domingo, 24 de enero de 2016

EL LIBRO

EL LIBRO
Este cuento está dedicado a todos los que un día traspasaron la línea roja o algún día la traspasarán.
31 de julio de 1944. Base aérea de Bastia (Cerdeña), 8,45 de la mañana.  Mi P- 38 amigo, compañero de fatigas despegó.
Los de inteligencia querían saber los movimientos de las fuerzas alemanas en el valle del Ródano.
Mi misión era fotografiar una zona concreta de dicho valle. Para lo que ellos querían, llevaba el avión adecuado y el equipo necesario;  desprovisto de su armamento y munición volaba más rápido y más alto que los cazas alemanes.
En el copick una foto de Consuelo (mi mujer) junto a los mapas y demás papeles lo decoraban.
 El espacio es muy reducido, apenas podía moverme. Acompañado como si fuera mi sombra de los dolores de mis múltiples fracturas, recuerdo de mis accidentes.
Desde 30000 pies de altura se distinguía el Ródano como una serpiente verde, jalonado presumiblemente de alamedas boscosas, una carretera le acompañaba como si fuera una novia fiel.
Las 5 máquinas  no se olvidaron de fotografiarlo todo, aunque yo nada interesante veía.
Terminada mi misión. Ya de regreso, la ruta programada para volver suponía bordear Marsella por el oeste, alcanzar el mar y tomar un rumbo de 100 grados para llegar a Cerdeña.
Llegar y descansar, no en vano 43 años ya son muchos para hacer lo que estaba haciendo.
 Una vez sobrepasada la ciudad y ya sobre el mar, la aguja de presión de aceite del motor nº 2 de estribor empezó a fibrilar en principio lentamente luego de una manera decidida descendió hasta límites mínimos.
Se vería obligado a volar con un solo motor, muy bajo, y manteniendo una velocidad de crucero muy lenta.
 Era consciente de lo extraordinariamente vulnerable para cualquier caza alemán y solo armado con 5 cámaras de fotos.
A 3000 pies distinguía claramente las olas, peinadas de espuma blanca y de tamaño considerable.
 El piloto de un caza alemán, que volaba muy por encima de él, distinguió una pequeña mancha marrón, sobre el azul del mar, un p-38, despacio y bajo una oportunidad.
Mientras ensimismado con mis pensamientos, acompañado de mis dolores y con la mirada en el horizonte donde se funde el mar y el cielo, unas sacudidas agitaron el avión, miré hacia el ala izquierda, pequeños trozos de la superficie de vuelo saltaban  y de modo inmediato el motor izquierdo se tiño de rojo, se incendiaba y también los depósitos de combustible del ala.
Caía de modo incontrolable,  en círculos cada vez más cerrados y más rápido. En mis accidentes anteriores, nunca había perdido la esperanza; esta vez ya sabía que no me iba a salvar.
En los escasos segundos que me quedaban, mi vida pasó por delante, en especial Consuelo
“Recuerdo los ojos de mi esposa otra vez, nunca veré cualquier cosa más aparte de esos ojos” fue su último pensamiento.
Sin ser consciente del paso de la línea roja, una sensación de paz me invadió, los dolores desaparecieron, me noté libre y liberado, sin miedos. Empecé a ver sin ojos, a  oír sin oídos, a latir sin corazón.
Sobre el mar azul me vi flotando boca abajo,  lentamente me fui alejando de aquello que ya no era nada para mí, no sentía pena,  ni recuerdos ni añoranzas, solo un rayo de felicidad.
Segundos después mi cuerpo desapareció y una extraña luz  me invadió, no puedo describirla, pues no admite comparación a nada humano, la sensación de paz y felicidad me desbordó.
Entrecortado por la luz una figura vislumbré cada vez más claramente.
Una larga bufanda rodeaba su cuello, unos pelos despeinados amarillos adornaban su cabeza.
Claro pensé lo había dibujado yo, allí sonriente me esperaba, el que siempre hacía muchas preguntas esta vez no hizo ninguna, lo sabía todo.
Has venido de muy lejos me dijo, has perdido tu avión.
Me extendió su mano y me vi trasportado a un pequeño planeta, en medio de un  universo de estrellas, blanco y sin nombre los nombres y números los ponen los humanos.
Apenas cabían un par de  cosas, allí le esperaba el cordero su amigo, al cual ya no le hacía falta la hierba, ni la caja para resguardarse, eso eran cosas de la tierra.
En el centro del planeta estaba la rosa, su rosa, le esperaba con una sonrisa amable y cariñosa, no había más flores.
Bonita y perfecta, sin espinas, para qué,  además el cordero no se la comerá.
No necesita la campana de cristal para protegerse.
Allí permaneceré feliz hasta el fin de los tiempos, con mi amor y mi amigo rodeado de estrellas.
Ese mismo día un pescador encontró flotando en el mar un cuerpo, que rescató y fue enterrado sin identificar.


Miguel Castro ©

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