EL LIBRO
Este cuento está dedicado a todos los que un día traspasaron
la línea roja o algún día la traspasarán.
31 de julio de 1944. Base aérea de Bastia (Cerdeña), 8,45 de
la mañana. Mi P- 38 amigo, compañero de
fatigas despegó.
Los de inteligencia querían saber los movimientos de las
fuerzas alemanas en el valle del Ródano.
Mi misión era fotografiar una zona concreta de dicho valle.
Para lo que ellos querían, llevaba el avión adecuado y el equipo
necesario; desprovisto de su armamento y
munición volaba más rápido y más alto que los cazas alemanes.
En el copick una foto de Consuelo (mi mujer) junto a los
mapas y demás papeles lo decoraban.
El espacio es muy
reducido, apenas podía moverme. Acompañado como si fuera mi sombra de los
dolores de mis múltiples fracturas, recuerdo de mis accidentes.
Desde 30000 pies de altura se distinguía el Ródano como una
serpiente verde, jalonado presumiblemente de alamedas boscosas, una carretera
le acompañaba como si fuera una novia fiel.
Las 5 máquinas no se
olvidaron de fotografiarlo todo, aunque yo nada interesante veía.
Terminada mi misión. Ya de regreso, la ruta programada para
volver suponía bordear Marsella por el oeste, alcanzar el mar y tomar un rumbo
de 100 grados para llegar a Cerdeña.
Llegar y descansar, no en vano 43 años ya son muchos para
hacer lo que estaba haciendo.
Una vez sobrepasada la
ciudad y ya sobre el mar, la aguja de presión de aceite del motor nº 2 de
estribor empezó a fibrilar en principio lentamente luego de una manera decidida
descendió hasta límites mínimos.
Se vería obligado a volar con un solo motor, muy bajo, y
manteniendo una velocidad de crucero muy lenta.
Era consciente de lo
extraordinariamente vulnerable para cualquier caza alemán y solo armado con 5
cámaras de fotos.
A 3000 pies distinguía claramente las olas, peinadas de
espuma blanca y de tamaño considerable.
El piloto de un caza
alemán, que volaba muy por encima de él, distinguió una pequeña mancha marrón,
sobre el azul del mar, un p-38, despacio y bajo una oportunidad.
Mientras ensimismado con mis pensamientos, acompañado de mis
dolores y con la mirada en el horizonte donde se funde el mar y el cielo, unas
sacudidas agitaron el avión, miré hacia el ala izquierda, pequeños trozos de la
superficie de vuelo saltaban y de modo
inmediato el motor izquierdo se tiño de rojo, se incendiaba y también los depósitos
de combustible del ala.
Caía de modo incontrolable,
en círculos cada vez más cerrados y más rápido. En mis accidentes
anteriores, nunca había perdido la esperanza; esta vez ya sabía que no me iba a
salvar.
En los escasos segundos que me quedaban, mi vida pasó por
delante, en especial Consuelo
“Recuerdo los ojos de mi esposa otra vez, nunca veré
cualquier cosa más aparte de esos ojos” fue su último pensamiento.
Sin ser consciente del paso de la línea roja, una sensación
de paz me invadió, los dolores desaparecieron, me noté libre y liberado, sin
miedos. Empecé a ver sin ojos, a oír sin
oídos, a latir sin corazón.
Sobre el mar azul me vi flotando boca abajo, lentamente me fui alejando de aquello que ya
no era nada para mí, no sentía pena, ni
recuerdos ni añoranzas, solo un rayo de felicidad.
Segundos después mi cuerpo desapareció y una extraña luz me invadió, no puedo describirla, pues no
admite comparación a nada humano, la sensación de paz y felicidad me desbordó.
Entrecortado por la luz una figura vislumbré cada vez más
claramente.
Una larga bufanda rodeaba su cuello, unos pelos despeinados
amarillos adornaban su cabeza.
Claro pensé lo había dibujado yo, allí sonriente me esperaba,
el que siempre hacía muchas preguntas esta vez no hizo ninguna, lo sabía todo.
Has venido de muy lejos me dijo, has perdido tu avión.
Me extendió su mano y me vi trasportado a un pequeño planeta,
en medio de un universo de estrellas,
blanco y sin nombre los nombres y números los ponen los humanos.
Apenas cabían un par de
cosas, allí le esperaba el cordero su amigo, al cual ya no le hacía
falta la hierba, ni la caja para resguardarse, eso eran cosas de la tierra.
En el centro del planeta estaba la rosa, su rosa, le esperaba
con una sonrisa amable y cariñosa, no había más flores.
Bonita y perfecta, sin espinas, para qué, además el cordero no se la comerá.
No necesita la campana de cristal para protegerse.
Allí permaneceré feliz hasta el fin de los tiempos, con mi
amor y mi amigo rodeado de estrellas.
Ese mismo día un pescador encontró flotando en el mar un
cuerpo, que rescató y fue enterrado sin identificar.
Miguel Castro ©
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