viernes, 25 de febrero de 2011

ENCANTADA Y EMBRUJADA



(Pequeño cuento para aliviar la susceptibilidad de Isabel)

En el pequeño País de los Sueños sólo había dos colinas separadas por un profundo valle, y en el valle sólo había un río por el que discurrían aguas mágicas.

En la colina de la derecha que se llamaba de la Esperanza, había una sola casa conocida por La Encantada, y en la colina de la izquierda llamada de la Desesperación había otra sola casa conocida por La Embrujada.

La casita Encantada tenía un jardín precioso donde crecían prímulas y pensamientos rodeados de una estacada pintada de blanco, y tras los brillantes cristales de sus ventanas lucían cortinas blancas de tul primorosamente bordadas con hilos de oro y plata.

La casona Embrujada estaba rodeada de espinos y cardos silvestres, y tras los sucios y oscuros cristales de sus ventanas colgaban telarañas pegajosas por las que caminaban tarántulas negras y peludas.

Al romper el día la chimenea de la casita Encantada empezaba a emitir un humo blanco y perfumado de sándalo e incienso que inundaba el azul del cielo de flotantes jirones de algodón, mientras que la chimenea de la casona Embrujada emitía pestilente humo negro que ensombrecía el paisaje.

En la casita Encantada vivían siete damas silenciosas, diligentes y hacendosas que consumían sus días realizando primorosos bordados, y cultivando su intelecto con lecturas cuidadosamente escogidas Apenas hablaban si no era por imperante necesidad. La mayor parte de la veces se comunicaban por señas tan delicadas, que no eran perceptibles por los seres ajenos a su comunidad Eran algo así como una réplica de las mujeres perfectas que una tarde soñó Isabel Bascarán en el Taller de Escritura.

En la casona Embrujada vivían siete arpías. Tenían destrozado el interior de la casa porque jamás limpiaron ni repararon cosa alguna, y dedicaron día y noche a hablar y hablar sin descanso confabulando contra todo el mundo. Eran algo así como una réplica de las mujeres que el autor de Barcos de Papel… situó sentadas frente al estanque de un parque de Tenerife.

Y ocurrió que quienes solo conocieron a las damas de la Casita Encantada, iban pregonando que todas las mujeres del mundo eran un dechado de virtud, mientras que los que sólo conocieron a las de la Casa Embrujada juraban que todo era preferible antes de encontrarse con una mujer.

Estas afirmaciones tan dispares fueron creciendo y creciendo hasta conseguir crispar los nervios de los habitantes del País de los Sueños que se enfrascaron en tan violentas discusiones, que camino llevaron de desencadenar una batalla campal.

Entonces el buen Rey del País de los Sueños, queriendo poner paz entre sus súbditos corrió hasta el río de las aguas mágicas y le rogó encarecidamente que le ayudara a arreglara aquél conflicto que estaba empezando a estropear la tranquilidad de sus súbditos los soñadores.

Y el río que siempre fue fiel a los deseos de su Rey, mandó crecer a sus aguas mágicas, y estas crecieron y crecieron hasta anegar las dos colinas.

Cuando las aguas comenzaron a inundar la Casita Encantada, salieron las siete damas vestidas con mantos blancos, y en silencio trataron de nadar para ayudarse unas a otras.

De la Casa Embrujada salieron las siete pécoras que gritaban y juraban y volvían a gritar mientras se empujaban y rasgaban los negros harapos intentando cada una salvarse a costa de hundir a las otras.

Las aguas mágicas formaron un gran remolino arrastrando a unas y otras que giraron y giraron en una vorágine vertiginosa. Durante largos minutos permanecieron en la enloquecida batidora, y luego el torbellino se fue calmando. El nivel del río descendió, y las aguas mágicas tornaron a su tranquilo discurrir por el pequeño cauce.

La Casita Encantada y la Casona Embrujada habían desaparecido de ambas colinas. Tendidas en la ribera aparecieron juntas las catorce mujeres que lentamente fueron recuperando vida. No había ni capas blancas ni harapos negros. Solo tonos grises de intensidades distintas. Unas se levantaron primero, otras más tarde. Unas con lamentos, otras en silencio… Ni malas ni buenas, ni tontas ni listas… Ni guapas ni feas, ni altas ni bajas…O buenas y malas, y listas y tontas… O guapas y feas, y altas y bajas,..

Jesús González ©

Febrero 2011

UN SUEÑO…


Escuché tu relato y, del mismo, me ha encantado tu casita mágica. La verdad es que coincidimos muchas noches, pero... No, no me sorprende. Y lo digo de veras, "no me sorprende" ese sueño que contabas.

Al oírte me dije que podría añadir páginas y páginas y hacer de ese sueño de la casita un verdadero palacio. Te podría hablar de los sótanos inmensos que tenía, de las alcantarillas y cloacas que iban debajo de sus cimientos y que muchas veces, por no decir todas, se ignoraban ya que si se supieran, hasta los moradores de la casita habrían huído atemorizados por la cantidad de ratas y animales de todo tipo que allí habitaban.

Te podría hablar de las azoteas, donde se paseaban de noche los fantasmas, esos que nunca se ven, pero que siempre están ahí, en la mente de los niños y los ancianos, esperando su momento, su minuto de gloria y eternidad y ¡cómo no!, esperando la fecha puntual y siempre exacta en que hay que tenían que llegar para engrasar las cadenas y luego caminar sobre esas nubes de algodón, donde les gusta estar, como si fuera un Olimpo soñado.

Te seguiría contando sobre los cuartos estancos, las habitaciones cerradas a cal y canto para la mayor parte de los que vivíamos en la casita, y donde se cocinaban todo tipo de comidas en un profundo crucigrama sin mirar si el estómago de los que allí esperábamos era capaz de digerir tanto potaje y tanta soberbia adquirida.

Te hablaría de los huecos en los vanos de las ventanas, allí donde se guardaban los secretos más profundos y donde los dueños avaros ocultaban sus tesoros celosamente, para que nadie llegara a ellos y para que así, las treinta monedas de plata, pudieran ser rescatadas en cualquier momento para vender al pobre inquilino de ojos azules, que simplemente tenía como pecado, vivir cerca y que tan solo pedía unas migajas de paz para llevarse a la boca.

Te hablaría de tantas cosas... Pero aquella Casona y no casita, ya estaba desbordada, y estaba llena de injusticia y de farsantes. Quizás en ella sobrábamos todos y hubiera que tirarla, socavar sus cimientos, remover sus tejas y clarear su azotea para que el aire fresco entrara y renovara todo el solar, mientras los niños buscaban entre los escombros, las monedas que dice la leyenda y, que los antiguos escondieron entre sus paredes.

A lo mejor la casita era solamente un sueño, como este que escuché de tus labios. Es posible que todo se quedara en ese largo y centenario subterráneo que llevaba del castillo a la iglesia del pueblo y que tantas veces nos contaron en casa, mientras nosotros, en nuestra infancia y en nuestros sueños, jugábamos con esas imágenes y creíamos, como Robinson Crusoe, que podíamos encontrar aquel pasadizo, y tras él ese tesoro inmenso que cubriría todas nuestras ambiciones para el resto de la vida.

En definitiva, me gustaría hablarte de mi casita ó de esa casita encantada del pueblo en la que un día viví, pero creo que prefiero quedarme con tu relato, con la sonrisa enigmática de tus labios y con ese sueño que anoche me contaste mientras dormía.

Rafael Sánchez Ortega ©
18/02/11

LA CASA ENCANTADA

Desde que era una niña había escuchado la leyenda de aquella casa, decían que en su interior se hallaba un fantasma, incluso alguna vez le parecía haberlo visto tras las ventanas. Aquellas historias siempre la impresionaban cada vez que las oía contar, y procuraba no acercarse mucho a ella por si acaso.

Creció entre las leyendas que las gentes del lugar relataban, unos decían que la casa estaba habitada por el fantasma de una señora que le gustaba atemorizar a los niños y por las noches salía al jardín y hacia conjuros y maleficios para asustarlos; otros la describían como una vieja fea y arrugada, con los ropajes harapientos y una gran nariz, incluso algunos se atrevían a decir que allí vivía una bruja malvada, y que en algunas ocasiones se había paseado en las noches de luna llena sobre una escoba.

Su infancia transcurrió entre aquellos comentarios que en el pueblo contaban y que algunos años más tarde quedaron en el olvido al trasladarse a estudiar lejos de allí. Cuando regresaba de vacaciones seguía escuchando aquellas historias, que ahora en su madurez le hacían mucha gracia, pero al mismo tiempo, le dejaban la duda de qué podía encerrar aquella casa.

En uno de sus retornos vacacionales, se llevó una gran sorpresa. La casa encantada había sido remodelada totalmente. La contaron que había sido adquirida para convertirla en museo, y que toda la gente del pueblo se había quedado asombrada al contemplar lo que allí adentro se había encontrado. Todas las leyendas y cuentos que había escuchado durante años no tenían nada que ver con lo que se encerraba dentro de aquellos muros. Se apresuro a visitarla y lo que allí pudo contemplar la dejó sin palabras. Había miles de juguetes construidos en madera con todos los detalles de muchos cuentos que leyó en su niñez, y que lucían como si el paso del tiempo no les hubiera afectado. En cada planta se agolpaban, colocados en orden, y con reseñas del cuento que reflejaban.

La recorrió despacio, ensimismada, y al llegar al final leyó una leyenda que ponía, "en esta casa vivió la señora María que enloqueció al perder a sus hijos en temprana edad y dedicó toda su vida a construir una casa de juguetes con la esperanza y la ilusión, que otros niños de este pueblo, disfrutaran algún día con la belleza de esta casa encantada".

Sintió un escalofrió, y al mismo tiempo mucha ternura, al descubrir que lo que había oído contar tantos años no era cierto, y que a veces los cuentos y leyendas que se escuchan nada tienen que ver con la realidad.

Todos los años cuando vuelve de vacaciones visita la casa encantada y por unos instantes le parece ver a la señora María cantándole una nana a sus niños en la cuna.

Flor Martínez Salces ©
Febrero-2011

LA CASA EMBRUJADA


Llovía. Antón, salió a recoger el ganado como todas las tardes. En la puerta se cruzó con su padre, este le dijo:

-Antón, se te ha echado la noche encima, ya sabes que a tu madre no le gusta que vayas tan tarde por esa zona.

-No tema, padre a mí las “sorguiñas “ no me dan miedo... -y tras una sonora carcajada, se despidió.

A su madre y a muchas gentes del lugar les habían contado, desde niños , que en ese monte, donde estaba el ganado de Antón, algunas noches ocurrían cosas sin explicación; nadie se atrevió nunca a ir por los alrededores, depende a que horas y menos entrar en la casa que allí existía.

Contaban de abuelos a nietos, que se reunían "sorguiñas", alrededor de grandes hogueras, estas brujas bailaban y bailaban sin parar y se iban convirtiendo en animales, tras rituales y “aquelarres “, dentro de la casa y en cuevas de alrededor.

Antón no creía en estas historias. Con sus dieciséis años, se consideraba un hombre valiente. Con su vara en la mano y precedido por su perro, empezó a remontar el camino de subida. Continuaba lloviendo. Al cabo de un buen rato llegó cerca de la casa que decían embrujada, no tenía nada de extraña, era de piedra y estaba casi derruida. La maleza se había apoderado de gran parte de ella.

Continuó. Un poco más arriba estaba aguardándole el ganado. Abrió la valla de madera y las vacas fueron saliendo, de una en una, poco a poco, y Antón, tras ellas, con su perro.

Ya no muy lejos de las cuadras, miró hacia la casa embrujada y le pareció ver como luces mezcladas con sombras; cerró los ojos fuertemente y los volvió a abrir, ¡no!, se dijo, la mente te esta jugando una mala pasada , pero de pronto, escuchó una voz... se paró, ¡si! , era una voz frágil que pedía ayuda. Su perro también la oyó, Antón le siguió, estaba olisqueando en una alcantarilla, empezó a mover el rabo y a ladrar.

-Calla, -le dijo.

Ahora, estaba seguro, la voz venía del desagüe.

-¡Socorro, socorro!...

Antón se agachó y miró; el agua de lluvia corría y arrastraba hojas y palos.

-¡Ayúdame, ayúdame!... -volvió a oír. Encima de una hoja vio una gran avispa amarilla y negra a punto de ser engullida por la alcantarilla. Antón, con la vara, la apartó junto a unas piedrecillas, y se fue a guardar el ganado.

A la mañana siguiente se despertó. En el desayuno contó a sus padres el extraño sueño que había tenido con la avispa. De nuevo salió con las vacas hacia el monte, su perro comenzó a ladrar, su pelo estaba erizado, Antón vio como de frente bajaba una anciana mujer, vestida de negro, que él no había visto jamás por allí.

Se cruzaron y, sin pararse, la mujer le dijo:

-¡Gracias, Antón!.


Ana Pérez Urquiza ©
Febrero 2011

UN LUGAR ENCANTADO


Había una vez un lugar encantado Un lugar no lejos de los humanos, pero al que éstos nunca se dirigían. Tampoco yo pude visualizarlo a pesar de mis superpoderes. Una noche de frío invierno inglés, algún ser inhumano –quizá fue la malvada Miss Trunchbull- abrió la ventana de mi alcoba y una neumonía me trasladó a este lugar encantado.

Mi casita biblioteca se ubica en el rellano último de una larga escalera. De los puntos de estuco penden portadas, escenas, personajes de cuentos clásicos, (quizá el mío sea el único de estilo modernista: una niña superinteligente, ignorada por sus padres). Mi hobby, ya que a este lado de la frontera todo es gozo y placer, consiste en el control de los cuentos más clickeados. Últimamente el cuento de Peter Pan ha sido muy solicitado. Sin embargo el de la “Real Princess” parece olvidado por los terrestres.

Aprovechando el profundo sueño de nuestros creadores, Caperucita Roja y yo nos atiborramos de cookies y nos empipamos de elixires.

-Je, je, Hip


-Shi…, shi…. Hip

Hemos llegado al final de la escalera. Pasamos la trampilla de acceso. Una bola de cristal protege por completo el castillo encantado. Los siete centinelas, como siempre, se encuentran muy atareados: ¡frota que frota el cristal circundante; sopla que sopla la nieve mágica; mueve que mueve la manivela musical!.

Nos adentramos por las almenas y nos acercamos a la litera flotante de Peter Pan. Extiende su manita; pero no siente a Campanilla. Somnoliento se coloca sus frágiles alitas y se acerca a Wendy. Está en estado de duermevela, (por Michael y John), le muestra a Peter Pan una preciosa estampa: (vamos ampliando su colección). Campanilla y muchas hadas buenas preparan los jardines del castillo; mientras unas aran, otras abonan y las más jóvenes esparcen las semillas. Peter Pan con un guiño de agradecimiento sonroja las mejillas de Wendy… Levitamos en la cámara de la Real Princess. Es toda soledad-delicada sobre los siete colchones de nimbos. También, por fin, duermen los enanitos en sus hamacas tejidas en oro. Todo es paz en el castillo. Nos disponemos a franquear la burbuja acristalada.

¡Oh no!, GRUÑÓN nos espera. A empellones nos saca del pasadizo. Una nube malhumorada nos abre sus puertas y así con Gruñón de piloto bajamos por la escalera empinada. El piloto llega al nivel de La casa biblioteca, pero no es para que nos apeemos. ¡Qué va! La nave desciende dando tumbos, cientos de tumbos… Por fin, con una risa socarrona Gruñón frena de golpe. Es la calle de los capirotes blancos, de los dedos tintados, de los cráneos soñadores. Charles Perrault se frota sus órbitas.

-¡Oh, Caperucita, dame un beso!. -Gruñón se complace ante mi pesar. Fijo mi penetrante mirada en él… Lo intento otra vez.

¡PUM! Algo estalla. Gruñón huye en su nube. Aparece Roald Dahl con cascaritas incrustadas en su calva.

Matilda, hija mía. ¿Ni muerto vas a dejarme descansar? Se acabó tu hobby y se acabaron tus encantamientos.

-De acuerdo, Roald, pero permíteme acabar el cuento.

¡Y COLORÍN, COLORADO, ESTE CUENTO ENCANTADO, SE HA ESTRELLADO!

Porque en la Tierra, otra Matilda amante de cuentos se olvidó de los huevos que puso a hervir y...


Isabel Bascaran ©
San Vicente de la Barquera,
18 de febrero de 2011

ÉRASE UNA VEZ…


Sí, van saliendo de sus casas mágicas. Saldrán cargados de coloristas panfletos y carteles, con promesas de polos industriales, casas protegidas, trabajo, mejorando la
educación a todos los niveles, hasta nos curarán ciertas enfermedades. Y por supuesto, la honradez será patente, no habrá abuso de poder ni “tarjetones”.

Será una nueva venta de lo bueno a conseguir gracias a la política, de los que están ahora en mandato y de los pretendientes a entrar en esas casonas mágicas o encantadas.

Hay que reconocer que los mítines políticos tienen su miga. Una querida familiar acudía a todos ellos en las épocas electorales, desde el comienzo de la democracia. Yo la admirada por tener la paciencia de hacer semejante cosa y por no morir en el intento.

Por curiosidad, en una ocasión hice lo mismo, me papeé todos y cada uno de estos encuentros y los respectivos discursos electoralistas. Algo aprendí.

Vi como los acólitos de todos los partidos políticos, aplaudían con denuedo casi cada palabra, cada propuesta –por cierto que todos los partidos tenían los mismos buenos
propósitos, las mismas soluciones-, incluso al oír desatinos descomunales de alguno de ellos, surgían aplausos enfebrecidos, es posible que fueran para evitar o intentar tapar rápidamente algunas torpezas. Daba miedo pensar que pudieran ser incluso, los futuros presidentes de la nación u otros representantes a niveles regionales o municipales.
Escalofriaba. Se vertían palabras incluso vengativas, rabiosas, insultos solapados y ofensivos, la cuestión era mantener sus correligionarios absortos, en aquella histeria colectiva, en aquel “concierto de palabras” y frases “heave metal”; anarquía, revolución, pero eso sí, pacífica.

De pronto reconvertidos en poetas, en discursos lírico-románticos, llenos de una fantasía inconcebible. Ni todos los poetas desde el paleolítico, hubieran conseguido tanta idealización y utopía.

Todos eran graciosos cuando contaban chistes ácidos del contrario. Todos perfectos.

Sí, cada plaza o cada auditorio, era una casa mágica, una vivienda encantada, fantasiosa. Además todos reconocidos, besados y con atenciones exquisitas.

Por supuesto que no es de extrañar que algunos de aquellos líderes se crecieran y creyeran estar impregnados del poder de todos los tiempos en la Tierra o hasta perfectos dioses del olimpo, eso que llaman una “borrachera de poder”, dijeran lo que dijeran, ya que eran aplaudidos. Menos mal que no todos los políticos son iguales.

Espero que ahora la cosa haya cambiado, eran años más crispados en la política. No he vuelto a ningún mitin, me quedó la curiosidad satisfecha para toda la vida.

Pensándolo bien, todos tenemos algo de cada partido o ideología presentada, siempre en justicia y legal. Ser progresista pues se quiere el mejor precio cuado vendes o el sueldo al desarrollar el trabajo, el reparto de todo equitativamente; tal vez conservador, queriendo el beneficio mayor y comprar barato, privilegios y ser recibido ceremoniosamente en empresas bancarias; quizá un independiente librepensador censurando a todos ellos y creer que se tiene el equilibrio en esta filosofía.

En otras ocasiones seríamos anarquistas, pues esas reglas generales perjudican en ocasiones o simplemente no nos beneficien; republicano liberal o monárquico, según vayan las cosas; independiente de todos los partidos y sin embargo socio cuando repartan algo; integro e intransigente con el tráfico de influencias del poderoso ensillado, pero, si hay enchufes, desearlos y reconvertirse de golpe al nepotismo.

Poder elegir el centro escolar más beneficioso y por supuesto gratuito, lo necesites o no, denostando las becas que a ti no te pertenezcan; o ser extremista ante el terrorismo, asesinatos, violaciones u otros delitos marcados por lo económico, hablar a boca llena de venganzas y del “ojo por ojo”, nada de la ley, lincharlos si es necesario…

Tiene su encanto si se piensa con frialdad, en el fondo, podríamos vernos en esas situaciones mágicas y momentáneas.
También podríamos convertirnos en seguidores casi fanáticos de partidos políticos, luchando a brazo partido por determinados lideres que están resolviendo su propio futuro primero y después si queda tiempo o algo, lo darían al pueblo.
Incondicionales que verían todo lo emanado del partido como acertado. Quizá sientan que podrán visitar esa casa encantada o sede y ser tratado como un amigo, tan solo por depositar el voto en la urna a favor del mandatario en cuestión.

Al final, alguien ha de encargarse de hacer las cosas, de organizar ese hogar inmenso. Dios nos libre de que el “amo de la casa” que nos cuadre, no sea manirroto, guarde para cuando no haya, que las entradas dinerarias no sean menores que las salidas, que sea frugal en sus compromisos exteriores; menos regalitos y banquetes si las cosas están en crisis –y si no, también-, recibir al invitado solicitando lo necesario, el discurso y a su casita a comer, que ya cobró el político en cuestión un sueldo, dietas y viajes. No creo yo que por el agasajo de un banquete, aporte mejores resultados, -bueno, le podemos poner una botellita de agua-. Sí ya sé que andan escasos de tiempo, pero también se les puede ir a ver a su gran casa mágica.

Nada de encender luces de día en los centros públicos. Nada de decoraciones insólitas. Nada de pagar por nada, pues eso se puede preveer con los asesores especializados. Nada de nada que sea innecesario, lo práctico nada más. Promocionar lo de casa.Apreciar a cada ciudadano, pues se dice que somos sus hijos y ellos, los representantes de los padres de la patria, o, de la región y pueblo.

En fin, es muy difícil llevar este aparente hogar encantado, del que supuestamente somos miembros, porque una cosa es lo que se promete y otra, la realidad practica ante los números.
Hagan lo que hagan, habrá respuestas variopintas. Lo peor en estos tiempos de crisis –que de forma mágica desaparecerá-, será observar el gasto a lo bestia en las futuras elecciones; desde la “cartelería”, domiciliando todos los partidos sobres de votación y propaganda a cada posible votante en nuestros hogares, a los autobuses para los
partidarios, espectáculos, aviones para los líderes, publicidad en general, tanto en cuñas supuestamente gratuitas –pagadas por todos como siempre-, al desembolso desde las arcas del tesoro de todo este desbarajuste económico electoral.

Voy a sentir cierta rabia. Bueno, estarán los deportes y cotilleos para disimular todo el
desmán.

Lo mejor de la democracia, es que podemos elegir con nuestro voto. Mira que tenemos más casas encantadas en la realidad de lo que creíamos. Va a ser que vivimos hechizados en esta mágica casa-mundo.



Ángeles Sánchez Gandarillas ©
24-II-2011

LA CASA ENCANTADA


La casa era pequeña, pero con una finca grande que cuidaban unos guardeses. Su dueño era un médico que la quería para guardar sus más preciados tesoros, sus libros, y retirarse a investigar cuando su trabajo se lo permitía. Allí se pasaba los fines de semana, ya que no tenía familia.

La casa, como digo, era chiquita pero acogedora. En el porche te saludaban unos bancos de cerámica de Talavera preciosos a ambos lados, que le daban un toque muy especial junto con la hiedra, que penetraba amenazando con cubrirlo todo, como el resto de la fachada.

Según se entraba, te recibía una chimenea de piedra y ladrillo con un gran fuelle. Su repisa era de madera y en ella lucían un sinfín de cachivaches. A la derecha un aseo y una diminuta cocina; a la izquierda el salón-despacho-dormitorio, con la pared del frente toda de estanterías con sus queridos libros. La habitación tenía un ventanal desde el que se apreciaba gran parte del jardín. Lo primero que contemplabas eran unos monolitos de piedra rodeados de rosas de todos los colores donde descansaban sus más fieles amigos, dos mastines que durante años fueron sus mejores compañeros. A la derecha dos magníficos magnolios con la gran mesa de piedra para las ocasiones del verano, en hacía alguna comida con amigos o colegas.

Detrás de la casa, por un sendero lleno de camelias rosas y blancas llegabas a un pequeño estanque.

Aquella noche de sábado veraniego, pensó que había leído y trabajado demasiado, así que salió a cenar al jardín, y a continuación decidió darse un paseo, ¡la luna llena invitaba a ello!. Cogió la bifurcación que le llevaba a la zona de los frutales cerca de la casa de los guardeses. Según caminaba notaba como una presencia detrás de él; se asustó un poco y miró para atrás pero solo veía los frutales. Era todo muy desconcertante.

Decidió ir hasta el estanque y sentarse en el hermoso banco también revestido de cerámica. Se estaba bien allí, pensó.¡Qué paz y qué sosiego!

Sus ojos se iban aclimatando a la semipenumbra y podía ver mejor. ¡Quedó perplejo! ¿Qué eran aquellos bultos tumbados en el suelo?. Eran blancos con manchas negras y relucían que era un primor. ¡Yo diría que parecen mis perros! –se dijo lleno de estupor- con un hilo de voz y el corazón desbocado. No pudo reprimirse y se abalanzó sobre ellos, pero cayó en la hierba y se esfumó la visión.

¿Pero qué está pasando aquí? Un bronco gemido escapó de su pecho. Parecía que veía visiones.

Después de tan inusitado trance, decidió meterse en la casa para irse a dormir si es que podía tras lo sucedido. Pero no se habían acabado los sustos. En el porche, sus dos mastines lo esperaban de nuevo. Esta vez sentados sobre sus patas traseras, jadeando y con las lenguas afuera y con una consistencia tan real que se quedó petrificado. ¡Ahora sí, que sí! Los fue a acariciar y se volvieron a esfumar.

Estaba desconcertado y seriamente preocupado. Su cerebro parecía estarle jugando una mala pasada.

Entró en la casa y fue directamente al salón a poner un poco de música a ver si se calmaba y deslizó hacia el suelo su cama plegada como si fuera un armario más. Se acostó, la luz de la luna llena se colaba por el ventanal, (no se acordó de bajar la persiana). De pronto se sobresaltó, ¿qué era aquello agazapado que resplandecía en el suelo encima de la alfombra? Otra vez dos manchas blancas tumbadas en el suelo. Esta vez no le importó, sus ojos se fueron cerrando y se sintió más protegido que nunca. ¡Sus perros, sus queridos perros seguían junto a él!.


Mª Eulalia Delgado González ©
Febrero 2011

sábado, 12 de febrero de 2011

BARCOS DE PAPEL

Muchas llamadas de móvil en la Tierra. Constantes plegarias entre la Tierra y el Cielo por medio de un amigo común.

Ese mismo agosto fui nombrada profesora de Manualidades.

-”Celeste 1: Elige a las Celestes más artistas y a cuantos compañeros necesites y poneos a construir superbarquitos de papel”.

Cada uno aportó su barco de papel boceto. Resultado: un centenar de barquitos de papel –Kinder Garden- Cuando el Supremo observó aquella escuadra, tan infantil, sonrió.

-“Celeste l: Construid ahora un hermoso barco pirata, que tenga, por lo menos, dos metros de eslora”.

Y del brainstorming, (torbellino de ideas), surgió un barco pirata, de nuevo, simple, fiel ejemplo de nociones elementales de papiroflexia.

El Supremo lo aceptó por delicadeza.

-“Celeste 1: Urge que embellezcáis media docena de barquitos de papel.

Y los Celestes 2 fabricaron la pez para impermeabilizar los barcos. Los Celestes 3 prepararon cien gamas de pintura. Los Celestes 4 serraron placas de papel cartón para las cubiertas y las Celestes 5 recortaron triangulitos de papel de cebolla para los barquitos y uno a escala 20/1.

El amigo portador de sonrisas llegó a la casa de Javier cargado de luz. Poco a poco, los rayos tímidos del sol fueron borrando algún que otro nubarrón y cuando Javier notó el calorcito acogedor que se expandía por el hogar de Alegría se durmió. Su mente le presentaba un barquito de papel repleto de solecitos. Quiso atraparlo para enseñárselo a su amatxo, a su aitatxo y a su querido amigo, pero, el monstruo de los tentáculos le succionaba aquella parte del cerebro.

Después de una semana penosa, aquel jueves se presentó frío y desapacible; sin embargo Javier, Sonia y Raúl esperaban ansiosos la llegada de su amigo del alma. Sonó el timbre. La mamá -frotándose las manos y la desilusión- estampó un beso dulce en la mejilla de su hijo. Javier cerró los ojos y sonrió. No sólo veía el barquito de papel soleado, ahora le acompañaban cinco barquitos más: el barquito de papel adornado de muchos balones; el barquito turrón: el barquito de papel pijamón: el barquito bicicleta y el barquito de papel… El niño frunció el entrecejo.

-Gracias, Juan Ignacio. Sea lo que sea: lo que le hayas mandado, le ha hecho muy feliz a Javier.

-¿Yo? -se extrañó su amigo.

-“Celeste 1: Nuestro niño apenas ve. Ahora necesita barquitos diferentes: unos audiorrinopalpasaboritivos. Y así con la idea del Supremo apareció el barquito viviente.

El día 6 de Enero, Javier Pirata a horcajadas sobre el lomo sedoso de una delfín madre saboreaba las gotas saladas, enjugaba sus gotas dulces de placer y escuchaba entusiasmado las melodías de los cetáceos acompañantes. Y así, en grupo Javier iba amilanando a los piratas furtivos y exterminando a los monstruos marinos… El esfuerzo lo dejó tan extenuado que su amatxo y su aitatxo se retorcían de dolor. Pero el domingo, 19 de enero, el sincero cariño de los catecúmenos, las fervientes súplicas de catequistas, de parientes, las peticiones de los amigos y de desconocidos infundieron alegría en Javier: Sí, aquellos niños y niñas serían sus secuaces amigos piratas . Parte de aquella plegaria fue también dirigida a Sonia y a Raúl para que se sintieran fortalecidos y reconfortados.

-“!Celestes! Mi agradecimiento por vuestro abnegado trabajo. Ahora descansad. Yo os voy a relevar”

-Ha sido todo un honor ¡Señor!

El barco pirata con su alquitranado casco; el blanco papel pintado de rojo amor; la semi cubierta con el camarote del pirata; la gran vela con el logotipo bordado obtuvo el visto bueno. El Supremo también amó la escena de Javier con su manita derecha protegiendo el sueño nervioso de su mamá y la manita izquierda abarcando el sueño pausado de su papá.

-“¿Cómo te encuentras, hijo mío?”

-Muy cansado. Mi aitatxo y mi amatxo dormidos y mi querido amigo ya se ha ido

-“¿Te gustaría convertirte en un verdadero pirata?”

-Sí, me encantaría.

-“Anda. Despierta, pues, a tus padres”.

-!No, ¡No! Quiero que descansen. Quiero que descansen y sueñen Quiero que descansen, que sueñen y que vuelvan a ser felices.

Y el Javier indestructible entra a formar parte de otro mundo. En la bahía cientos de barquitos de papel –iluminados por estrellitas- lucen sus mejores galas. Un soplo Divino ilumina el barco pirata Unas manos difuminadas, pero, seguras van izando la vela:

¡JAVIER, PIRATA QUERIDO!
¡BIENVENIDO!

Y un alarde de colores, dibujos, luces y sonidos acompaña a la escuadra de barcos de papel en su travesía hacia un mundo nuevo y venturoso.


Isabel Bascarán ©
San Vicente de la Barquera,
l de febrero de 2011

EL BARCO DE PAPEL


¡Barco, mi barco de papel!, te he construido, plegándote con mis manos temblorosas, poquito a poco, muy despacito, te he creado en un folio, tamaño XXL, mi anterior nave zozobró, fue a la deriva, estaba tocada y hundida.

Es primordial cambiarte el pabellón en verde, el color de la esperanza, con él se puede navegar por todo el mundo, es internacional. Miro la rosa de los vientos, señala rumbo “avanti “, la navegación no será fácil, pero confío en los caballos de tu motor.

¡Ay, mi barco de papel! llévame surcando mares y remontando olas bajo un cielo y mar azules, anhelo anclar en calas de remanso y paz ... costas y playas, cobijados por un sol, dorado, tibio y brillante.

¡Zarpamos ... ya navegamos!, me siento segura, vamos a atracar de puerto en puerto, eres fuerte e insumergible. Continúa la travesía, las olas azotan en proa; altas, me salpican, son gotas de esperanza y ese olor intenso a agitado mar; mi cara y pelo, están mojados, es un bautismo de mar y de vida, ¡cuánto agradezco ese rocío en mi piel!, me despierta del letargo y duro pasado.

Las ondas se van serenando en el horizonte entre una bruma espesa, se perciben luces de un puerto donde atracar, nos aproximamos hacia los pantalanes... cojo el chisquero... aminoramos la velocidad pues el cartel de entrada a puerto lo anuncia, “ 13 nudos “.

¡Vamos, mi barco de papel a un pantalán!, ¡así, así, despacio!, ya sin motor, dejándonos llevar, serénate, ya he descolgado las boyas de babor y estribor, no causarás ni te causarán daño alguno, estás protegido.

¡Mira, ahí está un noray! ¿lo engancho o continuamos navegando hacia otro puerto, a ese que tanto deseamos llegar? Tu estas cansado de tantas olas batiéndote, yo... lo mismo, agotada de tanto luchar contra viento y marea.

¡Venga mi barco de papel! continuemos, no nos detengamos en el primer puerto, tenemos una travesía en la que confiar y creer, pongamos rumbo hacia el esperanzador mañana .

Ana Pérez Urquiza ©
Febrero 2011

JUGANDO A LOS BARQUITOS


Todas las tardes cuando salía del colegio, Pablo corría hacia la ria, estaba enamorado del mar y en cuantas tenia ocasión se acercaba hasta él. Como siempre llevaba en sus bolsillos muchos trozos de papel, con ellos haría unos barquitos, para echarlos a navegar, disfrutaba de aquel juego, tan pronto, se convertía en capitán navegando en altamar para pescar grandes tiburones, como de repente hacía pasar por un pirata y soplaba con fuerza los barcos librando una y mil batallas.

Algunas tardes sus amigos se reunían a su lado, y en grupos realizaban un montón de barquitos, después jugaban a hundirlos lanzando piedras desde la orilla.

Durante toda su infancia se divirtió con aquellos juegos y su pasión por el mar le llevo a estudiar a una escuela de marina. Hoy, muchos años después, se ha convertido en capitán de un navío; en su puente de mando lleva, dentro de una urna de cristal, un barco de papel. Es un recuerdo de todos aquellos amigos con los que jugaba y que le regalaron cuando embarcó por primera vez.

A escondidas, de vez en cuando, con unos trocitos de papel, hace unos barcos y vuelve a jugar en el mar como antaño, ese es su secreto, del que disfruta tanto como cuando era un niño, aunque ahora tripula un gran barco, no puede evitar algunas veces volver a la infancia y de nuevo jugar a los barquitos.

Flor Martínez Salces ©
Febrero 2011

ALEGORÍA


Quizá guardamos nuestra ilusión en una hoja de papel, siempre a mano, siempre nueva, siempre con la posibilidad de hacer un barquito y dejarlo flotar en la corriente de la vida, llevando a bordo esa ilusión. Quizá esta vez llegue más lejos, aunque tengamos que meterlo en una botella de cristal, protegido. Pensándolo bien, el cristal se puede quebrar, mejor en un recipiente de plástico, a pesar de no ser biodegradable –habrá problemas con los ecologistas, seguro-. Tapada a rosca y bien sellada, a bordo irá esa nave plegada, evitando se convierta en papel mojado, con los deseos de vivir en las nubes, de soñar con castillos en el aire, de reposar en nubes de algodón, o, simplemente para llegar a la realidad.

Seguramente tendríamos que usar también gorros hechos de papel de periódico, cosa de no calentarse la cabeza por el sol de las injusticias, engaños, oportunidades que pasaron delante y no se recogieron. Cubrirnos de la guerra, las crisis, maremotos, enfermedades, sí, taparnos de todo eso. Es otro sueño; esos sombreros son los primeros pliegues para confeccionar el ya famoso barco de papel.

Manejar el papel que cada uno tenga en la vida, el que proporcione el director de nuestro destino, guste o no, adaptarse a él, encauzarlo y escribir entre líneas otro guión, si es posible, haciendo protagonista al personaje interior; dejando otra estela en el mar de la vida, una utopía o simplemente, eso que llaman fantasía. Todos tenemos. Todos.

Quizá se esté integrado en una familia de muchos miembros; sería esa resma de hojas que iguala en la relación familiar, copiando caracteres, formando, educando. Pero amigos, esas láminas guardan en el interior alguna doblada, arrugada, con defectos, o salió una de estraza u otra de seda, son del mismo montón vendido sin contar, al peso, y será ese el riesgo al adquirirla o, al formarla, pudiéndose hacer mil barcos, pequeños, grandes, juntando incluso varias hojas o colores.

Hay documentos asimismo al nacer o al morir, firman otros a pesar de ser nosotros los protagonistas, ignoran nuestra decisión en ese acuerdo. ¡Ja!; es curioso. Empujados a jugar, a volar en aviones de ese mismo papel que nos toca vivir, confeccionar pajaritas por aburrimiento o simplemente por habilidad papirofléxica; también sirve para entretener, pero no todo el tiempo.

Soñando con ese expediente bajo el brazo, siempre por escribir en el presente, protegiéndole de la lluvia, con la ilusa ensoñación de cargar de quimeras ese barco de papel, es posible que bajara flotando en la corriente del río Escudo, hasta las rías de San Vicente, para salir por la barra y conquistar el horizonte. Lleno de deseos… Sueños… Vida.

En fin, algo se podría conseguir a base de secar cuidadosamente el papel, humedecido por los chaparrones, seguir escribiendo cada vez con más cuidado en ese importante y envejecido pergamino de nuestra vida.

Cuando se encuentre algo gastado, reflejaremos los deseos más delicadamente al escribir, una escritura tenue que no moje demasiado, que no traspase, que no hiera ni aje, deseos menos delirantes y más realizables. Quedarán grabados en el folio de la proa, en la caseta de ese barquito de papel donde irá estampado nuestro nombre.

Quizá reciclemos nuestras primeras ilusiones en papel maché, incluso podremos reescribir en esa hoja un tanto defectuosa e irregular en los márgenes, pero gruesa, policromada, dejando con mano firme lo realizable, trabajarlo y guardarlo de nuevo; señalaremos cada meta conseguida y cuando nuestra mirada y fuerza decaiga, soportar el peso de tanta tinta, con alguna ilusión que aún viviremos intensamente. Una vejez escribiendo en nuestro papel de la vida como sea, pero escribiendo lo mejor que podamos, con interés. Veremos la chimenea del ya humeante, envejecido y cargado mercante –pues ha crecido-, revestido ya de papel estraza.

Conservando ese pliego por si acaso enloquecemos, pudiendo de nuevo reconvertirle como orates, en el barquito de papel de aquella clase de escritura, llenándolo esta vez con desvaríos que hacen la felicidad del trastornado, distraen su cabeza, reconvertido por arte del papel y magia mental, en un Napoleón tocado con un gran bicornio fabricado en papel prensa.

¡Qué felicidad!, vivir en un auténtico sueño… de papel.

Soportando en el tiempo los dobleces de la vida, hasta que rompa o desaparezca, pero mientras, seguiremos doblando y plegando. Divertir, disfrutar, amar, asimilar lo que depare cada doblez, fruncirla lo mínimo, conservarla, incluso plancharla, ver cada pliego en diferente grosor, de otros modelos, aunque se rompa algún trocito; ese que al separarse, arruga el alma, llevándose de la vida a los nuestros, o separándose para vivir su propia ilusión, a poner rumbo por si solos; desgarran bastante esas sensaciones de partida. Zozobra nuestra pena. Pero parten a su isla desierta, a la espera del salvamento por llegar.

Nacer, dibujar, cantar, adquirir, soñar, leer, escribir, firmar y finalmente, morir, todo legible sobre nuestro papel en la vida. Tan serio como los impresos en blanco y negro de periódicos o libros, o, más ligeras, editadas en revistas multicolores, brillantes y que al final, es papel igualmente. Estampas más o menos coloristas de cada una de nuestras vivencias y en el álbum de cromos de nuestra memoria, pueden incluso ser fotográficas, pues serán inolvidables y felices.

Desde la infancia nos mostraron barquitos de todos los tamaños, colores y tipos, creando posibilidades de elegir.

Será cuestión de aprender leyendo en la propia existencia, a flote en nuestro barco de papel con un brochazo de pegamento hasta la línea de flotación, aislándole de la humedad cuanto más tiempo. Evitar empañar demasiado con lágrimas los kleenex; sin esperar a que huelan las flores, ver las estelas de los aviones, navegar en barcos u oír el canto de las pajaritas de papel, pues tenemos los reales esperando a ser disfrutados.

Que no se nos rompa el corazón a bordo del barquito de papel. Se hundiría teñido de rojo; hemos de cuidar de él, tenemos que seguir navegando.

Ángeles Sánchez Gandarillas ©
Día 10 de febrero de 2011

EL BARCO DE PAPEL


¿Quién no ha hecho alguna vez barcos de papel, los ha puesto en un cubo lleno de agua y soplando con fuerza, los vio navegar sin rumbo?

Barcos sin timón, a expensas de las velas o el remo, esperando que la dirección del viento fuera a favor.

Así nuestra barca iría descendiendo por el río.

Algunas veces con la fuerza de la corriente despidiéndote hasta la otra orilla, quedando atrapada por las ramas o los troncos de los árboles que caían sobre el agua. Por algunos sitios tenías que empujar la barca para poder avanzar, pues el agua se esparcía tanto que la embarcación se varaba.

En ciertos lugares, había pozos muy profundos que daban respeto, fue una travesía bastante costosa y en algunos casos llena de pánico. Claro, fue la única vez que hicimos esta locura.

Las embarcaciones se volcaban cuando menos lo esperabas. Bueno llevábamos chalecos salvavidas, esto no era una competición. Salimos varias amigas a pasar un buen día y disfrutar de la naturaleza.

Hacia el medio día, paramos para descansar, a la sombra, en una explanada donde comimos unos bocadillos. También nos dimos un baño; por cierto, el agua estaba helada.

Al caer la tarde fuimos llegando; esperamos para reunirnos todas y tomar unos refrescos tranquilamente. Nos reímos comentando nuestras dificultades, de cómo algunas cayeron varias veces al agua.

Todas íbamos dispersadas y cada cual se las arregló como pudo con sus tragedias y apuros, pero fue muy bonito e inolvidable.

Blanca Santos ©
21-I-2011

LA FLOTA DE PAPEL

Es sábado, el lunes tengo examen de “matracas” y no me queda más remedio que estudiar. Tengo a mi padre delante y está aprovechando para hacer limpieza de “papelorios” y así impedir que me distraiga; las últimas notas no vivieron tan buenas como yo hubiese querido.

¡Hora de comer! Se escucha. Mi padre recoge los papeles y flanquea la puerta de la cocina con ellos y los mete en una bolsa para tirar a la basura. Nos sentamos a comer y mis ojos chocan una y otra vez con la bolsa. De pronto tengo una idea genial. Con los efluvios de la última cucharada del flan de postre, agarro un montoncito de folios fuertes y resistentes y me bajo a la calle a esperar a mis amigos. Todavía es temprano y no hay nadie; me recuesto contra el tronco de un árbol junto al pequeño riachuelo que pasa al lado de nuestra casa a esperar. ¡Nada!, no viene nadie.

Empiezo a formar barquitos de papel, dobla que dobla. -¡Hola Gonzalo! Escucho detrás de mí. Es Miguel y nos metemos de lleno para hacer más barquitos. Al rato se une Alicia que está encantada con la ocurrencia y sube a su casa a por las pinturas de colores.

-¡Tenemos que formar equipos, cada uno que pinte sus velas del mismo color! –dice.

-¡Ya tenemos 18, seis para cada uno! –dice Gonzalo.

-¿Los podemos cargar con cosas? –dice Alicia.

–Bueno, -dice Gonzalo- pero que no pese mucho.

Alicia se va un rato por los trocitos de pradera de la orilla y viene con el vestido cargado de pequeñas margaritas, musgo, hojas y palitos.

Los barcos de Alicia son los de color naranja, y por supuesto cargados de margaritas. Miguel opta por el musgo y los suyos son de color azul. Los míos de color amarillo y van llenos de hojitas de varias clases y tonalidades.

Nos vamos a la rampa que hay un poco más arriba con los brazos llenos de nuestro casi tesoro y con suma delicadeza los vamos poniendo en el agua.

¡TODA UNA FLOTA DE COLORIN! Hacía precioso verlos bajar por el riachuelo. Tan pronto unos corrían sin parar, como se paraban por sitios un tanto cenagosos, quedándose varados, y había que darles un ligero golpecito, para que pudiesen seguir su travesía. Otros se enredaban con las ramas de los arbustos que crecían en la orilla. Poco a poco nos íbamos alejando de nuestras casas y ya empezaba a oscurecer. Alicia, la más prudente, dijo que ya estaba bien de jugar a los barquitos.

¡Allá iban! Contamos cuatro azules, tres amarillos y dos rosas. ¡Estaba claro que había ganado Miguel. Poco a poco fuimos perdiendo barcos sin poder reflotarlos.
Los contemplamos marcharse y pensamos que quizás alguno llegase hasta la ría y que pudiese llegar al mar y con esa ilusión, esa noche, en la cama seguiríamos con la mente jugando con nuestra “flota de papel”.

Mª Eulalia Delgado González ©
Enero 2011

BARQUITOS DE PAPEL


El parque está prácticamente en el centro de la ciudad y no es muy grande. Pero bonito y alegre como él, no habrá muchos en el mundo. Rodeado de edificios blancos que cada mañana inunda de luz el infalible sol canario, su entorno es cómo el epicentro neurálgico de las comunicaciones de Santa Cruz.

La perpetua primavera que gozan estas islas afortunadas, permite que los framboyanos y jacarandas que crecen en el parque mantengan su inflorescencia incluso en la época invernal, y los colores rojo fuego de los primeros y azul turquesa de las segundas, son un continuo regalo a los ojos del visitante. Y de menor porte pero no menor belleza, hibiscos rojos, blancos y amarillos entre los que destacan esculturas de varios estilos, crean íntimos rincones con bancos de forja o azulejos siempre repletos de gente que habla, que lee, que medita… El parque aparece lleno de gente porque los canarios viven en la calle. A la casa sólo se va a dormir y a comer, aunque esto último no siempre es así, ya que cualquier disculpa es buena para hacerlo en alguna terraza que consideren agradable.

En la esquina más transitada del parque está la armazón de aluminio con paredes de cristal de un mini- bar en cuyas mesas al aire libre siempre hay alguien tomando café, y en el centro, el estanque con un surtidor hecho con lava del Teide. Tampoco es muy grande el estanque, aunque en cambio, es el lugar más concurrido. En la gravilla que le circunda constantemente juega un batallón de niños mientras sus madres y cuidadoras sentadas en los bancos cercanos, tricotan algunas mientras otras fuman y hablan todas.

De tres a cinco o seis años son los niños que más se divierten en el estanque jugando con sus barcos de papel y su imaginación increíble. Los astilleros donde fabrican sus flotas son las manos hábiles de las mujeres que ocupan los bancos, que sin dejar de hablar, y sólo con la hoja satinada de una revista o medio periódico, ponen en marcha tanto un petrolero como un transatlántico.

Los niños organizaban auténticas regatas en el estanque donde sólo estaba permitido empujar sus embarcaciones con el aire de sus soplidos, y era una delicia mirarles aspirar profundo para adquirir más caudal de aire, y ver luego sus mofletes hinchados y sus labios fruncidos provocando un vendaval que hasta olas levantaba en el mar de sus juegos.

Fui mudo testigo de sus desafíos y de la imaginación de sus entretenimientos… Los barcos hechos con el papel lustroso donde aparecían fotografiados a todo color rostros sonrientes de gentes populares, eran para ellos inmensos trasatlánticos llenos de gente en viajes vacacionales, y los de periódicos repletos de letras, buques de guerra entre los que soñaban batallas crueles.

Pude contemplar cientos de sueños de aquellos marinos de juguete porque durante muchos días fui un barco varado de aquellos astilleros. De forma excepcional no fui construido por manos de mujer, sino por las de un soldado peninsular que cortejaba a la niñera trigueña de los hijos de su capitán. Fui un barco pequeño y blanco como una gaviota que aquel mozalbete decoró con la ayuda de un bolígrafo negro pintando unos ojos de buey a cada uno de mis lados y unas ventanas en mi cabina, Tan bien me hizo, que se encaprichó de mi belleza aquella trigueña guanche y en vez de pasar a manos de los niños que cuidaba, me guardó durante días interminables entre las páginas del libro que estaba leyendo. Aquellos días me parecieron una eternidad porque yo estaba loco por navegar en el estanque con el resto de los barcos de papel, y loco por lucir allí mi figura que aunque bien sabía yo que era corto de eslora y estrecho de manga, mi blancura impoluta había de ser la envidia de todos aquellos niños.

Y si no servía para cruzar el océano en busca de otro
Continente, ni para soportar el fragor de una batalla, bien podían los niños usarme en sus juegos, para transportar de unas islas a otras, próteas, estrelicias, buganvillas o gerberas u otras flores del lugar que los turistas compraban a montones. O si no, olivinas y obsidianas del volcán, que después de pulidas, tan buen comercio tenían como piedras semipreciosas.

La libertad que tanto deseé, y mi bautismo de agua que tanto anhelé, llegaron el día en que el más pequeño de los niños me robó y liberó del libro en que estaba encerrado. Un golpe inmenso de la luz del sol que estaba en pleno cenit me cegó. Noté después el perfume de todas las flores del parque, y me estremecí de placer a mi primer contacto con el agua sobre el que había de navegar, cuando el niño me llevó al estanque. De pronto sentí una sensación de flaqueza; algo así como sienten los seres humanos cuando están a punto de desmayarse. Después noté debilidad en mi quilla, y con horror descubrí que ésta empezaba a diluirse en al agua. En aquél instante supe que había llegado el fin de mi vida. Solo me dio tiempo a pensar en el cabrón del soldado que me había hecho con el papel de celulosa del retrete del bar cercano, y cuando quise llamarle hijo de perra, ya no pude porque mi casco convertido en jirones de blanda pasta, estaba siendo devorado por los peces de colores que alegraban el estanque.

J.G.G. ©
Febrero 2011

viernes, 11 de febrero de 2011

BARCO DE PAPEL


¡Ay mi barco de papel!
Cuanto me acuerdo de él
Para surcar lejanos mares
Y escapar a tantos males.

Era impensable en mi vida
Creer que algún día
Llegar a escribir podría
Tamaña tontería.

La culpa no es mía,
¡No señor!
La culpa la tendría
el profesor.

Que no soy escritora
No se descubre ahora.
Fácil es de entender.
Sólo es cuestión de leer
Y de lejos ya se nota
Lo mucho que doy la nota.

Hacéis que la cabeza me rompa
Que me ponga a buscar como una tonta
Palabras que rimen en la estrofa.

Que esto no es lo mío,
¡No señor!

Que en proyectos me embarco
Con mucho desparpajo
Y al cabo del tiempo me percato
De que no sirvo para tanto.

¡Ay mi barco de papel!
Cuanto me acuerdo de él
Para surcar lejanos mares
Y escapar a tantos males.

Laura González ©
Enero 2011

MUNDO DE HIPÓCRITAS.


Miraba al mar, calmado y reluciente, que se extendía hasta perderse en el horizonte. Miraba y contemplaba aquella inmensidad de agua, como dueño y señor de la misma. Se sabía a salvo de peligros, de temporales y galernas. Las olas pasaban a su lado mientras iban a dormir en la playa cercana.

En realidad había alcanzado ese punto de la vida donde todo le sonreía como persona. Su reputación la había conseguido a través de muchos años de trabajo, en su entrega y dedicación. Por otra parte en la sociedad donde vivía, su nombre era pronunciado con respeto y no había nadie que dudara de su honestidad. Podíamos decir que "su barca" navegaba por mares tranquilas.

Sin embargo algo había ocurrido. Algo había pasado para que ahora, él estuviera allí, en la barra, contemplando aquella panorámica y buscando en el horizonte esa señal invisible que se le escapaba y que incluso ni sabía cómo era.
En la tarde, alguien había escrito, que vivíamos en un "mundo de hipócritas" y aquella frase le había dolido al leerla.

Es cierto que la vida no es un camino de rosas, que muchas veces hay que hacer malabarismos para sobrevivir, que hay que sortear las tentaciones que nos llegan para seguir tu propio camino, y que unas veces lo consigues y otras no, pero de ahí a considerar a las personas unos hipócritas...

Aquella frase empezó a darle vueltas en la cabeza y no se la podía quitar de encima.
Minutos después de leerla se encontró con María, una compañera y amiga y tras el saludo pertinente la preguntó:

-¿Crees que el mundo es de los hipócritas?.

-¡Ay Javier, qué cosas tienes!, ¿acaso te consideras tú un hipócrita?.

-Bueno, yo no. No me considero un hipócrita.

-Entonces tranquilo, el mundo no es de los hipócritas. -Le respondió ella con una media sonrisa.

-¿Y entonces cómo se puede decir algo semejante?.

-¿Quién lo ha dicho?.

-Lo he leído esta tarde, en un mensaje que una amiga enviaba a otras personas.

-Ya, pero eso puede haber sido por muchas razones. Por ejemplo una broma, tratar de ensañarse con alguien, mostrarse despechada. No sé, hay mil cosas a las que se podría aplicar.

-Pero no tiene sentido y más viniendo de esta persona.

-¿Tanto te ha afectado lo que ella haya dejado escrito?.

-¡No, no!, no es eso. Mira no entro a juzgar el fondo ni el porqué ha dejado escrito eso. Es que al leerlo me hizo pensar en mi mismo, en todo este largo recorrido de mi vida y en cómo he llegado aquí, a estos años y en esta situación desahogada. Me preguntaba si para lograr esta estabilidad no habré sido un tanto hipócrita y egoísta.

-Es posible que sí, Javier, en el fondo todos somos un poco egoístas, pero de ahí a ser un hipócrita... Bueno, conmigo lo fuiste y te lo dije en su momento.

-No María, nunca fui hipócrita contigo y siempre te dije lo que sentía.

-Sé que me dijiste lo que sentías Javier, pero quizás lo que siempre te he reprochado fue lo "que no me dijiste", cuando dejaste de sentir aquello por mi persona, y eso es lo que hace que te vea como algo hipócrita y egoísta.

-Pero yo te quise María. Sabes que así fue. Si aquello fue amor ya no lo recuerdo. Nunca quise hacerte daño, quizás por eso me costaba tanto mirarte a los ojos y decirte que lo nuestro había terminado.

-Lo malo es que yo siempre te amé, y esa era la diferencia. Quizás tú no supiste verlo ó si lo viste quizás miraste para otro lado. Lo pasé mal y entonces quizás debiste decirme la verdad, no seguir aquel juego de palabras y promesas que a nada conducía.

-Sé que no me porté bien y te pedí perdón muchas veces por aquello. No merecías aquel trato y de verdad que no sabía como ayudarte para superar todo lo que estaba pasando.

-No mires atrás, ya es pasado. Ambos hemos cruzado una larga travesía. Ambos lo hemos superado, ¿verdad?.

-Si, María. Tienes razón.

-Bueno Javier, te dejo. Se me hace tarde. Ya nos volveremos a ver en otro rato para que me invites a un café, hoy no puedo.

-Será un placer María. Cuídate.

Ella acercó sus labios y depositó un beso en los suyos temblorosos. Luego la vio alejarse y sin darse cuente comenzó a caminar, hasta llegar allí, a ese muro de la barra, desde donde se divisaba el mar y el horizonte y donde, dentro de un rato, el sol descendería en el ocaso para perderse en el lecho de los océanos.

Allí estaba él, Javier, con su éxito a las espaldas, con el mundo a sus pies y con tantos años de gloria. Pero también quedaba allí la sombra y la duda, y quedaba en esa "tierra de hipócritas", en ese mundo que también conocía y donde había participado para llegar a la gloria.

Quizás era por el nordeste de la tarde, pero sintió un escalofrío. Algo no encajaba, algo en aquel rompecabezas se le escapaba. Hacía unos minutos María le había hablado de amor y le había repetido que ella le había amado y que él no supo verlo. ¿Por qué pasó aquello?...

¡Quién sabía!, de lo ocurrido entonces hacía ya muchos años. Entonces navegaba por la vida "viento en popa a toda vela", como decía la poesía, hoy ya en el ocaso de la tarde y de su vida, cuando lo tenía todo, sabía que navegaba en un "barquito de papel", y que ese barquito, aunque estaba soportando galernas y temporales, precisamente por ser de papel, estaba completamente húmedo y el lastre de su peso le conducía irremediablemente a las profundidades del abismo, a pesar de su fama, a pesar de su gloria y a pesar de sus dudas.

Entonces recordó algo importante, algo que ya casi había olvidado y era que la mano que escribió aquella frase, la de que vivimos en "un mundo de hipócritas" era la mano de la persona que había creído amar una vez y por la que dejó a María.

El silencio que le rodeaba tenía la respuesta a su propia hipocresía. Solamente las olas eran testigos de como se iba hundiendo "su barco de papel", mientras él pronunciaba un nombre y recordaba un beso que unos minutos antes, habían dejado en sus labios.

Rafael Sánchez Ortega ©
10/02/11