Hace cuarenta
años, era el establecimiento más popular y el más frecuentado del pueblo.
A punto de salir
de casa, con la respiración contenida y la lista de encargos en la cabeza, oía
la pregunta temida: “¿has cogido la
madeja de lana azul para que Carlota te dé otras dos iguales, y de la misma tintada… eh?”
Y como todos los
jueves –día de mercado- comenzaba el
rally. La furgoneta de Txomin hinchada de decenas de mujeres, bufaba como
los Ferrari, incluso dejaba sus huellas en las curvas, pero nunca se excedía de
los 60 kilómetros. Al llegar, intuyendo
el pelotón que se agolparía, detrás de la avanzadilla de cinco, la compra de los ovillos pasaba a último
término.
No había ticket de
turno, mas pronto se oía la voz liberada: “la
última soy yo”.
El primer vistazo
lo dirigía a las féminas que esperaban: unas quince, en un área de cuatro
metros cuadrados. Después los ojos se me
centraban en la dueña: Carlota. Era bajita, pero colosal como vendedora
y “chapeau” como persona. Tras el mostrador de roble tachonado de
cuentas, con la arista cercana marcada
de muescas: el metro, el medio metro, el centímetro…cortaba la tela mahón
mientras te ofrecía una sonrisa y se interesaba por la familia. Atendía Carlota a cinco clientas a la
vez: sacaba la caja de bobinas; la
cajilla de botones multicolores -desde el botón trotero, al festivo nacarado; y
el pijama que le pedía la japonesa: “ Carlota”, de color marrón, por favor; y sin perder la
sonrisa ante una treintena de ojos expectantes,
Carlota la atendía solícita; luego se ponía un guante e introducía la
mano derecha en una media de cristal transparente, con ella acariciaba la mejilla de la madre de
la novia que asentía con la cabeza ya que las lágrimas la enmudecían. Carlota era una registradora exacta, pero a
pesar de todo, anotaba la operación en el papel marrón con el que embalaba la
compra. Nadie salía de Carlota sin un
paquete. A veces incluía dos prendas
para que fueran probadas en casa, en cuyo caso, no cobraba ninguna de ellas.
Las cinco
siguientes avanzaban hasta el mostrador.
Si ella, ni con ayuda del gancho, llegaba a los circulitos de las cajas,
allí estaba Juan. Me llamaba la atención
lo altísimo que era y su corpulencia espectacular; a menudo lo veía de
perfil y con el pelo y la tez como el azabache; la barba asomaba según se
rasuraba …Menos mal que mi madre compraba la ropa interior en la tienda de
“Mercedes” –lejos de la cara inquisitiva de Juan. Ahora, pienso que, quizá, lo que le
impacientaba eran los minutos sin tabaco.
Tosía como una máquina de carbón y soltaba hilillos de dragón sobre el
pañuelo de batista . Entonces, recibía
una orden visual y se dirigía a la puerta. Los fantasmas vestidos, los
fantasmas batas se ponían a bailar y emanaban aromas de lavanda, de jabón, de
menta… Y allí, el gigante feliz fumaba
cigarro tras cigarro, y esperaba hasta
que sus dedos nicotinados se
entrelazaban con los níveos de su mujer.
Tras hora y
media de espera, buscaba Carlota las dos
madejas de lana azul y añadía dos de color naranja -bien había discernido ella la
diferencia. El problema se solucionaba
con la buena disposición de mi madre que soltaba lo tejido y me
confeccionaba una rebeca primorosa y original.
Sólo una vez,
tuve que devolver la chaqueta de punto que Carlota le había endosado a mi padre
el día de feria. Que el color hacía
juego con sus ojos y ¿cómo negarse al
parecido con Steve Maqueen? A mí me
convenció de que los colores azul y gris eran antediluvianos y, con la
cabeza baja, llegué a casa con una
chaqueta granate.
Carlota no tenía
hijos, pero hubiera sido una madre “chapeau”
El dentista
vivía sobre la farmacia. Aquel día me
arrancó un premolar picado y una muela sana. Cuando el aire me dio en la cara hizo
contraste con la anestesia, y a punto de vomitar, entré en Almacenes Carlota, Con su vista de lince y olfato de leona, me
sentó en una de la cajas mastodónticas
-que guardaba mercancías
extragrandes- me ofreció un vaso de agua mientras abría mi mano derecha
ovillada. Mareada tragué la droga y
bebí el agua. Un guiño de su querida
esposa fue suficiente para que Juan - con su corpulencia y su asma a cuestas- corriera en busca del rival de
Txomin …| el taxista
SAN VICENTE DE LA
BARQUERA, 2015-05-26
. ISABEL
BASCARAN ©
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