Los carteles que
más me gustaron fueron siempre aquellos que aparecían sobre un árbol, clavados
con un puñal afilado. Generalmente decían muy poco: “Se busca, vivo o muerto”,
Siempre solía estar vivo, porque de otro modo era más difícil dar con él, amén
de que se perdía la emoción de ver al bueno cabalgando tras el malo a una
velocidad que sólo el truco de una filmación
ralentizada puede ofrecer.
Oye,
éramos críos, y en el cine Mafepe que proyectaba las películas de indios más
viejas que puedas imaginar, unos animábamos con gritos y silbidos al bueno para
que espoleara con fuerza al caballo que siempre era blanco, mientras otros,
sólo por el hecho de llevar la contraria, daban trastazos con el asiento de la
butaca que era de pura madera sin tapizar, para que el malo pusiera pies en
polvorosa y desapareciera a toda velocidad, con lo que si lo conseguía, fíjate
tú que final de película más desastroso.
Pero
no me digas que no eran interesantes aquellos carteles: Siempre con los bordes
como roídos por los ratones, bastante
arrugados, pero estirados lo suficiente para que pudiera leerse lo que decían, y presentados
de una forma que, aunque no quisieras, estabas pendiente de ellos hasta el
final. Verás, es que la cámara cogía una toma general del paisaje con un árbol
gigante a la derecha. Seguramente eran secuoyas, pero como entonces yo no había
visto las que hay en el monte de Cabezón, camino de Comillas, no las conocía, y
no lo puedo asegurar. Bueno pues la cámara hacía un zun (zoom) lento, lento,
que atraía el árbol con lo que al principio parecía un papel de fumar pegado al
tronco, y cuando parecía que ese tronco te iba a dar en las narices, entonces veías
claramente que era un cartel, donde anunciaban que se buscaba a alguien.
Eso
fue otra cosa que nunca comprendí: Si le buscas, no lo publiques, coño, que el
buscado lo puede leer y esconderse mucho más. Pero claro, si no lo anunciaban,
y no ponían el cartel en el árbol,
tampoco tenía objeto hacer esa toma de cámara lenta, y la película
resultaría mucho más corta, y los que pagamos un peseta por verla desde el gallinero protestaríamos por lo mucho que
pagamos y lo poco que duró.
Hay
otros tipos de carteles, pero como te digo, a mí, particularmente, me gustaban
aquellos que salían en las películas de
indios.
Jesús
González ©
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