Golondrina Love Story
(Como se decía en las películas españolas antiguas, esta
historia y sus personajes son pura ficción. Cualquier parecido con la realidad
es mera coincidencia. Bueno, o casi…)
Tenía agujetas en las alas de tanto
volar dando vueltas y vueltas sin conseguir encontrar a las demás. Se había
perdido cuando su bandada volaba en busca de tierras más calentitas y apareció,
solo, exhausto y desvalido, en aquel pueblecito costero. Con un último
esfuerzo, hizo un vuelo de reconocimiento, hasta que vio un grupo de hembras de
su misma especie que estaban charlando animadamente subidas a un árbol.
Exhibiendo un majestuoso planeo ―era muy coqueto y, por más cansado que se
sintiera, no estaba de más presumir un poco ante aquellas golondrinas de tan
buen ver―, aterrizó suavemente junto a ellas.
―Pio, pio; pio, pio… Me he perdido y
voy a tener que quedarme un poco aquí. ¿Puedo pasar unos días en este pueblo con
vosotras?
Hubo algunas consultas entre ellas en voz baja.
Mientras deliberaban y lo miraban de soslayo emitiendo risitas, él no podía
apartar la vista de una golondrinita con un pecho inmaculadamente blanco y un
lomo de un azul brillante cegador que reflejaba los rayos del sol. De hecho, le
pareció que ella también le miraba con unos ojillos que le hacían pensar que no
era insensible a sus encantos de macho volador. Pio, piooo…
―Vale, hemos decidido que puedes
quedarte. Si no te importa estar entre tantas hembras, tú verás ―y vio cómo
todas se reían mucho.
―Si a vosotras no os importa que sea
un golondrino…
―Un golondrino, ha dicho el jodío
―intervino una de las hembras que tenía el pico un poco más largo que las
demás―, ¡qué gracioso! Aquí no os llamamos así, hombre (perdón; digo: pájaro).
Un golondrino es lo que nos sale a veces debajo del ala y pasamos las de Caín.
Tú eres una golondrina, como nosotras.
―¿Que soy como vosotras? ¡Pero qué
dices! Que yo soy muy macho, ¿eh? Si vosotras sois golondrinas, yo seré otra
cosa, ¡digo yo! Entonces, si no somos golondrinos, ¿cómo nos llamáis, eh,
listillas?
―Pues golondrinas macho, como está
mandado ―se rió de él la del pico largo, que por eso era la que más le daba al
pico.
―¡Ah, vale! Pues entonces, en este
pueblo tendréis enfermeras macho, cocineras macho, camareras macho… ¡Qué raras
sois!
Se rieron mucho a costa de él, todas
menos la golondrinita que le hacía tilín, que parpadeaba mucho cuando le miraba
y le hacía morritos (digo: piquitos). Otra, que cantaba a la legua que tenía
aires de superioridad y llevaba el plumaje cardado de peluquería y se hacía la
patacura ―o sea, que llevaba las uñas de las patas que daba gloria verlas―, tomó
la palabra:
―Nos parece que lo que te pasa a ti
es que te falta culturizarte un poco, que tienes el vocabulario un poco distraído.
Hemos decidido que mañana te vamos a llevar a nuestro Dalealpico Golondrinas’ Club y así a lo mejor espabilas un poco.
―¿Y eso qué es? ―preguntó el pobre,
temiéndose haber caído en las redes de un grupo radical de golondrinofeminismo.
Le explicaron que se reunían
periódicamente para debatir sobre temas de lo más interesante y que así aprendían
un montón; y que a él le vendría muy bien, porque saltaba a la vista que era un
poco obtuso y necesitaba una mano de pintura intelectual. Así que quedaron para
el día siguiente.
Pasó
la noche solo, pensando en aquella golondrinita de la que no había podido
apartar los ojos. ¡Oh, qué formas tenía…! ¡Y la cola…! ¡Madre mía, qué colita
tenía la pájara! ¡Y cómo entornaba los ojos…! Ya se imaginaba volando con ella,
rozándole el ala, picoteándola en el pescuezo, y susurrándole en el oído: pióoo,
pióoo…
Dicho y hecho: al día siguiente, tal
como habían acordado, le llevaron al Dalealpico
Golondrinas’ Club, donde un nutrido grupo de ellas estaban reunidas
alrededor de la copa de un árbol. Flotaba en el ambiente un clima intelectual,
sosegado y de un orden poco común entre las golondrinas:
―Pues a mí me ha gustado ―decía una
que tenía un pico muy estridente.
―Pues a mí, no ―decía otra, con
gesto despectivo.
―Pues está muy bien escrito
―apostillaba otra más, semicerrando los ojos.
―¿Bien escrito, dices? ¡No tienes ni
idea! ―dijo amablemente la del pico largo.
―La que no tienes ni idea eres tú,
que no sabes mover un ala sin cagarla ―le respondió, muy alterada, la del
plumaje de peluquería, que tenía un pico de lo más soez.
―Pues anda que tú…
―Oye, y tu polluelo, ¿cómo está? ―iban
otras a su bola―, ¿se le ha curado ya el resfriado?
―Aún no, pobrecito. Ha estornudado
toda la noche.
―Huy, qué horror.
―Pues a mí, el final me ha
decepcionado ―acotó una que se había hecho en las alas una permanente de lo más
pasado de moda.
―¿Pero qué dices? Si el final es lo
mejor. Lo que pasa es que no lo has pillado.
―Ah, yo no lo he pillado pero tú sí,
¿no, sabionda?
―¿Vas a ir al carnaval? ―preguntaba
una que llevaba el plumaje a lo chico (digo: a lo golondrino; digo: a lo
golondrina macho)―. Yo me voy a disfrazar de paloma.
―Ay, pues mira: yo, de gaviota.
―¡Copiona!
―¿No sabes? ―comentaba en otro corrillo
una que tenía fama de quejarse por todo―, la pelandusca de la tienda me ha
timado en el cambio.
―Callaos ya, ¿no?, que ahora estaba
hablando yo ―gritó una desde el lado opuesto.
―¡Orden de una puñetera vez! Hablad
de una en una, que si no, no se entiende nada ―terció la del pico largo, a la
que le gustaba mucho mandar―. A ver, tú, ¿a ti qué te ha parecido?
―Pues yo no lo he leído ―dijo la
golondrinita sexy, un poco avergonzada.
―Huy, qué plumas más brillantes
llevas hoy ―hablaban en otro aparte dos de lo más presumidas―, ¿qué crema te
pones?
―Sí, te lo voy a decir a ti, para
que me la copies…
―Esas que quieren que nos entendamos
con los gorriones son unas desgraciadas ―se quejaba una plomogolondrina que siempre
derivaba los temas hacia la política―. Como salgan elegidas, nos llevarán a la
ruina.
―Tú lo que pasa es que estás
anticuada. Integración, chica (digo: pájara), integración. Es lo que mola
―replicó una que estaba afiliada a un partido que se llamaba Volemos.
―Como me vuelvas a llamar anticuada,
te meto el pico en un ojo.
―¿El pico en el ojo? Atrévete,
¡lechuza, más que lechuza!
―Y tú: ¡gorriona, más que gorriona!
―¿Y qué te han cobrado en la pelu
por ese peinado tan chulo?
―¡Orden, cagonlamar!
Y así iban pasando el rato y, por lo
que parece, aprendían mucho. Era un grupo de golondrinas de lo más bien avenido.
Cuando se calmaron un poco, la que llevaba el pico cantante (es decir: más
cantante que las otras, que ya es decir), le preguntó:
―Bueno, ¿qué te ha parecido?
―Ah, pues muy interesante ―respondió
él, sin saber a dónde mirar―. Pero, ¿y vuestros golondrinos… perdón, quiero decir
vuestros golondrinas macho, dónde están?
―Ah, esos no vienen casi nunca. Yo
creo que nos tienen un poco de miedo. ―Jajajajaja ―corearon todas, y hacían
gestos de ¡toma ya, toma ya!
―De
todas formas ―dijo una que, por su forma de piar, se notaba que iba de sobrada―, nos da igual. Mientras tengan el
gusano a punto…
El pobre golondrina macho ―que era
muy vergonzoso― agitó las alas, horrorizado ante semejante libertinaje y tamaña
ordinariez, y se sonrojó ostensiblemente.
―Pero, ¿qué te pasa? ¿Por qué te
sonrojas?
―No, por nada. Bueno, sí, por lo del
gusano. Me ha cogido un poco desprevenido. Es que no sabía que las golondrinas
de aquí estuvieseis tan desinhibidas.
―¡Pero qué dices! ¡Qué desinhibidas
ni qué niño (digo: pájaro) muerto! ¿Pero qué clase de golondrina eres tú? ¿Es
que en tu casa no coméis gusanos como los demás? Pues eso: vosotros, a
trabajar, y a volver a casa con un gusano colgando del pico para que nosotras
nos lo comamos. ¿Qué te habías pensado? ―y todas lo miraron mal, como si fuera
un pervertido, y volvieron a reírse de él.
Cuando finalmente acabaron la
reunión, él estaba un poco aturdido, así que, en cuanto echó a volar, se
despistó y se dio un topetazo contra otro árbol. Cayó al suelo agitando las
alas como un poseso y quedó allí, quejumbroso y dolorido. Cuando se dio cuenta,
la golondrina que le movía el palmito estaba junto a él y le acariciaba las
magulladuras.
―Pobrecito, ¿te duele? ―le preguntó,
casi susurrándole al oído.
―Huy, mucho, mucho. Sigue, sigue… ¡Ay,
qué dolor, qué dolor! ―le decía él, aunque la verdad es que no le dolía mucho,
pero la ocasión la pintan calva. En una de esas, sus miradas se cruzaron y sus
picos estaban muy juntitos, muy juntitos… Piooó, piooó…
La noche cayó sobre el pequeño
pueblo costero y se hizo el silencio. No había un alma por las calles ni por
los cielos. Únicamente, destacándose sus siluetas sobre el dorado disco de la
luna llena, dos golondrinas volaban muy juntas, muy juntas, rozándose las alas,
y se perdían hacia el horizonte. Piiío, piiío…
José-Pedro
Cladera ©
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