miércoles, 15 de abril de 2009

LA PRIMAVERA



Hoy llega la primavera
con alegría y belleza,
el campo está muy verde
hay una temperatura buena.

Las florecillas del campo
nos adornan las primeras,
parece que nos miran
con la cara muy risueña.

Al comenzar la mañana
el sol caliente con fuerza,
la gente sale a la calle
para disfrutar de la primavera

y a tomar el sol radiante
que eso dinero no cuesta,
llevamos ya varios meses
lloviendo y ventando,
sin dejar tregua.

Ahora que hace buen tiempo
salimos con ganas
a estirar un poco las piernas
y respirar aromas de flores
y esencia de aires de primavera.

Cantan los ruiseñores
y los ángeles tocan tambores
y trompetas, para anunciar a todos
que llegó la primavera.

La primavera es hermosa
que parece una princesa,
pondremos nuestros vestidos
para ir de fiesta con ella.

M. Blanca Santos Gutiérrez ©
Abril 2009

martes, 14 de abril de 2009

DE VUELTA A CASA



Esperaba en aquella estación la llegada del tren. Sabía que hoy día 13, ella, llegaba de vuelta de ese corto viaje realizado con motivo del puente de Semana Santa. No había llevado flores para recibirla, aunque sí se había arreglado y su aspecto era atractivo y agradable.

Mientras esperaba pensó en lo corto que se pasa el tiempo y en lo larga que se hace la espera. Quizás ese tiempo corto era similar a ese paso del tren de mercancías que ahora cruzaba ante la estación, mientras dejaba en el aire el sonido inconfundible del traqueteo de sus vagones cargados de coches y bobinas. Pero también, el tiempo, se hacía largo en la espera, como en aquellos viajes que recordaba de su infancia, cuando marchaba a Valladolid y Madrid, sentado en aquellos compartimentos cerrados, donde en un mundo desconocido, vivía unas horas, compartiendo el silencio y la soledad.

Recordaba aquellos tiempos y la mirada de reojo a los vecinos de asiento, a la señora que tenía delante y que miraba ensimismada por la ventanilla, los inmensos campos de trigo y las llanuras de Castilla que no tenían fin, en aquella alfombra dorada.

También recordaba la noche interminable, con las sombras, y la luz apenas imperceptible que iluminaba el compartimento y que se reflejaba en el cristal, impidiendo ver con claridad, lo que la oscuridad ocultaba celosamente.

Pero no podía olvidar los ojos inquietos que miraban y buscaban una respuesta, quizás una ayuda ante el cansancio y la postura, quizás un recuerdo lejano que llegaba en ese sueño que pugnaba por cerrar los párpados, dejándose mecer por el movimiento sincronizado del tren al moverse por las vías.

Es cierto que aquellos fueron otros tiempos, que hoy las comunicaciones habían cambiado, que no se utilizaba tanto el tren y que aquel medio de transporte había sido sustituido por autobuses de gran potencia y autonomía en el desplazamiento, así como las vías aéreas de comunicación, que en las diferentes provincias existían y comunicaban todo el país.

Sin embargo había acudido a la estación con la esperanza de que ella volviera en ese tren que estaba a punto de llegar y que, a lo lejos, lanzaba un pitido anunciando su presencia, tras el arco del recinto.

De repente se puso nervioso al darse cuenta de que no había preparado nada para decirla, que ni siquiera sabría qué le iba a contar ó preguntar, cuando estuviera a su lado. Lo mejor sería interesarse por su viaje, por esos días pasados fuera de la ciudad, por esas mini vacaciones y por el tiempo que hizo en aquel lugar donde se había desplazado. Pero desechó esta idea por considerarla algo vulgar. Debía preguntarle si lo había pasado bien, si había recibido su mensaje, el que le mandó noche tras noche, cuando antes de irse a la cama, salía a la ventana para ver la estrella en lo alto y decirla que sí, que allí estaba esperando su vuelta, como la estación donde ahora se hallaba, esperaba día tras día y a la misma hora, la llegada del tren de pasajeros.

El tren hizo su entrada en la estación y rechinaron las ruedas con la frenada, en un suave silbido imperceptible. Se abrieron las puertas y empezaron a salir pasajeros que caminaban por la estación buscando la salida. Y de pronto la vió. Venía arrastrando su maleta; ese nuevo modelo articulado, donde unas ruedecillas hacían ese servicio hoy en día, y que hace años era algo impensable.

Entonces dio unos pasos y fue a su encuentro. Ella se detuvo y ambos se miraron. El no fue capaz de pronunciar una palabra de las muchas que, unos momentos antes, había improvisado y solamente pudo tomarla las manos, mirar sus ojos y simplemente depositar un beso en sus labios. Luego se separaron y sus ojos comenzaron a decirse, sin palabras, aquello que ellos no eran capaces de llevar a sus labios.

A su lado, en la vía muerta de la estación, un tren, cansado de un largo viaje, descansaba del mismo y a la vez era testigo de excepción de este encuentro. Quizás, a lo largo de su vida, había sido también testigo de numerosos encuentros, como éste, y también Notario de besos y llantos entre las personas que llegaban y las que esperaban en los andenes.

Rafael Sánchez Ortega ©
13/04/09

EL TREN


Siempre asocio este medio de transporte, a la tranquilidad y la observación de paisajes, gentes y sus oficios, olores y lo efímeros que resultan. Quizás sea lo evidente de la vida, el paso de tiempos vividos, que van rápido y que hemos de disfrutar lo mejor que podamos.

Hoy es una máquina veloz e incluso cómoda, que nos transporta de un lugar a otro; trabajo, citas, vacaciones, pero desde luego ya no se puede disfrutar de esa lentitud que todos teníamos muy asumida, que tanto daba que se tuviera prisa como sí no. Era obligación durante este viaje lento, el descanso, la conversación, el juego de los niños, el revisor tranquilo, en muchos casos la diversión del curioso, que asomado a aquel cristal,(que casi nunca se podía abrir) y que podías tener la oportunidad del aire fresco en el caluroso verano, sus aromas y a veces algún ruido de campanas, o el arrear de algún ganadero a sus animales descarriados, aunque también es cierto que las más de las veces te daba alguna rama o zarza en tu cara y el humo pestilente de la chimenea de la máquina del tren.

Recuerdo que ante mis ojos de niña y viendo zonas que no conocía, trabajos en fábricas grandes, o aquellas luces en las ciudades por las que pasábamos, quedaba impresionada y preguntaba hasta con temor a mis padres o a mi abuela, que era aquello tan grande. Luego, por las noches, todo esto me producía sueños inquietos.

Hace poco tomé un “FEVE” desde Santander, de nuevo y sin prisa, recordaba muchos tramos, casi sin apenas cambios, el recorrido de antaño, pero esta vez con la conciencia de intentar absorber todo el viaje, como si fuera la propuesta de recomenzar mi vida y poder tener la segunda oportunidad y sí, me lo tomé en serio.

Recogí en mis sentidos todo lo que me aportaba ese viaje lento y como anclado en el tiempo. Es recomendable hacer esto alguna vez, te reconcilia con la calma y el regocijo de saber que podía tomarme ese tiempo a pesar de las prisas y agobios de mi vida, aprendí el disfrute de lo que aportaba aquella ventanilla del tren, que me entregaba sin demora, sin perseguir los minutos, pero con la seguridad de que llegaría a mi apeadero, sabiendo que al bajar, tendría recogido en mi cabeza, las respuestas que mi curiosidad infantil, además del disfrute de otras muchas cosas que en el curso de mi existencia he descubierto y apreciado.

Recordé cuando mis hermanos y yo decíamos a coro: abuela, abuela, ya pasa el tren y ella nos decía, saludar a los que viajan; siempre había alguien que nos correspondía…

¡Ah mi abuela!.

En S. Vicente de la Barquera
A día 13 de abril de 2009

Ángeles Sánchez Gandarillas ©

EL TREN


El tren, en España, circuló por primera vez desde Barcelona a Mataró. Desde entonces a hoy, ya ha llovido. No estoy muy al corriente de cómo ha ido evolucionando la construcción de estas gigantescas serpientes metálicas, pero creo que lo último que circula en nuestro País, es el Ave, esto es, el tren de alta velocidad que llega a muchos puntos de nuestra geografía, pero no a nuestra Comunidad. Los políticos sabrán por qué.

Hoy tengo que hablar del tema, y no puedo dejar de recordar, otro tren que no sea el nuestro, el Ferrocarril Cantábrico. Pero tampoco voy a hablar del actual que lleva unos coches más o menos cómodos, arrastrados por una máquina Diesel más o menos rápida. Voy a hablar del tren de mis años jóvenes, aquél que subía la cuesta del Turujal resoplando fatigosamente con un ritmo y una cadencia a los que algún aprendiz de poeta un día le puso letra:


Putas traigo
putas llevo
desde Santander
a Oviedo.
Putas traigo
putas llevo
quien las compra
yo las vendo.


Y en aquél tren de la canción viajaron también nuestra madre y nuestras hermanas, en las que jamás pensábamos, al tiempo de cantarlo, porque para todo el que lo cantaba, las que el tren llevaba y traía no eran las de su familia.

El auténtico sabor de viajar en este tren se paladeaba especialmente los jueves y domingos que eran días de mercado en Torrelavega y Cabezón de la Sal respectivamente. Las locomotoras tenían nombres de los pueblos donde había estaciones: Pendueles, Tutujal, San Roque etc.

Treceño era uno de los pueblos donde más tiempo paraba, pues además de tener que cargar y descargar la paquetería que llevaba en el furgón de cola, la máquina bebía aquí todo el agua necesaria para fabricar suficiente vapor hasta llegar a Santander. Se le daba el agua a través de unos altos postes con manguera existentes en los extremos de ambos andenes, y cuando había terminado de beber sonaba el pito del jefe de estación que precedía al silbido fuerte y penetrante de la máquina.

Inmediatamente dejaba escapar por los bajos de un costado paulatinos chorros de vapor cuya fuerza y frecuencia iba en aumento en común acuerdo con la velocidad.

Los asientos eran bancos de madera que ocupaban las mujeres de los pueblos apretadas unas a otras, y cargadas con cestas de alubias, y patatas; de huevos y mantequillas a las que para darle más brillo y mejor presentación, solían pasarle la lengua antes de dibujar su superficie con algún peine viejo de la casa.

Tan pronto un frenazo hacía rechinar las ruedas sobre el raíl hasta arrancar chispas del hierro, como un tirón inesperado sacudía a los viajeros, obligando a los que por falta de asiento viajaban de pie, a agarrarse a lo primero que encontraran para no caer entre los cestos.

Bajo los asientos colocaban las espuertas con pollos y conejos, de donde a los pocos minutos de viaje salía un penetrante olor acre producido por los orines y excrementos de los bichos.

Para descongestionar el irrespirable ambiente alguien abría las ventanillas, y entonces los cristales trepidaban de forma ensordecedora al tiempo que entraba un viento gélido que obligaba a las mujeres a envolverse en sus toquillas de lana negra.

En la estación de Cabezón, Ción Macho paseaba el andén arriba y abajo con su cesta bajo el brazo ofreciendo a gritos su mercancía a los viajeros: “Plátanos, naranjas. Avellanas, cacahuetes”, y en el momento que el tren volvía a pitar se ponía en marcha la picaresca de Ción, que cobraba las últimas naranjas vendidas procurando que la velocidad que empezaba a tomar el tren, le impidiera entregar al comprador su mercancía.

De Santander a Unquera y de Unquera a Santander tres animadores que frecuentaban el tren, llegaron a hacerse populares entre los viajeros del Cantábrico: El Caramelero que recorría varias veces todos los vagones ofreciendo un amplio surtido de caramelos, y que tuvo un trágico final al caer al río Nansa una noche oscura de invierno al regresar a su casa de Muñorrodero, Marcelino, conocido como El Ciego de Sierrapando que en cada uno de los vagones hacía sonar las melodías de su acordeón mientras su hija, una niña diminuta pasaba la bandeja. Mas tarde el Ciego y su hijos formaron una orquesta que amenizaron las romerías de media provincia. Y por último dos niños hermanos que de Udías bajaban a pié hasta Cabezón donde montaban en el tren, se sentaban en el suelo en los pasillos de los vagones, y con una voz quebrada, rota sin duda su garganta por los fríos de las mañanas invernales, cantaban aquello de: “Encima la montaña tengo un nido…” mientras se balanceaban uno a derecha e izquierda y otro hacia atrás y adelante, y después pasaban el cuenco formado con sus manos sucias donde solo alcanzaban a recoger unos céntimos miserables.

Jesús González González ©
Abril 2009

EL TREN EN MARCHA


Cuando era pequeña conocí el tren de la "carbonilla" que se colaba por las ventanillas si se dejaban muy abiertas y nos ponía la ropa perdida. El tren de los asientos de madera en tercera clase, de los bocadillos y las tortillas, de los cestos de mimbre llenos de fruta y huevos, ó con pollos y conejos vivos de las compras en los mercadillos de los pueblos. Ahora los trenes son más cómodos, elegantes y funcionales, sobre todo el AVE.

Me gusta el tren. Desde él puedes deleitarte contemplando el paisaje en lontananza, o cuando va serpenteando entre montañas y abismos, cuando pasa por puentes de hierro o junto a un río desbordado lamiendo casi los railes. Todo puede suceder. Vas inmerso en la naturaleza. Las ramas de los árboles chocan, a veces, contra él. De repente todo se oscurece. Está atravesando un estrecho túnel.

Nuestro Orient-Express, El Transcantábrico, es una opción de turistas interesante, pero muy cara. Se ha convertido en uno de los trenes más lujosos de Europa y recorre toda la Cornisa Cantábrica. Parte de León para pasar por tierras palentinas y burgalesas, hasta acercarse a Bilbao y desde allí, llega a nuestra tierra, Santander.

Por todos los sitios donde pasa les enseñan lo más emblemático de las ciudadades. Aquí la Playa del Sardinero, El Gran Casino, El Palacio de la Magdalena.

El Transcantábrico vuelve a parar en el bonito pueblo de Cabezón de la Sal, llevándoles a conocer Santillana del Mar, con su Colegiata de Santa Juliana del siglo XII, el Parador de Gil Blás y sus calles estrechas y empedradas, con las casonas mediavales y sus escudos y balcones llenos de flores. Desde allí, como colofón, a la réplica de las Cuevas de Altamira, cuna del Arte Rupestre.

De nuevo en marcha, el tren, enfila para Asturias y Galicia, acabando en Santiago de Compostela, donde los viajeros, se ponen tibios de marisco. Total mil quinientos kilómetros de vía y un recorrido de ensueño. Por las noches el trén para y así, los viajeros, pueden descansar sin traqueteos.

Lo conozco todo por carretera, disfrutando mucho, pero no me negarán que es una forma de viajar con su toque de romanticismo para el que se lo pueda permitir, además de convertirse en un viaje cultural excelente.

María Eulalia Delgado González ©
Abril 2009

MI EXPERIENCIA CON LOS TRENES



Las cuatro de la tarde de un domingo de últimos de septiembre. Miles de gusanos corriendo por mi estómago. No hay nadie por aquí. ¿Ya habrá pasado?. Leo todos los anuncios que hay pegados por las puertas y ventanas de la estación.

"Los domingos y días festivos los billetes se darán en el tren."

"Santander - Oviedo llegada a las 16,20"

Bueno, me digo, relájate que todavía no ha pasado.

¿Parará sólo con verme o tendré que hacerle alguna señal al conductor?. Siguen los gusanos sin parar por mi estómago. ¿Sabré abrir la puerta del vagón?. ¿Y si se atasca y no puedo abrirla?... Se aceleran los gusanos.

Ya se oye un pitido... Se está acercando... traca-traca, traca-traca, traca-traca... ¡¡Aquí está!!

Se detiene sólo, sin hacerle ninguna señal al conductor. La puerta se abre a la primera. ¡¡¡UUUFFFF!!!, bueno, no ha sido tan complicado.

El tren es de los antiguos, todo de madera, incluso los asientos. Madera muy desgastada por los años y el uso. Algunas ventanas no encajan bien y hay un poco de corriente. Cuando se pare en la próxima estación me cambiaré de sitio, no vaya a ser que con tanto movimiento me vaya a caer y ¡vaya vergüenza!

No hay mucha gente en este vagón, casi está vacio, sólo una pareja al fondo del compartimento y yo. El siguiente vagón va más lleno y se oye cantar. ¡VayaA, parece que el ambiente animado está en el tercer vagón. Un grupo de mozas van riendo y cantando. Se acerca el revisor, escribe algo en una papeleta y me la da. Son 15 pesetas.

Faltan cuatro paradas para llegar a mi destino. Voy pendiente de la ventanilla no vaya a ser que me pase de estación sin darme cuenta.

Saldré por la misma puerta por la que entré, al menos ya sé que esa abre bien. El traqueteo aumenta en algunas zonas hasta el punto que es necesario sujetarse a algo para que no te mueva del asiento. Ahora parece que se va a parar... ¡qué raro!, no se vé ninguna estación por aquí. ¡No, no se para!, hemos llegado a una pendiente pronunciada y a la locomotora le cuesta subir.

Cuarta parada. ¡¡¡Llegamos!!!, todo bien. Los gusanos han desaparecido de mi estómago. No ha sido tan complicado viajar en tren "sola, por primera vez"

A partir de ese día recorrí muchísimos kilómetros en tren. Trenes de madera, Talgos, Coches-cama, Metro, AVE. En ellos pasé muchas horas de lectura, de ver películas, de conversaciones. Conocí muchas personas en los trenes. Con algunas, incluso, llegué a crear cierta amistad. Viajar en tren era una terapia. Nos contábamos nuestras vidas sin ningún pudor. No importaba, no nos conocíamos y lo más probable era que no nos volviésemos a ver.

Echo de menos esos viajes en el tren nocturno de Santander-Madrid. Todavía me sigo preguntando ¿por qué sacaba billete de coche-cama si me pasaba todo el viaje por los pasillos?

Tengo muchos recuerdos y muchas historias vividas en los trenes, pero me los voy a quedar para mejor ocasión.

Laura González Sánchez ©
Abril 2009

SI TUS VAGONES HABLARAN...


Si tus vagones hablaran
mil historias narrarían,
una bellas y agradables,
otras tristes y vacías.

Imágenes que van pasando
entre estaciones y apeaderos,
fantasías y emociones
de incesantes pasajeros.

Revisores, maquinistas
y los jefes de estación
quedaran en el recuerdo,
guardados en un vagón.

Trayectos largos y extensos
por esas vías desgastadas,
entre traviesas y raíles
y vagonetas estropeadas.

Panoramas vislumbrados
entre la noche y el día,
añoranzas y recuerdos
detrás de las ventanillas.

El traqueteo sonoro,
el vaivén de sus vagones,
sueños de melancolía,
dormidos en estaciones.

Si tus vagones hablaran,
¡cuántas cosas contarían!...
Unas bellas y agradables
otras llenas de algarabía.

Flor Martínez Salces ©
Abril-2009

EL TREN DE LOS SUEÑOS


Junto al viejo andén esperaban al tren que les llevaría a aquel viaje que los dos habían planeado hacer de nuevo. Aquella antigua estación no había cambiado nada, y todo seguía como la primera vez que se vieron; la vieja locomotora arrinconada en una vía ya sin uso, los sacos del correo raídos de tantas idas y venidas, el reloj con la misma hora que años atrás, los bancos con sus tablas desgastadas de tantos pasajeros sentados, en esperas largas e interminables, el anciano jefe de estación con su banderín deshilachado por el paso del tiempo y hasta en las sucias paredes aún quedaban restos de antiguos horarios imposibles de descifrar por el paso de los años.

Todo estaba igual que la primera vez que se encontraron por casualidad, y el destino quiso que en ese viaje se confesaran sus sueños e ilusiones y, que en aquel trayecto interminable, se enamoraran y unieran sus vidas para ya no separarse nunca.

Entraron en el vagón juntos, de la mano, y sus mentes regresaron las imágenes vividas tiempo atrás, mientras un escalofrío recorría sus cuerpos y las lagrimas empañaban sus ojos

Un pitido ensordecer les anuncio la salida, y ya sentados comenzaron a rememorar las emociones que habían sentido dentro de aquel compartimento.

Por eso, con la ilusión de cuarenta años atrás, repetían el mismo itinerario para revivir aquel trayecto que les había unido en el tren de los sueños.

Flor Martínez Salces ©
abril-2009

EL TRANVÍA



Te postergaron una y otra vez. Por fin el 24 de diciembre del 2008 empezaste tu andadura. Marchabas a trompicones y bocinazos. Asustaste a varias ancianas, rozaste los coches de algunos alocados. No obstante, ahora, marchas todo confiado. El Ayuntamiento te priorizó ante los autobuses y los taxis.

Sí, eres tractivo por fuera, azul para alegrarnos los días tristes de Vitoria y verde para darnos esperanza, ante esta crisis.

Sin embargo, no te me endioses. No quiero que te ocurra lo que a mi primer amor. También él parecía un "dandy", pero me mortificaba con sus desaires y por fin, lo dejé plantado. A ver si a ti también, con el tiempo, te prohiben fanfarronear por la Avenida de Gasteiz.

¿Por qué no entonas "el Aguar Jaunak", junto a la Plaza de la Constitución? y de regreso ¿qué te parece restaurarle su autoestima al Palacio de Congresos con tu bello tintineo?

Y cuando mis piernas se vuelvan torpes, te esperaré y te observaré por dentro, ¿veré algún atisbo de humildad?...

¡Enhorabuena!

Isabel Bascarán ©
San Vicente de la Barquera, 5 de Abril 2009

martes, 7 de abril de 2009

LA PRIMAVERA


Querida hija:

Anhelaba abrazarte, pero debo apresurarme hacia Portugal. Me gustaría poseer la espada de Damocles y privarles de algún miembro a esos pirómanos.

A ti también se te presenta un arduo problema. El país está inmerso en unarecesión. La gente vagabundea de contenedor en contenedor, pero tú erespoderosa y además, en la habitación de invitados descansa tu encantadoraprima, "Agatha Ruiz de la Pradera".
Besos y mucha suerte. La Madre Naturaleza.

¡Oh!, buenos días, ¡Mua, mua!

Agatha, sírvete un tazón de café y escúchame hasta el final. Tu eres rica y además posees un corazón de oro. He soñado que podríamos aliviar este maldito paro. Diseña rápidamente toallas, sombrillas, gorras y preséntate ante las colas del Inem. Selecciónalos en sus tareas y verás como se les ilumina el alma.

El material y los sueldos corren a cargo de los Ayuntamientos. El Gobierno ha invertido mucho dinero para proyectos innovadores.

¡Ejem, ejem!, ¿Puedo hablar?

Es una idea singular y por eso me gusta. Pogámonos en acción. Quiero ver la estampa sobre la arena, aunque esa belleza quedará matizada cuando me vea en la cola del Inem.

¡Ay, Agatha!, ¿Ves esta carpeta?, aquí guardo los tonos más originales que te puedas imaginar, las líneas más rompedoras... Ningún otro diseñador ha hollado jamás las tierras que he tenido el privilegio de conocer.

¡Dulce Primavera!, gracias.

San Vicente de la Barquera, 6 de Abril 2009

Isabel Bascarán ©