martes, 2 de junio de 2020

LA NUEVA NORMALIDAD

 

            En 2001, el 11 de septiembre, las dos torres gemelas de Nueva York se vinieron abajo y el mundo cambió. Se quiso que la zona se convirtiera en un símbolo mundial y que fuera recordada siempre como el lugar desde el cual surgiría una nueva forma de vivir, desde donde emergería un nuevo entendimiento de la seguridad, y había que darle un nombre a la altura de las circunstancias. Aquel sería el punto primigenio del nuevo mundo, el centro de la renovada voluntad de vencer. Podrían haberlo bautizado como El epicentro, pero rápidamente debieron de convencerse de que el noventa y nueve por ciento de los americanos se quitarían la gorra de visera y se rascarían la cabeza pensando qué demonios querría decir el extraño palabro. Y como en marketing no tienen rival, a alguien se le ocurrió la brillante idea de llamarlo “La zona cero”. El nombre tenía gancho, tenía una garra indudable y fue aplaudido por propios y extraños. Hasta aquí, todo bien.

            El problema es que después llegaron todos los politicastros de tres al cuarto del mundo mundial –y cómo no, los españoles a la cabeza– y mearon fuera de tiesto, que es el deporte favorito de los copiones faltos de ideas y siempre dispuestos a emular todo lo que huela a yanqui. Y proliferaron los ceros por doquier. Aquí los hemos sufrido especialmente estos últimos tiempos. De repente, la primera fase de un proyecto ya no se llama la fase uno, sino la fase cero, claro. Con ello, los avispados lectores del taller de escritura colegirán la inevitabilidad de que la segunda fase será la uno, la tercera la dos, etcétera. (RISAS Y APLAUSOS).

            Pues no, se siente, colegas. El imaginativo gobernante hispano va un paso por delante, y si la primera es la fase cero, la segunda es… ¡la cero coma cinco! Así que la fase uno no es la segunda, sino la tercera, y suma y sigue. Y después van y se ponen a buscar el primer paciente infectado de una pandemia, ¿y cómo le llaman al primer paciente? Pues claro, “El paciente cero”, ¿es que alguien lo dudaba? Y por esa regla de tres, yo ahora, cuando recuerdo mis primeros pinitos en las artes amatorias, me acuerdo de mi “novia cero”, o sea, la primera, más o menos cuando tenía ocho años. ¡Si es que nadie les supera en eso de mear fuera del tiesto! ¡Si es que son muy burros! (SONOROS REBUZNOS).

            ¿Cómo os ha quedado el cuerpo? Son cosas de la “nueva normalidad”, que nos trae, pues eso, nuevas formas de hablar. Algunas muy creativas. En estos dos meses de televisión intensiva, he oído repetidamente a besugos encorbatados decirme desde la pantalla que hemos de “regresar a una nueva normalidad”. (RISAS Y APLAUSOS). Perdonad, pero es que me da la incontinencia urinaria. ¿Cómo se puede regresar a una cosa que es nueva? Si puedo regresar es que antes ya existía, o sea que no es nueva, ¿o no? Hacia una cosa nueva puedo encaminarme, dirigirme, ir, aproximarme, etc., pero nunca regresar. (SONOROS REBUZNOS).

            ¿Y qué me contáis del famoso locutor de un telediario que, hablando de la vertiginosa carrera en busca de una vacuna, nos anunciaba lo bien que iban los ensayos con “ratones humanizados”. (RISAS Y APLAUSOS). ¡Qué fuerte, qué fuerte! Supongo que serán ratones con una pequeña cabecita humana. Yo estoy acostumbrado a ver, sobre todo en los telediarios, a ratas humanizadas (o más bien deshumanizadas), pero lo de los ratones aún no he tenido el gusto. Y lo impagable que fue escuchar a uno de nuestros ilustres ministros decir desde su escaño congresista que han de hacer un esfuerzo entre todos los partidos por encontrar “un mínimo común denominador”. (RISAS Y APLAUSOS). ¡Ay que ahora sí que no me contengo, ahora sí que me dejo los pantalones hechos unos zorros! ¿Pero es que estos gobernantes no fueron a párvulos, o qué? ¡El mínimo común denominador de cualesquiera cantidades es cero, merluzo! Y si no te gusta el cero porque lo ves esotérico, entonces es el uno. Lo que se busca en matemáticas es el “máximo común denominador”, no el mínimo, que eso no tiene ningún misterio. Si es que no hay tiesto lo suficientemente grande para que meen dentro. ¡Si es que son muy burros!  (SONOROS REBUZNOS).

            Cosas de la nueva normalidad, en la que podías pasear con tu perro pero no con tu hijo; en la que podías acostarte con tu mujer (de momento), pero en el coche la tenías que llevar detrás y en diagonal; donde no puedes hablar con nadie en la calle a menos de dos metros de distancia sin llevar ambos la mascarilla puesta, pero sí puedes sentarte en una terraza de un bar diez amigotes en torno a un plato de rabas que, al cabo de cinco minutos, ya no es un plato de rabas sino de babas de los ávidos tragones que bombardean comidas y bebidas con sus temidos miniproyectiles salivares portadores de su mortal carga coronavírica. (SONOROS REBUZNOS).

            En fin, no sé si algún día regresaremos (ahora sí) a la antigua normalidad, porque esta nueva a la que estamos abocados no me está gustando nada. De momento, entre mascarillas, guantes, geles hidroalcohólicos, distancias de seguridad y demás, me barrunto que la nueva normalidad va a ser con una natalidad también cero, porque, con tanta burrada normalizada, ya me contarán.

 

MORALEJA:     Quien mea fuera de tiesto

                        luego tendrá que limpiar,

                        y si no le gusta el juego,

                        mejor tendrá que apuntar.

 

(SONOROS REBUZNOS).

 

José-Pedro Cladera Fontenla©


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