sábado, 7 de mayo de 2016

OLVIDO

Olvidar 
El hombre y la mujer, altos, rubios, con los ojos azules y la piel blanca, muy blanca, que le habían estado haciendo preguntas sin que consiguiera entender nada de lo que le decían, hicieron un gesto para que se aproximara una mujer joven, morena, a la que no había visto hasta ese momento. Él siguió con la mirada inexpresiva, resignada, esperando más preguntas en esa lengua desconocida, otra más. La mujer morena le miró unos instantes, le sonrió y le saludó en su idioma. La miró sorprendido. El hombre y la mujer rubios suspiraron aliviados.

Yusuf estaba sentado en una silla, con las manos descansando sobre sus piernas y los ojos clavados en el suelo, mirando sólo de soslayo a sus interlocutores como un animal acorralado. Estaba en los huesos, aunque en los últimos dos días, desde que llegó, le habían alimentado bien, había podido ducharse cada día, le habían afeitado la cabeza para deshacerse del enjambre de piojos que llevaba encima y le habían proporcionado ropa limpia.

No había sido fácil encontrar a alguien que hablara su extraño idioma, pero ahora, al fin, podían comunicarse con él. No era fácil hacerlo, a pesar de todo. Yusuf entendía ahora las preguntas, pero parecía no procesar lo que le decían sino muy lentamente, y sólo después de largas pausas parecía escapar de sus demonios y contestaba con frases muy cortas, la mayoría de las veces con simples monosílabos. Con paciencia, fueron reconstruyendo su peripecia.

Llevaba meses deambulando desde que la embarcación que le llevaba naufragó cerca de la costa y consiguió sobrevivir nadando hasta alcanzar tierra firme. No volvió a ver a nadie de los que iban con él en la embarcación. Anduvo sin rumbo durante días, temiendo que le encontraran y le devolvieran a su país, hasta que, agotado y hambriento, se unió a una columna de seres humanos de diversas procedencias que, como él, buscaban un lugar a donde ir huyendo del horror.

Le cayeron lágrimas y sus labios se apretaron para contener el aleteo de dolor. La mujer rubia dijo algo y la morena le tradujo que estuviera tranquilo, que todo había pasado y que ahora tendría que esforzarse por olvidar.

¿Olvidar…? ¿Cómo podría olvidar aquel éxodo interminable, aquellos días y noches a la intemperie, aguantando la lluvia, el frío, el hambre, el agotamiento, la desesperación? ¿Cómo podría olvidar aquellas esperas angustiosas en las fronteras, buscando sin cesar un día y otro un resquicio por el que colarse en otro país que se mostrase dispuesto a dejar que se quedaran? ¿Cómo olvidar aquellas jaurías humanas que se daban golpes entre ellos por hacerse con un paquete de ayuda humanitaria, que se arrebataban lo poco que tenían? El barro, el cansancio, las llagas en los pies descalzos hasta que consiguió robar una botas… ¿Olvidar…?

Desplazándose principalmente a pie, aunque a veces en tren que algún país había habilitado para que lo cruzaran con mayor celeridad para dejarlos en otra frontera, alguna vez en una embarcación puesta a disposición de ellos con el mismo fin de que alcanzaran otro destino, Yusuf parecía llevar entre cuatro y seis meses deambulando a través de Europa y habría pasado por Turquía, Grecia, Serbia, Hungría, Austria, Alemania y Suecia, hasta llegar a Noruega. No podían precisarlo con exactitud, porque él no sabía dónde estaba la mayor parte de las veces, ni entendía qué idiomas hablaban, ni tenía a nadie a quien preguntar porque nadie le entendía a él. Se dejaba llevar a donde le condujera la marea humana, escapándose una y otra vez en cuanto intuía que había el más mínimo peligro de que le quisieran devolver y escondiéndose y andando sin rumbo de nuevo hasta dar con otra columna de gente errante a la que unirse.

La primera vez que pudo darse un baño, que le dieron comida y bebida normales y que tuvo una cama limpia donde dormir a resguardo, Yusuf lloró largamente antes de sumirse, agotado, en un sueño como no recordaba haber tenido desde hacía tantísimo tiempo. “Pasará”, le dijo el hombre rubio de piel blanca y ojos azules, “olvidarás”.

El día siguiente le llevaron a un centro donde había algunas personas más de su país, y Yusuf se encontró extraño entendiendo todo lo que hablaban entre ellos y lo que le decían y le preguntaban. Llevaba tanto tiempo sin poder apenas hablar con nadie que ahora le costaba un esfuerzo articular frases, pero se sentía aliviado de comprender lo que hablaban a su alrededor.

Durante varios días, el hombre y la mujer rubios los visitaban a todos y les hablaban a través de la intérprete y les decían que enseguida empezarían a recibir clases de noruego y poco a poco les irían integrando en la vida de su nuevo país. Yusuf pensó que seguramente debería sonreír agradecido, pero ya no se acordaba de sonreír. Mientras le decían aquellas cosas, él, ahora, sin la presión de tener que padecer por su propia subsistencia, veía insistentemente la imagen de la pequeña Fath desapareciendo bajo las aguas, con su mano aún asomando sobre las olas en un intento desesperado y vano de que alguien la asiera y la salvara de morir ahogada. Y la de su amigo Ishâq, que nadaba detrás de él y de repente, cuando se volvió, ya no estaba. Y la cabeza de Yusuf se hundía entre sus rodillas y todo su cuerpo se convulsionaba. Y entonces una mano amiga se le posaba en el hombro y le decía: “Yusuf, hay que olvidar”. Y él asentía con la cabeza, pero sabía que no podría.

A los dos meses, Yusuf chapurreaba algunas palabras de noruego y tenía algunas amistades de gente de su país que se hallaba en su misma situación. De vez en cuando, alguna broma le hacía ya sonreír. Iba limpio, había engordado y tenía un aspecto saludable, vestía ropa adecuada y no sentía frío. Aprendía rápido y todo presagiaba que su integración no presentaría problemas más allá de los que cabía esperar por los traumas vividos en los meses vagando por Europa medio muerto de hambre y frío. El futuro, finalmente, parecía ofrecérsele prometedor.

Y un día Yusuf se despertó como con una expresión nueva en la cara. Pensó en ese nuevo país y en toda esa gente que parecía no estar en contra de él, que parecían empeñados en ayudarle en lugar de quitárselo de encima, toda esa gente con la que algún día podría comunicarse y entre la que todo parecía indicar que podría vivir en paz. Se sintió, por primera vez, optimista.

Quizás tuvieran razón cuando le decían que había que olvidar. Miró, pensativo, un calendario que había en la pared y pensó que, por duro que fuera, olvidaría; que tenía mucho tiempo por delante para olvidar. A fin de cuentas, pensó Yusuf, dentro de dos días cumpliría ocho años.

José-Pedro Cladera ©


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