Ya tenemos
mascota, un cachorrito de tres meses, de raza Pichón Maltés, es adorable. Mi
hermano se salió con la suya después de imaginar a su perro invisible, también
papá tenía ganas de tenerlo y yo, mamá, algo más reacia, pero cedió al fin, no
sin pautas a seguir como ¿quién le bañaría, llevaría al veterinario, pasearía,
etc.?
Tras una
reunión familiar, papá, indagó por Internet, razas de perros. Al ocupa le
gustaban todas, desde un Mastín a un Chiguágua, le daba lo mismo, él quería un
perro. Mamá una perrita, decía que eran más dulces y fieles con los dueños.
Hecha la criba, mi padre contactó, con un criador de bichones en Huesca, nos
envió fotos de la camada, eran pequeños peluches blancos; dos dormían, otros
jugaban. Después de decidirnos por una perrita y dar los datos bancarios
correspondientes, el señor, nos dijo que esa misma tarde salía desde Huesca
hasta nuestra casa mediante una conocida empresa de transportes y llegaría por
la mañana nuestra perrita.
Esa noche,
pensábamos qué nombre ponerle; mamá propuso Kira, papá Inka, yo Neska y okupa
Mía, “¡porque va a ser ¡mía!” No se hable más, pensé, y así fue, se llamaría
Mía, como lo eligió el cejijunto de mi hermano.
Mía, llegó. A
papá, el criador le dijo, que por supuesto, aparte del pedigrí en regla, el
microchip, le regalaba la jaula transportín y un trajecito de invierno, ya que
estábamos en Febrero. A las once de la mañana, llegó la furgoneta de reparto,
salimos entusiasmados a la puerta, okupa, aún en pijama, el primero. El señor,
entregó a papá la jaulita con una cosita dentro de ella, pequeña, que nos
miraba inocente, con ojitos y nariz negro azabache, resaltando en su blanco y
sedoso pelaje.
-¿Qué tal se
ha portado? -preguntó, papá.
-De los que he
repartido, la mejor.
Entramos
entusiasmados a casa, mamá, fue la primera en cogerla, Mía, temblando la
observaba, mamá se la acerco a su cara, y Mía le dio un cariñoso lametón en la
mejilla. Llevaba puesto un trajecito gris horrendo, muy ajustado, que mamá
quitó con sumo cuidado y observó, que era un calcetín, si un ¡calcetín! al que
le habían cortado la puntera y ¿eso era un traje de regalo?
A Mía, entre
todos la volvimos un poco loca, la manoseamos, besamos, ella movía su rabito
blanco y peludo alegre y agradecida, obsequiándonos con continuos lametones; le
pusimos el pienso, que también nos habían regalado y agua, comió, bebió y se
acurrucó hecha un ovillo en su estrenada cuna, estaba extenuada. Papá, nos dijo
que le respetásemos su sueño, ya que era un cachorro, era un bebé perro, nos
explicó que le habían arrancado de su madre, hermanos y ahora nosotros éramos
su nueva familia, teníamos que ser muy cariñosos con ella, respetar sus
horarios, darle juego y comenzar a adiestrarla. Okupa, asentía a todo, yo creo
que no se enteraba de nada, porque cuando curva su uniceja, es que está en otra
cosa, él, ¡viaja, levita!
Esa misma
tarde, llevamos a Mía, al veterinario, tenía que recibir sus vacunas. Luis, el
veterinario, comprobó que su chip era correcto, le realizó un chequeo general y
nos dijo que era una cachorrita sana y la cantidad de pienso que debía comer,
así como que las primeras noches, Mía lloraría, pero que no le prestásemos
atención, debería acostumbrarse al lugar destinado para ella, que en este caso,
era un pequeño aseo, al lado de la cocina.
Por la
noche, los gemidos de Mía, se oían desde el piso de arriba, se me encogía el
corazón, la casa estaba en silencio, nadie se levantó, yo sí, no pude más. Fui
a la habitación de mis padres, di un toque antes de entrar y tras la puerta, oí
un “adelante”, muy bajito. Los dos estaban sentados en la cama, apoyados en la
almohada.
-Mía,
está llorando, dije.
-Ya
la oímos, Cris, también a nosotros nos da pena, pero ya sabes lo que nos ha
recomendado el veterinario.
-Pero está sola, sin su mamá y hermanos.
-Regresa a tu cama, Cris, se acostumbrará.
Antes de hacerlo, fui a ver al okupa, para comprobar si estaba despierto
y preocupado como nosotros, pero ¡qué va, dormía plácidamente, a pierna suelta!
Pasaron los días, Mía se acostumbró a dormir sola, mi hermano, la
atosigaba, la cogía, la soltaba, le daba de comer de su bocata ¡lo compartían!
le echaba pienso constantemente, la estaba cebando como a un pavo en Navidad,
¿SE LA QUERRÁ COMER?
Un día a okupa, le pillamos “a cuatro patas”, comiendo el pienso de Mía
en su bebedero, no dábamos crédito ante tal espectáculo, los dos, frente a
frente, compartiendo viandas. Era tal la química entre ellos, que Guillermo, el
ocupa, mi hermano...dejó de hablar, si, como suena, le preguntabas algo y
respondía:
-Gruuug...
-Guillermo, ¿qué te pasa?
-Gruuug...
-¡Guillermo!
-Gruuug...
A todo, respondía lo mismo, le daba igual, fuese lo que
fuese...Gruuug...Deberíamos poner en la puerta, un cartel, diciendo:
“CUIDÁDO CON EL NIÑO”
Ana Pérez Urquiza ©
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