martes, 25 de mayo de 2021

EL OMBLIGO

 


            En la temprana  juventud, nadie le dijo que era guapa, ni mucho menos que era lista, que era como el rey Midas.

            Se vio en la intemperie con su hijita en el brazo derecho y toda su casa en una maletita a cuadros, en la mano izquierda.

Por fin, llegó su hermano en una furgoneta de Panusa. Obsequió a la niña con un trocito de pan, que ésta agradeció con una hermosa sonrisa. Se veía con fuerza física y valor anímico para dar su vida por aquella criatura: cualidades a pesar de la juventud. Haría lo que fuera por ella. Estaba dispuesta a sangrar las rodillas fregando escaleras...

            Y a media noche, se vestía, se recogía la melena rubia en una coleta y caminaba al lar a hornear el pan que su hermano Simón y otros especialistas amasaban y moldeaban. El jornal se lo entregaba a su madre casi en su totalidad. Durante el regreso a casa, en un quiosco tempranero, compraba el Hola para su madre, y más tarde, también para ella y poco a poco, fue soltándose la coleta y la lengua. Y cada vez menos, iba pronunciando la retahíla de: eso no me lo preguntéis a mí, eso se lo preguntáis a él. Y euro que entregaba a sus padres y euro que ahorraba. Se extirpó el aguijón que la acomplejaba: el verse como una tabla rasa. Con el bisturí hermoseador del cirujano, se sometió a la restauración de una nariz atractiva. Las intervenciones dieron paso a una maniquí de moda, pero borraron los rasgos naturales de una belleza genuina. 

            Había que pasar por la lija los modales de educación. Seguro que a su hija ya le habrán enseñado que, para intervenir en público, las normas cívicas exigen levantar la  mano y esperar a que te den el turno (no sabemos si los instructores lo lograrán algún día). La sintaxis necesita, todavía, mucho pulimento y ese yo, yo, yo constante requiere un tijeretazo del ego. La gente de a pie se desgañita cada vez que entra en el plató. La quieren por su contacto cercano, por su espontaneidad, por su generosidad callada...

            La dirección del programa pronto se dio cuenta del tesoro que habían adquirido: era la segunda gallinita de los huevos de oro, una pollita más afortunada que la del fabulista Esopo. Sabían que había que mimarla, perdonarla, consentirla. Hasta tal punto fueron condescendientes con ella que le hicieron creer que era una diva. Al cruzar la calle de la mano de su hija, se soliviantó porque una transeúnte se había atrevido a oscurecer la luz a los pasitos de su hija. Sí, empezó a pensar, a sentir y a actuar como si fuera el ombligo del país.

            ¿Seguiría situada en la cima del Everest haciendo acopio de euros –sin acabar con su potencial económico–  o caería en picado al precipicio? 

            Ojalá resurja de sus cenizas, como el ave Fénix, y luzca la belleza y el colorido de su incipiente juventud y vuelva, una y otra vez, a su otrora sencillez.

 

                                                                  Isabel Bascaran Garechana©

                                                                  San Vicente de la Barquera, a 22 de mayo de 2021                      

 

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola, Isabel.

Buena historia que pone de manifiesto las inconveniencias de ser el centro de atención y el coste de espíritu que supone...

Deseando verte, vernos.
Un abrazo FUERTE.

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