miércoles, 31 de marzo de 2021

DULCE LOCURA

 


Me encontraba dando vueltas por la misma calle durante más de media hora. ¡En buen momento había decidido salir del hotel! Pero claro, llevaba metido tres días sin pasar de la puerta de entrada, solamente trabajo, trabajo y más trabajo. Como consecuencia: perdido en Berlín, muerto de frio y con un hambre atroz. Pero todo no estaba perdido, porque, al cruzar la esquina, encontré un pequeño restaurante, decorado de una manera muy elegante, con los camareros con chaqueta, pajarita, arañas enormes iluminando el comedor. Al llegar, pedí una mesa para uno. Me costó unos cinco minutos entenderme con el encargado del restaurante, porque yo no hablaba my bien alemán; pero él, mucho menos de inglés y español: ole, toros, san Fermín y para de contar. Pero un mensajero, que debía de llevar los encargos a las casas, sí sabía. Y así entré en su maravilloso comedor. Era como meterme en el castillo en medio de un baile.

Noté que me miraban, esa sensación que no sabes por qué pero tú notas. Me senté a una pequeña mesa, con una vela como única compañía. El camarero me entregó la carta y, parapetada detrás de ella, hice un barrido por toda la estancia en busca de quién producía aquella sensación, y lo encontré, pero… ¡Ella, no puede ser! Pero cuando nuestras miradas se encontraron, me guiñó un ojo de una manera tan sexy, y yo simplemente me quedé en blanco. Cuando mis neuronas volvieron a funcionar y le iba a devolver el coqueteo, un alemán de casi dos metros, más rubio que el maíz, venía a tomarme el pedido, pero yo estaba a otra cosa: una obra de arte, creada por los grades escultores, me estaba sonriendo y mirando de manera muy, muy dulce. Pedí los dos primeros platos de la carta –me daba igual, ya no tenía hambre, o no de la misma manera que al salir del hotel–. Quería preguntarle al camarero que si la conocía o invitarla a una copa, pero… si tardé cinco minutos para una mesa, para esta aventura necesitaba más de media vida, y no estaba dispuesto.

Cuando el camarero se alejó, decidí que era ahora o nunca, porque esa mirada me había atrapado. Así que cogí todo mi valor y me dirigí hacia ella. Al llegar a la mesa de postres, cogí la tarta de red velvet y dije: como me vuelvas a mirar otra vez así, te como de un bocado. Y así me dejé seducir.

 

Jezabel Luguera ©

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