martes, 25 de enero de 2011

CHIMENEAS


Al pie de la Sierranevada
En la provincia de Granada
Chimeneas es ubicada
En la época musulmana.

En cuevas vivían sus habitantes
Casi tres mil, según los estudiantes.
Ya pocos quedan en esos parajes
Todos se han marchado de emigrantes.

Los pocos que allí quedaron
Al ganado se dedicaron
Y en el yeso transformaron
Lo que en sus canteras picaron.

Cuevas naturales y artificiales
Abundaban por aquellos lares
Siendo usadas como corrales
Para el cuidado de los animales.

Famoso es el Jueves Ladrero
En que todos comen puchero
Recuerdan el tiempo postrero
Cuando a los padres obreros
Llevaban al campo el puchero.

Desde el pantano Los Bermejales
Llevaron el agua a sus hogares.

La fiesta de la Candelaria
Festejan con parafernalia
Quemando en las hogueras
Lo que sobra en Chimeneas.

Celebrar la Virgen del Rosario
Consideran harto necesario.
En San Judas Tadeo
Se forma el gran jaleo,
Por la fiesta de la Paz
El descanso es incapaz.

Y para finalizar el año cardiacos
Se empeñan en celebrar San Marcos.


Laura González Sánchez ©
Enero 2011

viernes, 21 de enero de 2011

LAS TRES CHIMENEAS


Era difícil concentrarse entre aquellas cuatro paredes y sin embargo su mirada permanecía fija, contemplando las brasas de aquella hoguera, que lentamente iban dando cuenta de un tronco consumido por sus llamas.

Tenía que escribir de un tren y un viaje por llanuras castellanas en la noche. Debía de explicar aquel olor a hollín, característico, que entraba por el resquicio de la ventana, entre el traqueteo del vagón y esa danza acompasada de su cuerpo, en un duermevela inesperado.

Debía repetir aquellos sueños e ilusiones que le llevaban lejos de su pueblo, en busca de una persona a la que apenas conocía más que a través de una correspondencia viva y fresca, que había surgido hacía unos meses, y por la cual llegó a escribir y recibir diariamente dos y tres folios escritos

Explicar todo esto era tarea difícil, y lo sabía, pero debía hacerlo, debía contar todo aquello, debía decir ahora, en ese momento que sí, que estuvo enamorado, que creía en el amor y que fue en su busca, en un viaje desesperado hacia la nada.

Pero también debía de escribir de aquel barco de su niñez, en el que tantas veces había jugado en sus ratos libres, tenía que hablar de aquellas escamas rescatadas de las tablas y maderas, que los peces dejaron olvidadas y que luego, los marineros, no lograron quitar con el baldeo correspondiente.

Debía hablar también de aquellos ratos en que había entrado en la caseta del patrón para empuñar el timón y a pesar de que su cabeza no abarcaba por encima de la proa, ya era capaz, en su imaginación de tripular y llevar la embarcación a buen puerto, tal y como estaba cansado de leer en los libros y en los cuentos.

Y también le contaría a las estrellas de aquellos momentos en que asomado por la borda, buscaba las sirenas y también a las princesas, creyendo que las mismas cruzaban sobre los lomos de los delfines y ballenas que su mente había creado, cuando en realidad, el barco, nunca se había movido de la rampa del muelle.

Por último sabía que debía escribir de ese sitio donde estaba, de ese hogar donde ahora se apagaban esos leños y unas brasas perezosas relucían, resignándose a dormirse.

Allí pasaron tantas cosas... En las cercanías hubo besos y abrazos, también sonrisas y lágrimas, hubo silencios y soledades, existieron las fiestas y los bailes, corrieron los niños y hablaron los mayores y hasta una gatita perezosa, durmió cerca, muy cerca de las llamas, pero prudentemente apartada y eso sí, buscando el calor que la misma desprendía.

También allí quedaba parte de su vida, entre esas cenizas, entre esas paredes, en esos recuerdos que nunca olvidaría. Pero la vida continuaba, el pasado estaba ya superado y ahora debía mirar adelante, a ese presente que continuaba segundo a segundo y a ese futuro que se anunciaba en el mañana.

Tomó las cuartillas y fue rompiéndolas una a una para luego arrojarlas a la hoguera que pronto cobró vida y las transformó, en un abrazo, con su fuego, en unos pliegos grises y cenicientos que se fueron deshaciendo en su protesta.

Se levantó y salió de la casa. Afuera hacía frío y desde el porche pudo contemplar su chimenea firme y orgullosa y por ella vio salir el humo que se llevaba todos los recuerdos, el del tren, el del barco y el de la casa.

Al fin y al cabo, pensó, eran los recuerdos de tres chimeneas en tres momentos de una vida, de su vida, a la que ya no había vuelta ni retorno.

Rafael Sánchez Ortega ©
20/01/11

EL ABUELO Y LA CHIMENEA



Regresaba como todas las navidades a pasar sus vacaciones al pueblo, este año un poco más preocupado, pues su abuelo se encontraba enfermo, tenía miedo de encontrarlo mal y no poder realizar el ritual que hacían siempre en torno a la chimenea, y desde pequeño realizaba junto a él, aunque fuera la última vez y no quería perdérselo por nada del mundo. Durante el viaje recordó cómo iban los dos a recoger la leña, como su abuelo la cortaba paciente con el hacha en la vieja cuadra, hoy convertida en leñera, él le ayudaba y colocaba los troncos menos pesados en orden, en una pila, las virutas de madera que quedaban las iba echando a una cesta de mimbre, pues con ellas después encenderían el fuego.

Le parecía ya oler ese aroma de las astillas en la chimenea, hasta que el fuego cogía brasas y se encendía, y casi podía sentir el sonido crujiente de la madera al quemarse.

Después los dos se sentarían al calor de la lumbre, su abuelo en la mecedora y él a sus pies, sintiendo muy cerca ese fuego, tanto que incluso alguna vez, sin darse cuenta, se había chamuscado las zapatillas.

Allí, los dos sentados, habían pasados ratos muy entretenidos, mientras su abuelo le contaba mil historias, él muy atento se embobaba escuchándolo.

Por fin había llegado al pueblo que estaba igual que el año anterior, la nieve lo cubría todo, y lo lejos ya divisaba la casa; paro el coche y la observó, por la vieja chimenea salía humo, y eso le llenó de alegría, contempló durante unos instantes la humareda que de allí salía, y le pareció ver que hacia dibujos en el aire; una ligera brisa lo movía, y lo esparcía hacia las nubes, hasta confundirse con ellas.

Volvió de nuevo al coche y descendió hasta el final del pueblo, donde se encontraba la casa; al llegar llamó al viejo picaporte de hierro, su corazón latía nervioso, deseando ver como estaba su abuelo. Él mismo lo abrió, un poco mas torpe que el año anterior, pero en sus manos portaba la cesta de mimbre y el hacha, sonriendo le dijo:

-¡Te estaba esperando para cortar la leña!

La último lo he echado esta mañana a la lumbre para que cuando llegaras no tendrías frío, pero he estado unos días enfermo y me he quedado sin nada, así que vamos a cortar unos troncos, que esta noche volverá a nevar.

Emocionado se abrazó a su abuelo y quedándose un poco más tranquilo al verlo bien, se dirigieron a la leñera, como todos los años, mientras la chimenea encendida les esperaba para volver otra vez a escuchar las historias del abuelo.


Flor-Martínez Sálces ©
Enero-2011

LA CHIMENEA DE LA ABUELA


Después de muchos años, regresó a su añorada tierra, y lo hizo de la mano de Luis, él conocía lo que ella la había echado de menos. Una vez que Elsa se impregno del mar, de sus verdes montañas y sus gentes, un lunes de mañana, le dijo a Luis:

-Mañana, vamos a ver lo que quede de la casa de la abuela.

Así lo hicieron. Elsa había preparado temprano la comida para llevarla, deseaba comer allí, en la tierra que cuando niña, tantas veces corrió y jugó para compartir todo eso con Luis.

La noche anterior durmió inquieta, por su mente pasaban imágenes rápidas, veía la casa de la abuela, podía reconocer hasta el olor que la chimenea desprendía en el rojo y mojado tejado, cuando ella, de niña, iba a verla y como el fiel perro de la abuela, “ kuki “, salía delante a recibirles, juguetón y alborozado, al encuentro de ella y su hermano pequeño, que apenas se mantenía en pie y “ kuki “, siempre le hacía perder el equilibrio, entre risas frescas e infantiles. Y allí en la puerta la abuela Carmen, perfecta, como de costumbre, con su pelo cano azulado y cuidado, recogido en un moño, la falda recta y rebeca, su collar y pendientes de perlas blancas, y sobre todo, Elsa recuerda el olor a colonia lavanda que desprendía y los labios pintados de un tenue color rosado, que en su blanca piel, apenas destacaba.

Les recibía abriendo los brazos con su incomparable sonrisa, y el hoyuelo que se le formaba en la parte derecha de la cara, y que Elsa, orgullosa de ello, había heredado y que a Luis tanto le gustaba.

Carmen jamás estaba triste, tenía esa sonrisa en los labios y esos ojos negros brillantes que nunca maquilló, no le hacía falta, eran únicos y bellos.

Al mediodía Elsa y Luis llegaron, ella se emocionó, la hiedra que tanto les gustaba a su abuela y a ella lo había devorado todo, apenas quedaban muros en pie, no había tejado, pero estaba la puerta de entrada y la chimenea, que frente a su calor, tantas veces Carmen les contó historias de familia y cuentos infantiles, mientras atizaba el fuego de vez en cuando, ya que para ella era un ritual mantener viva la llama, frente a una bandeja de inolvidables canutillos de crema y canela que preparaba a sus nietos, en esas meriendas de invierno.

Luis miró a Elsa y vio en sus ojos un brillo que conocía de felicidad y tristeza a la par. Fue directa hacia la chimenea, ¡la chimenea de la abuela!, cogió de ella un trozo de viejo y ahumado ladrillo y lo guardó en su bolsillo.

A su alrededor recogió ramas secas y palos, los puso en la chimenea y les prendió fuego, desplegó un mantel de cuadros que llevaba en su cesta, lo colocó encima de unas piedras que consiguió reunir y le pidió a Luis que le ayudara con el resto de la cesta.

Pusieron la comida en la improvisada mesa y una botella de vino con tres copas, Luis las rellenó, alzaron las mismas y Elsa dijo:

-La abuela está aquí Luis, en esta chimenea, ¡brindemos por la abuela Carmen!

Y juntaron sus copas delante del crepitar de las llamas que en ese brindis tomaron más viveza.


Ana Pérez Urquiza ©
Enero 2011

LA CHIMENEA




Querida amiga:

He vuelto a mi país natal y mientras desentumezco mi cuerpo, manos, posaderas y pies -al calor de mi chimenea- voy abriendo tu carta. ¡Por Dios, que no tenga que volver a La Toscana! ¡No! ¡Menos mal! Y además me das todo un año para que cumpla tu deseo.

Estamos de suerte ya que Gaspar y Melchor me han regalado un año sabático. Me voy haciendo viejo y cada día me ven más remolón junto a mi amor: mi añosa chimenea.

Me cuentas que tus primeros secretos de niña y de adolescente los conoció tu chimenea. ¡Ay niña! Entre aquellas azuladas llamitas y entre aquellas anaranjadas chispitas también me hallaba yo (agarrado a la gruesa cadena central). Te veíamos zalamear entre brazos amorosos; después, -y sin poder reprimir nuestra risa- fuimos testigos de la pira que formaste con las cartas de tus ex pretendientes: je, je; te observábamos cuando barridas las cenizas sobre el leño ardiente, trazabas una cruz sobre la gruesa plancha del fuego y así liberada del Sacamantecas y de todos los seres malignos te alejabas hacia el sueño reparador.

Veo que has aportado tu granito de arena para que tu deseo se haga realidad.
Me dices que conoces un constructor genial que se halla en el paro, que con un solo Mail mío se pondría manos a la obra; siempre que su inicial apareciera junto al mío: (BL o bl/ LB o lb) sí, me gusta la simbiosis. También tienes una amiga que se codea con representantes de jeques árabes –que mantiene sus encuentros en Bourdeaux, en London, en USA, pues se dedica a la cría de caballos de pura raza. Sí amiga, en períodos de crisis, los ricos se hacen más ricos. Espero que también sean ricos de corazón; aunque seguro que me pedirán algo a cambio.

Y ahora, ¿te parece? Presentamos a la tercera CHIMENEA. La Chimenea Inteligente –la has llamado. (A high standing, detector, destroyer, neutralizar –la he cualificado).

Cara mía, me manifiestas tu miedo, que conduces con mucha aprensión desde que leíste el libro “Gomorra”. Que temes que se abra una brecha en la autovía y que los surtidores expulsen líquido inflamable; que géiseres químicos contaminados te disparen carbonizada contra las nubes; que los carabinieiris no encuentren ningún rastro de tu persona y te conviertas en otra víctima fantasma de la mafia, de la camorra.

Que notas que los Boss, los Killers, los Seekers (los Sacamantecas de hoy en día) acampen a sus anchas ante el silencio de la sociedad. Que ves nuevas áreas con la hierba removida: zonas que ayer formaban parte del paisaje y que hoy son sepulturas de basura recién cubiertas.

Sí, mi dolida amiga, en nuestra gira por La Toscana hemos sido testigos de la más terrible realidad: niños -de no más de once años- que en su huida de los Carabineiris han volado de los camiones basurero hasta el cemento de la cuneta, dejando al descubierto sus piececitos atados a mazacotudas plataformas.

No sé a dónde llegarán y qué harán los futuros: Gasparcitos Melchorcitos y Baltasarcitos, ¡pero seguro que serán los Sabios más Sabios del Mundo! ¡Ánimo querida amiga!

Y acciono mi robot ordenador.
Y comienzo el diseño de mi: SUPERMAGIC CHIMNEY.

Un abrazo bronceado. Baltasar

Isabel Bascarán ©
San Vicente de la Barquera,
12 de Enero de 2011

SIETE Y LAS HADAS


Llegamos a la casa hotel donde pretendíamos pasar aquellas mini vacaciones después de atravesar media Europa; era bastante grande y llamaban la atención sus siete chimeneas en el tejado, algunas parecían por si mismas un motivo para admirar la arquitectura modernista. Tres de ellas eran enormes, dos cuadradas y sencillas, una estaba redondeada o al menos eso parecía desde abajo, supimos luego que era octogonal y ofrecía esa visión engañosa de lejos, la última era algo “chaparrita” y llena de adornos, casi parecía provenir del rococó.

Coincidió que nosotros también éramos siete; mientras, sacamos de los dos coches el equipaje.

-Tonio, recoge bien el plástico del maletero y tápalo, no sea que llueva y entre el agua mojándolo todo.

-Desde luego Pedro tienes narices, lleva sin arreglar ese agujero dos meses, -a ver si haces las cosas hombre que por ahí podría empezarse a llenar de roña la chapa.

Descargamos todas las mochilas para el día siguiente. Pretendíamos hacer la ruta de la montaña “Miedo”. Por lo visto al otro lado de esa montaña, desde su cumbre se ve una peculiaridad. Posee tanta altura como profundidad, con lo que desde la cima se forma un precipicio considerable. Por lo característico de la coincidencia del perfil en la hondura con la elevación, se le dio ese nombre, la Montaña del Miedo y también por otra causa que vimos en el primer contacto.

Esa misma tarde decidimos ir a recorrer la falda de la montaña y ver desde la base aquel despeñadero. Nos recomendaron prudencia, aquel día no estaba muy claro y la niebla se depositaba en el fondo, pero el gusanillo de aventura que recorría nuestras venas, pudo con las recomendaciones y salimos casi corriendo después de tomar un bocado para no cargar el estómago; también colocamos todos los atavíos para el día siguiente y así, hacer tiempo para digerir los alimentos. Comenzamos la caminata en un sedante paseo.

El bosque estaba aquel día un tanto triste, caía una especie de bruma sobre la copa de los árboles, buen momento para las carantoñas de Luisa y Jesús; desde que se descubrieron como pareja estaban inaguantables, ¡qué melosos por Dios!, no caminaban ¡volaban!

-Jesús mirad por donde pisáis que vais a llevaros alguna moñiga por delante.

-¿Qué?, -contestaron al unísono Jesús y Ana.

-Jolín, no sabía que el amor volviera sordo. –repitió el aviso.

-Ah vale, no te preocupes, tendremos cuidado con las ortigas.

-¿Con las ortigas?, jajajaja, qué entendederas, déjalo Tonio, que pisen lo que quieran, seguramente tampoco notarán el olor.

Recorrimos un kilómetro por la zona, preciosa a pesar de ser en su mayoría piedras peladas, tenía el aspecto de una visera; mil formas llenaban esa pared interior; grutas de donde salía silbante la corriente ululando como jauría de lobos, otras parecían las caras descabezadas de algunos grabados de Goya o voladores azotados contra la pared colgados de aquel socavón inmenso, aderezados con el volar inquieto de algunos espectrales murciélagos asustados por Andrés al intentar colarse por otra de las cuevas de gran altura.

La humedad de aquel sombrío paraje producía miedo; el eco daba a todo ese entorno espectral, la impresión de ver trailers espectaculares de películas terroríficas.

Comprobamos lo que ya nos dijeron, la caída de la tarde con la calima del caluroso día, impidió ver la profunda sima. Volvimos con la esperanza de que se cumpliera la previsión climatológica del día siguiente.

Tan solo aparecer los primeros rayos de sol, estábamos ya dispuestos a la entrada pertrechados de todo lo necesario.

Nuestra guía apareció hablando un castellano bastante correcto, recomendó dejar algunas de las cuerdas y revisó si la ropa de abrigo era suficiente.

La pretensión era subir a la cima por la parte más sencilla. Comenzamos la caminata y a eso de las 11 de la mañana, llegamos sin dificultad a la picota. El sol ayudaba en esa posición a vislumbrar totalmente la caída hasta lo más profundo del precipicio, y sí, era cierto, parecía que Dios arrancara del suelo ese trozo y lo colocara como montaña justo al lado. ¡Impresionante!

Bajamos despacio por la ladera por un camino boscoso de pinos centenarios, al llegar a un claro nos quedamos atónitos con lo que quedaba a la vista, unas columnas nacidas del suelo en forma de chimenea.

-Estos montículos se han creado a base de la erosión durante miles de años, tienen como verán diferentes formas, en su parte más alta está el basalto, es la parte más dura y así protege el resto más endeble. –Lo explicaba nuestra guía otomana, mientras nuestros ojos asombrados no daban crédito.

-Juana apreció pequeñas ventanas en aquellas moles de hasta cuarenta metros.

-Es cierto –dijo Badra (el nombre de la guía quiere decir luna llena), se vivió ahí en tiempos e incluso se convirtieron en hoteles. Hoy son Patrimonio de la Humanidad.

Había por doquier, a cual más impresionante, nos acercamos y divisamos puertas y escaleras que llevaban a su -por llamarlo de alguna manera-, tejado. Eran diferentes, algunas parecían gorros de duendes o boinas manteniendo un equilibrio asombroso.

Sabíamos todos que esta región de la Capadocia, en Turquía, tenía bellezas naturales, iglesias excavadas en las rocas, o subterráneas ciudades, territorios pétreos asombrosos, pero las chimeneas nos tenían boquiabiertos, ¡que barbaridad natural!, la imaginación se quedaba pequeña ante semejante maravilla.

La sorpresa fue preparada por nuestra parejita, ¡quién lo iba a decir!, parecían no estar en este mundo pero consiguieron sorprendernos.

Volvimos cansados de tantas emociones, comentando la belleza de aquel paraje salido de un cuento, explicaba el porqué de su nombre “Las chimeneas de las Hadas”. Aún teníamos otra sorpresa. Una vez aseados, cenamos; al terminar nos hicieron subir a la zona del desván por unos escalones, accedimos a un gran pasillo recorriéndolo de lado a lado; al finalizar una mínima escalinata, nos encontramos en la gran chimenea octogonal, el contorno estaba convertido en un mirador redondo.

La luna llena en un cielo oscuro alumbraba parte de aquellas chimeneas naturales del parque, al otro lado se veían las luces de la ciudad de Urgrup, donde su iluminación artificial junto al de la Luna, producían en la lejanía un relieve ensoñador y romántico, sobre todo para nuestra parejita. Estaban un poco separados del grupo y sus perfiles se remarcaban entre la luz lunar y las sombras, alguien les sacó una foto. Si el paisaje natural tenía visos de ser un sueño, el urbano era una delicadeza para el alma.

Fue un viaje inolvidable lleno de sensaciones nuevas, escalofriados ante los caprichos erosivos, con la promesa de volver a ver aquellos pueblos subterráneos, a las iglesias rupestres y sus frescos o simplemente, la luna llena haciendo brillar el basalto pulido por el viento, coronando algunos perfiles de las “Chimeneas de las Hadas”.


Ángeles Sánchez Gandarillas ©
San Vte. de la Barquera
13 de enero de 2011

LA CHIMENEA


Las casas de los pueblos, desde hace muchos años, tenían todas chimeneas, unas eran de las cocinas de carbón y otras de leña. Cuando se hacía la matanza se curaban junto al fuego los chorizos, lomos, costilla y demás, cerca de la chimenea. En años cercanos se las ponían en el salón que servía de calefacción para toda la casa, durante los días fríos de invierno.

Se prende fuego primero con leña fina y encima se ponen unos troncos bien gordos que duran por lo menos dos días o más. Este fuego se hace a ras de suelo, encima lleva la llamada campana para que salga el humo a través de dicha chimenea hacia el exterior. La temperatura es muy agradable; en este salón conviven todos los miembros de la casa, hasta el perro y el gato.

Los domingos vienen a jugar a las cartas o al parchís y otros juegos. Se pasa muy divertido. Los niños participan también jugando al bingo aunque hay otros juegos.

En los días de sol salimos a dar un paseo por carreteras de concentración parcelaria, que cruzan la mies en varias direcciones, vamos mayores y pequeños; los chavalines en bicicleta y si hay pequeños en las sillas de bebé.

Es una gozada contemplar el entorno, hay grandes praderas y animales pastando, sobre todo caballos. Alguna montaña a lo lejos y el sol agotando sus últimos rayos, pasamos por el pueblo, que a decir verdad, es muy bonito. Casas antiguas de piedra y algunas modernas, pero muy grandes, con inmensas praderías alrededor, ahumando las chimeneas. Sobre todo al atardecer, en que se confunde el humo con la niebla, en las tardes gélidas del invierno.

A la hora de la merienda, hacemos un chocolate que tomamos con bizcochos o algo parecido, para así recuperar fuerzas y combatir el frío, que en la caída de la tarde se deja notar.

Los prados amanecen blancos como si estuvieran nevados, no queda más remedio que embozarse la bufanda hasta los ojos, ponerse un buen abrigo y guantes, hasta que el sol derrita el hielo de la helada; hacía el medio día podemos disfrutar de buena temperatura y tomar el sol tan deseado y agradable, por unas pocas horas, pues estamos en el rigor del invierno y además es Navidad.


Blanca Santos Gutiérrez ©
27-12-10

LA CHIMENEA


El sol comienza a salir por el horizonte. Es invierno y hace frío, lo siento en mis piedras, hace ya muchas horas que los rescoldos están apagados; esos que a los dueños de esta casa les encanta contemplar y revolver hasta quedar en nada, entonces apartan un trozo de alfombra y ponen la pantalla protectora para más seguridad y se van. Todo queda a oscuras y yo contenta de haber creado calor de hogar. Sí, se puede decir que una gran parte de la vida de esta familia se desarrolla frente a mí.

Mi decoración es variada; lo normal es tener sobre mi repisa algún tarro ó figura porcelana, pero en verano me ponen rosas preciosas y en Navidad, como ahora, me adornan con guirnaldas de pino y bolas de colores.

Por la tarde vuelven a encenderme; ya puedo chisporrotear de nuevo a mis anchas, con las ramas de jara que me ponen antes de colocar los troncos secos de encina, que tanto calor dan.

De nuevo oscurece, pero con la luz del árbol y la magia de la noche puedo contemplar a los tortolitos que tengo a mi izquierda, no paran de cuchichear, pero ahora como se pueden ver, se han vuelto para contemplarse y piropearse. Son dos figuras un tanto grandes encima de unos pedestales. ¡Ah, escuchad!, se hablan.

-Qué salerosa te veo con tu vestido de colores y delantal plateado remangado, tan grácil llevando ese gran cesto con uvas que casi pierdes por el camino.

-¡Qué ganas tenía de que viniese la Navidad para poder contemplarte! –dice el zagal.

-¡Anda adulón! –contesta ella. -Tú si que estas interesante con ese pantalón tan brillante, marrón y oro, que te han puesto, y esa gallardía con que llevas la leña al hombro; con tus botas y sombrero precioso con pluma y todo.

-¿Te acuerdas de cuando nos enamoramos? ¡Qué cerquita estábamos uno del otro mientras nos decoraban!; allí nos quedábamos juntitos días y días. Poco a poco nos iban embelleciendo, pero eso al final lo pagamos con esta separación; dos pasos, sólo dos pasos, pero de día miramos al frente y de noche no nos vemos. ¡La magia de la noche no nos sirve!

Se escucha un crujido encima de ellos, pero no le dan importancia. ¡Se sienten tan embelesados…!

De pronto un estruendoso ¡Cataplaf…! Y no puedo dar crédito a lo que contemplo. El crujido que se escuchó era del espejo grande que estaba encima de ellos. ¡LOS APLASTÓ SIN PIEDAD!

¡Una verdadera convulsión! Todo hecho añicos; espejo, figuras y pedestales, todo revuelto y en pedazos inimaginablemente pequeños y entremezclados. Sus cabezas, eso sí que me di cuenta, estaban juntas y mirándose sin saber que pasaba y sonreían.

¡Ahora ya podrán estar unidos para siempre, allá donde los echen!


Mª Eulalia Delgado González
Diciembre 2010

LA CHIMENEA


Cuando uno se ofusca con un trabajo, es como si una gitana te echara una maldición. No, no me gusta como empiezo a escribir esto, y más teniendo en cuenta que yo no creo en las maldiciones de gitanas ni de nadie. Simplemente quería decir que hace casi un mes nos dijo Rafael que el tema obligado para el próximo Taller era “La Chimenea”, y que hasta este momento no he escrito una sola palabra sobre ello, por estar escribiendo otra cosa que nadie me mandó, ni prisa alguna me corre. Y como estoy viendo que se me va a echar encima el día de reunión, no me queda más remedio que aparcar lo que estaba haciendo para dedicar el tiempo a la chimenea.

Y me encuentro que así, de sopetón, no sé que puedo decir sobre el asunto. Si me hubiera puesto a ello cuando debí de ponerme, tiempo hubiera tenido de pensar y de corregir. Pero bueno, las lamentaciones de nada me sirven ya.

¡La chimenea!, ¿Ves? Lo primero que me viene a la mente es el dibujo que todos hicimos cuando éramos niños: Una casita con dos ventanas, una puerta, y una chimenea bien visible echando mucho humo. Al lado un árbol, y detrás una montaña. ¿A que también vosotros la dibujasteis así? Yo creo que hasta le puse un río al lado. No me diréis que no son bonitas estas chimeneas. Al menos la estampa es bucólica e irradia serenidad, que no es poco.

Como contrapunto están las chimeneas industriales. Como ahora cada vez hay menos, las miramos con cierta simpatía porque son reliquias de un tiempo pasado. Suelen ser de ladrillo rojo, altas y estiradas como si quisieran alcanzar la luna. ¿Sabíais que estas chimeneas tienen por dentro una escalera que llega hasta arriba? Cuando se sube por ella la chimenea se balancea, y cuanto más alto se va subiendo, mayor es la oscilación, y ello confirma el buen aplomo de la construcción de la misma. No obstante estos datos que de algún modo implican una leve simpatía hacia ellas, no debemos olvidar que dichas chimeneas industriales son una fábrica de polución y suciedad para el ambiente.

Por eso yo prefiero la primera que os dije, la del dibujo, que además, si la miramos por dentro, desde la cocina, nos transporta a los inviernos aquellos en que toda la familia nos acomodábamos bajo ella en torno a la lumbre encendida. Vosotros, los más, nunca mirasteis por ella hacia arriba, porque sois más jóvenes y no las conocisteis, o porque dentro de las casas comunitarias eran otros tipos de cocina y de chimenea. Era una oquedad larga, negra y brillante por el hollín depositado en sus paredes que, en mi pueblo llamábamos sarro, y arriba, al fin del trayecto, la luz del sol si mirabas de día, y la de la luna si lo hacías de noche.

Con el progreso prácticamente desaparecieron todas, y con ellas la profesión de deshollinador, que aunque no lo creáis, tenía su romanticismo. Recuerdo que en los pueblos de mi época, cada cual deshollinaba la suya. Se buscaba el cordel más largo de la casa y al centro se le ataban unas ramas de acebo. Luego un hombre en el tejado y otro abajo, en la cocina, lo mismo que los antiguos serrones, sube y baja sube y baja, las espinas duras de las hojas del acebo arrancaban todo el sarro agarrado en las paredes. Con aquellas chimeneas se perdieron también los cuentos que en invierno solían contarnos nuestros abuelos de ladrones que a través de ellas se colaban en las casas. Bueno, por ellas se colaban además de ladrones, brujas y enanos y toda clase de seres extraños, según quienes fueran los protagonistas del cuento del día, e incluso servían para finalizar cualquiera de aquellos cuentos, que generalmente solían acabar…, y colorín, colorete, por la chimenea sale un cohete.

J.G.G.

Enero 2011