EL PEREGRINO
Hacía mucho
calor. El "camino" desde Cóbreces había sido duro, no largo pero
bastante duro.
Le habían
comentado que en estas tierras el clima era suave, muy agradable, y que a pesar
de que llovía mucho no era una lluvia muy molesta.
Salió del monasterio en torno a las 8,30 de
la mañana, viajaba solo, sus compañeros de "camino" aún quedaron en
las duchas o remoloneando en alegres charlas matinales, a él le gustaba caminar
en soledad, consigo mismo, ya en los albergues fraternizaba con todos,
escuchaba y aprendía, reía y compartía, pero el "camino" era solo
suyo. Nadie le advirtió de las cuestas en el Norte, en esta jornada en concreto
y bajo unos casi 30 grados húmedos e infernales; al pasar junto a una cuadra le
dijo un lugareño: "esto presagia tormenta, nada bueno trae". Él
continuó caminando, apretó los brazos, hundió la cabeza y procuró amoldar mejor
a su espalda el gran peso de la mochila.
Había dormido
mal, volvieron las pesadillas, los sudores, los terribles recuerdos del
accidente, despertó aterrado en un lugar cualquiera, (no importaba mucho),
rodeado de desconocidos que sin embargo lo saludaban con un " buenos
días" cariñoso y le ofrecían café, con los que la víspera había compartido
una frugal y fría cena, pero como estaban tan cansados y hambrientos resultó
deliciosa.
Pocos días
coincidía con los mismos compañeros de viaje, cada cual tenía su ritmo y el de
él era rápido, a grandes zancadas se comía los kilómetros, buscaba otras
gentes, otros lugares, otros paisajes, el fin de su "camino" era
Santiago de Compostela, como casi todos, pero a él poco le importaba el
destino, nunca llegaría al suyo, nunca dejaría atrás sus pesadillas, nunca
olvidaría el ruido del frenazo, de los cristales rotos disparados en todas direcciones,
y jamás olvidaría el miedo, la soledad, el dolor...y más miedo...
El cielo iba
cambiando, el rojo del amanecer se tornó naranja, luego amarillo y poco a poco
vio con extrañeza que avanzaba una suave penumbra. Escuchó ruidos lejanos secos
y potentes, el calor y la humedad aumentaron, y él recordó a quién le habló de
la bonanza del clima del Norte; llevaba recorrido casi la mitad del camino y
sabía lo que le esperaba, con parsimonia abrió el mochilón y sacó un gran
chubasquero, se lo colocó antes del tremendo chaparrón, los primeros goterones
cayeron cuando atravesaba un monte, arreció la lluvia y el viento, rayos y
truenos saludaban su caminar, se caló mejor la mochila, apretó los dientes y
avanzó casi en la oscuridad, un paso y otro y otro...
Cuando llegó al
siguiente albergue, él mismo y los compañeros que poco antes habían arribado
lucían empapados, aún faltaban unos minutos para la apertura, se acercaron
entre ellos y formaron una curiosa seta de colores.
Tras el
recibimiento, la ansiada ducha y por una vez el deleite de una comida caliente,
pudieron verse las caras, descansadas y frescas, él les propuso algo que solía hacer y que daba sentido a su caminar, ¿les
gustaría que les leyera algún poema? llevaba con él a modo de tesoro un libro
de poemas, muy usado, de un buen poeta de su país. Era su amigo. Vio la
respuesta en los expectantes rostros, algunos infantiles aún con el pelo pegado
a la cara, se sentó en el suelo junto a un banco de piedra y ajustándose unas
gafas de gruesos cristales y pasta negra, comenzó la lectura.
Al día siguiente
alguien, el responsable del albergue de peregrinos, visitó y supervisó el
local, ya no quedaba nadie, estaba todo bastante revuelto. A los pies de una cama,
en el suelo brillaba algo, eran unas gafas antiguas y feas, junto a una bolsa
de plástico que contenía una libreta pequeña y muy gastada, en la tapa se
leía: “Hans Holle Ponte, 8754ZN Makkum,
Holland”.
Cuando Hans
llegó al siguiente albergue le fueron entregadas las pertenencias olvidadas en
el anterior, a veces con buena voluntad las cosas funcionan.
¡BUEN CAMINO amigo
mío!
Remedios Llano ©
Comillas.
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