viernes, 18 de marzo de 2011

EL JARDÍN


Anoche soñó. No sabría decir si fue un bonito sueño o una pesadilla.

Una espesa niebla le rodea impidiéndole ver donde se encuentra. Intenta ubicarse y averiguar como ha llegado a aquel lugar. Siente su soledad como algo frio pero, curiosamente, no tiene miedo. Se encuentra seguro de sí mismo. Incrédulo busca los habituales signos de la angustia ante lo desconocido que forman parte ya de su vida cotidiana, pero no los encuentra.

Sus músculos están relajados, las piernas no le flaquean, no siente el sudor frío resbalando por su espalda; la sequedad en su boca ha desaparecido al igual que su exasperante sensibilidad a los ruidos por nimios que sean; no siente la repentina necesidad de evacuar su vejiga que le asalta siempre ante situaciones desconocidas o imprevistas.

Es buen conocedor de sus padecimientos y reconoce todos esos síntomas que se resumen en una sola frase:

“Tener miedo, de tener miedo”

Su psicóloga se lo explicó muy bien en su última consulta: “Una persona angustiada está en permanente y tensa atención viendo peligros donde no los hay, no se atreve a moverse quedando petrificado, paralizado por los excesivos miedos, haciendo que en cualquier situación se muestre temeroso, vacilante e incapaz de enfrentarse a riesgo alguno”.

Durante el tiempo que duran estas cavilaciones la niebla se va disipando dejando entrever la entrada a lo que parece un inmenso jardín. Se encuentra ante una enorme puerta de forja que deja paso a un recinto rodeado por una alta pared de piedra.

Seguro de sí mismo, como nunca en su vida se había sentido, le mueve la imperiosa necesidad de pasar y disfrutar de todo cuanto pueda encontrarse en el camino.
Siguiendo el empedrado sendero, marcado por una flecha dibujada en el suelo, recorre los primeros metros sin dar crédito a lo que sus ojos están viendo. ¡No hay vegetación!

En ambas márgenes del sendero se encuentran pequeños grupos de personas situadas sobre rocallas que dibujan diversas formas geométricas como si de hermosos parterres se tratasen. Junto a cada grupo, bien diferenciados unos de otros, se hallan los correspondientes carteles informativos de cada especie.

El primer grupo es de personas con las manos en los bolsillos y expresión apática. Por curiosidad se acerca a leer el cartel que dice:

ABURRIDOS.- Especie que no sabe divertirse. Puede ser contagioso...

La definición continúa con una completa descripción de las características que destacan en las personas aburridas.

Siguiendo el sendero con intriga se detiene ante los diversos grupos de personas con dispares poses y expresiones.

Las distintas especies parecen estar situados por orden alfabético:

AFABLES.- Demasiado simpáticos. Dispuestos a adoptar las opiniones y gustos ajenos sólo por complacer.

AGITADOS.- Inquietos, irreflexivos, infatigables, con desbordante actividad. Duermen poco y se jactan de no reposar nunca.

ALEGRES.- Sonríen continuamente... brota el deseo de juntarse a ellos para hallar el secreto de la felicidad.

AMBICIOSOS.- Siempre quieren estar arriba...

ANORMALES.- ¡Cuidado con los desequilibrados! Personas extrañas, enigmáticas, excitados, deprimidos, gente absurda...

APASIONADOS.- ...unas veces impetuosos, otras acariciadores.
...ponen la inteligencia al servicio del sentimiento.

APATICOS.- Representan el egoísmo del hombre comodón... aferrados al pasado y enemigos de toda novedad...

ASTUTOS.- La comedia de la falsa candidez...

De pronto algo le llamó la atención dejándole boquiabierto. El era uno de aquellos especímenes. Su imagen se encontraba allí, formando parte de un parterre en aquel insólito jardín humano. Superado el primer momento de asombro dirigió su mirada con curiosidad al cartel informativo. Quería comprobar si realmente estaba donde le correspondía y leyó despacio empapándose de cada palabra.

ANGUSTIOSOS.- Fáciles de reconocer al hablar con alguno de ellos si vemos que su rostro enrojece o palidece; le cuesta gran esfuerzo hablar, articula mal las palabras e incluso puede llegar a tartamudear. Acciona exageradamente con su cuerpo.
Si alguien se interesa cordialmente por su salud con apresurada prontitud le hará saber todas sus preocupaciones, describiendo con todo lujo de detalles sus palpitaciones, malas digestiones, catarros, las extrañas contracciones de garganta que le hacen creer en la existencia de una bola que le ahoga, los continuos insomnios... ¿Qué hacer cuando se tenga a un angustioso al lado? Sobre todo, hay que convencerle de que a nuestro lado estará seguro. Una vez convencido de que puede contar con el apoyo de alguien comenzará a ver en esa persona al “todopoderoso” que le librará de todas sus inquietudes. A partir de ese momento le mostrará su fiel abnegación y agradecimiento...

No continuó leyendo. Ya tenía la solución a su problema. Sólo necesitaba encontrar a esa persona que siempre estuviese a su lado infundiéndole seguridad y sabía que no habría de buscar demasiado para encontrarla. Simplemente tenía que despertarse y mirar a la persona que dormía a su lado.

Laura González Sánchez ©
Marzo 2011

jueves, 17 de marzo de 2011

EL JARDÍN


Tiko y Suna, iban a ser papás de un momento a otro, era cuestión de días. Suna estaba preocupada, aún no tenían un hogar, caminaban y corrían escondiéndose y huyendo de peligros noche y día, estaba cansada, asustada, como primeriza que era. Su barriguita le pesaba cada vez más, deambulaban de huerto en huerto, sin encontrar un techo donde guarecerse, en esa lluviosa primavera.

Tenían una buena amiga, era Osna, la golondrina. Una tarde fue a su encuentro y les dijo:

- Tiko, Suna, venid al jardín en el que tengo mi nido, es bonito y tranquilo, está lleno de flores, el césped es muy verde, en la casa pasan los fines de semana un matrimonio mayor, les gustamos, pues me respetan el nido que hago en su tejado, no son como otros humanos que los destruyen, ellos no, me esperan en primavera, apenas tengo que restaurarlo con unas pocas hiervas secas. ¡Vamos , seguidme!

Osna, alzó el vuelo, hizo un quiebro y remontó. Tiko y Suna, se miraron, dijeron:

- Sí, vamos contigo Osna, guíanos.

Después de una larga caminata, entrada ya la noche, Osna, se posó en el bonito, arce del jardín, sus ramas estaban llenas de brotes verdes. Tiko y Suna se pararon ante la puerta de hierro escoltada por un seto de verdes cipreses ¡qué alto era todo para esta parejita de ratoncillos de campo!, Suna temblaba de miedo. Osna, les dijo:

-¡Rápido, rápido, entrad!... ahí, junto a la acera, al lado del rosal Tiko, comienza a trabajar, haz una galería durante esta noche, no hay tiempo que perder.

Cobijado por la oscuridad, comenzó con sus patitas a excavar el túnel, la tierra no era muy dura, excavaba y excavaba, las horas corrían. Al amanecer, Tiko, había terminado, subió y sacó su hocico por el pequeño agujero de la entrada, estaba amaneciendo, el cielo estaba anaranjado y cálido, con la mirada, buscó a Suna, que se encontraba, dormida y acurrucada.

- ¡Suna, Suna, despierta!.

Ella, abrió los ojos y comenzó a reírse, al ver el hocico de Tiko, manchado de tierra. El le dijo que podían bajar a su nuevo hogar, pero antes, se quedaron mirando a su alrededor.

Era un jardín no muy grande, pero coqueto, donde Suna había pasado la noche; había grandes margaritas de diferentes colores, blancas, amarillas, malvas... bordeando la acera de la entrada pequeñas florecillas blancas y verdes que desprendían olor a miel, esto les despertó el apetito . Todas las ventanas de la casa, tenían jardineras con bonitos geranios granates, estaban tan absortos contemplando todo, que cuando Osna llegó, se dieron un buen susto.

- ¿Qué estáis, haciendo aquí? veo que has terminado, así que id a vuestra casa.

Así, lo hicieron. ¡Qué calentito se estaba allí y que blandito, gracias a las hierbas que Osna les había traído!. Tiko, dejó a Suna, bien instalada y salió con Osna a buscar comida.

Marta , se levantó temprano, después del desayuno, le gustaba darse un paseo por el jardín, llegó hasta el rosal, y allí vio un agujero en el césped. Nunca había visto otro igual, puso una piedra encima y lo tapó, pensó que era un nido de culebra que tanto detestaba.

Cuando Tiko y Osna regresaron... ¡oh! no puedo quitar la piedra, Osna ¡ayúdame!, lo intentaron pero nada, no se movía. Osna dijo:

- Ahora vuelvo con ayuda, escóndete.

Al regreso, venía con Ciro, un sapo fuerte y musculoso que se puso de espaldas a la piedra, dio un gran salto y esta cedió dejando libre el agujero con sus potentes ancas de sapo.

Gracias, amigo, le dijeron los dos. Tiko, bajó la comida y cual fue su sorpresa al ver a Suna, rodeada de su prole, ¡ya habían nacido, y cuántos eran, diminutos y pelones!, empujándose los unos a los otros, gimoteando todos a la vez.

Tiko estaba feliz y perplejo, salió a contárselo a Osna, que estaba incubando sus huevos con su pareja, se alegraron tanto que fueron a conocer a la nueva familia.

Cuando, Marta llegó el fin de semana siguiente, comprobó atónita que la piedra estaba desplazada del agujero y le dijo a su marido que al día siguiente iba a comprar veneno. Osna, desde el tejado oyó la conversación y se apresuró a contárselo a sus vecinos.

- Tiko, Suna, la dueña va a comprar veneno, cree que es un nido de culebras, tenéis que abandonar la madriguera. -Suna dijo :

- ¿Y a dónde iremos?

- He hablado con Ciro, el sapo, rodeando su charca hay un prado verde, es un remanso de paz, allí continuareis vuestra vida. Entre mi pareja y yo, trasladaremos a los peques con nuestras patas está cerca, ¡venga empieza la mudanza!

Fue complicado, las crías se negaban a volar tan alto, Suna las tranquilizó, todo se hizo ordenadamente. El primero en llegar fue Tiko, después la bulliciosa y traviesa camada. ¡Qué divertido era eso de volar! Por último Suna.
Ciro, les dio la bienvenida y para sorpresa de todos había una galería hecha, era de otros inquilinos, unos topillos que la abandonaron un buen día.

A partir de ese momento, nuestra familia de ratones fueron felices, ¡y, no, no comieron perdices!, los ratoncillos de campo, no comen perdices.


Ana Pérez Urquiza ©
Marzo de 2011

EL JARDÍN: "AL BORDE DEL ESTANQUE"


Un enamoramiento instantáneo el que ha sentido la pareja al pararse frente a mi cuadro. Buscaba, según el galerista, un Sorolla luminoso, pero fascinada ha salido con mi Edén bajo el brazo.

Pateando lo indecible, durante muchos días infructuosos, camino por un sendero casi virgen, en una de las islas Afortunadas. La maraña de yerbajos pegajosos, los montículos espinosos, la frondosidad punzante de los pinos me había hecho retroceder más de una vez. Pero, heme, aquí, hoy, que escudándome tras mi caballete, blandiendo mi estuche de colores. Tercamente, me aferro con mis botas a la tierra apenas hollada.

¡Ha merecido la pena! Es un deleite para los ojos y un azoramiento dulce para el corazón. No es el Paraíso situado por Mesopotamia, ni es el jardín de Hespérides ubicado en el Occidente, por la cordillera del Atlas.

Un estanque de aguas cristalinas refleja la frondosidad verdosa de los árboles, la matosidad de margaritas silvestres. Las aguas de velo fotográfico lucen nenúfares rosas. El estanque se halla salvaguardado por una balaustrada clara, rectangular. Adosadas a ella, se erigen varias pilastras, también claras, y sobre estas columnas posan macetas floridas: rosales enanos amarillos, rosales enanos anaranjados…
¡El día se ha vestido de gala para el artista!.

La luz del atardecer busca un espacio entre las copas de los árboles e ilumina la figura de una mujer. Es la flor más bella del entorno. Sobre el hombro derecho de su vestido blanco luce un mantón de seda, también blanco, con un ribete bordado de rosas rojas -sobre un sinfín de flecos filigraneros. Su mano derecha sostiene un sombrero de palma, rodeando la copa lleva un lazo de organdí adornado con un tocado de frutas exóticas. ¡Se la ve tan romántica! Aún así, ella se ha recogido el pelo con una cinta roja, y su talle queda más estilizado, si cabe, con un lazo encarnado. ¡Se la ve tan seductora!

Me voy acercando a esta nueva Eva, toda pureza, toda amor. Su cara serena como el atardecer. Ni graznidos, ni zumbidos, ni silbidos. Nada rompe su concentración Una lágrima surca su cara y agita mi cautela. Dirijo mi mirada al mismo punto que la suya. La luz, ahora, ocre-verdoso va dejando espacios claros. Ella sonríe. Me concentro toda. Sobre el reflejo de su vestido blanco se sobrepone la silueta blanca de una niña Sus miradas se magnetizan. Sus sonrisas y sus besos se encuentran y ambas se nutren

Aprovecho el embeleso para retirarme hacia mi atalaya. Delante de mi trabajo se me antoja que bien podría tratarse del estanque de los hijos deseados.

Isabel Bascaran ©
San Vicente de la Barquera,
3 de marzo del 2011

EL JARDÍN


Cualquier día de estos tenemos nuestra habitual reunión literaria y no tengo escrito nada. No se puede repicar las campanas e ir en la procesión al mismo tiempo. Estuve unos días de vacaciones y aunque tenía acceso a ordenadores, no tenía mucho tiempo ni era momento propicio para ponerme a escribir.

Hoy que ya estoy en casa, e informado por las “avisatrices”, primero Flor diciendo que el tema era “El Jardín” y el día señalado el diez de marzo, y luego Lines diciendo que ya no era el diez, que la fecha quedaba pendiente de un nuevo aviso de Foncho, me siento a ver si entarajilo algo:

El Jardín. Pues eso, rosaledas y paseos con el piso de gravilla. Hortensias en los lugares umbríos, y Dalias y margaritas a pleno sol. Si el jardín es un poco grande crecerán en él árboles exóticos donde en primavera gorjearán cien variedades de pájaros preparando sus nidos. El césped parecerá una alfombra por la perfección de su segado, y en las borduras, flores de tallo bajo y colores intensos… Algo así es un jardín en cuanto a la vista se refiere. Después podemos abrir paso al olfato, y aguardar a que la brisa mezcle aromas: de rosas, claveles, peonías, azucenas…

Y si además añado que de flor en flor se bambolean mariposas blancas y mariposas azules haciendo filigranas de colores, parecerá una auténtica mariconada; pero la verdad es que a un jardín se le suele sentir así a primera vista.

Pero escucha, si tu mirada traspasa el verde intenso del follaje, (me refiero al follaje verde de las plantas verdes,) encuentras abejas libidinosas, (quiero decir que liban, no que tengan algo que ver con el follaje que pensaste primero,) que al menor descuido te clavan sin compasión el aguijón envenenado en la nariz, dejándotela gorda y roja como la de un payaso. Junto a las abejas hay abejorros y moscardones que zumban y marean, saltamontes que te saltan a la cara, y escarabajos negros con unas pinzas grandes como las de un bogavante que si te atenazan en un sitio que yo se, darías un grito que se oiría desde el Congo. Hay hormigas rojas que hacen en las piernas unos ronchones de mucha madre, y arañas de patas largas y cuerpos peludos que solo el verlas pone los pelos de punta. Alegras un poco el ojo cuando ves mariquitas de alas rojas con puntos negros, pero enseguida adviertes que junto a ellas, y tras las hojas arrugadas de los arbusto hay pulgones sucios y pegajosos que da asco mirarlos, y limacos repugnantes que compiten con los caracoles en dejar su baba por todas partes. Fijándote un poco más descubres orugas de todos colores que reptan sus cuerpos blandoscomo vísceras, y que si por accidente las “espanzurras” entre los dedos, te impregnan de una gelatina asquerosa, que produce al que la toca un “repelús” que le corre todo lo largo de su espina dorsal. Después están las lombrices de tierra, los topos y los ratones de campo, amén de los excrementos de tantos pájaros como saltan de rama en rama…

El Jardín es un buen ejemplo para aprender a no fiarnos de las cosas a primera vista. Que de visita todos somos buenos, y algunos hasta muy guapos. Pero hace falta escarbar un poco para ver el trasfondo de las cosas. Y eso que pensándolo bien, lo mejor es quedarse con lo bonito de cada cosa y cada persona, y procurar que los trasfondos queden enterrados para siempre.

J. González González ©


Marzo 2011

EL JARDÍN DE LAS ROSAS.


Hoy he vuelto hasta el jardín de los rosales pues hacía mucho tiempo y muchos años desde la última vez que estuve allí, y fue contigo. En realidad no es ese su nombre, el jardín no se llamaba así, porque tampoco era un jardín como los que había en el centro, ni tenía un parque a su lado, ni árboles, pero nosotros así lo llamábamos, ¿recuerdas?.

Sonrío con tristeza al pensar en ese jardín y en aquella tarde. Recuerdo que fui a buscarte como siempre, a la tienda en que trabajabas. Saliste con tu cuerpo menudito y cabizbajo, muy cansada, las horas transcurridas detrás del mostrador no perdonaban y tu cuerpo lo acusaba. Sin embargo llevabas el cigarro inconfundible entre tus dedos, la sonrisa en tus labios de cristal y aquel pelo tan rebelde que pugnaba por cubrirte las espaldas y bajar hasta tu pecho.

Subimos hablando poco a poco. El aire de la tarde de un Enero ya creciente nos cubría y nosotros tratábamos de aprovechar esa hora mágica para conseguir ver la puesta de sol y a la vez llegar hasta nuestro jardín.

Hablábamos de mil cosas, de todo aquello que nos venía a la cabeza. Hablábamos de la vida, de nosotros, de los libros que leíamos, mientras apurábamos esos minutos de hermosura que el dìa nos brindaba.

Una vez arriba, y como dos enamorados, nos tomamos de la mano y caminábamos así, hasta nuestro jardín, a ese pequeño refugio donde una tarde vimos unas rosas abandonadas que crecían solitarias y en silencio y las hicimos nuestras.

Unas rocas calizas nos servían de asiento en aquel escenario que cortaba las palabras y nos hacía enmudecer. Como tantas tardes allí nos sentábamos, te abrazaba y te acurrucabas en mi pecho con tu mano rodeando mi cuerpo mientras nuestros ojos hablaban en ese diálogo sin voces ni palabras y donde solamente se escuchaba el latido de nuestros corazones.

Así te hable y me hablaste, hablamos mucho tiempo y nos embriagamos de aquella puesta de sol, en aquel escenario incomparable que nunca olvidaré. En un momento dado nuestros labios se juntaron, como tantas tardes, y nos besamos una y otra vez, en un acto juvenil de cariño y amor.

Sin embargo aquella tarde ocurrió algo que hizo que la historia de nuestras vidas cambiara y hoy recuerdo aquel momento, quizás aquel segundo con algo de tristeza, porque lo que sucedió marcó nuestras vidas.

Quizás lo recuerdes, ya que pasó cuando nos estábamos besando. Entonces yo llevé mi mano hasta tu seno para acariciarlo, para sentir la suavidad de aquel pecho que latía tan cerca del mío, para transmitirle mi cariño y llenarme del eco que creía que el mismo desprendía. Pero en un acto sorprendente, tomaste mi mano con la tuya y la separaste de tu pecho, tus labios se desprendieron de los míos y una mirada, para mi desconocida, dio paso a una frase que salió de tus labios:

-¡No!.

Fue como un grito que llegó a mi conciencia y me hizo retroceder. Algo que sucedió en una fracción de segundo y que azorado, me llevó a retirar la mano, a mirarte con vergüenza y a decirte que me perdonaras.

De pronto todo cambió. La tarde había llegado a su final y el sol ya se había ocultado tras las montañas y allí, en aquel improvisado jardín, el "jardín de las rosas", dos personas se encontraban ahora, desconcertadas y ausentes, mirando como un día hermoso había terminado y también con él se había llevado sus sueños.

Bajamos hacia el pueblo pero ya nada era igual. Los dos íbamos pensando en lo sucedido y quizás tú pensabas una cosa y yo otra. Lo cierto es que nos despedimos con un "hasta mañana", aunque en el fondo yo sabía que no habría otro mañana, porque esa tarde había marcado un antes y un después de un sueño maravilloso.

Hoy, años después, cuando ya me encuentro en el otoño de la vida, recuerdo aquel momento porque quizás no lo he olvidado nunca, aunque me resistía a volver a ese sitio tan especial. El rincón está allí con sus rocas calizas. Las rosas han desaparecido y en su lugar existen unas matas de maleza. Tú estás en tu hogar y yo en el mío, pero en aquel lugar, y eso es lo hermoso, nacieron muchos sueños e ilusiones, muchos proyectos que brotaron y que luego, con el paso del tiempo se quedaron marchitados.

Rafael Sánchez Ortega ©
09/03/11

UN JARRÓN LLAMADO AMOR.


UN JARRÓN LLAMADO AMOR.

Había una vez un jarrón asomado alfeizar de una ventana… Admiraba el jardín solitario en silencio, rodeado de las más variadas y bellas flores.

Allí fue donde lo depositaron hace tiempo, recuerda perfectamente como sucedió.

-Me desenvolvieron con mucho cuidado de aquel envuelto dorado, adornado con un lacito marrón, despojándome de aquel plástico de burbujas de aire con sumo cuidado y oí palabras de asombro, incluso cayó dentro de mi panza una lágrima.

Tenía pegada una tarjeta en un pergamino beige, comprado a un importante anticuario según comentaba la chica a sus amistades -este papel valioso estaba confeccionado en el siglo XV-.

Leyó la carta Rosa, la mujer a quien me regalaron y ponía:

“A mi amor, para que lo llenes con las más bellas flores. Mi cariño hacia ti llenaría millones de jarrones. Escogí éste por ser el más bellamente labrado, el de cristal más puro, único en el mundo y no me atreví a ponerle dentro ninguna flor, pues ni la más bella podría equipararse a ti; no existe”.

-Ella acariciaba dulcemente una plaquita de plata en mi base.

Oí decir al muchacho que el soplador de vidrio que lo hizo, me había puesto el nombre, de “Amor”. Este hombre, envejeció triste porque su amada partió lejos, lejísimos, a tanto que alcanzó las mismas nubes. Al morir éste, todas sus bellas obras fueron vendidas por sus sobrinos y este jarrón se conservó de casualidad, en el fondo del trastero, parte del viejo almacén de trabajo del artesano; nadie se percató de su existencia. Al cabo de 30 años alguien lo encontró, limpió y sacó a un rincón de la estantería más escondida. Al entrar a buscar algo especial para ella, vio el destello de la plaquita con el nombre de la obra. Pidió que se lo enseñaran y supo de la historia por una carta que tenía dentro y que conservaron; él también la guardó.

Ella me acarició y limpió constantemente, durante mucho tiempo y jamás puso una flor dentro de mí.

Estoy algo triste, siempre asomado al jardín, siempre añorando aquellos colores y olores agradables de las rosas, de los lilium, de las margaritas gigantes (esas huelen raro, pero no me hubiera importado abrazarlas y alimentarlas con el agua que me pusieran dentro), siempre solo.

Ellos se fueron y me dejaron aquí para evitar quebrarme en el viaje, a cargo de Andrea.

Esta primavera ha crecido justo al lado de la ventana una orquídea, la plantaron en la acacia, pues está al oeste y esa orientación -según dijo la madre de mi dueña -, la viene muy bien para crecer. Comentaba a su vecina mientras procedía a colocarla en el vértice de una rama y el tronco, con un envuelto con la poca tierra que necesita - es la flor más apreciada por todos los floricultores, se llama “Orquídea mariposa”.

-Aquella flor fue creciendo y ya cumplió tres años; se inclina y mueve como las mariposas, rozando el cristal de mi ventana, reclamando mi atención. Está preciosa con su color rojo, en lo que parecen auténticas alas abiertas de esos insectos coloreados y sutiles. Ella me mira y yo la miro, cuando anochece me guiña cómplice y recoge sus pétalos para protegerse. Yo la despido con los últimos rayos del sol, se reflejan en el reborde de mi boca, haces de luces reconvertidos en mil colores irisados, en guiños ya enamorados para mi amada flor, casi inadvertidos para todos y que a ella quizá la hagan enrojecer avergonzada, pues su envés se convierte en el más oscuro y sólido rojo.

Ella me quiere lo sé.

-Amor, -me dijo un día, quisiera tu abrazo.

-Mariposa linda, no puede ser. Ambos moriremos, tú porque serás cortada y yo, al verte morir.

-Pero estaremos juntos después de tanto tiempo, sería como un cuento con final feliz.

Así pasaba el tiempo, en amores apenas rozados de mi transparente cristal a su flor, con el aire como cómplice.

Llegó el día de la fiesta local y había invitados a comer, eran los amigos de la dueña de aquella casa. Era una fecha especial, se notaba en el ambiente. Olía a comidas, a especias delicadas o dulces postres, aderezados de azúcares quemados; recogieron flores en macetas para adornar el porche y colgaron papel de colores en el jardín, enroscaron coloridas bombillas para bailar en la noche, y pusieron bajo la sombra de los árboles, sillas y tumbonas. Llenaban mi interior de agua. ¿De agua? Sí, tenía agua con tinte de violetas azules, recogido en infusión de sus hojas en forma de corazón, ese olor me embriagaba y la sorpresa mantenía aún más si cabe, mi boca abierta.

-De pronto apareció. Era Mariposa, venía sujeta en la mano de la jardinera, rodeada con parte de sus alargadas y anchas hojas en oscuro y brillante verde. Me miraba y se abría delicadamente en aquellas dos varas coloreadas, en su final, florecidos racimos de color rojo en el intento del abrazo ensayado tantas veces al columpiarla el viento, en delicados roces de caricias casuales en aquella ventana o a mi; ahora nos amaríamos en la realidad, unidos. La miré entristecido, estaríamos juntos al fin pero, ¿cuánto duraría nuestro alcanzado amor?

-Fue un encuentro increíble, fusionados en aquel líquido cárdeno de pétalos acorazonados, de la felicidad acompañada de la fiesta en la calle, aquella música y la ruidosa alegría de la feria o el silencio de aquella multitud de flores, el jardín hermoso que nos miraba celoso ante tanto amor. Estuvimos acompañados de sus aromas más intensos en la atardecida, de las lilas y las rosas, del blanco y purpúreo azahar del naranjo y del limonero, del run-run de las abejas en el interior del panal, buscando su sitio en cada una de aquellas celdas llenas de dulce miel, quizá tan dulce como nuestro amor. Sí, el jardín, nuestro jardín de la pasión del hoy, testigo también de nuestra fantasía enamorada de antaño y de la felicidad ahora disfrutada…

-…Pero moriste cayendo aquella mañana sobre la mesa, quedando tendida en aquel mantel bordado en calados segovianos, inerte, abierta y sonriente, como si estuvieras dormida, fresca aún…; te desprendiste rozándome lentamente, al lado de mi placa, al lado de aquellas letras que formaban el sentimiento que nos unió para siempre, AMOR, a través del tiempo y el espacio, atravesando juntos en espíritu el etéreo cielo.

Tus tallos desprendían agua al salir de mí, eran las lágrimas de ambos; quise morir y en un despiste de Andrea, conseguí pegarme a uno de tus tallos al ser sacados y caí al suelo para lograr mi suicidio. El agua azul se derramó expandiéndose en la alfombra y aquel olor pesado del agua de violetas, llenó la habitación del aroma triste a despedida, a final, a alma densa y abatida.

Reboté en la mullida lana de aquella alfombra persa y salí despedido contra la pared. Mis añicos se desperdigaron por el suelo después del estallido, llegando algunos a tus flores caídas de la mano de nuestra Cupido, a causa del sobresalto al despedazarme. Todos sollozamos, Andrea, porque sabía el significado que le daba su hija aquel jarrón ahora quebrado; tú por mí y yo por ti.

Nuestro final fue bello; rotos, exánimes pero juntos en aquel cubo de la basura que olió mucho tiempo a los días de amor que vivimos. La mayor felicidad que nadie nunca soñará jamás.

Quizá los amores creados en las fantasías, mueran al hacerse reales o estando cercanos.

Quizás mereciera la pena vivir semejantes instantes. ¿Cuál de las opciones tomaríamos en esa ilusión?, ¿a quién no le importa morir feliz al lado del otro o, ser el que pretenda mantener ese apasionado amor en ese rincón de su corazón sobreviviendo? Todas legítimas.

Amor, sentimiento encontrado, donde muere al nacer la pasión, donde la entrega es posesión aun siendo compartido, dure lo que dure tiene un nombre: ¡felicidad!


Ángeles Sánchez Gandarillas ©
10-III-2011