lunes, 25 de enero de 2021

AQUEL BAILE, DE NOCHE, EN LA PLAYA...

 


 

Es una tarde gris de un domingo de otoño. Hace frío y mis dedos, ateridos, pulsan el teclado para dejar unas letras. No hay guion. Como siempre, no hay nada preparado para depositar en este espacio y sí el recuerdo imborrable de muchos momentos pasados y vividos, de esos segundos robados al tiempo, en tu compañía, que fuimos transformando en minutos poco a poco y día a día en nuestros encuentros. 

Aún recuerdo cuando, en mi fantasía, te llevé de paseo aquella noche por la playa. Querías respirar el salitre del mar, saborear el olor de las algas; quizás buscabas ese algo de sirena que puede que habitara en tu corazón y sondear el misterio de la noche, entre las olas que escuchábamos llegar, para dormir a nuestros pies, tras el beso que nos daban. 

Arriba lucían las estrellas y las veíamos tan distantes, tiritando de frío, en medio de la inmensidad del universo, mientras una luna caprichosa, despertaba tras el cabo, luciendo sus galas blancas y su inmensa hermosura, para buscar un tatuaje sinuoso, entre las olas inquietas. 

Yo busqué tu mano y encontré tus dedos que nerviosos se aferraban a los míos en un cruce de mensajes sin palabras.  Nos volvimos tratando de acercarnos en la noche y nuestros ojos se buscaron bajo la luz de la luna. Te miré largamente mientras tú hacías lo mismo y de pronto mi boca se volvió a tu oído y te dije en un susurro, como si temiera romper el silencio de la noche, "-que me gustaría bailar allí, a la orilla del mar, pero que no sabía hacerlo, y que nunca había bailado-". Oculté mi rubor entre las sombras de la noche y aparté mi boca de tu oído. Entonces tú acercaste la tuya a mi cuello y me dijiste: "Yo tampoco sé bailar, pero me gustaría que lo hiciéramos. ¿Te atreves?". 

Nada más añadiste y yo tampoco dije nada. Sólo recuerdo que tomé tu mano y tu cintura, muy nervioso,  y sin darnos cuenta, comenzamos a movernos, a dar pasitos de baile y a girar lentamente, en aquel espacio de arena, con nuestros pies desnudos y con la música de las olas que dejaban mil y una sensaciones celestiales en nuestras almas. 

¡Sí!, hoy es una tarde gris de otoño, en que se apilan y confunden los recuerdos, quizás esperando volver a revivirlos, a seguir el camino de la vida y de los sueños, a sacarlos del baúl donde duermen desde hace tiempo, quizás desde niños, en que leíamos aquellas novelas románticas y de aventuras, suspirando con los poemas de Bécquer y, también, simplemente, dejábamos vagar nuestra fantasía por las líneas de Julio Verne, y aquellos mundos utópicos, con historias que recreaba nuestra mente. 

Sí, hoy es una tarde gris. Es domingo y hoy, como ayer, escribo para ti, mientras te dejo en estas letras un beso y el recuerdo de aquel baile, que quizás nunca bailamos más que en nuestra imaginación, mientras unas gaviotas invisibles vigilaban nuestros pasos, meneando su cabeza. 

Por eso, en esta tarde de otoño, viene al recuerdo aquel baile, de noche y en la playa, quizás para que lo escriba y lo deje plasmado en estas letras que te mando. 


Rafael Sánchez Ortega ©

(Fragmento del diario “Unas letras para ti”)

Domingo, 16/11/2008

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