Como
cada día, estoy despierta antes de que el despertador haga su aparición. De
pequeña, le hacía la competencia a las marmotas; pero desde que cumplí un
cuarto de siglo hace ya unos años, Morfeo va reduciendo sus horas de trabajo.
Decidí
darme una ducha, sin ella no soy persona. Después, un desayuno relajada –es mi
momento del día, donde me cuido y mimo como mi mejor amiga–, mientras mi perro
me pide parte del mismo por el simple hecho de hacerlo, y siempre consigue su
objetivo –la verdad es que me parece poco pago por su amor incondicional–. Tras
un paseo a la luz de las estrellas –el sol tardará todavía varias horas en
aparecer– para las necesidades perrunas, emprendo rumbo a Bombón. Sin saberlo, había adquirido una responsabilidad: abrir la
pastelería.
Seguro
que os imagináis que, nada más girar la llave, el olor a chocolate, azúcar
glas, crema pastelera…, invade tu nariz; pues dejadme que os desilusione: al
abrir, Bombón huele a limpio, a jabón.
Sin las manos expertas de nuestros pasteleros, pinches, aprendices, trabajando
en nuestras materias primas por medio de la más novedosa maquinaria –es la
frase favorita de mi jefe de pastelería, desde que llegaron a nuestras vidas Neux
20.26– lo que te invade es olor a limón, del desinfectante, pero no te entran
ganas de comerlo.
Me
dirijo a las oficinas, mis dominios. Enciendo el ordenador: sesenta emails
nuevos, ¡y dejé ayer la bandeja vacía!, ¡qué ganas tiene la gente de endulzarse
la vida! Tras varias horas sumergida en pedidos, facturas y algún que otro
malentendido de fechas de entrega, Bombón
ha cobrado vida, y con ella el ruido aumenta, el olor a limón disminuye y…
llaman a mi puerta de manera exagerada.
–Buenos
días, jefa. ¿Qué tal estás? Me gusta mucho el modelito que llevas. ¿Quieres un
café? ¿Cuál es el organigrama de hoy? ¡Qué frio hace!, ¿tienes cerrado el
radiador?... –me dice una voz suave pero de manera atropellada que ni ha tomado
aire para invadir mi paz mental laboral.
–Buenos
días, Amanda. ¿Qué tal todo? ¿Qué te parece si cierras de nuevo la puerta,
respiras tranquilamente unos treinta segundos y llamas otra vez y empezamos de
nuevo?
Decido
cerrar el documento sin acabar, mientras escucho cómo Amanda respira detrás de la
puerta. Me relajo en la silla y, por primera vez esa mañana, observo por mi
ventana el paisaje que me hizo enamorarme de esta ciudad. Antes de que empezara
mi mente a soñar, llaman a la puerta.
–Buenos,
Gema. ¿Qué tal se encuentra? Hace un poco de frío aquí, ¿quiere que le abra el
radiador? –dice, mucho más tranquila y miedosa que antes.
–Buenos
días, Amanda. Me encuentro genial, gracias por preguntar. La verdad es que no
me había dado cuenta de que había bajado la temperatura; pero yo me encargo,
gracias –con mi sonrisa triunfante, de conseguir que Amanda se relaje.
–Me
encanta el modelito que llevas, jefa. ¿Qué organigrama tenemos para hoy?
¿Quieres un café?
–Gracias
–digo, mientras me levanto y observo mi nueva falda escocesa y mi jersey de
cuello cisne–. Ya sabes que yo nunca digo que no a un buen café; y prepárate a
ti otro, que el día va ser movidito. Y como nos lo vamos a ganar, pásate por el
obrador y coge dos napolitanas, la mía de chocolate –ella me sonríe y sale
corriendo del despacho en busca de nuestros cafés. Sonrió para mis adentros: es
un torbellino, pero bendito torbellino.
Cuando
regresa, veo que nada más abrir la puerta se le ilumina la cara. Voy a su
encuentro y cojo la bandeja que lleva en las manos, que casi abraza el suelo al
ver la sorpresa. Le doy un empujón hacia adelante, para que termine de entrar y
así poder cerrar la puerta. Dejo la bandeja en mi mesa y veo cómo su cara se
ilumina cada vez más, tamborilea los dedos encima de su nueva mesa y con la
mirada me pide permiso para sentarse en su nueva silla. Asiento con un gesto.
–Pero,
pero, ¿y esto? Jefa, explícate que me va dar un ataque cardiaco, o por lo menos
una crisis de ansiedad.
–¿Qué
quieres que te explique? Que el trabajo bien hecho se recompensa. Han sido
muchas horas extras, broncas, nervios que no te merecías; con olor a chocolate
y café, eso sí, pero muy duros estos meses. Esta mesa y silla son mi forma de
decirte que eres la nueva ayudante de dirección; me vas a tener que aguantar en
nuestro despacho y aprenderás a tener paz mental.
Y
así es como comenzó la transformación de “Bombón” a “Bombones y napolitanas”.
Jezabel Luguera©
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