¡AY,
PENA ..., PENITA..., PENA!
HISTORIA DE UNA RABIETA
La historia y la vida han empujado a las mujeres
a unirse, a ayudarse, a apoyarse. Así debió de ser, o así nos lo han contado.
Históricamente sometida al hombre, a su fuerza,
a su jefatura, y por ende a sus caprichos, pasiones y desafueros. Partiendo
siempre de una premisa: la gran mayoría de los hombres son buenos.
Las mujeres siempre hemos sentido nuestro
amparo: la madre, la trabajadora, la monja, la niña, la presa, la fuerte y la
débil... Muy a menudo, las miradas cómplices suplen palabras superfluas. Por
eso y por mucho más, la traición de otra mujer nos hiere los entresijos del
alma. Su cinismo, mentira o envidia nos daña y agrieta esa confianza depositada
sin límites, donde puede acunarse un perdón pero siempre quedará ¡la puta
grieta!
Sabemos de los silencios dañinos, esas espadas
invisibles que nos dejan colgadas del ¿por qué?
Solo es una reflexión en voz alta, una voz en un desierto de voces mudas,
donde a las mujeres no se nos ha permitido,
no hemos sabido, aún estamos
aprendiendo, y el dolor y el asombro nos permiten
alzarnos y manifestar lo que
pensamos y sentimos, amén de ese otro temor (siempre callado, oculto, no sea
que...) a que te abandone la
manada, muchas veces dirigida por "la mujer fuerte del evangelio", que
poco vale y mucho ocupa… Cuán necesario es saber corregir el rumbo...
O tal vez... siempre se trató de lo mismo:
" vanidad de vanidades..., siempre vanidad".
Pobre mujer mía, ¡levántate y anda!
Remedios Llano Pinna ©
COMILLAS (Noviembre 2016)
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