lunes, 16 de enero de 2023

NAPOLITANAS Y CAFÉ

 

 


Como cada día, estoy despierta antes de que el despertador haga su aparición. De pequeña, le hacía la competencia a las marmotas; pero desde que cumplí un cuarto de siglo hace ya unos años, Morfeo va reduciendo sus horas de trabajo.

Decidí darme una ducha, sin ella no soy persona. Después, un desayuno relajada –es mi momento del día, donde me cuido y mimo como mi mejor amiga–, mientras mi perro me pide parte del mismo por el simple hecho de hacerlo, y siempre consigue su objetivo –la verdad es que me parece poco pago por su amor incondicional–. Tras un paseo a la luz de las estrellas –el sol tardará todavía varias horas en aparecer– para las necesidades perrunas, emprendo rumbo a Bombón. Sin saberlo, había adquirido una responsabilidad: abrir la pastelería.

Seguro que os imagináis que, nada más girar la llave, el olor a chocolate, azúcar glas, crema pastelera…, invade tu nariz; pues dejadme que os desilusione: al abrir, Bombón huele a limpio, a jabón. Sin las manos expertas de nuestros pasteleros, pinches, aprendices, trabajando en nuestras materias primas por medio de la más novedosa maquinaria –es la frase favorita de mi jefe de pastelería, desde que llegaron a nuestras vidas Neux 20.26– lo que te invade es olor a limón, del desinfectante, pero no te entran ganas de comerlo.

Me dirijo a las oficinas, mis dominios. Enciendo el ordenador: sesenta emails nuevos, ¡y dejé ayer la bandeja vacía!, ¡qué ganas tiene la gente de endulzarse la vida! Tras varias horas sumergida en pedidos, facturas y algún que otro malentendido de fechas de entrega, Bombón ha cobrado vida, y con ella el ruido aumenta, el olor a limón disminuye y… llaman a mi puerta de manera exagerada.

–Buenos días, jefa. ¿Qué tal estás? Me gusta mucho el modelito que llevas. ¿Quieres un café? ¿Cuál es el organigrama de hoy? ¡Qué frio hace!, ¿tienes cerrado el radiador?... –me dice una voz suave pero de manera atropellada que ni ha tomado aire para invadir mi paz mental laboral.

–Buenos días, Amanda. ¿Qué tal todo? ¿Qué te parece si cierras de nuevo la puerta, respiras tranquilamente unos treinta segundos y llamas otra vez y empezamos de nuevo?

Decido cerrar el documento sin acabar, mientras escucho cómo Amanda respira detrás de la puerta. Me relajo en la silla y, por primera vez esa mañana, observo por mi ventana el paisaje que me hizo enamorarme de esta ciudad. Antes de que empezara mi mente a soñar, llaman a la puerta.

–Buenos, Gema. ¿Qué tal se encuentra? Hace un poco de frío aquí, ¿quiere que le abra el radiador? –dice, mucho más tranquila y miedosa que antes.

–Buenos días, Amanda. Me encuentro genial, gracias por preguntar. La verdad es que no me había dado cuenta de que había bajado la temperatura; pero yo me encargo, gracias –con mi sonrisa triunfante, de conseguir que Amanda se relaje.

–Me encanta el modelito que llevas, jefa. ¿Qué organigrama tenemos para hoy? ¿Quieres un café?

–Gracias –digo, mientras me levanto y observo mi nueva falda escocesa y mi jersey de cuello cisne–. Ya sabes que yo nunca digo que no a un buen café; y prepárate a ti otro, que el día va ser movidito. Y como nos lo vamos a ganar, pásate por el obrador y coge dos napolitanas, la mía de chocolate –ella me sonríe y sale corriendo del despacho en busca de nuestros cafés. Sonrió para mis adentros: es un torbellino, pero bendito torbellino.

Cuando regresa, veo que nada más abrir la puerta se le ilumina la cara. Voy a su encuentro y cojo la bandeja que lleva en las manos, que casi abraza el suelo al ver la sorpresa. Le doy un empujón hacia adelante, para que termine de entrar y así poder cerrar la puerta. Dejo la bandeja en mi mesa y veo cómo su cara se ilumina cada vez más, tamborilea los dedos encima de su nueva mesa y con la mirada me pide permiso para sentarse en su nueva silla. Asiento con un gesto.

–Pero, pero, ¿y esto? Jefa, explícate que me va dar un ataque cardiaco, o por lo menos una crisis de ansiedad.

–¿Qué quieres que te explique? Que el trabajo bien hecho se recompensa. Han sido muchas horas extras, broncas, nervios que no te merecías; con olor a chocolate y café, eso sí, pero muy duros estos meses. Esta mesa y silla son mi forma de decirte que eres la nueva ayudante de dirección; me vas a tener que aguantar en nuestro despacho y aprenderás a tener paz mental.

Y así es como comenzó la transformación de “Bombón” a “Bombones y napolitanas”.

 

Jezabel Luguera©

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