El
despertador sonó a las ocho, como siempre; pero hoy su marido, antes de ir a la
oficina, la dejaría en la clínica, que quedaba bastante cerca. Tenía hora a las
diez. Comenzó a beber el agua que le habían dicho, para hacerle una ecografía,
y ya estaba de siete meses.
Cuando
estuvieron montados en el coche, Claudia se dio cuenta de que se había dejado
el papel en el mueble de la entrada.
–Me
he dejado el papel. Porfa, ¿me lo puedes traer?
–¡Sí,
cómo no! ¡Qué! ¿Aprieta?
–Ufff…
Ya tengo casi ganas de orinar.
–¡Pues
no te queda nada! Espero que tengas suerte y te cojan a la hora.
–¿Llevas
más agua para tomar por el camino?
–¡Nooo…!
¿Más todavía?
Se
encaminaron a la ciudad, y a Claudia se le hacía eterno, cola y más cola, los
atascos de la hora punta. Por fin, llegaron a la puerta de la clínica.
–¡Sal
deprisa, que aquí no se puede aparcar!
–¡Ya
voy!
–Cuando
acabes, te coges un taxi y te acercas a la oficina.
–No
creo que me haga falta. Saldré temprano y me podré ir dando un paseo.
–¡Vale
cariño, hasta luego!
En
Información, le dijeron dónde estaba la sala de espera. Al entrar, vio bastante
gente, más de la que se pensaba encontrar. Cuando salió la enfermera, se
levantó para darle el papel, y le dijo:
–¡Tengo
hora a las diez!
–¡Ya
la llamaremos, no se preocupe! –fue su respuesta.
La
gente pasaba y pasaba. Claudia se sentía cada vez más incómoda, pero aguantaba…
Las once, y seguía allí sentada. Las doce… ¡Ya no podía más! No se podía mover
so pena de hacer allí mismo un charco. De pronto se dio cuenta de que llamaban
a una señora que, por su atuendo original, se había fijado que había llegado
mucho más tarde que ella.
Se
levantó, con las piernas cerradas, y, a pasitos cortos, logró llegar donde
estaba la enfermera, cuando esta salió.
–Perdone.
Llevo aquí más de dos horas y no me llaman, y ahora veo que entra una señora
que ha venido mucho más tarde. Yo tenía hora a las diez.
–¿Pero
cómo se llama usted?
–¡Claudia
Arribas!
–¡Venga
conmigo! Entraron y miró los papeles.
–¡Pero
si no la tengo!¡Dios mío!
–¡Vamos
a ver dónde lo he podido dejar!
Peregrinaron
por varios lugares y entraron en un despacho.
–¡Nada,
no veo nada!
Apartó
un libro de sitio y ¡ALLÍ ESTABA!
–¡Por
Dios, perdone! Llevamos un día de locos, vamos ahora mismo a hacerle la
ecografía.
Claudia
ya no podía, literalmente, caminar. Un suplicio subirse a la camilla.
–¡Todo
va perfectamente! Ahora se ve muy claro el sexo. ¿Ya le han dicho lo que es?
¿Quiere saberlo?
–¡No,
quiero sorpresa!
Solo
quería levantarse de aquella camilla y poder ir al baño. Cuando salió y pudo
respirar a gusto, el aire de la ciudad hasta le pareció puro.
Entre
coches y comercios, iba paseándose y disfrutando de la mañana primaveral. De
repente, sintió en su vientre una patada colosal.
–No
me hace falta que me lo digan, brutito mío…
Mª
Eulalia Delgado González©
Marzo
2020
1 comentario:
Me gustó mucho este relato. Simple sencillo pero que te permite imaginar claramente la situación y sensación
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