miércoles, 25 de enero de 2012

LA ISLA DE LOS SENTIMIENTOS


¿Dónde estás amor,
y aquel ramo de las flores
que esperaba y no llegó?


Flores llenas de fragancia
y el perfume de los dos.
El olor de aquellas rosas
en el aire se esfumó.


¿Dónde estás amor?


Aquellas flores tenían
un alma y el corazón,
yo te busco y no te veo,
ni percibo aquel olor.
Flores que me recuerdan
la amargura y el dolor.
Se ha marchado para siempre
y nunca jamás volvió,
flores que dejaron huella
y espinado el corazón.


¿Dónde estarás amor?...


Blanca Santos ©
23-I-2012

martes, 24 de enero de 2012

LA ISLA DE MI CASA.


En mi casa hay una isla. En realidad es un mueble plantado en medio de la cocina, pero cuando el carpintero le colocó allí, dijo que el local quedaría partido en dos por medio de aquella isla. Isla le llamó él, e isla le seguimos llamando. Y eso es lo que parece, porque si las islas lo son por estar rodeadas de agua por todas partes, esta lo es por estar rodeada por todas partes, de nada.

Metro y medio de larga por sesenta centímetros de ancha, y ochenta de altura, tendrá la isla, que no la tengo medida. Aunque bien pudiera hacerlo en cuanto llegara a casa, más si espero a tomar medidas antes de seguir escribiendo, mucho me temo que se me pasaran las ganas de seguir haciéndolo sobre un tema con tan poca consistencia como es este..

La cubierta de mi isla es de granito pulido y de color gris lo mismo que los fogones de la cocina, y justo en el centro hay un jarrón que casi siempre suele tener flores frescas. Hay veces que escucho ronronear a mi mujer diciendo que tiene que cambiarlas, y ocurre que cuando lo dice, es cuando después se olvida y tarda una semana, con lo que para entonces más que flores, son vegetales muertos sobre el borde del jarrón. Pero a pesar de ello, también tienen su encanto.

Suele ser también la isla de los sermones. Como está tan placentera, con frecuencia dejo sobre ella los objetos más variados que lleve entre las manos, como por ejemplo las llaves del coche, cualquier herramienta, cartapacios o papeles. También las cáscaras de unas nueces o los guantes de la huerta, y es entonces cuando ella se lamenta preguntándome de qué le sirve limpiar si vengo yo detrás dejándolo como lo dejo…

Me suele argumentar que no es limpio quien siempre está limpiando, sino quien sabe conservar lo que se limpió. Yo le respondo que tiene toda la razón del mundo, no porque la tenga, pues sería muy discutible razonar que, si la encimera de la isla es una superficie, nadie, (salvo ella,) ha dicho que tal superficie solo sea para colocar un jarrón con flores, un cesto de cristal con frutas, y una sopera antigua en cuyas entrañas guarda ella mil cosas inútiles. Pero como los años vividos me han enseñado que es mucho más cómodo no tratar de meter al vecino en raciocinios, sin más argumentos abro una puerta de aquél mueble donde siempre encuentro una chuchería para llevarme a la boca, con lo que en vez de convertir la isla en un tema de discusión, busco en ella algo que, agradando al paladar, sea motivo de satisfacción.

A un lado de la isla, se guisa. Al otro lado se come. Además de comer, se ve la televisión, y hasta se duerme la siesta. Bueno, no es precisamente la siesta. Hay allí, adosadas a la isla dos butacas que siempre ocupamos tras el yantar, con la sana intención de ver las noticias de las tres, y hay veces que lo logramos. Otras no. Otras empiezan a pesar de tal forma los párpados, que sin darnos cuenta se cierran, y ya puede decir la locutora que el mundo se está hundiendo, que a nosotros nos da lo mismo. Respiramos despacio y profundo, y hasta si nos descuidamos un poco se nos resbala por la comisura de los labios un hilillo de saliva. Solo son cinco minutos. Diez, a lo máximo. Estoy seguro que a esto no puede llamársele siesta. En mi pueblo teníamos un nombre para ello, pero resulta que he consultado el diccionario, y el cabrón de él, desconoce la palabra. “Desconsueño” . Desconsoñar, llamamos nosotros a eso que otros dicen “dar una cabezada”. Pero, claro, dar una cabezada sería, en todo caso, la definición de desconsueño.

Si, la siesta es otra cosa. No tiene nada que ver con el desconsueño que decimos en mi pueblo. La siesta es… ¡Seguro! Es tema para otro escrito, ya lo verás.


Jesús González González ©
Diciembre 2011

LA ISLA QUE SE CONVIRTIO EN ÁRBOL


Siempre he pensado que las personas somos como las islas, porque nacemos solos, al igual que ellas se crean, solas.

Y aunque estamos rodeados de personas, estamos “a solas”, del mismo modo que ella están rodeadas de agua pero son solo una isla.

Sé que la familia y amigos están a nuestro lado, para ayudarnos a crecer y conseguir construir nuestra vida, pero ante el peligro de la dura batalla que es vivir, somos nosotros solos los que luchamos, al igual que ellas, pueden estar rodeadas de muchas islas (como Japón o las Canarias), pero cada una es independiente y ninguna de ellas, por separado, tendrían sentido.

Esta idea cambio hace varios días, alguien muy cercano hizo que cambiara mi forma de pensar pesimista y absurda. Tras varios días debatiéndome en un mar de ideas, encontré la respuesta que buscaba y sorprendida descubrí que siempre había estado frente a mí.

Que las personas somos como los árboles, nacemos de la unión de nuestros padres, del mismo modo que una semilla crece de la unión de la tierra, el agua y el sol.

Nuestras familias nos ayudan a crecer y nos sostienen para que así enfrentemos la vida, y eso mismo hacen las raíces de un árbol, porque lo mantiene para que esté crezca.

Los amigos crean lazos con nosotros, nos facilitan “este camino que es vivir” y hacen que seamos nosotros mismos mostrando nuestro verdadero yo.” No seriamos nosotros sin ellos”, y las ramas de los árboles forman parte de sí mismo y sin ellas no serian árboles.

E sido isla, ahora soy árbol, ¿qué me deparara el futuro?.

Jezabel ©

TECLAS


Estuve dando a las teclas durante dos horas. Se convirtió en un sonido palpitante de corazones negros, llenos de signos en blanco. Recibían mis órdenes y una tras otra, escribían todo lo que estaba sintiendo.

El teclado y yo solos, aislados en la habitación, con la sola compañía de la mesa y una luz dirigida para conseguir una buena lectura y visión.

Cuando dejaba de teclear era como si esos corazoncitos, cuadrados en su mayoría, abandonaran el transporte de la sangre que nacía dentro de mí y que emanaba con libertad. Pensaba que de todas maneras, ese escrito tendría que ser reformado, como otros, pues contaban demasiadas verdades. Pero, hasta entonces, aquel reguero del líquido vital, manaba lleno de sentimientos reales, ¡sí, una hemorragia sobre la página de una sangre negra y brillante!. Era ese momento delicado en que te despojas de todo lo externo, del cuidado con lo que escribes, del cuidado con lo que sientes, del cuidado con lo que borras. ¡Libre!

Ahí surgen todas las vivencias, las reales o las que imaginas, partes de ti y las que no tienen nada que ver contigo, solamente ese mandato hacia los dedos que van hasta más deprisa que los pensamientos. A veces, desconoces o ignoras su sentido, aún así, aparecen tan exactas que incluso, crees que las copiaste de lecturas o recuerdos desconocidos. Es muy curioso, salen de las teclas palabras inesperadas que vuelan por si solas. Es extraño y extraordinario. Me pregunto si las manos son independientes de mi cabeza o de mi corazón, según el caso, porque esas frases que luego relees, están hasta bien colocadas incluso, pero, las extrañas...

La mayoría de las veces me es difícil calcular qué surgió primero, si la idea o la rapidez de mis dedos apoyándose en las teclas y éstas, a su vez, dejando los escritos.

Y sé que todos contestaréis al unísono: “Qué eres rápida con los dedos para teclear, tanto que apenas surge un pensamiento, lo trasladas en un nanosegundo hacia el teclado”

Quizá tengáis razón. Sí, porque si escribiera a mano cabría la posibilidad de que se notase la diferencia, desde que surgiera la idea hasta plasmarla en un escrito. No sé si probarlo, me divierte el paradigma.

¿Quién llegará primero en hacer el recorrido de esta isla que es la mesa, donde reposamos el teclado y yo?, ¿quién llegará primero a las cuartillas?, ¿Quién será Jueves, el habitante perenne de la isla?, ¿el papel? Sonrío, porque es el único que siempre está, el que sabe todo, el que descubre mis secretos, el que hace la fogata con los deshechos que puedan ser peligrosos para mí y... para los demás.

Mira, quizás haga una apuesta conmigo misma, ya que vivo en esta especie de isla donde no soy molestada por nadie, digo lo que pienso, siento lo que quiero y salgo y entro de ella cuando me apetece. Creo que hay un peligro al intentar nadar en la realidad, tengo algo de miedo porque en la vida real no sé nadar. Podría quedarme aislada y ante ese temor, ni siquiera intentaría salir, hay demasiados peligros allá afuera. Está llena de una ahogante hipocresía, del lastre de los reproches, de la vía de agua de la justicia y del ancla de la ignorancia, que poseyendo el saber son intolerantes y terminan por ser los reales ignorantes. Buscamos desaforadamente los salvavidas del hambre, la salud y los desastres naturales que, parecen haber desaparecido.

Hay islitas parecidas y nos subimos al mismo barco de vez en cuando, hacia otras islas más grandes llenas de papel, lectores y escritores, con diversas habilidades, artesanales, manuales o quienes convierten su trabajo en el empeño de presentar a todos la cultura en sus diversas facetas, cargados de sueños y con la pretensión, a pesar de todo, de hacerlos verdad..., ¡qué contradicción!

Islas, teclas, sueños, en un aislamiento que es deseado, pero, amigos, al final buscamos a los demás, a los amigos de verdad, la empatía y a la sonrisa, reuniéndonos en una bomba incruenta de ideas pacifistas, cargados de auténtica vida y que a nuestra vista, parece desgajarse en los demás.

Ambas se pueden considerar fantasía o las dobleces de una realidad resignada.

Así que mi isla no desierta, es simplemente, un espacio en blanco, un teclado en negro y la soledad. Envío de vez en cuando, mensajes dentro de una botella con una etiqueta que pone “D.O. Susurros barquereños, Tinto Reserva, Cosecha de 2009, Bodegas, Rafael”.

Ángeles Sánchez Gandarillas ©
7-XII-2011

IMAGÍNATE UNA ISLA


Imagínate una isla
Solitaria, sin rumores
Lejos de problemas
Atrápala, para ti solo

Aspira sus olores
Libera tus sentidos
Serena tu mente
Invéntate su historia

Idea en ella tus sueños
Sentimientos, sensaciones
Llora y ríe sin complejos
Anhelando plena libertad

Ilusiones escondidas
Secretos inesperados
Lugar paradisiaco
Apartado en el silencio

¿Imaginaste esa isla
Soñaste con su magia?
Localízala, búscala
Atrápala para ti solo

Aquí te fascinaras
Logrando percibir
Sueños inimaginables
Increíbles emociones


Flor, enero, 2012

LA ISLA


El primer jarro de agua fría les vertimos a los tres días de su llegada. Sus caras serias iban adquiriendo forma de interrogación. El portavoz, con la misma diplomacia de los británicos, nos hizo saber que ya estaban recibiendo los frutos la Inmersión en la segunda lengua (L2); que lo que esperaban eran nuevas pautas para la implantación del Inglés como tercera lengua (L3) en sus alumnos, a partir de los ocho años.

Y allí, me encontraba yo –la coordinadora- colocando el segundo jarro en el tablón de anuncios:

BANK HOLIDAY
Se suspenden todas las clases
EXCURSIÓN A LA ISLA SKYE
Salida: 29 de mayo
Precio: 150 Libras

-Knock, knock, knock.

-Yes?

El primero en apuntarse fue Mr. Video Camera; después llegaron Miss Book y Mr. Gentleman. Algo más tarde, aparecieron Miss.Blue Eyes y Miss. Smile. A ellos se unió mi amiga Patro y su hija Little Manners. No eran muchos, pues la mayoría había optado por guardarse su dinero. Pero eran los suficientes docentes como para ahorrarnos el bochornoso papeleo burocrático.

Al bajar del autobús, nos apresuramos a los toilettes –todavía quedaban treinta minutos de travesía. El ferry se disponía a recoger la plataforma.

-Eh, Mary, que faltan Doña Perfec.. y su hija: Little Manners- me informó Miss. Smile.

No hubo “sorries” de mi amiga. La niña les mostraba su apetitoso Hotdog.

-Please, Ladies and Gentlemen. No tienten a las gaviotas que ya de por sí son demasiado atrevidas y ¡peligrosas!- les exigí.

Nos acomodamos en los bancos de proa. Ni salpicaduras del océano, ni signo de dolphins, puffins; ni águilas de cola blanca - como rezaba el folleto. Eso sí, infinidad de gaviotas chillonas. Los docentes fueron despojándose de sus chaquetas y cerraron los ojos -excepto Mr. Camera, Miss. Book, y Little Manners. Ësta con una invitación hacia los ojos cerrados, desenvolvió el bocadillo: una gaviota lince se lo arrebató, mientras una bandada se lanzó al ataque. Debió de ser la que se llevó el mayor bocado, la que parcheó de guano las páginas 18 y 19.

-¡Cuidadito, Little Manners! Puede que también se caguen sobre tu precioso vestidito- le amenazó Miss Book.

-Tiene gracia. ¿Culpas a mi hijita de que un ave de la naturaleza haya aligerado su vientre?
El incidente quedó en el ferry.

A paso de tortuga, las tres caminábamos hacia el pueblo. El grupo se cansó de avanzar tres pasos y de recular dos. Al principio oía sus risas, sus ohhhs, los clicks …

Cansada, sobre todo de: uf, mamá, por qué me has traído a esta isla?; Mammy, ¿cuándo llegamos al dichoso castillo?; Mary, no podríamos sentarnos a tomar un refresco- bufaba mi amiga.

-“Hola Mary”,- me saludó Miss Book. “Le agradecemos de corazón que nos haya traído a este paraíso, (las caras adornadas todas con gafas oscuras giraron y asintieron felices). Las casas tan iguales y de maquillaje tan diferente; el azul del océano abrazado al azul del cielo; pero, sobre todo: esta LUMINOSIDAD. El arco iris luciría espectacular aquí: incontables matices entre el blanco y amarillo…” “ Oh, Mary, por, favor, si no vuelvo al ferry no me busque.” Sus gafas me devolvían mi agradecimiento.

-Good Morning, Mary.

-Good Morning, Ladies and Gentlemen- Siento que no hayan podido descansar mucho esta noche.

-¿AH,pero, ha anochecido?- preguntó Miss Smile.

-Mire, Mary, hemos sido protagonistas de mi libro: “The Shells Seekers”, y hemos recogido preciosas conchas- me informó Miss Book.

-Y algunos hasta se han enamorado- habló Mr. Video Camera, entre click y click.

-Un buen café nos devolverá las energías- aventuró Miss Blue Eyes.

Sonreí. Eran muy considerados con lo del buen café; pero, la verdad es que iban a disfrutar de todo un desayuno isleño con delicatesses de puffin incluidos.

_Click. click. click, Mr. Camera tomaba fotos de las columnas estriadas, de los capiteles –algunos sin volutas-, de los nervios hasta la bóveda…Y un click para el grupo. Mi amiga y Little Manners habían preferido dar descanso a sus estómagos a fatigar sus cerebros.

A las seis p.m. todos estábamos en la popa del ferry. Los dos tortolitos abrazados, mientras la mayoría extendía sus brazos hacia la isla, con casi medio cuerpo por la borda. Luego, con las gafas como diademas, sus ojos se negaban a pestañear; hasta que la luz los eclipsó. Se cubrieron los ojos, y, a tientas, se sentaron. Yo caminné hacia la proa. Cerré los ojos. Sí, me congratulaba de que hubieran gozado tanto en Skye –quiza, la isla más atractiva de Las Hébridas.

-Cris, cris, cris; flis, flis, flis…se mostraban sus casitas de conchas, sus llaveros de conchas, sus gaviotas de conchas; las láminas del castillo y de la ermita.

-Beee, beee, pum, pum. Su berrinche era peor que el graznido de las gaviotas.

-Ten mi concha- le dije.

-¿Sólo una?

-Ten nuestra bolsita, pero no la abras, porque las conchitas están sucias.

-Si se la regaláis, podrá actuar a su antojo, ¿no?- replicó la madre.

Me dirigí a mi asiento con la boca y los puños cerrados. Los ayes de la madre acallaron el lloriqueo de la hija. Los gritos de socorro eran desgarradores, los clicks, clicks, clicks sonaban incansables.

- Mary, Little Manners / la bolsa.

- Mary, una gaviota / un picotazo /

-Mary,/ el ojo, el ojo/.

¡!! SIEÉNTENSE ¡!! Ladies and Gentlemen, por favor, ¿no se percatan del peligro? : están ustedes desviando la plataforma. Por favor, TRANQUILÍCENSE.

San Vicente de la Barquera,
l2 de diciembre de 2011
Isabel Bascaran ©

TE FUISTE…


Te fuiste de mi lado y nada dije. Te fuiste y me robaste el corazón aquella tarde, sin mirar si necesitaba su latido, si precisaba de la sangre tan ardiente de esos años juveniles y del tiempo y del recuerdo como arma arrojadiza y de defensa del presente.

Te fuiste simplemente y me dejaste anclado en una isla, con mis recuerdos a cuestas, mirando hacia la nada y suplicando una limosna entre en silencio de las calles, pidiendo una mirada de los cielos mientras mis labios susurraban sin cesar tu nombre solamente.

Te fuiste y te llevaste hasta el sonido de tus pasos y yo buscaba ese eco inútilmente que volviera a mis oídos, pero solo notaba llegar a la brisa del nordeste, con el yodo y el salitre, para hurgar en la herida de mi alma, y allí quedaba, mirando al infinito, con la vista perdida en un punto inconcreto del tiempo y la distancia.

Te fuiste y me dejaste rodeado de ese conjunto de árboles y montes, aislado de la sangre de tus venas, sediento de caricias y hambriento de tus besos, que marchaban contigo, en busca de promesas y de nuevos horizontes.

...Y aquí me quedé solitario y a merced de las aguas. En un abrazo interminable que asfixiaba mis sentidos, porque la sed de tu recuerdo era constante y mis labios resecos y el corazón dolorido y mis venas saciadas, gritaban sin cesar sólo tu nombre.

Pero tú ya no estabas cerca, ni siquiera escuchabas mi voz que te llamaba, porque te encontrabas lejos, ¡muy lejos ya! y tus pies caminaban sin descanso, ajenos a mis gritos y mis súplicas, olvidando también que fueron mis dedos los que acariciaron tus cabellos, los que escribieron en tu cuerpo aquellos versos que tanto musitaste en el pasado, mientras sonreías y miraban tus pupilas a las mías en el silencio de la noche.

Porque te fuiste amor y me quedé aquí, en mi isla. La isla de cristal de mi utopía, donde se juntan los sueños y la fantasía, donde vuelan las mariposas sin cesar en un profundo desorden y donde los niños corren y juegan en los parques, los amantes se besan y se abrazan y donde los hombres simplemente se aman.

Esta es mi isla, descrita a grandes rasgos, y es la porción de tierra prometida rodeada de amor por todas partes y que yo no puedo tocar, beber, sentir, ni siquiera mirar, porque tú te fuiste amor, y te llevaste contigo la cuerda sensible de mi alma que un día te entregué para que fueras inmensamente feliz.

Rafael Sánchez Ortega ©
23/01/12

ENCERRADA EN SU ISLA


Se acercaba Navidad. Sonia vagaba por las calles mirando escaparates y dejándose envolver por esas luces de colores que manaban por doquier. Por un buen rato se sintió casi feliz. La gente iba y venía con paquetes y se notaba ese aire de fiesta que tanto nos gusta a todos. Pero de pronto sus pensamientos volvieron y se sintió perdida en medio del bullicio; sola como en una isla solitaria en medio de un océano encrespado y malicioso y en el que todas las olas fuesen a chocar contra ella.

Por más que pensaba no llegaba a ninguna solución, y contarlo no servía de nada porque era una decisión suya y muy personal la que tenía que tomar. ¿Dejaría lo que tanto amaba?; su familia, su ciudad y hasta su amor quizás se resquebrajase. Por más que pensaba que las comunicaciones ahora son otra cosa… que los vuelos no son caros…, pero ¡tendrían que coger aviones y más aviones!

Sería casi como romper con todo y comenzar de cero otra vez, pero ese puesto de trabajo la tentaba. ¿De verdad estaría a la altura, sabría desarrollarlo? Por más que se decía que sí, que era lo que siempre había querido, que tenía estudios suficientes, no se decidía a dar el paso.

Y llegó la Navidad, con sus cenas, comidas, villancicos y regalos. Tuvo que hablar claro a todos. Había decidido irse. Vio caras de pena, pero también de alegría en su familia. La cara de Francisco era un poema. Se juraron amor y prometieron seguir viéndose todo lo que pudiesen.

Ya había pasado Reyes. Se tenía que incorporar al puesto en breve. Ahora Sonia volaba. Pensaba en las despedidas, los brazos en alto y agitación de manos como palmeritas meciéndose en un día de viento, las disimuladas lágrimas, las sonrisas forzadas dando ánimos y los besos de su amor y se sintió de nuevo otra vez sola como en otra isla, pero esta vez rodeada de aire. Por la ventanilla vio su ciudad, sus montañas y sus ríos como hilos de plata. Cada vez todo se hacía más y más pequeño y ella se sintió también así.

Su mano tropezó con la pulsera que llevaba puesta y se aferró a ella como a un salvavidas; era el regalo de Francisco y pensó que no se la quitaría ni para dormir.


Mª Eulalia Delgado González ©
Diciembre 2011

LA ISLA


Tras el naufragio se sentía en una isla. Su vida había cambiado pero, solo su vida, lo demás continuaba igual. Los niños jugaban en el parque, los semáforos funcionaban: verde, ámbar, rojo... la playa, los barcos, nada se había detenido, solo su corazón, latía sí, pero ella no comprendía como todo podía continuar igual.

¡Tiempo, necesitas tiempo! Cuánto llegó a odiar esas palabras. En su isla era un Robinsón sin su amigo Viernes para hablar con él, ella tenía a su mascota que la escuchaba.

Fue buscando y reuniendo rocas, hizo un gran círculo para sentirse protegida, cada roca era un gran escudo. Amanecía, anochecía, semanas, meses y más meses, hasta que en un soleado día, paseando por la playa de su vida apareció una nave, de ella vio como arriaban un pequeño bote que se acercaba a la orilla y subió a bordo sin mirar atrás para despedirse de la isla y abandonarla para siempre.

Navegaba la gran nave. Cada vez estaba más y más cerca y estaba ahí, esperándola, con una escala desplegada. Antes de trepar miró hacia arriba y en un lado de estribor, cerca de proa, leyó el nombre del navío: “El Esperanza”.

Ana Pérez Urquiza
Diciembre 2011