LA
VISITA
Llegaron
exhaustos. Hubo que ir a recogerlos a Miranda de Ebro; aunque apenas quedaba un
cuarto de hora en tren. Los múltiples
trasbordos, el acarreo de las valijas, el constante traqueteo los agotó.
Era
el mes de agosto cuando Alice y Kenneth llegaron desde Escocia. Como buenos
británicos, venían dispuestos a henchirse de cultura y, haciendo oídos sordos a
nuestros consejos, salimos a que el ardiente sol nos abrasase. Caminaríamos una
media hora entre soplidos. Al llegar al parque de Arriaga, compraron tres
helados y se sentaron a la sombra de un árbol. Yo me senté en el banco contiguo
—para evitar el calor corporal— dando sorbos al agua. Tres especímenes se
sentaron a mi lado y cambiaron sus risas insustanciales por otras de peor
gusto: Alice volvía con otros tres helados y la emprendieron con ella: que si
el casquete de un guerrero, que si la sotana de un cura —mostraba, a las claras,
la falta de pecho y jejejé-jajajá—. Luego, fue el turno de Kenneth por los
cucuruchos, y la descripción de los borreguillos: que aquellas medias de
algodón que le llegaban hasta las rodillas eran propias de los esquimales, que las bermudas, la camisa y el gorro
hawaianos lo harían ganador del safari de Botsuana —uno, por lo menos, era
asiduo a los documentales—. Al tercero lo apodaron el guirispanish.
Y aplaudían su habilidad léxica. Apenas me quedaba agua y, con tanto sudor,
pensaba que me deshidrataba. Por fin, se levantaron mis amigos y el guirispanish,
mi marido. Y como, poco a poco, iban perdiendo su escenario, los morralleros se levantaron dando
traspiés, desentonando el ”Celedón-Celedón”, portando el resto del kalimotxo.
Echamos
un vistazo a la Virgen de la ermita y nos encaminamos hacia casa. Sol intenso y
humedad asfixiante. A los diez minutos, nos sentamos bajo una sombrilla ante el
bar Goliath. La primera cerveza nos apremió a los toilettes; la segunda y tercera nos refrescaron algo. Ninguna
risotada, ni una leve voz…
Alice
y Kenneth, agotados, se retiraron. Comentaron que no podían soportar otro día
como aquel; que lo sentían mucho.
Yo
preparé una tortilla de patatas con una tabla de quesos. Cuando el matrimonio
se hubo levantado, se duchó y se sentó a saborear sus manjares predilectos. Parece
que superaron su primer contratiempo y se encontraban mejor, por lo que se dispusieron a salir a la calle
como los vitorianos. Malcolm, más solícito que yo, salió con ellos. Alice se
compró un abanico —Kenneth, una riñonera de cuero— en los stands de la feria.
No podía faltar el paseo por la calle Dato, con los paseantes vestidos de Blusa
y el resto, endomingado. Atraídos por el delicioso despertador de pituitarias y
exclusivo café de Casa Blanca, esperaron su turno en la terraza mientras
saboreaban los helados italianos. La calle Dato era, además, una verbena en el paraíso.
A
las diez de la mañana, descansados, subimos hasta la misma catedral de Santa
María con camisas y vestidos floreados, aunque sin olvidar los paipáis y los
gorros. La guía nos fue mostrando los últimos hallazgos que se llevaban a cabo
en los cimientos —¡era el desarrollo de la historia a sus pies!— y, desde el
triforio, nos congraciamos con los artistas que habían construido aquella obra
de arte. Aunque habíamos disfrutado de la sombra, ellos se encontraban
cansados, mas accedieron a no romper la
exquisitez en nuestras retinas con el uso de las ordinarias escaleras
automáticas. Bajamos por el Casco Antiguo, con sus casas típicas en [estructura
de] alforjas, con colorido irisado. Su
fatiga se desvaneció tras unos pinchos de tortilla y unas cervecitas. Ya en
casa, con la paella de verduras acompañada de abundante tinto de La Rioja,
hasta les vi sonreír.
Se
olvidaron, durante unos días, de sus maletas. Empezaron a levantarse temprano y,
sin ningún ayudante, fueron capaces de visitar el Guggenheim y la bodega
Ardanza, en la Rioja Alavesa.
Se
marcharon descansados, agradecidos… No les comentamos el asfalto inmisericorde
que encontrarían en Zaragoza.
San Vicente de la Barquera, a 8
de Junio de 2017
1 comentario:
Isabel, me ha gustado. Como siempre, detallista y bien escrito.
¡Cuánto y qué bien!
Abrazo a manos llenas.
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