jueves, 20 de abril de 2023

RETRIBUCIÓN ELEVADA

 



            Terminé de colocar mi equipaje, me senté y me abroché el cinturón de seguridad. Por primera vez en mucho tiempo no tenía nada que hacer y fui consciente de mi situación. Verdaderamente, me costaba creer que estaba en un transbordador rumbo a Galeno.

            Hace un año, ni en mis mejores sueños hubiera concebido algo así. Claro que, puestos a eso, tampoco seis años atrás hubiera imaginado que conseguiría estudiar medicina.

            Siempre destaqué en mis estudios pero, una vez en la universidad, pasé a ser una más; allí sobresalían cuatro o cinco de los que alguno, con suerte, conseguiría una plaza para la formación residencial en Galeno.

            De manera que, cuando el año pasado conseguí la titulación, no parecía razonable presentarme a aquel durísimo examen de acceso pero, para sorpresa de todos (incluida yo), lo intenté. Debió de darse una tormenta perfecta de circunstancias favorables porque, contra todo pronóstico, fui una de las tres personas admitidas de mi facultad.

            Así que allí estaba yo, compartiendo viaje con dos eminencias de mi promoción, rumbo a Galeno, centro universalmente famoso por proporcionar la formación médica más exquisita y exclusiva (y también increíblemente bien remunerada).

            Las once horas de viaje pasaron como un suspiro y, para cuando quise espabilarme, estaba en una sala de reuniones junto a los otros catorce seleccionados. Un hombre alto, canoso, en sus últimos sesenta y con expresión entre benévola y amenazante, nos dirigió la palabra: 

            ―Les doy la bienvenida en nombre de la universidad de Galeno. Soy el Dr. Quirón, director de Residencias y desde ahora su coordinador.

            »Ni a ustedes ni a mí nos interesa perder tiempo, así que iré directo al asunto:

            »Ya han probado sobradamente sus amplísimos conocimientos en medicina. Reciban nuestra más sincera enhorabuena.

            »Esta Dirección es consciente de que el inmenso prestigio de nuestra institución es también un billete de acceso a los mejores salarios, pero, por otra parte, convendrán conmigo en que para ofrecer un tratamiento médico de calidad, hace falta algo más que conocimientos.

            »Ignoramos qué han oído acerca de nuestro proceso de formación y selección, pero es igual, porque desde este mismo año hemos decidido cambiarlo radicalmente.

            »Tienen delante de ustedes un documento. Es un estricto acuerdo de confidencialidad relativo a todo el proceso de formación. Son libres de firmarlo o no pero, lógicamente, es condición imprescindible para continuar. En caso de que lo hagan, les aconsejo encarecidamente que lo respeten, no quisiéramos que descubrieran que nuestro departamento jurídico puede arruinarles su futuro profesional para siempre.

            Los quince nos miramos un poco aturdidos, pero no habíamos llegado hasta allí para nada, así que todos firmamos el acuerdo.           

            ―Bien, me alegro de su decisión. Ahora les pasarán un dosier con los detalles de su proceso de formación, pero puedo resumírselo en pocas palabras:

     »Serán destinados a diferentes colonias de nuestro sistema, todas con grandes necesidades de atención médica. Tendrán supervisión constante de un doctor adjunto, pero ya les anticipo que serán jornadas extenuantes, muy duras pero también muy formativas.

             »Su período de residencia no excederá los cinco años, durante el cual se les facilitará alimentación y alojamiento adecuados, así como periodos razonables de descanso. En cuanto al salario, me temo que vamos a estar bastante por debajo de sus expectativas. Cuando terminen su formación, sin embargo, podrían optar a mejorar algo sus condiciones. Y lo último: en cualquier momento (que puede ser ahora mismo) podrán presentar su renuncia. La Universidad correrá con los gastos de su viaje de regreso pero, recuerden que ya están, para siempre, vinculados al acuerdo de confidencialidad. Ahora les conducirán a sus habitaciones, tienen el resto del día para pensarlo. Aquellos de ustedes que quieran continuar, comenzarán su formación mañana mismo.             

            Tranquilamente en la habitación, leí el dossier y el contrato. Verdaderamente, el sueldo parecía una broma pesada. Valoré la posibilidad de renunciar, pero me dí cuenta de que me estaban ofreciendo lo que siempre había querido: ofrecer verdadera ayuda a mis semejantes.

            No obstante, a la mañana siguiente solo cinco de los quince estábamos en la sala de reuniones.

            Me destinaron a Alpha-3, un importante enclave minero. Realmente cumplieron todo lo prometido: jornadas un poquito más que extenuantes y  formación al mismo nivel. En cuanto al sueldo, era más bien una propina.

            A lo largo de los siguientes meses, en los días de descanso contactaba con mis cuatro compañeros, todos en condiciones parecidas a las mías. Para mi desmoralización, uno tras otro fueron presentando su renuncia, así que, antes del año quedé privada de ese pequeño apoyo. Pude soportar todo aquello aferrándome al hecho de que, aunque con resultados desiguales, estaba consiguiendo ayudar a mis pacientes.

            Poco después de cumplir los doce meses, me reclamaron en Galeno para la primera evaluación anual. En la sala donde, parecía que fue ayer, estuvimos quince ilusionados aspirantes, ahora estábamos solos el Dr. Quirón y yo. Su expresión seguía oscilando entre la amenaza y la benevolencia. Por esa vez, eligió la segunda:

            ―Enhorabuena, Dra. Elma, ha concluido satisfactoriamente su período de selección. Si desea continuar su formación con nosotros (y quiero pensar que sí), le ofrecemos un nuevo contrato por cuatro años. Transcurridos estos, podrá ejercer la medicina con la acreditación y el prestigio de Galeno (y sus posibilidades salariales), aunque nos gustaría que siguiera con nosotros. De momento, mire las nuevas condiciones y díganos algo.

            Leí los nuevos términos. Las jornadas eran de ocho horas, cinco días a la semana y en un centro de mi elección. En cuanto al salario, pensé que seguían   burlándose de mí, pero ahora al contrario: era escandalosamente alto.

            El Dr. Quirón me miró divertido y, adivinando mis pensamientos, dijo:

            ―Sí, quizás sea un poco bajo, pero considere que es para empezar, iremos actualizándolo periódicamente hasta alcanzar la cifra que se merece alguien verdaderamente comprometido con la medicina.

            Y, bajando la voz, añadió:

            ―Tengo que confesarle que son las mismas condiciones que hemos aplicado siempre para garantizar la vocación de nuestros médicos.

            Luego añadió con su lado amenazante:

             ―Pero no olvide la confidencialidad….       

                              

José E. del Olmo©

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