domingo, 30 de mayo de 2021

ERMENEGILDO

 

 


Que existe una realidad completamente diferente a la tuya es algo de lo que te vas dando cuenta con el tiempo. Es parte del aprendizaje. Te ayuda mucho viajar y yo creo que por eso mi amigo Espinar decidió embarcarse en una ventura que podría abrirle nuevos horizontes.

Fue durante el confinamiento, cuando, sin poder salir de Cantabria, decidió alquilar una autocaravana en el mismo Santander y vivir una experiencia nueva junto a Reyes, su mujer, y Pablito, el perro. Estaba nueva, me contó, revestida de madera, preciosa. El de la empresa de alquiler le había preguntado si tenía experiencia previa, pero, aunque no la tenía, se la alquiló igualmente, porque Espinar es un tío elegante, un Ermenegildo Zegna, como se denomina a sí mismo.

Claro, cualquiera que ha conducido  uno de esos bichos podrá hacerse cargo –yo no, desde luego– de que el primer destino de las tres noches que tenían por delante estaría cerca, en Somo, para tantear. Santander - Somo era perfecto. Aparcaron cerca de la playa y no sé más, solo que decidieron salir a primera hora de la mañana de vuelta en dirección a Santander, aparcaron en la puerta de su casa y subieron corriendo los dos al baño. Según me lo contaba, no podía dejar de reírme. Me los imaginaba dándose empujones por llegar el primero. Como en casa, en ningún sito, debieron de pensar. Pero no, no se quedaron en casa. Se ducharon, eso sí, cogieron su autocaravana y fueron a la churrería del barrio a por el desayuno –las experiencias nuevas, poco a poco.

Según me describía su aventura, mis ojos se abrían de par en par. Ciertamente existía otro mundo, y no menos emocionante que el mío, puesto que me lo contaba totalmente emocionado.

La segunda noche, fueron a Cabuérniga, a Bárcena Mayor. Ahí no tuvieron que utilizar el baño tampoco: estaban solos y la oscuridad les amparaba. No quise ni preguntar por los papelitos blancos que siembran los “furgoneteros” a su paso. Imagino que un Ermenegildo Zegna no sería capa de semejante fechoría, o sí.

¿La tercera y última noche? La pasaron en “El Rayo Verde”. Sí, claro que conozco donde está, le contesté. Aparcaron en una pradera con el mar al fondo. ¡Impresionante! Pero, ¡qué noche! Cuando llegaron, todo estaba seco. Calzó el apartamentito y se fueron a dormir. A media noche, empezó a llover y el pobre Espinar no pudo pegar ojo. Pasó toda la noche imaginándose la autocaravana deslizándose hacia los acantilados, sin atreverse a contar nada a Reyes. En cuanto amaneció, se sentó al volante y puso rumbo a casa. Ya se había divertido bastante.

Ahí no queda todo. Para poder tener un coche en el que volver al soltar la autocaravana, Reyes alquila uno eléctrico y termina empotrándolo contra aquélla, tan nueva, preciosa y revestida de madera, en un frenazo de Espinar.

Pues lo que decía, que no necesitas cruzar medio mundo para vivir experiencias insólitas, y mejor si estás cerca de casa, por si tienes un apretón o un aprieto, según cómo lo veas.

Almudena Pascual©

 

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola, Almudena.
Precioso texto para valorar y disfrutar de lo cercano. Da que pensar. Mucho. Valorarse desde adentro para acercarse, en cualquier momento, al ombligo del mundo.
Te aplaudo.

Lines