sábado, 18 de junio de 2011

TU MIRAR


TU MIRAR




Cuando me miras,
siento que me ves por dentro,
que me dejas en cueros el alma
y que descubres cuanto te quiero.






ILUSIÓN


La mirada de la imaginación, es la realidad que quisieramos.


Ángeles Sánchez Gandarillas ©
16-V-2011

LA MIRADA


Hay miradas
que matan,
miradas de odio
que hieren.

Todas las miradas
tienen su expresión.

Una mirada cariñosa
te reconforta,
te colma de alegría
y satisfacción.

Hay ojos de todos los colores,
ojos azules,
verdes, grises,
negros y marrones.

Por la mirada
podemos definir
muchas cosas diferentes;
pueden ser:
Agradables o
desagradables,
grandes, pequeñas,
bonitas o feas.

Con los ojos
reconocemos los colores
y otras muchas cosas.

Cuando estamos tristes
se nos llenan los ojos
de lágrimas,
y lloramos.

Si estamos alegres,
también lloramos
de emoción.

Blanca Santos ©
15-5-2011

TU MIRADA


Desde hace años acude a ese bar todas las tardes y se sienta al final de la barra en una mesa. Desde allí ve salir y entrar a la gente y eso la entretiene, observa el trasiego de los clientes y desconocidos que pasan por allí, algunos son ya conocidos pues coinciden todos los días a la hora del café. A veces charla con ellos de las cosas que suceden, otras escribe y se abstrae en su mundo de palabras intentando plasmar lo cotidiano de la vida.

Pero desde hace unas semanas se siente observada, a las cinco en punto, como si de un ritual se tratara aparece él, se coloca al comienzo de la barra y pide su consumición, pero antes según entra lo primero que hace es mirarla. Sus ojos se detienen en ella, la mira de arriba abajo y sonríe. Ella, como siempre, lo mira por el rabillo del ojo sin darse por aludida, y sigue escribiendo inmersa en sus pensamientos.

Así van pasando las tardes y se ha acostumbrado a su presencia, tal es así que ya espera nerviosa y mira el reloj para estar atenta a la hora concreta, pero hoy se ha propuesto devolverle la mirada y sonreírle.

Ha visto algo en sus ojos que le llama atención y ha notado que él está interesado, pero no se atreve a decirla nada. Mira el reloj de nuevo, está nerviosa, ve que son las cinco en punto, mira hacia la puerta y allí aparece él; la mira y sonríe y no se detiene en la barra, si no que se acerca lentamente hasta ella, no sabe que hacer y disimula colocar los folios que tiene sobre la mesa, su corazón palpita apresurado y al intentar ordenarlos caen al suelo, se inclina para recogerlos y al levantarse allí está él.

Su mirada es tierna, sus ojos desprenden un brillo intenso, y su sonrisa es indescriptible, siente un rubor en sus cara y ve que le tiende sus manos para ayudarla, sonríe tímidamente y le da las gracias y por cortesía lo invita a tomar un café.

Han quedado para tomar un café esta tarde. A las cinco en punto aparece por la puerta y cuando se dirige hacia ella no puede evitar el decirle, con tu mirada me has dejado sin palabras, tanto es así que hoy no he podido escribir, y espero que ésta me acompañe durante muchos años, pues ya desde hace mucho tiempo me he acostumbrado a ella y no podría estar sin tus ojos a mi lado.

Flor Martínez Salces ©
mayo,2011

LA MIRADA


La primera vez que la vi, en aquella tienda, me cautivó. Estaban ella y su hermano. Me acerqué y nos miramos, era pequeña, sus ojos grandes, negros y redondos me miraban llenos de inocencia y ternura. Era muy chata tenía una naricilla perfecta , contactamos al momento me dije –es ella va a ser para mí-, ¿su pelo?, largo, liso, suave; ¿su color?, entre rubio claro y oscuro. Con aquella mirada, mi corazón latió alegre y gozoso tic, tac... tic, tac, no pude resistirme, la cogí y abracé junto a mi pecho, mi cara rozaba su cabecita. Ella emitía gemidos mimosos, le dije:

-Tranquila cariño, vamos a casa.

Al ser la primera noche lo dispuse todo para que estuviera cómoda, que no le faltara de nada, cena, bebida y lecho. Me observaba tímidamente yo miraba con placer todos sus movimientos, me divertían.

Después de su cena, emprendió una improvisada carrera de la cocina al salón y del salón a la cocina, el resto de la casa no estaba iluminado y no se atrevía. Iba de alfombra en alfombra, ya que descubrió que en el piso de madera derrapaba, me reía cuando esto sucedía. Extenuada de tanta carrera y sus consiguientes derrapes, se durmió yo también no sin antes haberla contemplado dormir plácidamente.

De madrugada lloraba, se sentía sola, de un impulso salté de mi cama pero no acudí a sus ruegos, no por ganas sino por que así me lo aconsejaron. Al día siguiente, tras una noche un tanto expectante por ambas partes nos vimos temprano; yo lo estaba deseando. Cuando la vi allí, mirándome, tan pequeña e indefensa que no sé cuantas veces abracé y besé  a ese cachorrito de dos meses de vida, diciéndole:

-Buenos días cosita, –ella me miraba y movía su peludo rabito, parecía muy feliz, –he de pensar en darte un nombre, no sé... no sé... mi primera mascota se llamó Neska, la segunda Ire ¿y tú? no sé, al decir esto último lamió mi mano y le dije:

-Lo tengo, tu nombre va a ser Nosé–

Desde ese día Nosé se convirtió en parte de mi vida, fue un buen cachorro, no rompió nada en casa, salvo el talón de mis zapatillas ya que iba tras de mí y los mordisqueaba, le parecía muy divertido y confieso que a mí también.

Actualmente vamos juntas a todos lados si viajo va conmigo ya que solo pesa cuatro kilos, paseamos y jugamos mucho. A la hora del baño recorre la bañera de lado a lado y no para, con el secador sin problema, pero este viene a la hora del cepillado de pelo, en cuanto ve el cepillo en mi mano... se esconde y tenemos verdaderos problemas ese día.

Conoce cuando voy a salir con o sin ella pues mira mis pies, si ve que llevo tacones baja el rabito, si no los llevo lo menea y da saltitos de alegría. Tiene sus manías, cuando paseamos y hay una tapa negra de alcantarilla, la rodea, no la pisa nunca, el felpudo de la puerta, tampoco lo pisa, lo salta.

Supongo que Nosé, pensará que yo también las tengo en estos diez años que llevamos juntas, no se lo he preguntado por temor a sus respuestas. No quiero ni pensar en el día que me falte esa dulce mirada de profundos ojos negros.

Ana Pérez Urquiza ©

ES CIERTO, TENÍA PENDIENTE DE ESCRIBIRTE...


Para ti, C...


Es cierto, tenía pendiente de escribirte
y quería hacerlo así,
despacito y en silencio.
Sin nadie que nos molestara
ni nos interrumpiera,
aunque la verdad es que nunca
nadie nos ha interrumpido,
a pesar de que tú permanecías calladita
en aquellos monólogos interminables de mi parte.
Pero también te he escuchado muchas veces.
Esas en las que me hablabas de ti,
de tus cosas habituales,
de tus andanzas,
de las personas que te rodeaban y, sobre todo,
me has hablado con tu silencio.


Porque es cierto que es así,
que en esas charlas sin palabras,
en esos instantes mágicos e interminables,
es donde nos hemos visto y encontrado.


Allí te has puesto cómoda mientras te hablaba.
A veces, te estirabas y ahogabas un bostezo.
Yo sé que te dormían mis palabras
y que ellas te abrumaban
mientras yo seguía hablando y hablando,
en ese diálogo interminable.


Quizás estoy dando vueltas, entre mis dedos,
a esta pieza de juguete de un mecano,
mientras pienso qué te voy a decir ahora
que no sepas,
que no tengas ya en la mente
y te sonrías al leerme,
porque sé que tú me conoces bien
y sabes lo que pienso y lo que siento,
aunque quizás estés deseando oírlo de mis labios,
escucharlo en las palabras que salgan de mi boca
y leerlo en mis pupilas silenciosas.


Así que dejaré la pieza del mecano
en la repisa de la ventana,
tomaré tus manos en mis manos
y te miraré a los ojos.
Quiero ver en ellos el brillo de tu alma,
quiero sentir el latir de tu corazón,
quiero notar ese deseo en la punta de tus labios,
quiero sentirte gritar y pedir que te abrace,
que te diga que te quiero,
que te susurre al oído que te amo.


Porque eso es lo que quiero decirte,
lo que te quiero ofrecer,
lo que te quiero dar ahora,
aunque luego te enfades
y aunque más tarde me evites y me cierres
la puerta y la ventana,
como una niña gruñona,
porque en el fondo quiero romper el miedo de tu alma,
quiero saciar la sed de tus sentidos,
quiero hacer que sueñes y que vivas,
que sientas el latido de tu pecho
acelerarse con el viento y con la brisa,
que busques a la lluvia en primavera
y a la nieve en el invierno
y quieras y ansíes a las olas de los mares
y a los trigos en los campos de castilla.


Pero también quiero llevarte
la música a los labios,
la eterna melodía de la paz de los sentidos,
la bella mariposa que venga hasta tus manos,
el beso y la caricia de las fuentes,
el llanto interminable de los ríos,
el lecho inmaculado de las hojas en otoño.


...Porque quiero repetirte, sin descanso,
que te quiero y que te amo.
Que no importa, ni me importa, lo que pienses.
Aunque creas que estoy loco,
aunque mires a otro lado,
aunque evites mi mirada
y aunque creas que te acoso.


Después de este momento no habrá otro,
porque hasta ahora te contaba y me contabas
muchas cosas en silencio,
pero ahora ya lo sabes.


He abierto con las letras mi costado,
he hablado y te he contado todo aquello
que guardaba.
Ahora sabes lo que pienso y lo que siento,
aunque sé que tú ya lo sabías,
que intuías todo esto con tu miedo,
con tus dudas, con tus nervios.


...Dejaré que tú te duermas nuevamente,
dejaré que todo pase.
Que se aplaquen las galernas de las almas,
que se duerman las pasiones y sentidos.
Dejaré que el tiempo marche,
con mi vida, hacia la nada
y si me evitas, si te alejas,
quedaré con mis recuerdos añorando tu figura,
y tu presencia,
tu peluche de gitana
y esos ojos tan divinos
que yo quiero y que yo adoro.


Rafael Sánchez Ortega ©
10/05/11

LA MIRADA


Paula se despertó sobresaltada: ya el sol se colaba por las rendijas de la ventana; su corazón le dio un vuelco. El niño no la había despertado para tomar el biberón. Se abalanzó sobre la cuna; el bebé al verla sonrió, y su mirada de color azul chispeante, como lucecitas fue el mejor de los regalos. En cuanto la vio se puso a patalear y a agitar los bracitos con el sonajero. En esos momentos se sintió la más feliz y tierna de las madres, y su mirada fue tan dulce como una tarta de cumpleaños. Los dos se lo pasaron de lo lindo; el niño con sus risas y sus gorjeos, y ella con ese embeleso que solo se sabe cuando se tiene la experiencia de ser madre.

Pero el tiempo pasaba. Tenía que esperar a su sobrina para que se quedase con el niño, y poder ir a ver a su padre ingresado en el hospital con una dolencia de mal pronóstico.

Se vistió de prisa y salió a la calle dispuesta a coger el autobús. Al volver la esquina de su casa se encontró de golpe con una escena que no le gustó nada. Dos hombres estaban discutiendo en plena calle. Uno le cogía por la pechera al otro insultándole y sus miradas por desgracia irradiaban mucho odio. Intentó separarles, pero solo consiguió que uno de ellos le diese un empellón.

-¡Señora, no se meta donde no la llaman!- Seguían insultándose, pero gracias a Dios se escuchó una sirena de policía y siguió su camino.

Ya en la parada del autobús, su mirada se posó distraída en la gente que allí estaba. De pronto se sintió desasosegada; miró hacia atrás y se tropezó con una mirada libidinosa. Un hombre entrado en años, no le perdía ojo. Se sintió mal. Cuando llegó el autobús fue hacia el final, pero el susodicho no se arredró y fue tras ella. Una parada, dos, tres… La tocó bajarse. El hospital quedaba delante de su vista. ¡Por fin se sintió liberada! Aquella mirada la asqueó en lo más profundo de su ser.

El pasillo largo le dio la bienvenida. Planta quinta, habitación 210. Su corazón se aceleró. ¿Cómo encontraría a su padre? Se paró delante de la puerta. No se sentía con fuerzas para franquearla; las piernas le temblaban, pero no tuvo más remedio que abrir, y lo primero que vislumbró fue la mirada de su madre; una mirada de miedo, de susto, pero también de querer afrontar el problema y seguir tirando. Miró a su padre; estaba de espaldas medio dormido, volvió la cabeza y sus miradas se encontraron. Vio resignación en aquellos ojos oscuros y enérgicos, pero también una chispa de fortaleza para luchar. ¡Nunca se sabe a ciencia cierta donde está el fin! Le cogió una mano, se la acarició y besó

¡Ánimo, papá!

Entró el médico y escudriñó su mirada, pero esta era impersonal y distante; muy amable, eso sí, pero se le notaba que no quería dar falsas esperanzas.

Cuando su padre se quedó dormido puso un rato la televisión. En la cadena que dio echaban una película y se dispuso a seguirla, pero ante sus ojos, por la mirada inyectada en sangre del protagonista supo que iba de asesinatos. Cambió de canal, este prometía ser más entretenido, eran periodistas hablando del mundo de los famosos, pero allí descubrió miradas de rencor, de envidia, de mal disimulada sutileza entre ellos, amén de forzar la voz hasta límites insospechados para ver quien tapaba a quien. Acabó apagando ese dichoso trasto del que ya casi no podemos prescindir, que debe informar, formar y entretener…

Volvió a casa. La casa de su hijo. Atenderle atenuó la pena de su corazón. Escuchó la llave de la puerta. Su marido llegaba y se echó en sus brazos. Se sintió reconfortada.

Cuando la casa quedó en silencio y pudieron compartir el lecho, sus miradas se encontraron, esas miradas que hablan sin palabras y lo cuentan todo, con leves caricias que son el preludio de una noche de amor.

Mª Eulalia Delgado González ©
Mayo 2011

LA MIRADA


La mirada solo es una, pero puede tener mil formas. Así, de repente, me recuerdo especialmente de una: Hace muchos, muchísimos años vivían en Vallines José Hevia y su esposa Faustina. Vivían en una casucha miserable, y la cuadra que tenían a la salida del pueblo donde es posible que en algún tiempo anterior hubieran tenido una vaca que les proporcionara la leche que bebieron, hasta donde llegan mis recuerdos, ya solo era una ruina. A la puerta de esta ruina estaba siempre asomado José con barbas de siete días y una colilla pringosa y apagada, como soldada a su labio inferior. Faustina, diminuta y arrugada como una manzana seca, subía y bajaba tras él de casa a la cuadra y de la cuadra a casa envuelta en harapos negros, como si fuera su sombra. José le llamábamos, pero entre los del pueblo era más conocido por el apelativo de el Cestero. Le llamábamos así porque mientras pudo vivió de hacer cestos con madera de avellano y venderlos por los pueblos cercanos. Su decadencia de artesano comenzó el día que Marcelino, el hijo apocado que le ayudaba, se cayó muerto hundiendo la cabeza en el balde de agua donde remojaba las delgadas ristras de madera con que hacían sus cestos.

Cuando yo me casé, el hombre vivía ya en la mendicidad. No andaba otros pueblos que no fueran los del propio ayuntamiento, cuyas gentes, por conocido, eran con él más generosos que con otros mendigantes.

Los indigentes de la posguerra tenían dos formas de llamar cuando iban de puerta en puerta: Alabado sea Dios, o Ave María Purísima, y las amas de casa dos formas de responder: Para siempre sea alabado, o Sin pecado concebida. José el cestero no se consideraba mendigo de profesión, sentía como vergüenza de pedir, y al llegar a cada casa procuraba llamar a la dueña por su nombre.

Mi mujer estaba cosiendo sentada al sol en el balcón de la casa, y junto a ella, jugando con una muñeca nueva, nuestra hija Celia de tres años. El Cestero ni siquiera necesidad tuvo de llamarla.

-Traes buena mañana de sol, José.- Le dijo, y dirigiéndose a la niña añadió: Baja, junto a la radio hay dinero, cógelo y dáselo al Cestero.

El Cestero se fue, Adelina siguió cosiendo, y la niña volvió a subir para seguir con sus juegos. Media hora más o menos había pasado cuando el Cestero estaba de nuevo llamando a la puerta.

-Pero José, No te dio antes la niña…-José no la dejó seguir hablando:

--Si, me dio esto….. Yo lo guardé, y más tarde lo saqué del bolsu pa amiralo mejor. Volvílo a guardar, y cuando iba por la carretera del Llanu saquelo otra vez del bolsu. Lo amiré, lo golví a amirar, y dije: Cá, esto no pué ser. Tuvieron que equivocase….porque lo que diome la nenuca fue esto… y esto nadie lo da de limosna- Y el Cestero devolvió el billete de cien pesetas que la cría le había dado en vez de las monedas sueltas que había junto a la radio.

Efectivamente, cien pesetas eran entonces muchas pesetas para una limosna, Sin duda significaban bastante más que lo que puedan significar hoy cien euros actuales.

Pensé inmediatamente en la mirada que el Cestero le echó al billete. Tuvo que haber sido una mirada increíblemente asombrosa. Una mirada capaz de llenar de un brillo especial aquellos ojos hundidos de párpados pegajosos… Luego volvió a mirar el billete. Le miró de otra manera…Fue sin duda una mirada imprecisa que se fue transformando hasta convertirse en la hoy tan extraña mirada de la honradez. Una mirada que hizo que aquél hombre miserable y hambriento volviera sobre sus pasos para devolver lo que su conciencia no le permitió quedarse… Miradas como aquella, desgraciadamente hoy quedan muy pocas

J. González González. ©
Mayo 2011

LA MIRADA


HA LLEGADO EL AMBULATORIO AMBULANTE
SEÑORAS Y SEÑORES
HA LLEGADO EL DR. FISIOPLASTICO
COMPRO MIRADAS.
EL PRECIO LO PONE USTED.
SÍ, SEÑORAS Y SEÑORES
EL PRECIO LO PONE UD.
ACÉRQUENSE Y VEAN.

Los primeros en acercarse son dos hermanos gemelos, solterones. Como se acostaron con el sol, se han levantado con el sol, y para las nueve ya se habían tomado un par de carajillos cada uno. Aunque sus pies están en el suelo, sus cabezas ya asoman en el fabuloso ambulatorio: es todo luz, es todo perfume, es todo novedad. El Fisioplástico va vestido de blanco inmaculado; sus manos y sus pies cubiertos con guantes y chapines albos; y una mascarilla verde le cubre la cara El doctor les invita a acomodarse en sendas butacas. Dos androides, con sus barberos y carritos chick se les acercan. Realizan un perfecto trabajo de rasurado y limpieza cutánea –uno de ellos se ha detenido mucho ante la cara de su hombre- El cirujano comienza su labor: va extendiendo una mascarilla innovadora por la frente, por el contorno de los ojos –la succión en este punto es más dolorosa. Va aplicando la mascarilla extractora por los pómulos, la nariz, la comisura de los labios, el FP (Fisioplástico) inyecta morfina para evitar palabrotas innecesarias. Y sigue con sus toquecitos mágicos por las mandíbulas y, por fin, por el mentón. Y mientras el operado descansa, el Dr. FP –con sumo cuidado- introduce la máscara obtenida en uno de los compartimentos del gran armario empotrado. Es de color azul y lleva la etiqueta MIRADA OSADA. Una vez que el Dr FP ha obtenido la segunda máscara la pone en otro continente con el rótulo: MIRADA ELOCUENTE. Los dos hermanos, con las caras engasadas se dirigen hacia su casa; llevan entre sus manos rudas, pero acogedoras ahora, unas cajitas-fuertes, versátiles.

SEÑORAS Y SEÑORES
HA LLEGADO EL FISIOPLÁSTICO
COMPRO MIRADAS.
EL PRECIO LO PONE USTED.
SI. SEÑORAS Y SEÑORES

Tres jóvenes mamás acaban de tomarse un merecido café con leche. Entre adioses, besos y achuchones -que han impacientado al chófer del autobús escolar- se han despedido de sus angelitos Se acercan recelosas al ambulatorio. La más alegre sube la primera. Tres robots les practican un tratamiento facial tan placentero e hipnotizador que apenas se percatan de las succiones de la mascarilla glotona El doctor mientras va entregándoles las cajitas-fuertes, versátiles, les exhorta a que no se desprendan de las gasas protectoras hasta que lleguen a sus casas. Y él, con gran regocijo, deposita la MIRADA SOÑADORA, la MIRADA MIEDOSA, y la MIRADA MATERNAL en tres receptáculos de la unidad rosa.

Las tres jóvenes mamás, por fin, en la casa más cercana, se precipitan al baño: El esfuerzo por aflorar todos los sentimientos de felicidad que les hincha las entrañas se asemeja al parto que sufrieron, más ahora, nada emerge. La ex soñadora vomita el café. La ex nerviosa sufre un ataque de ansiedad. La ex maternal comienza a hacer la cama de su hijita, luego, maquinalmente, sigue con la cama matrimonial…

SEÑORAS Y SEÑORES
HA LLEGADO EL DR. FISIOPLÄSTICO.
COMPRO MIRADAS.
EL PRECIO LO PONE USTED.
SÍ, SEÑORAS Y SEÑORES.

Son las doce. Llega una viuda, después un matrimonio de unos sesenta años y por último un grupo de jóvenes de edad avanzada; vienen acalorados pues se han dedicado a sacar a pastar a sus vacas de leche. La ducha la hacen en un box del ambulatorio. ¡ Qué bienestar! Todos van saliendo con las caras cubiertas y las manos atesoradas.

Como llamados por una voz auxiliadora, los sinmirada se acercan a la casa del hombre EXMIRADA INTELIGENTE. No hay tiempo que perder. Solo cambiarse – disimular las caras-, coger la documentación, e introducir la cajita versátil en cualquier bolsillito. A las tres, en punto, llegarán tres taxis. Con el alma un poco más aliviada, hacen uso de los móviles: a los abuelos para que se hagan cargo de los nietos, por favor. A los amigos ahora viudos, para que recojan y disfruten de sus cuadras…

El ambulatorio ambulante deja la plaza a las tres menos dos minutos. El androide enamorado se percata de que los hermanos gemelos no van entrando en los taxis. Los tres taxistas ponen los motores en marcha y emprenden un largo viaje hacia alguna isla exótica, semipoblada.

Los hermanos gemelos han echado la siesta a pierna suelta. Se les han caído las gasas. Y sin tiempo para peinarse corren hacia la plaza. Nada, se han marchado sin ellos. Recorren la plaza de lado a lado; hacen espacio al autobús escolar. El primer estudiante, apeándose, de pronto se enfrenta con las caras de los gemelos. Los gallitos que emite duelen los oídos, gritos enloquecidos, chillidos insufribles, berridos lastimeros, patadas nerviosas… hacen huir a los dos hombres. Con la llave echada, se miran en el espejo del afeitado; asienten comprendiendo el horror que han sembrado en el pueblo. ¡Están condenados!

A las cuatro de la mañana, cuando los centinelas han cerrado los ojos, unos suaves nudillos hacen música en el cristal de la cocina. Los dos hermanos gemelos guiados por una mano perfecta, fría y de movimientos algo lentos caminan con solicitud hacia un coche que se pone en marcha silenciosamente…

Isabel Bascaran ©
San Vicente de la Barquera,
15 de mayo de 2011

MIRADA


Siempre había pensado que el amor no era para mí, que ni siquiera lo había sentido. Y sentía esa envidia, que te recorre todo el cuerpo en forma de escalofrió.

Pero hace unos años, el mundo me quito esa venda de los ojos y encontré la mirada que hizo que mi corazón saltara diciendo, a viva voz, esos ojos son, lo primero que quiero ver cada mañana y con lo que quiero soñar cada noche.

Pero quise engañarme a mí misma, porque esos ojos no habían nacido para mí, solo eran unos compañeros de viaje. Y entonces comprendí, esas canciones tristes o ese final que no es cuento de hadas. Y al que a nadie le gusta vivir.

Pero ese final tenía sabor agridulce, porque siempre había pensado que no había nacido para conocer el amor, que estaba castigada por algún misterio del universo.

Y ese mismo día que mi mirada se encontró con esos profundos ojos marrones, descubrí todo lo contrario, que llevaba casi toda mi vida enamorada, y no me había dado cuenta.

Fui ciega como un niño cuando solo ve el balón y no ve la carretera llena de coches, lo malo es que solo he vivido la parte triste del amor, esa que siempre, en una película, se resuelve con un buen paquete de clínex y unos buenos amigos.

Pero desde ese mismo instante, mis ojos buscan esa mirada que nació para ser vista todas las mañanas y soñada por mi todas las noches.

Jezabel ©
Mayo 2011