miércoles, 30 de diciembre de 2020

Loca noche de Brujas

 


 

La madrugada del 5 al 6 de diciembre es una verdadera locura para mí. Siempre que comienzo con mi labor, pienso que cualquier año de éstos no me va a dar tiempo a terminar con todo el trabajo. Pero bueno, lo cierto es que, gracias a la pasión y a la ilusión que le pongo, a la colaboración de ese viejo cascarrabias de Pedro y, claro, a esa pizquita de magia secreta, al final siempre consigo regresar a casa con la satisfacción del deber cumplido.

Uy, pero si no me he presentado. Perdón por mis modales. Me llamo Nicolás y vivo a orillas del Mediterráneo, en el levante español. Una vez al año, me gusta izar las velas de mi barco y navegar, no sin peligro, hacia mares más fríos del Norte. Siempre me acompañan mi querido caballo blanco y ese Pedro del que ya os hablé antes. No hace más que traerme trabajo, el muy condenado, mientras él se pasa horas y horas al sol, tostándose sobre la arena y nadando en ese charco entre continentes. No me extraña que por aquellas tierras lejanas, donde el sol duerme más que calienta, le apoden “El Negro”.

Unas jornadas antes de mi gran día, como es costumbre, mando a Pedro en misión de avanzadilla, para que escuche y recoja los deseos y solicitudes de los habitantes de aquellos lejanos lares. A su regreso, tenemos que preparar todo el equipaje. Es primordial que no nos olvidemos de ningún pedido, sería un error irreparable. Así que ya podréis imaginar el enorme esfuerzo y las interminables jornadas de trabajo que tengo en esos días previos.

Una vez está todo listo y preparado, lo cargamos en mi barco y ponemos proa rumbo a más de un mar y menos de dos océanos, hasta llegar a nuestro destino. Son varias lunas de navegación, que siempre conviene aprovechar para repasar el plan de actuación hasta el último milímetro del último segundo. Nada puede fallar. La presión sobre mis hombros es enorme.

Cuando por fin alcanzamos el destino, nos recibe una enorme marabunta de personas con gran algarabía en sus gestos y rostros. Cohetes, fuegos artificiales y música de fanfarria. Autoridades y anónimos. Grandes y pequeños. Recorremos los canales urbanos saludando en dirección a una orilla y a la otra. ¡Qué ilusión tienen los niños en sus caritas!

En cada esquina nos agasajan hasta saciarnos con los productos más típicos de estas fechas: vino caliente y chocolate de la región. Recorremos los luminosos mercados navideños de la ciudad, en pleno casco histórico medieval…, donde, como no puede ser de otra manera, siempre nos asaltan a contrarreloj los últimos despistados con sus peticiones, no sin antes alegar cualquier estúpida excusa por la cual no pudieron hacerlo en su momento. ¡Cómo se pone Pedro con ellos! Menos mal que yo tengo mejor carácter y siempre les respondo con una sonrisa y un humilde “se hará lo que se pueda, no prometo nada”.

Cuando cae el sol, las calles quedan desiertas y las almas nerviosas se acuestan a intentar conciliar un sueño esquivo en noches como esa. Es mi momento, es mi hora. Llevan todo el año esperándome, y tengo que estar a la altura.

Con un chasquido de dedos, desenrollo la enorme lista de regalos y direcciones que hemos confeccionado, y ¡a trabajar! Que si una máquina de afeitar y un ovillo de lana en casa de los Groenen, un videojuego para Robin Peeters, cuatro bicicletas para la familia Mertens… y un larguísimo etcétera. Más las naranjas que dejo siempre para aquellos que no se han portado bien durante los últimos meses. La tarea es agotadora. Menos mal que siempre me dejan pastas y leche para retomar un poco de fuerzas.

Sé que existe la leyenda de que meto a los niños que se han portado mal dentro de un maloliente saco y me los llevo a España. Pero doy fe de que eso no ha pasado nunca. Me parece demasiado castigo viendo la que nos está cayendo por aquí.

Cuando el amanecer avisa de su llegada, tiñendo de púrpura un horizonte salpicado de nubes color ceniza, ya estamos de vuelta en nuestra pequeña embarcación. Nos vamos. Nadie puede vernos. Podría parecer frustrante el no recibir el agradecimiento tras el deber bien hecho, pero es totalmente al contrario. Es el momento favorito de mi vida, que tengo la fortuna de repetir año tras año con periodicidad exacta, matemática y astral. Cierro los ojos y el viento me trae el sonido de madrugones sin despertador, de ojos muy abiertos, de regalos que se abren, de abrazos cariñosos y de miradas cómplices. En definitiva, de ilusión y de felicidad. Lo he vuelto a conseguir.

Dejo a Pedro al timón. Voy a tumbarme en mi pequeño camarote a dormir un montón de horas seguidas. Me merezco un descanso. Nos quedan muchas olas hasta arribar a puerto. Pero no sin antes echar un último vistazo a la cada vez más lejana y hechicera ciudad de Brujas.

 

Óscar Gutiérrez©

No hay comentarios: