
[Acorde arpegiado agudo, dos
veces.]
Apareció
de repente, pues, aunque procedía de una galaxia al otro extremo del universo,
como allí dominaban mucho eso de la teleportación cuántica, podían plantarse en
cualquier lugar, por lejos que estuviera, en un santiamén. Y como también
conocían al dedillo el rollo ese del entrelazamiento cuántico, se podían
comunicar al instante aunque estuvieran a tropecientos años luz unos de otros,
como si estuvieran hablándose de ventana a ventana. Una pasada, que para ellos
era el pan de cada día.
Llegó
a la Tierra para investigar si valía la pena organizar viajes del Imserso
Intergaláctico para conocernos, y debía informar debidamente a sus superiores. De
momento, habían pensado en España, porque les llegó lo del jamón ibérico, y
para colmo, la máquina teleportadora, que captó por las ondas gravitatorias una
canción de Bustamante y quedó prendada, pues tuvo la gran idea de plantarlo en aquel
pueblo apartado de la mano de Dios que se llamaba San Vicente. Cuando lo vio,
la primera impresión fue de teleportarse a otro sitio con más marcha, pero
luego pensó que, al fin y al cabo, todos serían parecidos y que, para su
informe, ya valía éste.
Tras una exhaustiva inspección,
contactó con la base, en su planeta, al otro lado del universo, como ya ha
quedado dicho. Su lenguaje era muy difícil para nosotros, pues era musical en
lugar de verbal.
–[Otro acorde arpegiado agudo, dos veces. El
primero, invertido.] –Es decir: “¿Me copias? Soy P2iKK”.
–[Otro acorde arpegiado agudo, dos veces. El
segundo, invertido.] – Es decir: “Alto y claro. ¿Qué tal por ahí?”
Y
así transcurría la conversación, que sigo relatando en su versión traducida, pues
resultaría prolijo transcribirla en su versión original, dada vuestra ignorancia
de ese idioma –yo soy el único terrícola que lo conoce, porque soy el autor.
Mientras
paseaba por el pueblo, fue transmitiendo su informe:
Sinceramente, colegas, me parece que
este planeta no tiene futuro. Son muy tontos, mucho más que nosotros, a dónde
vas a parar. Tienen unas carreteras impresionantes y no sé para qué, porque
están vacías. Podían haberse ahorrado tanto trabajo. Tienen un montón de
aviones –sí, aún tienen aviones, son así de retrasados, los pobres– y están
parados. Y coches a porrillo… ¿Cómo dices? Repit, please, repit. Ah, sí, sí,
has oído bien: he dicho coches. ¡Jajaja, qué prehistóricos!, pero qué quieres
que te diga, aún están en esa fase. Bueno, pues aquí, todo el mundo tiene
coche, pero también los tienen parados. Yo no sé qué mosca terrícola les habrá
picado, que les gusta tener de todo pero no usan nada de lo que tienen. Son muy
solitarios. Les gusta estar a todos encerrados en sus casas, a cal y canto. Son
muy poco sociables; unos muermos, vaya.
Y además, con lo civilizados que
somos nosotros, ellos son unos clasistas asquerosos; de verdad, ¡qué gente!
Están los privilegiados, los amos, que van con unos aires que no hay quien los
aguante. Y luego están los esclavos, que, para más inri, los hay de primera y
de segunda. Estos últimos son los parias, los más tirados. Los amos salen cada
día a pasear, siempre acompañados de un esclavo de primera, que les recoge la
mierda –perdón por usar esta expresión grosera, pero es que si digo “caca” me haréis
un chiste fácil con mi nombre, que ya os conozco, canallas–. Tanto los amos
como los esclavos tienen cuatro patas, pero sólo los amos las utilizan todas
para caminar; los esclavos, como son más tontos –por eso son esclavos– sólo
usan dos para caminar, con lo que el peso les queda mucho peor repartido y
tienen problemas de espalda. Los esclavos de primera se dan de tortas entre
ellos para salir a limpiarle la mierda al amo, pues éste no les permite salir
solos. Y los amos, cuando se cruzan con otros amos, se enseñan los dientes y se
lanzan unos gritos horrorosos, seguramente porque temen que les puedan robar el
esclavo.
Como decía, esos son los esclavos de
primera clase, que son muy orgullosos y miran por encima del hombro a los de
segunda clase, los parias. Éstos llevan una vida muy diferente, pues son los
únicos que salen a currar para mantener a los amos y a los esclavos de primera,
que, después de sus paseos, se tumban a mirar unas pantallas parecidas a las
que nosotros teníamos hace doscientos años, y a beber una cosa que, eso sí,
tienen buenísima y que hace una espuma blanca, y algunos, no muchos porque son
muy vagos, copulan como conejos (que es un bicho autóctono que copula mucho).
Los esclavos de primera tienen la
costumbre de salir a los balcones y ventanas todos los días, a la misma hora, y
aplauden desenfrenadamente a los esclavos de segunda para hacerles la pelota y
que sigan dándole al curro, no vaya a ser que les toque también a ellos ir a trabajar
y se les acabe el chollo. ¡Menudos son estos terrícolas!
Y tienen hembras, claro, como
nosotros, pero están todas mal hechas. A ver, si tienen todos cuatro patas,
aunque los esclavos sólo usen dos para caminar, que me cuenten por qué las
hembras sólo tienen dos tetas y no cuatro, para tener todas las patas ocupadas.
Pues no: dos y van que arden. ¡Qué diseño más malo! Y eso no tiene arreglo.
Bueno, pues lo que yo os diga: que
no, que este planeta no vale para nada y mejor buscamos otro. Tengo entendido
que allá por la constelación de El Cangrejo hay un planeta que promete más.
–[Otro acorde arpegiado agudo, dos
veces.]
–¿Cómo dices? Repit, please, repit.
–[Se repite.]
–Ah, sí, claro: me piro. Además, hay
aquí un tío con un uniforme fosforescente y una gorra que me dice que me va a
multar por pasear sin mi amo. Aquí no hay futuro, hombre. ¡Voy pa allá!
[Otro acorde arpegiado agudo, una
vez, seguido de la tónica en staccato.]
José-Pedro Cladera Fontenla©
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