JARDÍN DE INFANCIA
El
nuevo parvulario mola. Hay gente muy divertida y me lo paso chuchi piruli. Hoy,
como ha hecho tan buen día, la señorita nos ha llevado de excursión al bosque y
nos ha dado a cada uno una bolsa de plástico con un bocadillo de jamón y queso,
una manzana y una botella de agua. ¡Qué guay! En el otro jardín de infancia
nunca nos daban nada.
Cuando
llegamos al bosque, la señorita nos enseñó los nombres de algunos árboles y nos
explicó por qué algunos tienen musgo por un lado y no por el otro, y otras
cosas así de interesantes ―es muy lista―. Pero, al cabo de un rato, nos dejó
que jugáramos a lo que quisiéramos, y nos fuimos dividiendo en grupos separados,
porque ¡no íbamos a jugar los niños a cosas de niñas! Yo me fui con Jesusito,
que es el niño más malo de todo el parvulario, a ver quién acertaba a darle más
pedradas a las ranas que había en un estanque, y me ganó. Y también jugamos a
ver quién llegaba más lejos haciendo pis, y también me ganó. Así que ya no
quise jugar más con él. Entonces decidimos ir a incordiar a las niñas.
En
eso que vimos que Isabelita estaba sola, sentada en un tronco, y parecía muy
triste. A mí me dio pena, porque es una niña muy buena, así que me acerqué a ella
y, mientras me acercaba, la oí que iba diciendo “Me quiere, no me quiere; me
quiere, no me quiere”, mientras no paraba de arrancar pétalos de una flor.
―¿Qué
haces, Isabelita? ¿Por qué estás triste? ―le pregunté.
―Porque
estoy deshojando margaritas y siempre me sale que no me quiere, buaaah… ―y empezó
a llorar.
Entonces
vino Lalita, que sabe mucho de esas cosas porque en su casa tienen un jardín y un
huerto muy grande, y se puso a reír y le dijo que aquello no era una margarita,
sino un crisantemo. Isabelita le dijo que qué más daba, ¿no?, si eran iguales.
Y Lalita le explicó que no, que las margaritas son más pequeñas y que, con los
crisantemos, siempre te sale que no te quiere, pero con las margaritas, siempre
te sale que sí. Y entonces Isabelita volvió a ponerse triste, porque dijo que no
sabría distinguirlos, y Lalita, como sabe tanto, le dijo:
―Mira,
Isabelita, es muy fácil. Tú arrancas la flor y la vas deshojando hasta el
final. Si te sale que sí te quiere, es una margarita. Si te sale que no, es un
crisantemo, y entonces no vale y arrancas otra flor y vuelves a empezar.
Isabelita
se puso muy contenta, porque lo probó y ahora ya siempre le salía que sí que la
quería. No sabemos de quién hablaba, pero suponemos que andará enamorada de algún
niño que habrá visto en el patio.
Un poco apartados, estaban los dos
más raros de todo el parvulario, que se llaman Rafalito y Linesita. Van a su
bola y todo el tiempo se lo pasan contando sílabas con los dedos y escribiendo
versos, y hablan de cosas muy extrañas, que si riman así, que si riman asá. Yo
creo que, cuando nadie les ve, a escondidas, fuman algo como eso que fuman los
niños malos más mayores ―¡como les vea la señorita, se van a enterar!―. Nadie
ha conseguido verla, porque la lleva muy escondida, pero todos sabemos que
Rafalito tiene una máquina secreta parecida a esas que hacen churros y que,
cuando le da a la manivela, salen enseguida versos y versos sin parar. Por
ejemplo, a los cinco minutos de lo que pasó con Isabelita y Lalita, ya estaba
enseñándonos una poesía que decía que había compuesto él, pero que todos
sabemos que la sacó de la máquina secreta, y decía así:
“Ay, la pobre Isabelita,
hoy no tiene el día bueno.
Salió a coger margaritas
y volvió con crisantemos.”
Enseguida,
Linesita le dijo que eso está chupado, que así no tiene gracia. Que lo que es
guay es que la primera línea rime con el pretérito pluscuamperfecto del primer
verbo de la tercera línea, y que la segunda línea sea igual que la cuarta pero
leída al revés. Y se ponen a discutir y a volver a contar con los dedos. Son
muy raros.
Al
cabo de un rato, vi que andaba por ahí, sola, recogiendo hierbas, la niña más
pequeña de todo el parvulario. Así que me fui para ella:
―¿Qué
coges, Anita? ―le pregunté.
Se
encogió de hombros y me miró como si fuera tonto, y me dijo:
―Eh domedo.
―¿Y
eso qué es?
―Puez
ezo: a vecez cojo eh tomillo y a
vecez eh domedo.
Lalita,
como sabe tanto de hierbas, le dijo:
―Jajaja,
se dice “romero”.
―Tú
zí, podque edez mayod; yo, como zoy muy pequeñita y aún tengo pocoz dientez,
puez me zale eh domedo.
Jesusito,
que estaba escuchando, se acercó y le preguntó:
―¿Y
tú cómo llamas al bicho ése que hace miau, miau?
―Eh gato…
―¿Y
a ése que hace guau, guau?
―Eh pedo…
Jesusito
empezó a reírse de ella y a dar saltos:
―Señorita
Arantxa, señorita Arantxa: Anita ha dicho pedo, Anita ha dicho pedo…
Y
la señorita Arantxa lo castigó de cara a la pared ―bueno, de cara a un árbol, porque en el
bosque no había pared―. Pero a Jesusito le daba igual, porque, cuando la
señorita no miraba, se daba la vuelta y le hacía pan y pipa, poniéndose el dedo
gordo en la nariz y haciendo la ola con los otros dedos ―es muy malo.
Linesita
estaba dando saltitos, dos sobre una pierna y dos sobre la otra, mientras hacía
círculos alrededor de Rafalito y cantaba:
―Voy
a mandar versos a Marte, voy a mandar versos a Marte, hala, hala… Y tú nóo.
Rafalito se puso como una moto y, sin
que nadie lo viera, volvió a darle a la máquina secreta y, para chincharla,
enseguida le enseñó una nueva poesía:
“Pero mira que eres rara,
enviar versos a Marte…
Mira que lo tuyo es para
echar de
comer aparte.”
Linesita
se enfadó mucho y empezó a lloriquear:
―Señorita
Arantxa, señorita Arantxa: Rafalito me ha dicho que soy rara. Lo va a castigar,
¿no?
La
señorita puso los ojos en blanco y dijo que ojalá viniera a echarle una mano un
tal Herodes. No sé quién será. Algún otro profesor, supongo.
De
repente, la señorita no encontraba sus gafas y eso la fastidió mucho, porque
sabía donde las había dejado y ya no estaban allí, así que alguien las había
escondido. El primero en quien pensó fue en Jesusito ―claro, como es tan malo―,
así que fue a por él:
―A
ver, Jesusito: ¿dónde has escondido mis gafas?
―Yo
no he sido, señorita, se lo prometo; no sé dónde están. Siempre me las cargo
yo, ¿no?
Entonces,
la señorita miró a ver quién tenía más cara de estar tomándole el pelo.
―Isabelita:
¿has sido tú?
―No,
señorita, se lo prometo, yo tampoco he sido.
―A
ver, Lalita, deja ya de hacerte la mosquita muerta, que tú sabes algo. Si no me
dices quién ha sido, te voy a castigar.
Y
Lalita se puso a llorar:
―No
me castigue, porfa, señorita. Le prometo que yo tampoco sé nada. Soy buena, soy
buena.
La
señorita, que se las sabe todas, pensó que Anita, como es tan pequeña, no tendría
picardía y le sacaría la verdad. Así que la llamó:
―A
ver, Anita: dime quién ha sido. Y no me vengas con que tampoco lo sabes, ¿he?, porque
voy a tener que darte un cachete.
Anita
la miró como si no hubiera matado una mosca en su vida y le dijo:
―Deme,
deme.
―¡Pero,
bueno, serás desvergonzada! ¿Cómo que te dé?
―No,
no, Deme, Deme: la de Comillaz.
Remesita,
la pobre, tiene que venir cada día desde Comillas, que es un sitio que está
muy, muy lejos. Pero ella dice que le gusta más nuestro parvulario, así que
viene aquí. Le dijo a la señorita que había sido una broma y que porfa, que no
la castigara. Y a Anita, le dijo que era una chivata. Anita puso morritos de
pena y suplicó:
―Ceñodita
Adantxa, va, no la caztigue. Ha cido una boma.
La señorita
no la castigó, pero le dijo que no lo volviera a hacer. Jesusito protestó:
―Sí,
claro, aquí sólo nos castigan a mí y a Pedrito. No es justo.
Porque
yo también me las tuve que cargar, sólo porque Isabelita y Remesita me vieron
darle un beso a una niña pelirroja que estaba en otro grupo, de otro
parvulario, y se chivaron, y acabé como Jesusito: de cara a un árbol. ¡Jo, si
es como la señorita Rottenmeyer; no te deja pasar ni una…! Pero yo también me
daba la vuelta cuando no me veía, ¡hala!
A
mí todos me llaman Pedrito; menos Anita, que me llama Luis. La señorita le
preguntó que por qué me llama Luis y no como todo el mundo, y Anita le dijo:
―Podque
ci le llamo Pedito, igual ce enfada y
me tida de loz peloz.
Linesita
y Rafalito pasaban de todo esto; ellos, a su bola. Ahora Linesita le estaba explicando
que iba a componer un poema que iba a ser una pasada: cada verso tendría tantas
letras como la raíz cuadrada de todas las palabras de los demás versos de la
estrofa.
―Toma,
toma y toma. A que tú no lo haces, a que tú no lo haces… ¡Yupi, yupi…!
Rafalito se picó y, en un santiamén,
nos enseñó una que acababa de escribir (bueno, eso de que la escribió es para
entendernos, porque ya he dicho que todos sabemos que es la máquina). Y decía
así:
“Pobre Linesita mía,
que vas a acabar sonada
como sigas, en poesía,
tirando de
raíz cuadrada.”
Linesita
se enfadó mucho y empezó a lloriquear otra vez:
―Señorita
Arantxa, señorita Arantxa: Rafalito me ha dicho que acabaré sonada. Lo va a
castigar, ¿no?
La
señorita volvió a poner los ojos en blanco y la oí que decía otra vez que le
gustaría que viniera aquel profesor que tiene el nombre tan raro.
A
la hora del bocadillo, la señorita nos sentó a todos en el suelo, en círculo, y
nos dijo que, mientras comíamos, contáramos qué nos gustaría ser cuando
fuéramos mayores. Enseguida, Remesita, que es muy decidida, levantó la mano:
―A
mí me gustaría ser guardia civil. Y tendría una pistola muy grande, y cuando un
niño (bueno, un hombre) me dijera que soy más tonta que él, le pegaría un tiro
y lo mataría, ¡hala!
Nos
quedamos todos un poco asustados, ¡qué bestia! La señorita la miró con cara un
poco preocupada, pero no le dijo nada ―yo creo que estaba muerta de miedo.
Lalita
levantó la mano:
―Pues
a mí me gustaría ser misionera. Me iría a África y les daría de comer a los
negritos y les contaría cuentos.
―¿Y
también les limpiarías las cacas? ―se rió Jesusito; claro, como es tan malo…
―¡Jesusito:
otra grosería y te vuelvo a poner de cara al árbol ―le advirtió la señorita.
―Pues
yo quiero ser como la reina, para que me lo hagan todo y yo me pueda pasar el
día haciendo lo que me dé la gana ―dijo Isabelita, que es muy lista.
―Pued
yo, pued yo… yo quiedo sed… bombeda ―dijo Anita, para sorpresa general―, y así,
cuando hubieda un incendio, a la gente buena la sacadía, y a la gente mala la
dejadía dento ¡pada que se quemadan!
―¡Ay,
qué cruz! ―dijo la señorita― ¿Por qué no pediría yo una plaza de bibliotecaria?
Rafalito y Linesita no dijeron nada,
porque estaban muy atareados contando con los dedos y no estaban para estas
chorradas. Y a Jesusito y a mí, la señorita Arantxa no nos dejó abrir la boca,
porque no se fiaba de lo que fuéramos a decir.
Pues eso: que lo pasamos chuchi piruli.
La seño estaba muy seria y dijo que tardaríamos en hacer otra excursión, aunque
no sé por qué, la verdad; ¿qué mosca le habrá picado? Bueno, me da igual: dicen
que todas las niñas, cuando se hacen mayores, se vuelven raras. Seguro que se
le pasa y nos lleva otra vez, ¡yupiii…!
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Este
cuento, donde nada (bueno, casi nada) es real está dedicado a los amigos más
perseverantes del Taller de Escritura, quienes siempre están ahí, al pie del
cañón. Por orden alfabético:
Ana
Pérez Urquiza, “Anita”, a la que ya le salieron todos los dientes y ya sabe
decir “romero”, e incluso recita como nadie aquello de “El perro de San Roque
no tiene rabo, porque Ramón Ramírez se lo ha robado”.
Ángeles
Sánchez Gandarillas, “Linesita”, primera poetisa española incluida en la
prestigiosa Antología marciana de poetas
de la galaxia.
Isabel
Bascarán Barachana, “Isabelita”, que ya sabe distinguir una margarita de un
crisantemo, y que debe de haber aprendido un truco nuevo, porque, en vez de
decir “me quiere, no me quiere”, ahora va diciendo “he loves me, he loves me
not”.
Jesús
González González, “Jesusito”, que ahora la señorita ya no se atreve a
castigarlo de cara a la pared, porque siempre va con un bastón, ¡y como es tan
malo...!
María
Eulalia Delgado González, “Lalita”, que tiene mucha imaginación, porque ¡anda
que la que le contó a Isabelita de las margaritas y los crisantemos! ¡Y la otra
va y se lo cree! Bah, cosas de niñas…
Rafael
Sánchez Ortega, “Rafalito”, que sigue sin querer enseñarnos su máquina secreta de
hacer poemas y que no pasa un día sin que le dé a la manivela.
Remedios
Llano Pinna, “Remesita” ―o “Deme”, para alguna―, que debe de estar payá para venir desde tan lejos para
estar con esta pandilla, pero que ojalá se quede en nuestro parvulario y venga
a la próxima excursión.
Y
por supuesto, a:
Arantxa Garrido Lecue, “Señorita
Arantxa”, aunque fue muy injusta conmigo castigándome por darle un beso a la niña
pelirroja, porque, para castigo, el que me esperaba luego con ella.
José-Pedro Cladera Fontenla ©
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