jueves, 20 de octubre de 2011

BAJAMAR


- ¿ICI? … ¡Aquí no hay mar!

Nos acercamos al tablón de anuncios con el calendario de mareas: Bajamar a las 15 horas.

Ya en su Austin Victoria, Marie-Noelle conducía por el “causeway” (1) La veía seria con los dedos tamborileando en el volante. Al finalizar el tramo de asfalto, otra señal nos alertaba:

-BEWARE. LEAVE HOLY ISLAND THREE HOURS BEFORE TIDE IN (“¡Cuidado! Dejen la isla tres horas antes de la marea alta!”)

Eran las 12 del mediodía; contábamos, pues, con solo seis horitas: tres para la Bajamar y otras tres de marea ascendente.

Habíamos planeado salir a las nueve para estar en Linderfarne o Holy Island antes de las once. Pero Marie-Noelle se había retrasado con sus sandwiches vegetales y, cómo no, con prepararse como para una función en el teatro Globe. La observé mientras la aligeraba de la bolsa de picnic; no dejé que su ajustado vestido verde, sus zapatos a juego con el “weekend” rojo, y su melena rubia me arrancaran una sonrisa (hubiera sido una risa nerviosa) Asi que al llegar a la isla éramos dos caras “largas” entre las muchas alegres de los turistas.

Cerré la puerta con un golpe y me encaminé hacia el castillo. Me giré y la vi poniéndose unos shorts blancos; después se sacó el vestido por la cabeza –no fuera a marcharlo con las cagurrutas de las ovejas- y cubrió el pecho con una, casi, inmaculada camiseta (los pezones eran granadas que se rebelaban ante la opresión) Sacó un par de zapatillas y devolvió los zapatos y la toallita-felpudo al “weekend. La melena, ahora, casi la llegaba a las piernas, pero, hábilmente la retorció y la convirtió en un hermoso moño. La transformación no la llevó mucho más de cinco minutos !menos mal! Nuestras manos temblorosas se acercaron, nos sonreímos, y, por fin, nos besamos. Desde el castillo, ahora, con las manos en visera, oteamos la Bajamar. Marie-Noelle posaba ante la cámara imaginaria de Roman Polanski que cinco años antes había filmado aquí la película Macbeth.

-“Please, sirrr, Would you mind taking a photo(2)?

!Cómo negarse a aquella francesita tan encantadora! La medio convencí de que quedaban muchos lugares pintorescos para fotografiar y seguimos pateando la isla: me daba tiempo para ayudarla en los desniveles y leer los recordatorios: ” Cuidado, dejen la isla tres horas antes de la marea alta”.

Marie-Noelle posaba y leía en un inglés casi perfecto “ ruinas del monasterrio de Holy Isaland fundado porr San Aidan, en el año 635 D.C. Más tarrrde, en el año 700, los monjes recopilaron un manuscrrrto conocido
como El Evangelio de Holy Island…”

Habíamos disfrutado de tres horas estupendas. Los sentidos henchidos de chiribitas, de orégano, de lavanda; del sabor acre del “kresala”… El cielo blanquecino irradiaba un calorcito tenue –tipico del solsticio de verano. Las casas de piedra cubiertas de apizarrados techos daban morada a unos cien linderfarneses. Y nos acercamos a las tiendas de souveniers: Mugs (3) adornados de ovejas lanosas; llaveros ornados con castillos Compramos una botella de mead (4); paramos ante una tienda de postales y posters Nuestras fotos serían (aun obtenidas por una cámara Richmond) enriquecidas por una lámina del pueblo sin turistas y ¡cómo no!, por otra del castillo vigilando la Bajamar. Por fin, nos pudimos sentar en la terraza del Holy Island Restaurant. Queríamos saborear los famosos .sandwiches de cangrejo (ya daríamos buena cuenta de los sanwiches vegetales, después) junto con dos tazas de café “capuchino”. Marie –Noelle, la francesita transgresora, posó su hermoso moño sobre mi hombro; estiró sus piernas sobre otra silla y, cerró los ojos.

El barman acudió con el ticket: yo daba por muy bien invertidos aquellas diez Libras Mi sentido “thanks a lot” quedó en el aire. ( Los demás comerciantes echaban la llave) Con mi súbita reacción estuve a punto de lesionar a Marie-Noelle . Volamos bacia el coche. Mientras abría las puertas, adelantaba el asiento, ajustaba el espejo retrovisor, “la actriz” se hermoseó en su vestido verde y, en su melena. Con la cara roja del coche, en el causeway, la presumida francesita se cepilló el pelo. Avanzamos unos doscientos metros, cuando una ola vigorosa e impertinente cruzó la estrecha carretera.

-Menos lobos, Bajamar. Y Marie-Noelle retó a la marea viva. Sus manos se aferraron al volante y aceleró (yo hice ademán de proteger…)

- ¡Las fotos! …,ella frenó de golpe. El coche se sacudió: solo le quedaban trescientos metros. Pero, obedientemente reculó.

Los linderfarneses cenaban. Una pareja de edad, recogía la cocina. Marie-Noelle, ya desagarrotada, golpeó la aldaba. El señor, entre sorprendido y complacido escuchaba las explicaciones de la francesita,; seguía los dibujos de sus dedos, su dirección y ; asentía ante aquella Mademoseille Comprendió nuestra situación y nos guió hacia la habitación de invitados.

Desde la ventana, observamos la agitación de los manzanos, licuamos el vapor de los cristales , y vimos el espumaje del embravecido mar. Y, ahora protegidos, le mostramos nuestros espumajos. Nos sonreímos y nos entregamos al amor … hasta que mi reloj nos interrumpió. Mi dulce amor escribió nuestro agradecimiento en una tira de papel higiénico. La dobló una vez hubo solapado tres billetes de diez libras que había sacado de mi cartera. Era el pago por el hatillo de sábanas pringosas que nos llevábamos.

De puntillas, llegamos a la puerta principal. Golpeé algo; no recibí ningún arañazo… El joven día nos devolvía lo nuestro en una bolsa de papel.

El frenazo, a doscientos metros del causeway, fue suave. La luna llena nos mostraba una foto indeleble:

-Au revoir, Mon Cheri, Bajamar -gritó mi amor.

San Vicente, l3 de octubre de 2911
Isabel Bascaran


1. causeway.- carretera elevada.
2. would you mind taking a photo.- Le importaría sacar(nos) una foto.
3. mug.- taza de cerámica, más alta que ancha, provista de asa.
4. mead.- vino obtenido de la fermentación de miel, hierbas aromáticas, agua, a veces, de frutas y de alto índice alcohólico.

martes, 18 de octubre de 2011

LA MAREA


Esa "voz" lejana, que produce el mar; con aquella "intención" frustrada, le dio "sentido" a la imagen que se postraba ante mí.

Es el mismo efecto, que le produce una buena "novela" a un "lector" inexperto.

Deseé "contarle" a la orilla, lo que mi alma gritaba; con esa misma "expresividad", que un recién nacido le llora al mundo.

Pero, esa queja vencida, no era ni un buen "argumento" para reclamar un capitulo nuevo a nuestra "historia".

Me engañaba, como un buen actor de "ficción", interpreta su papel.

Pero no te preocupes mar, porque el "conflicto" que mis ojos le provocan a mi corazón, solo necesita ese "espacio" que proporciona el "tiempo", o una "aletía".

Sé que no somos "personajes" de un libro, pero nuestros sentimientos; han deseado formar una "trama" mágica. Que con nuestras "acciones" desesperadas, han provocado el final más inesperado.

Ya no me queda nada que decirte, aunque todo haya sufrido un "cambio" desgarrador, sé que dentro de unas horas regresaras, a formar parte de mi tripulación.

Y así volverás a formar parte de la historia de mi vida.

Jezabel Luguera González ©
Octubre 2011

Y BAJABA LA MAREA...


Buenos días. Ya sabía
que sería oda compleja;
era por si se colaba
entre trazos y planetas,
siendo la noche mi aliada
con la luna y las estrellas.
Más veo que es imposible
embarcársela al poeta.

Pero, mira, quizá ría
mientras cuente sinalefas,
y la luz brille en sus ojos
las manos..., en la cabeza.

Calculará mi delirio,
dejará de hacer poemas,
convertido en un demonio
al ver semejante ofensa.

Salud te deseo, mentor,
al terminar esta befa,
lo precisarás ¡seguro!,
pues no he nacido poeta.

También habré de decirte:
que me encanta hacer poemas;
es el adorno que tengo
cuando baja mi marea.

La bajamar de la vida,
al caer sobre la arena
quedando en seco el aliento
en la existencia postrera.

¡Pero que digo, Dios mío,
no quiero hacer “elegía”,
sí, hacer pleamar de nuevo
y ofrecerla como “suelta”!

Lo siento mentor, lo siento,
líbrame de ser burlesca;
pues sumaré a tu quehacer
más dolores de mollera.

Tendrás que buscar de nuevo
la calma entre tus cuartetas,
y respirarás profundo
desechando estas rarezas.

Ya la marea ha subido
casi, hasta la biblioteca,
el color azul del cielo,
los amores y las quejas,
el salseo de las barcas,
el rincón de los poetas,
las lágrimas que se asoman
y las gracias... al que adiestra.



Ángeles Sánchez Gandarillas ©
5-X-2011

BAJAMAR


Sentía como el peso de sus párpados le dificultaban la conducción. Llevaba ya varios cientos de kilómetros recorridos y consultó el GPS situado en el salpicadero del vehículo. Según los datos que le ofrecía el moderno artilugio quedaban menos de tres kilómetros para llegar a su destino. Respiró hondo y acomodó su cuerpo, por enésima vez, en el espléndido asiento anatómico.

Cuando vio este coche por primera vez, en el concesionario, lo que más le llamó la atención, entre las muchas prestaciones que publicitaban de él, fue ese “extra” que llamaban “Asientos Eléctricos con Memorias de Posición”.

En viajes tan largos como éste llegaba a entender el porqué de tan alto coste por unos, aparentemente, simples asientos de coche. Después de casi cinco horas de conducción no podía dejar de reconocer que superaban en comodidad a muchos de los utilizados en cualquier vivienda.

En esas comparaciones seguía ensimismado cuando, después de un cambio de rasante en la carretera, se encuentra con un pequeño descenso y lo que aparece ante sus ojos le deja sin respiración. No puede articular palabra alguna. Inconscientemente aminora la velocidad casi hasta detener el monovolumen, lo que provoca un pequeño susto en el resto de los ocupantes.

Algunos estaban adormilados por el cansancio; otros entretenidos con sus juegos magnéticos, adquiridos para este tipo de viajes tan largos. Todos ellos se incorporaron de inmediato y clavaron sus miradas en la imagen que se presentaba a través de la luna delantera.

-¡Para, para!, ¡Por favor, paraaaaa!

Continuó la marcha lentamente hasta encontrar lo que parecía una vieja carretera en desuso habilitada como mirador. Aparcó el coche y de inmediato descendieron todos de él acercándose al cercado de madera que protegía la carretera de la pronunciada pendiente que había en la orilla.

El espectáculo que tenían ante ellos era indescriptible. La combinación de verdes, y azules salpicados con pequeñas motas blancas hacían que sus pupilas se encogiesen con tanta luminosidad.

Cuando estaban preparando el viaje habían visto por Internet varias imágenes de esta villa y sabían de la belleza paisajística de la zona, pero ninguna de las imágenes vistas podría compararse con la realidad.

Venían de un pequeño pueblo de la Castilla profunda y, aunque muy cerca de él podían disfrutar de un enorme pantano situado en un bonito entorno, lo que ahora tenían ante sus ojos superaba con creces cualquier belleza paisajística por ellos conocida.

Un puente de piedra con siete ojos une lo que parecen ser dos poblaciones muy cercanas en el espacio y muy lejanas en sus orígenes. En la parte izquierda aparecen las modernas construcciones que pueden encontrarse en cualquier pueblo costero usadas habitualmente como segundas viviendas.

En la parte derecha se aprecian lo que parecen ser los edificios originarios de esta población. Están ubicados en una especie de cerro rodeado en su base por una ría. Llaman la atención la iglesia, un castillo medieval y restos de lo que parece haber sido una muralla. La ría que rodea este cerro está salpicada por numerosas y pequeñas embarcaciones, en su mayoría de color blanco, lo que en la distancia se asemejan a los lunares de un largo manto azul.

Se aprecian al fondo de la estampa varias playas de amarillos arenales. Los chicos confían en poder darse un buen chapuzón en cualquiera de ellas en cuanto acaben con lo que han venido a hacer a este hermoso rincón del Cantábrico.

Deciden volver al coche pues todavía han de llegar al hotel, descargar la trainera y, si les sobra un poco de tiempo antes de cenar, darse un paseo por el pueblo.

Al cabo de un par de horas ya pasean por la zona marítima. Algunos chicos del equipo tenían la impresión de que el paisaje no era el mismo que observaron al llegar, desde lo alto del mirador, pero tampoco le dieron demasiada importancia. Seguramente fuera por la diferencia de altitud entre el paseo y el mirador.

Después de recorrer las empedradas calles del casco viejo empezaron a notar el cansancio del largo viaje realizado y decidieron retirarse temprano a dormir.

A la mañana siguiente despertaron todos con los cuerpos descansados y el espíritu animoso para la competición de la tarde. Decidieron dar de nuevo un paseo por la zona marítima para, una vez más, llenar sus retinas con los vivos colores que el paisaje de la ría y sus playas al fondo les ofrecerían.

Apenas cruzado el paso de peatones que les llevaba hasta el parque se detuvieron de pronto sin dar crédito a lo que sus ojos veían.

¡¡El agua de la ría había desaparecido!!

Se miraron unos a otros atónitos, sin comprender qué era lo que había pasado. Miraron a su alrededor por si se hubiesen equivocado de dirección y no estuvieran donde querían estar. Pero no; el parque era el mismo del día anterior, los edificios también eran los mismos; sin embargo por debajo del puente sólo atravesaba un pequeño riachuelo quedando el resto del entorno completamente seco. Las playas no tenían agua. Los barcos reposaban sus quillas en una especie de oscura arena.

¿Qué había pasado? ¿Comenzaba el fin del mundo?

Nerviosos y asustados regresaron de nuevo al hotel. El conserje viendo sus rostros desencajados se interesa por lo que les había ocurrido. A medida que los chicos atropelladamente iban relatando lo sucedido el bedel intentaba con todas sus fuerzas ahogar la carcajada que a punto estaba de estallarle. Respirando hondo para no ofender a los jóvenes clientes con su risa intentó explicarles que la tarde anterior, cuando llegaron, la marea estaba en pleamar y ahora se encontraba en bajamar. No le resultó nada fácil tranquilizar a los chicos y, mucho menos hacerles entender que la cantidad de agua vista el día anterior, al cabo de varias horas, desapareciera por la fuerza de la luna y de nuevo volviera a aparecer.

Se miraban unos a otros temiendo que aquel señor intentase calmarles ante una posible hecatombe o simplemente les estuviera tomando el pelo.

Regresaron todos a sus habitaciones a la espera de que llegase su entrenador y sentirse un poco más seguros con su presencia. Él sabría que hacer en un momento tan delicado como aquel.

Pasaban los minutos y las horas y el entrenador no volvía, lo que aumentaba sus angustias. Ya se temían lo peor. ¿Qué le habría pasado?

No se podían creer que ante tal ocaso se hubiese marchado abandonándoles a su suerte. No, él no sería capaz de hacer una cosa así. Algo grave tenía que haberle pasado. Decidieron que lo mejor sería armarse de valor y salir a la calle a buscarle. Irían todos. Formaban un equipo y eso era para lo bueno y para lo malo.

Salieron del hotel temerosos por lo que podrían encontrarse en las calles. Se las imaginaban desoladas, o con la gente huyendo a toda prisa de la inminente catástrofe, gritos, lloros……… pero no. Todo estaba tranquilo, los vecinos se saludaban cortésmente, los niños jugaban en las aceras, las terrazas de los bares y restaurantes estaban llenas de personas con sus consumiciones. ¿Qué era todo aquello? Algo horrible iba a pasar y ¿a nadie le importaba?

Volvieron a cruzar el mismo paso de peatones que la tarde anterior para acercarse al paseo marítimo con mucho temor. A medida que se iban aproximando la expresión de sus caras tornaba del terror al asombro. De nuevo volvía a haber agua bajo el puente, los barcos estaban flotando otra vez, el color marrón de la arena había desaparecido y el azul verdoso del mar volvía a inundar sus retinas.

Respiraron muy hondo, se miraron unos a otros, y unas risas nerviosas aparecieron en sus rostros.

Era cierta la historia de la pleamar y la bajamar. Todos ellos tendrían una bonita historia que contar a sus hijos y nietos con el paso de los años.

Laura González Sánchez ©
Octubre 2011

MI PRIMERA BAJAMAR


Si, así, como suena, porque es verdad. Me llamo Elvira y acabo de recalar en esta villa tan marinera que se llama San Vicente, de la Barquera. Soy como suele decirse de “tierra adentro” y sí, he visto muchas veces el mar, en televisión. En fotos, películas, cuadros, pero así, pudiendo tocarla no, y quiero hacerlo; sentir caminando, la fuerza del agua con la espuma en la orilla de la playa, como mi cuerpo pueda subir y bajar con el oleaje, y sobre todo observar con mis propios ojos, eso que parece tan inaudito, (la bajamar).

-Aquí es espectacular, -me dijeron unos amigos y por eso y solo por eso quiero ser espectadora de tamaño suceso.

De momento, desde la zona alta del pueblo puedo contemplar casi toda la ría, y está la mar alta, muy alta, casi no se ven los ojos del puente grande. (mareas vivas, me dicen). Dos gaviotas revolotean en estos momentos delante de mí chillando y se alejan posándose en un tejado más cerca del agua.

Cojo mi “bolsa de piscina” (ahora de playa) y me encamino hacia ella. Lo primero que me llama la atención al pasar por un puente más pequeño que el famoso de La Maza, es la fuerza con que pasa el agua por debajo de los ojos, como si se hubiese abierto alguna compuerta.

La mañana es dulce y sosegada, con una suave brisa, el sol aprieta, para la época en que estamos, y en el cielo solo se ven ligeras nubes blancas algodonosas. Ahora cruzo el puente grande y me fijo en que la mar sigue pasando rauda. Sigo mi camino y me doy cuenta de que desde esta parte el pueblo se ve precioso. Me encuentro una bifurcación para ir a la playa. Cojo la de la izquierda, bordeando el Camping del Rosal, hasta que me doy de bruces con unas pequeñas dunas que la separan.

Mi corazón late como un bombo, me meto por un pequeño vericueto y por fin ¡La playa, el mar, la mar, que gran tema para hablar!, Como se suele decir.

Descalzo mis sandalias y meto mis pies en la arena dorada, limpia y templada. ¡Qué gozada! Y corro hacia el agua, hacia la mar que me espera, con sus suaves olas en estos momentos, será para que no tenga miedo y su espuma rizada como si cadenas de puntillas lo adornasen, y en este momento soy feliz. ¡Por Fin!. Parezco una niña pequeña chapoteando y dando patadas al agua, mientras camino por su orilla. Me baño dejando que las olas acaricien mi cuerpo, pero cojo miedo, noto que al bajar la marea te arrastra un poco. Será cosa de bañarse la próxima vez al subir la marea. Y sigue bajando, dejando una señal grande de arena húmeda, una explanada grande limpia y dura.

Vagabundeo por la playa, me canso y me recuesto en una roca, diviso la bocana del Puerto y su espigón. Detrás, las grandes montañas parecen querer protegerlo todo.

Es hora de marcharse, y el agua sigue alejándose cada vez más de mí. Me vuelvo hacia el pueblo y al pasar por el puente casi pego un grito. ¡Es verdad!, el agua casi no existe, solo regatos y mucha arena. Los pequeños barquitos varados y las gaviotas picoteando casi todas juntas en el centro.

Ya he conocido la mar de cerca, su sabor salado, sus olas y espumas, su arena y su brisa, pero sobre todo su ¡increible bajamar!.



Mª Eulalia Delgado González ©
Octubre 2011

BAJAMAR.


Yo de mareas no entiendo. Es más, en estas cosas del mar, soy analfabeto total. Hombre, se algo, lo mínimo. Se por ejemplo que “bajamar” es el fin del reflujo de las mareas, pero… nada más.

Ahora mismo se me ocurre pensar que según este nombre, lo contrario debería llamarse “altamar” (porque lo contrario de “baja”, es “alta”), y resulta que no es así. Lo contrario se llama pleamar; que según intuyo, quiere decir que el mar está pleno, que ha llegado al máximo de su coeficiente.

Por lo visto, “altamar”, es otra cosa muy distinta que además se escribe partido: “alta” por un lado y “mar” por otro. Si lo escribes junto, el diccionario te da a entender que estás cometiendo una falta ortográfica. Y de todas formas, lo escribas como lo escribas, no quiere decir lo mismo que “pleamar”. Alta mar quiere decir mar lejano, concretamente las palabras “alta mar” se refiere a las aguas internacionales.

Aclaradas estas cosas necesarias según creo, para hablar con propiedad, me hago la siguiente pregunta: Y si para las cosas del mar, (aparte de para otras muchísimas mas, ) soy un analfabeto, me quieres decir tú que cosa puedo escribir yo sobre la “bajamar”?

Pues eso, poca cosa. Que estás en la playa, y ¡ale!, ¡ale! Que el agua se va marchando, y los que son de Palencia y hasta los que vienen de Segovia se preguntan asombrados a donde coño se fue el agua que cuando llegaron a la playa por la mañana, alcanzaba las proximidades del camping , y ahora resulta que está allá, en el quinto carajo. Esto no sólo se lo preguntan los de tierra adentro, que ahí tenéis a Kenia, nacida en una isla y por lo tanto rodeada de mar por todas partes menos por el oeste que la a Haití, y también se quedó con la boca abierta la primera vez que observó el flujo y reflujo de las aguas marinas en nuestra costa. Como la República Dominicana está dentro de esos paralelos próximos al ecuador, es decir a la panza de nuestro globo terrestre, los vaivenes de nuestras aguas allí ni se sospecha que puedan ocurrir.

¡Kenia! ¿Os dais cuenta del nombre tan sugestivo? Y además, este monumento de mujer se presenta en la biblioteca con una sonrisa de oreja a oreja, como diciendo: “aquí estoy yo porque llegué” Y se quedó tan pancha, como si nos hubiera conocido de toda la vida. Estas mujeres que se esconden tras una sonrisa perpetua, tienen medio camino andado para conseguir todo lo que se propongan. A Kenia le pasó lo que a María, la de abajo, la bibliotecaria, que conocerlas y caernos a todos bien, ha sido la misma cosa.

A Kenia hay que mirarla de arriba abajo, y luego preguntarse si esta señora no habrá equivocado el camino. Os la imagináis encima de una pasarela con esa estatura, esa delgadez, esa sonrisa, esos pelos, (a lo “afro”?), y esa piel tostada como la canela luciendo un modelo de cualquier diseñador de moda? ¿Eh? ¿Os la imagináis?

¿Qué tiene cuatro hijos? Natural amigo, natural. ¿En qué queréis que piense ese hombre suyo cuando ella le enseña con una sonrisa la blancura de sus dientes?

Pero, ¡coño! ¡Si estábamos hablando de la bajamar!
Así que mira, chaval, deja de imaginar tanta cosa como esa, que al fin y al cabo a ti de nada ha de sacarte, y contempla las maravillas que el agua va dejando al descubierto a medida que se aleja: ¿Ves? La playa crece en anchura al tiempo que se amansan las olas, y millones y más millones de granos dorados despiden destellos con la combinación de la humedad y el sol. Y aparecen rocas que ignorabas formando fantasmagóricas figuras, y en los recovecos de su formación quedan pequeños estanques con crustáceos prisioneros que hacen las delicias de los pescadores furtivos…

Y si abres el espíritu en tanto las aguas se alejan, seguro que los malos pensamientos, las tristezas del alma y las angustias casi siempre infundadas, se van tras ellas hasta hundirse allá en el horizonte donde cielo y mar se juntan, y te dejas caer relajado y satisfecho sobre la arena húmeda.

Jesús González González ©
Octubre 2010

LA BAJAMAR.


Mar vacía y seca, agua que se escapa presurosa dejando las huellas en la arena húmeda azotada por las olas y el viento.

La bajamar tiene su misterio y encanto, no poco llama la atención a cuantos visitantes se acercan por San Vicente.

Preguntan: ¿Cómo es que el agua se ha marchado?

Yo les contesto: Dentro de unas horas vuelve a subir con una corriente como loca y muy furiosa.

Ellos se quedan perplejos, no salen del asombro, mar viva o mar muerta, varias horas galopando para arriba y para abajo, sin descanso, en ciclos de doce horas todos los días.

Así tenemos la oportunidad de pisar la arena por la playa, que con tanto agrado todos procuramos hacer, hasta los peces hacen su recorrido ansiosos de encontrar la suculenta comida de ostras y otros mariscos al subir la marea.

Cuando es mar viva casi tapa los ojos del puente de La Maza al subir la marea; donde la Rampa, ha ocurrido varias veces, ha llegado hasta la carretera de La Cabaña.

Con las mareas bajas, los barcos no tiene agua bastante en la canal para salir a pescar, ni para entrar al puerto. Por eso, casi todos los años viene una draga para quitar la arena que se acumula en la ría y así, dar paso a los barcos para una salida y entrada sin dificultad.

Cuando es mar muerta el agua sube y baja despacio y a cada marea se retrasa en su ciclo, media hora o más, también creo que va mucho con la luna, si está en creciente o menguante.

Aprovechando la marea baja, se cogían en el fango de la ría, y con muy poquita agua, las almejas, berberechos, las navajas o muergos. Eso era hace años, pues todo se ha ido acabando, ya no quedan ni cámbaros, es una pena como queda todo destruido; esto sucede desde hace cincuenta años para acá. No se recuperará jamás.

Blanca Santos Gutiérrez ©
17 de octubre de 2011

BAJAMAR HACIA LAS OLAS.


Amanece y sopla una ligera brisa
que da forma a la vida y a las aguas.
Unos ojos soñolientos se abren
surgiendo de la inmensidad de una noche gestada
hacia un día que ahora comienza.
Las olas rizadas, temblorosas, apenas palpitan,
aunque poco a poco van latiendo con más pulso
y estirando sus cabellos plateados.
La sangre caliente palpita alterada
y grita pidiendo ese trozo de vida que comienza,
esos minutos incipientes en que la marea sube
hacia los acantilados en ese camino invisible
de un tiempo que comienza.


Es preciso esperar y sentir intensamente
esos latidos de la mar que llega hasta nosotros,
ayudada por el viento de los mares,
que la empuja a la ribera y a la playa.
Es un lento recorrido sin descanso
con los cuerpos que se estiran y que crecen,
en un lento amanecer irreversible que comienza.


Poco a poco la marea va subiendo
y hasta cubre con sus aguas el desnudo de la playa.
Son minutos que se pasan
mientras vemos la corriente cómo empuja,
como sube por la ría,
como avanza sin descanso
mientras cambia el panorama y los colores,
que se vuelven ahora azules, como el cielo.
A su vez otra marea se desliza y cobra vida,
va pulsando y penetrando los rincones de las almas.
Una rosa se despierta temblorosa y suplicante
y una mano la recoge y la lleva
hacia unos labios con un beso.


Es curioso, que en apenas unas horas,
nuestras aguas han llenado la bahía
y una dulce melodía ya se extienda por el aire.
Unas barcas están quietas y se duermen
con el suave bamboleo de la brisa y el nordeste.
Otra dulce pleamar también se extiende
por los cuerpos,
mientras sudan y trabajan,
mientras lloran y sonríen,
mientras aman y suspiran
esperando la palabra y la respuesta que no llega.


Y de pronto aquella magia se evapora en un instante,
pues comienza ya el reflujo de las aguas
en su vuelta hacia los mares.
Ahora cobra más sentido la salida impetuosa,
el descenso hacia la barra,
el vagar por los andenes de autobuses y de trenes
intentando asir su estribo.
Pasa el tiempo y se vacía el estuario
y de nuevo las arenas de la playa
se despiertan desnudadas y mojadas.
Yo percibo el bajamar que se avecina
y que me arrolla,
que me abraza impetuoso
y deshoja esas ramas tan doradas
que cubrían a mi pecho.


Cuando miro a la bahía ya es muy tarde.
Han pasado muchas horas, casi doce,
con el flujo y el reflujo,
con subidas, pleamares y bajadas de marea.
Cuando miro a mi pasado veo huellas muy cercanas
que se pierden en el tiempo,
que se mezclan con recuerdos y con sueños.
Es la corta bajamar de los otoños
con sus días que decrecen y que llegan
con la sombra de la nube
y de la noche que se acerca.


Es entonces cuando veo y cuando siento
la figura que se marcha por los mares,
la que lleva en sus oídos mis palabras,
la que vino hasta mi lado a leer en mi mirada,
la que dijo en un susurro que me amaba,
la que hizo que sintiera ese latido
y ese amor que me desborda
y que marcha en bajamar
hacia las olas sin retorno.


Rafael Sánchez Ortega ©
17/10/11