Terminé de colocar mi equipaje, me
senté y me abroché el cinturón de seguridad. Por primera vez en mucho tiempo no
tenía nada que hacer y fui consciente de mi situación. Verdaderamente, me
costaba creer que estaba en un transbordador rumbo a Galeno.
Hace un año, ni en mis mejores
sueños hubiera concebido algo así. Claro que, puestos a eso, tampoco seis años
atrás hubiera imaginado que conseguiría estudiar medicina.
Siempre destaqué en mis estudios
pero, una vez en la universidad, pasé a ser una más; allí sobresalían cuatro o
cinco de los que alguno, con suerte, conseguiría una plaza para la formación
residencial en Galeno.
De manera que, cuando el año pasado
conseguí la titulación, no parecía razonable presentarme a aquel durísimo
examen de acceso pero, para sorpresa de todos (incluida yo), lo intenté. Debió
de darse una tormenta perfecta de circunstancias favorables porque, contra todo
pronóstico, fui una de las tres personas admitidas de mi facultad.
Así que allí estaba yo, compartiendo
viaje con dos eminencias de mi promoción, rumbo a Galeno, centro universalmente
famoso por proporcionar la formación médica más exquisita y exclusiva (y
también increíblemente bien remunerada).
Las once horas de viaje pasaron como
un suspiro y, para cuando quise espabilarme, estaba en una sala de reuniones
junto a los otros catorce seleccionados. Un hombre alto, canoso, en sus últimos
sesenta y con expresión entre benévola y amenazante, nos dirigió la palabra:
―Les
doy la bienvenida en nombre de la universidad de Galeno. Soy el Dr. Quirón,
director de Residencias y desde ahora su coordinador.
»Ni
a ustedes ni a mí nos interesa perder tiempo, así que iré directo al asunto:
»Ya han probado sobradamente sus
amplísimos conocimientos en medicina. Reciban nuestra más sincera enhorabuena.
»Esta
Dirección es consciente de que el inmenso prestigio de nuestra institución es
también un billete de acceso a los mejores salarios, pero, por otra parte,
convendrán conmigo en que para ofrecer un tratamiento médico de calidad, hace
falta algo más que conocimientos.
»Ignoramos
qué han oído acerca de nuestro proceso de formación y selección, pero es igual,
porque desde este mismo año hemos decidido cambiarlo radicalmente.
»Tienen
delante de ustedes un documento. Es un estricto acuerdo de confidencialidad
relativo a todo el proceso de formación. Son libres de firmarlo o no pero,
lógicamente, es condición imprescindible para continuar. En caso de que lo
hagan, les aconsejo encarecidamente que lo respeten, no quisiéramos que
descubrieran que nuestro departamento jurídico puede arruinarles su futuro
profesional para siempre.
Los
quince nos miramos un poco aturdidos, pero no habíamos llegado hasta allí para
nada, así que todos firmamos el acuerdo.
―Bien,
me alegro de su decisión. Ahora les pasarán un dosier con los detalles de su
proceso de formación, pero puedo resumírselo en pocas palabras:
»Serán destinados a diferentes colonias de nuestro sistema, todas con
grandes necesidades de atención médica. Tendrán supervisión constante de un
doctor adjunto, pero ya les anticipo que serán jornadas extenuantes, muy duras
pero también muy formativas.
»Su período de residencia no excederá los
cinco años, durante el cual se les facilitará alimentación y alojamiento
adecuados, así como periodos razonables de descanso. En cuanto al salario, me
temo que vamos a estar bastante por debajo de sus expectativas. Cuando terminen
su formación, sin embargo, podrían optar a mejorar algo sus condiciones. Y lo
último: en cualquier momento (que puede ser ahora mismo) podrán presentar su
renuncia. La Universidad correrá con los gastos de su viaje de regreso pero,
recuerden que ya están, para siempre, vinculados al acuerdo de
confidencialidad. Ahora les conducirán a sus habitaciones, tienen el resto del
día para pensarlo. Aquellos de ustedes que quieran continuar, comenzarán su
formación mañana mismo.
Tranquilamente
en la habitación, leí el dossier y el contrato. Verdaderamente, el sueldo
parecía una broma pesada. Valoré la posibilidad de renunciar, pero me dí cuenta
de que me estaban ofreciendo lo que siempre había querido: ofrecer verdadera
ayuda a mis semejantes.
No
obstante, a la mañana siguiente solo cinco de los quince estábamos en la sala
de reuniones.
Me
destinaron a Alpha-3, un importante enclave minero. Realmente cumplieron todo
lo prometido: jornadas un poquito más que extenuantes y formación al mismo nivel. En cuanto al
sueldo, era más bien una propina.
A
lo largo de los siguientes meses, en los días de descanso contactaba con mis
cuatro compañeros, todos en condiciones parecidas a las mías. Para mi
desmoralización, uno tras otro fueron presentando su renuncia, así que, antes
del año quedé privada de ese pequeño apoyo. Pude soportar todo aquello
aferrándome al hecho de que, aunque con resultados desiguales, estaba
consiguiendo ayudar a mis pacientes.
Poco
después de cumplir los doce meses, me reclamaron en Galeno para la primera
evaluación anual. En la sala donde, parecía que fue ayer, estuvimos quince
ilusionados aspirantes, ahora estábamos solos el Dr. Quirón y yo. Su expresión
seguía oscilando entre la amenaza y la benevolencia. Por esa vez, eligió la
segunda:
―Enhorabuena,
Dra. Elma, ha concluido satisfactoriamente su período de selección. Si desea
continuar su formación con nosotros (y quiero pensar que sí), le ofrecemos un
nuevo contrato por cuatro años. Transcurridos estos, podrá ejercer la medicina
con la acreditación y el prestigio de Galeno (y sus posibilidades salariales),
aunque nos gustaría que siguiera con nosotros. De momento, mire las nuevas
condiciones y díganos algo.
Leí
los nuevos términos. Las jornadas eran de ocho horas, cinco días a la semana y
en un centro de mi elección. En cuanto al salario, pensé que seguían burlándose de mí, pero ahora al contrario:
era escandalosamente alto.
El
Dr. Quirón me miró divertido y, adivinando mis pensamientos, dijo:
―Sí,
quizás sea un poco bajo, pero considere que es para empezar, iremos
actualizándolo periódicamente hasta alcanzar la cifra que se merece alguien
verdaderamente comprometido con la medicina.
Y,
bajando la voz, añadió:
―Tengo
que confesarle que son las mismas condiciones que hemos aplicado siempre para
garantizar la vocación de nuestros médicos.
Luego
añadió con su lado amenazante:
―Pero no olvide la confidencialidad….
José
E. del Olmo©