LAS GAFAS
Y de nuevo,
volvía a intentarlo. Y con una gamuza, suavemente, la frotaba.
Le
encantaba tocar el piano, y pasaba horas,
“erre que erre”, hasta que atinaba con las notas. Ante las teclas blancas y negras, apenas se
acordaba de la lámpara “mágica”. Pero
luego, sentado en el suelo, ante el puzzle del
Big Ben, sus ojos apenas discernían los colores y los dibujos. Se frotaba los ojos con ansiedad. Cogía la suave tela y con brío abrillantaba
la lámpara que le había regalado su
“grandma”. Con el paso de los años, fue
admitiendo a regañadientes, que le faltaba el don de Aladino. Y guardó la lámpara en un baúl misterioso.
Sus padres le llevaron a renombrados oftalmólogos y todos aseveraban que Elton
no sólo padecía una miopía severa, sino que sus córneas tenían una dureza
anómala: eran unas cataratas apenas formadas para la intervención.
Practicó
sin descanso y desde muy joven, creó unas piezas magistrales. Y le compraron las primeras gafas. Se sentía “como un niño con zapatos
nuevos” Y los puzzles los componía con
más celeridad. Era embriaguez… y
compuso obras excepcionales. Empezó a dar conciertos y comenzó su
colección de gafas, gafas de todos los
colores del arco iris y de todas las formas geométricas – como si Agatha Ruiz
de la Prada las hubiera inventado. Se
aferraba a la idea de que, algún día, aunque le costaran un Potosí, llegarían unas que romperían el diagnóstico
de los agoreros cirujanos. Por de pronto, las que mejor le iban eran unas gafas
de cristales algo ahumados, de moldura redondeada y rojizas cual el sol en su
crepúsculo.
Los años y
la inteligencia le llevaron a aceptar la opinión de los expertos: el problema solo se solucionaría con las
correspondientes intervenciones quirúrgicas.
Y sus obras tomaron un cariz country, un matiz gospel, un tono más
melancólico y lírico. Su espíritu ya no
era tan ingenuo, tan ruidoso, tan frenético del rock anterior. Fue enriqueciéndonos el alma con música más
compleja, más completa. El abanico abarcaba más corazones, según se iba
abriendo. Y se convirtió en un Divo
accesible y la misma reina le otorgó el título de Sir.
Sus conciertos
salieron de su país. Su música era
conocida por el mundo, y todos visualizaban al músico, compositor y cantautor por sus prendas
valiosas y ultramodernas y sus extravagantes gafas; es decir, un ídolo
excéntrico, pero virtuoso y afable.
En su viaje a
Brasil, reservó lujosos aposentos; uno de ellos lo designó para el baúl de sus
gafas. La excentricidad pasaba a la
música cuando sentado en el taburete se entregaba en cuerpo y alma a la melodía
y al público. Tocaba como los clásicos y
cantaba como los ángeles. Sin señal de cansancio, hacía las delicias de los
melómanos. Al acabar los bises, unos espontáneos le exhortaron a que no se
desprendiese de sus gafas, a lo que Elton amablemente respondió:
-“Pero si no veo nada con ellas”
Al regresar a sus
aposentos, se percató con horror, que unas gafas habían sido apartadas y los
cristales rotos yacían sobre una jarapa tejida con hilos de seda. La desafortunada chica del plumero le había
dejado una misiva ensangrentada y húmeda y le pedía que recibiera el lienzo con
todo su dolor. Elton valoró, sobre todo,
la franqueza de la muchacha, y a su vez, le dirigió unas letras sobre aquel
regalo mágico que recibió.
-“He sido muy
afortunado con tu dádiva”: EL color celeste del centro del tapiz es una
prolongación de los girasoles de Van
Goph, el tejido aterciopelado me hace pensar en la suavidad de tus
mejillas, su aroma rezuma la esencia de
los lirios blancos, sus nacarados botones suenan como una samba
vibrante…Gracias a ti, tengo la base para otra canción. La titularé
-Candle in theWind- Y para que
mantenga mi corazón siempre niño, lo guardaré cerca de mi lámpara mágica, “Love”
San
Vicente de la Barquera, a 9 de mayo de
2016
Isabel
Bascaran
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