RAREZAS
(Ensayo intrascendente incorporando todas las palabras
aportadas en el curso pasado por los componentes del Taller de Escritura al
capítulo de “Raro, raro, raro…”)
Hallábame yo despernado
y atrafagado, mas no por causa
grave, cual pudiera haber sido sufrir por un esparaván o un malicioso icor,
sino que de un mero alifafe se
trataba, que me había abuhado y
sumido en la molicie, y sin motivo justo jipiaba
cual zolocho y cual estulto burdégano me daba a la holgazanería.
En esas estaba, como buscando, en el zaquizamí de mi sesera, abacería donde comprar alguna cochura que poder fletcherizar todo el día si necesario fuera hasta conseguir cerner mi exangüe pereza, repuchar
la estival molicie y oldear de nuevo,
con renovada alharaca, la amodorrada
pasión por la pluma, cuando, cual venturosa serendipia, abriéndose paso bajo el gálibo de mi discernimiento, blandiendo el confalón de la recuperada cordura, volviéronme las inspiradoras
imágenes de vestales aderezadas con hermosos baduleques y delicados dedines,
que tuvieron en mí el efecto de oportuna bolina
y, cual osado pez que abandona la manjúa,
descolgueme del garabato que me atenazaba,
perezoso y como indigente ataviado con mugriento alabanzado, y me vi, de nuevo, empujado mar adentro por el ábrego, en ansiada búsqueda de ignotos
horizontes, trefilando sueños e
imposibles quimeras, anhelando un quiñón
de sinrazones, prosopopeyas
escondidas entre renglones improvisados, de nuevo barbián entre solícitas huríes, zaboyando ideas imposibles, misofónico
hacia cualquier pendencia o estasiología,
amante de sonoros parónimos y, por
fin, desperezado para pasar, incólume e inmisericorde, mi aljofifa gramatical en un nuevo curso del taller de escritura.
¡Se ha acabado el verano!
José-Pedro Cladera ©
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