Tomé un relajante muscular que, según prescripción de mi
doctora, me permitiría dormir plácidamente durante la noche.
Abrí la ventana y encendí la televisión.
…Solo uno o dos casos.
Es una gripe. Nada preocupante. Estamos preparados…
Entré en el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza. La exposición
de la obra de Gauguin me fascinaba y deseaba pasar la tarde contemplando tales
maravillas.
Introduje mi entrada electrónica y accedí al interior. Todo
silencio, no había persona alguna en las distintas salas. Me pareció un tanto
extraño, pero enseguida me olvidé de la anómala situación.
Me dirigí al mostrador de información para solicitar la guía
del museo, y no había nadie para atenderme. Así que cogí una guía que estaba posada
en una silla, para poder realizar la visita de manera ordenada.
Hice una pequeña pausa y busqué mi teléfono. Verifiqué que
no tenía llamadas ni mensaje alguno. Me percaté de que no llegaba señal Wifi,
lo cual me indicaba que estaba totalmente incomunicada.
Empecé a inquietarme –no distinguía los cuadros, solo veía
paredes blancas y luces que me deslumbraban– y decidí salir de manera
precipitada del museo. Parecía un laberinto, no encontraba la salida y empecé a
gritar. Nadie acudió. Silencio y más silencio.
Recordé que tenía la guía del museo y la abrí, buscando el
plano del edificio, y no era capaz de descifrarlo.
Seguí gritando y me quedé sin voz. Las piernas me temblaban
y no podía andar y menos correr. Quise tranquilizarme y me senté en un sillón,
bebí un sorbo de agua e inmediatamente recordé que dicha salida estaba en el
pasillo, a mi derecha. Me apresuré y logré escapar al exterior.
Había gente, mucha gente, que corría asustada y llevaban
mascarillas cubriendo sus caras. En sus ojos se proyectaba el pánico.
El sonido de las ambulancias, policía y bomberos era
ensordecedor a la vez que aterrador. Pasaban a toda velocidad y sus sirenas se
entremezclaban unas con otras.
Estaba perdida y asustada. Me puse los auriculares, saqué el
móvil y sintonicé una emisora de radio para saber qué estaba sucediendo. Necesitaba
información y solo escuchaba palabras entrecortadas de algunos periodistas,
caos…, pandemia devastadora…, miles de muertos…, millones de infectados…,
hospitales colapsados…, sanitarios desprotegidos…, incendios…
Eché a correr. Tropecé con un árbol y caí sobre la acera…
Me despertó un agradable olor a café y me incorporé
inmediatamente. Me asomé a la ventana y vi a varias personas desayunando en la
terraza de la cafetería, que estaba debajo de mi apartamento.
Me di una ducha rápida y me vestí con celeridad. Cogí el
bolso y me dirigí a la cafetería. Necesitaba un café y escuchar las noticias
rodeada de gente, no deseaba estar sola.
Me senté en una mesa, en la terraza, y pedí un café con un croissant a la plancha y, en ese momento,
me concentré en las noticias de la mañana: El
Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, que ha permanecido un mes cerrado para
preparar la esperada exposición de Gauguin, abrirá sus puertas el próximo
viernes.
Sentí un escalofrío…
El estresante muscular me había sumido
durante la noche en una horrible pesadilla.
Nieves
Reigadas©
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